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viernes, 16 de febrero de 2018

Todo comienza con la conversión cotidiana

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Para que el mundo arda de esperanza, Jesús llama a hombres y mujeres con sus peculiaridades y pequeñeces. Tomo como ejemplo la vocación de los primeros apóstoles. Jesús no los eligió entre los notables del templo, ni entre los poderosos de su tiempo sino entre los más simples pecadores. Estos hombres, sorprendidos en su trabajo, dejaron que todo cayera por si solo. Para Andrés, Simón Pedro, Santiago y Juan fue el comienzo de un gran amor. Recibieron la buena nueva de Cristo y su vida se transformó por completo.
Al igual que estos apóstoles, o como ocurrirá con tantos otro como Pablo, todos estamos llamados por el Señor. Como cristianos bautizados y confirmados nuestra misión es convertirnos en testigos y mensajeros —con nuestras incertezas, pequeñeces y debilidades— del Evangelio. Todo comienza con la conversión cotidiana. A lo largo de los siglos, los grandes testigos de la fe han sido perdonados de sus pecados y miserias. Pienso en san Pedro que negó a Cristo tres veces, en san Pablo acérrimo perseguidor de los cristianos, en San Agustín que vivió parte de su existencia una vida desordenada… Uno puede decir: ¡Estás hablando de dos mil años atrás! Puedo poner muchos otros ejemplos de este siglo como el padre Donald Callaway, que de traficante de drogas pasó a sacerdote católico, o de Joseph Fadelle, de descendiente directo de Mahoma a católico convencido, o de  Serge Abad-Gallardo, de maestro masón a encontrar la fe en Cristo, o de André Frossard, de ateo convencido a católico por la gracia de Dios, o de María Vallejo-Nágera, a quien la religión le importaba un rábano a una potente en Medjugorge… Pero conozco cientos de personas como yo —o como tu—, padres y madres de familia, que sacan sus familias adelante con esfuerzo y sacrificio, que han dicho sí a Dios en algún momento de su vida dejando atrás su vida mundana y vacía. Pero todos, unos de hace dos mil años y otros de ahora han sido liberados de todo obstáculo y proclaman la alegre noticia del encuentro con Cristo. Lo han anunciado a la humanidad cautiva al pecado y de la muerte. Todos han entendido que nuestro Dios es un Dios liberador y salvador. Y eso es lo que testifican con sus vidas.
Es cierto que esta misión implica riesgos. Vivimos en una sociedad que no le gusta oír hablar de Dios o de Jesús. Pero las buenas nuevas deben anunciarse a todos porque Dios quiere la salvación de todos los hombres. Ante la incredulidad, la mala fe o la indiferencia, no podemos permanecer pasivos. El Papa Francisco recomienda que salgamos a las «periferias» para que anunciemos el mensaje de Cristo. La Iglesia solo puede vivir yendo a «Galilea». Es allí donde viven los que parecen más distantes de Dios. Cristo confía en nosotros para ser testigos y mensajeros de Su Reino.
Uno es enviado en comunión con el prójimo y con Cristo. Esta unidad es absolutamente indispensable para el testimonio que tenemos que dar. Divididos, es imposible.
Olvidamos orar con frecuencia para que el Señor nos haga atentos a su llamada, para una conversión auténtica en el día a día. En un día como hoy le pido que me conceda más generosidad para responder a su llamada haciéndome artesano de unidad, caridad, paz, amor y reconciliación en ese pequeño entorno en el que vivo.
¡Señor, predispongo mi corazón para esta atento a tu llamada! ¡Envíame tu Santo Espíritu, Señor, para que pueda acoger tu Palabra y tu buena nueva y me comprometa vivamente con ella! ¡Envíame tu Santo Espíritu, Señor, para que me otorgue el discernimiento para escuchar lo que quieres y esperas de mi, la sinceridad para avanzar acorde con tu voluntad y la fortaleza para aceptarlo todo! ¡Quiero, Señor, mostrarte mi disponibilidad sincera por eso te digo que me hables al corazón que estoy presto para escucharte! ¡Concédeme, Señor, la sabiduría del discernimiento pero también la capacidad para dedicarte tiempo en la oración y en la vida de sacramentos, la serenidad de corazón, la calma del espíritu y la paz interior para acercarme a ti y a los demás! ¡Concédeme, Señor, la gracia de hablar a los demás de Ti con el corazón abierto, desde mi experiencia personal, desde la oración, desde el amor, de la reflexión y desde la verdad, para que puedas convertirte a través mío en una referencia entre los que quiero y conozco! ¡No permitas, Señor, que mi vida se pierda por derroteros sin interés, con agitaciones del corazón inútiles, en oraciones pronunciadas rápidamente y sin interioridad, en oraciones llenas de palabras vacías de contenido que me impiden escuchar tu voz y tu mensaje! ¡Señor, te doy gracias por tu amor, por enviarme el susurro del Espíritu y te pido que me ayudes cada día a buscar la santidad, el encuentro contigo y hacer viva en la realidad de mi vida tu presencia amorosa, misericordiosa y llena de bondad y esperanza!
Entraré, cantamos con Jésed:


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martes, 6 de febrero de 2018

Cristiano de salario mínimo

Desde DiosFernando, además de una excelente persona y un cristiano comprometido, es un buen amigo. Lo conocí hace unos meses y, desde entonces, hemos compartido experiencias hermosas y gratificantes en torno a la fe. La noche del pasado lunes regresábamos juntos en coche y al despedirme de él, después de una conversación sobre algo que a él le preocupaba, bajó del coche diciendo algo que me invita a la meditación: «…soy un cristiano de salario mínimo». Se refería a que mientras hay personas que tienen el carisma de transmitir la fe, que sobresalen en la Iglesia, que tienen el don de la intercesión, etc., él es alguien sencillo sin cosas extraordinarias que mostrar y al que las cosas tal vez le cuestan más que a otros pero todo con un gran amor a Dios.
Y yo pienso, ¿que es ser un «cristiano de salario mínimo»? Es el que permite, en su sencillez, que Dios entre en su alma; el que no le cierra la puerta de un portazo a consecuencia de su egoísmo. Un poco como le sucedió a María; Dios pudo entrar en su corazón gracias a su docilidad y su sencillez. Ser «cristiano de salario mínimo» implica ofrecer con alegría el corazón a Dios para que pueda obrar a través de uno.
Ese «cristiano de salario mínimo» supone abrir su corazón a los que te rodean, tratando de perdonar ⎯algo no siempre sencillo, pero eso nos pasa a todos⎯ y de comprender las miserias ajenas.
Ser «cristiano de salario mínimo» implica también tener siempre la mente abierta para dejarse interpelar por Dios; sin complicarse la vida con razonamientos estériles y aceptando la voluntad divina.
El «cristiano de salario mínimo» es aquel que no es soberbio ni egoísta, que no se deja vencer ni por el desaliento ni por el tremendismo, tan de boga en nuestro mundo actual, que aborrece el pesimismo y lucha contra el inconformismo. Es el que busca la claridad de Dios en su vida.
El «cristiano de salario mínimo» tiene la mente siempre abierta al bien, al encuentro con el hermano, a la Palabra de Dios, a los acontecimientos que le suceden en la vida, a aceptar las opiniones y los juicios ajenos sin tratar de imponer los propios.
Ser «cristiano de salario mínimo» es esforzarse siempre en cumplir la voluntad de Dios, aceptar los planes que Él tiene pensado para uno, aparcar la propia voluntad y permitir el «hágase en mí según tu Palabra».
Ser «cristiano de salario mínimo» es aperturar los sentimientos propios y unirlos a los del hermano, del necesitado, del herido, del que busca, del enfermo. Con todo ello tiende su propia mano como si la tendiera el mismo Dios.
El «cristiano de salario mínimo» tiene una fe sencilla que es la fe más grande porque en todo ve el signo de la gracia de Dios por medio del Espíritu Santo.
Y, lo más importante, cuando uno se siente «cristiano de salario mínimo» es que cuenta con la virtud de la sencillez y de la humildad que nace del conocimiento propio. No hay que olvidar nunca que donde Cristo se encontraba más a gusto era con los mansos y humildes de corazón; es decir, con los sencillos, aquellos que mi amigo define muy bien como «cristianos de salario mínimo».
¡Señor, a mi también me gustaría ser un «cristiano de salario mínimo», alguien sencillo y humilde, que actúe sin dobleces, que se entregue siempre a los demás, que no es superficial, ni se deje llevar por el materialismo, que es sensible a las necesidades de los hermanos, que ama la pequeñez de las cosas de la vida, que es agradecido con los tantos obsequios que recibe cada día de Dios! ¡Señor, quisiera ser un «cristiano de salario mínimo» capaz de aceptar siempre tu voluntad con confianza y esperanza plenas! ¡Señor, quisiera ser un «cristiano de salario mínimo» que se maraville por la grandeza de tu amor y de tu misericordia! ¡Señor, quisiera ser un «cristiano de salario mínimo» que desde la sencillez se aferre a la fe! ¡Señor, quisiera ser «cristiano de salario mínimo» que no se apegue a lo material y a lo mundano de la vida! ¡Señor, quisiera ser «cristiano de salario mínimo» para desde la sencillez y la humildad te abra siempre el corazón y se lo abra también al prójimo sin odios, ni rencores, sin juicios ni críticas! ¡Señor, quisiera ser «cristiano de salario mínimo» para tener siempre un corazón limpio abierto al amor, al perdón y a la misericordia! ¡Señor, quisiera ser un «cristiano de salario mínimo» porque lo que anhelo es la felicidad a tu lado y eso lo puedo conseguir desde la sencillez de mi vida!
Beati Quorum Via, hermosa canto a cappella para un encuentro con Dios:



martes, 16 de enero de 2018

Alegría o negatividad

Medio lleno ó medio vacio?Colabora conmigo una persona que contempla siempre el vaso medio vacío. Es maestro en sacarle punta a la negatividad. Ayer, sin más, no pude callarme: «Me resultan incómodos tus planteamientos. ¿No habría manera de encontrar lo positivo de las situaciones? Construyendo es como se avanza, destruyendo todo se paraliza». Considero que es una cuestión del corazón. Cuando el corazón es fuente que vivifica todas las acciones, reacciones y actitudes todo adquiere una dimensión positiva. Si el corazón es fuente de conflicto, todo se torna negatividad. Lo que uno es y siente, cada uno de los desafíos cotidianos, tiene su razón de ser en lo que pervive en el fondo del corazón. Lo dice con claridad el libro de los Proverbios: «Con todo cuidado vigila tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida».
¡Qué bien haríamos en verificar en cada momento lo que brota de esta fuente que en definitiva te permite confiar confiar en Dios o en lo negativo de la vida!
Ambas cosas son incompatibles. Donde la alegría del corazón reina se vierte paz y confianza en Dios, incluso en tiempos de incerteza. Si lo que reina en el corazón es la crítica, lo que se manifiesta es negatividad.
Alegría o negatividad... Depende de cada uno escoger lo que reina en el corazón y así en tantas y variadas ocasiones en el transcurso del día. Cuando la negatividad toma el control permitimos que el derrotismo se imponga.
Si se permite que la negatividad invada el corazón, la fe acaba desvaneciéndose, dejándonos al margen de las devaneos de la vida. Si abono los malos sentimientos o los pensamientos negativos estos se reflejan en todas mis actitudes y provocan afectación en mis relaciones personales, con los hombres y con Dios. Si la amargura impera, la razón se nubla y el amor acaba extinguiéndose. El corazón es, en definitiva, ese frondoso árbol del cual brota el fruto que damos. Si lo que conserva nuestro corazón es bueno, entonces el fruto que dará también será bueno y viceversa. Por eso con cuidado debo vigilar mi corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida.
¡Señor, envía tu Espíritu Santo para que me conceda la gracia de expulsar de mi corazón cualquier pensamiento triste o negativo! ¡Ayúdame a no lamentarme de las cosas sino a ver siempre su lado positivo! ¡Que siempre sea agradecido por la alegría y la felicidad que me regalas pese a las cruces cotidianas! ¡Concédeme la gracia de aceptar mi vida como es, regalo tuyo, y a adaptarme a ella con confianza y esperanza! ¡Cuando algo me desagrade, Señor, no permitas que me lamente más al contrario dame la gracia de estar agradecido para poner a prueba mi voluntad de mostrarme confiado y feliz! ¡Permíteme, Señor, controlar siempre mis pensamientos, mis impulsos, mis acciones, mis nervios… para que por medio del dominio de mi mismo sea capaz de dar testimonio de Ti! ¡No permitas que me recree en mis fracasos y mis caídas sino que me alegre de mis triunfos por pequeños que sean! ¡Ayúdame a no criticar y ante cada crítica hazme ver, Señor, las virtudes de los demás para olvidarme de sus defectos! ¡Hazme sensible a las necesidades del otro, a practicar la paciencia y no permitas que la indiferencia me invada! ¡Y ayúdame siempre a afrontar los problemas con valentía y determinación y no dejar las cosas para mañana! ¡Señor, en ti confío, en tus manos pongo mi miseria y mi pequeñez!
Música a cappella para acompañar la meditación de hoy:



La santidad no es un ideal reservado a unos pocos.

Plaza de San PedroDesde la plaza de San Pedro que el gran Bernini concluyó a mediados del siglo XVII para unir a católicos y no católicos por expreso deseo del papa Alejandro VII la historia de la Iglesia ha conocido concilios, cónclaves, fumatas blancas, beatificaciones, intentos de asesinato de un Santo Padre, emociones intensas de fervientes católicos, conversiones espirituales…
Como católico me impresiona la belleza de esta plaza por el gran significado que tiene para mi fe. Un lugar que acoge a todas las sensibilidades humanas. Personalmente es un lugar que me reafirma profundamente en mis creencias por medio de la figura del primer Papa de la historia, ese San Pedro rudo y áspero al principio pero dócil y sencillo a la llamada de Dios.
En los grandes acontecimientos retransmitidos desde la plaza de San Pedro hay momentos en que las cámaras ofrecen un plano general de este gran escenario monumental de tan gran significado para los que nos sentimos católicos.
La plaza de San Pedro se halla repleta de estatuas de doctores de la Iglesia, de mártires, de santos, de pontífices, de teólogos. La historia de la Iglesia viene marcada por la vida de estos hombres y mujeres que con su fe, con su caridad y con su ejemplo se han convertido en faros para numerosas generaciones, y lo son también para quienes vivimos en esta época. En la página oficial del Vaticano he averiguado que son 140 estatuas situadas sobre las 284 columnas que conforman el conjunto arquitectónico de la plaza. Todos ellos observan la historia de la Iglesia y de la humanidad desde un mirador privilegiado. Pero en el interior de la basílica existen además decenas de santos en nichos, columnas, capillas que también contemplan la evolución de la sociedad desde una perspectiva de interioridad.
Cada uno de los santos de este gran centro de la espiritualidad católica no dejan de transmitir que el auténtico ideal del cristiano es alcanzar la santidad en medio del mundo y formar una sociedad más humana, más cristiana y más divina según los designios y el corazón de Dios. El verdadero ideal cristiano no es ser feliz, sino ser santo porque el santo es aquel que, a imitación de Cristo, vive del amor de Dios.
En la vida de estos santos Cristo se ha aferrado a su corazón y como san Pablo han podido afirmar: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí». Entrar en comunión con ellos es ir también unidos a Cristo para ser santos en nuestro mundo.
La santidad no es, como muchos creen, un ideal reservado a unos pocos pues Dios nos ha elegido en Cristo antes de la fundación del mundo para ser santos e intachables ante Él por el amor. Pensando en todos los representados en estas estatuas de la plaza de San Pedro comprendes que la santidad, la plenitud de la vida cristiana, no radica solo en realizar grandes empresas sino en caminar unido a Jesús tratando de vivir con autenticidad sus misterios, hacer propias sus palabras, sus gestos, sus pensamientos y sus actitudes. La santidad solo se puede medir por la estatura que Cristo toma en cada uno, por el grado en el que modelamos la vida según la suya con la fuerza arrolladora del Espíritu Santo al que hay que invocar con insistencia para que nos llene de su gracia y exhale en nosotros la vocación hacia la santidad anhelo de Dios para cada hombre.
¡Quiero darte gracias, Señor, por tu Santa Iglesia Católica que tu fundaste y que me llama claramente a la santidad! ¡Te pido, Señor, que tu Santo Espíritu me llene para alcanzar la santidad porque por mis propias fuerzas no puedo! ¡Ven Espíritu Santo, ven para recorrer junto a Ti el camino de la santidad! ¡Ven Santo Espíritu de Dios para hacer fructificar cada una de mis acciones, para cumplir el deseo de Dios de que todos seamos santos! ¡Lléname de Ti, Espíritu divino, anima mi interior, transfórmame para vivir unido a Cristo, restáurame para conservar y llevar a la plenitud la vida de santidad que recibí en el momento de mi bautismo! ¡Ayúdame, Espíritu del Padre, a utilizar siempre bien la libertad que viene de Dios y concédeme la gracia de vivir siempre bajo tu acción liberadora para conformar mi voluntad con la voluntad de Dios! ¡Concédeme, Espíritu renovador, a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a mi mismo! ¡Ayúdame, Espíritu de Amor, a que mi amor crezca cada día y sea sal y semilla para todos, abierto a la gracia, a la vida de sacramentos, a la oración con el corazón abierto, a la renuncia de mi mismo, a la generosidad hacia el prójimo, al servicio desinteresado, a la entrega sin esperar nada a cambio, a la caridad extrema! ¡Y a ti, Padre, te doy gracias por los santos de la Iglesia que con su verdadera sencillez, grandeza y profundidad de vida me muestran el camino de la santidad! ¡Que como ellos yo también sea capaz de vivir plenamente el amor y la caridad y seguir de verdad a Cristo en mi vida cotidiana! ¡Gracias, Padre, por mostrarme que los rostros concretos la santidad de tu Iglesia! ¡Te doy gracias también por tantas personas a mi lado que no llegaran al altar de la santidad pero son gente buena, pequeñas luces de santidad que me ayudan a crecer humana y espiritualmente, a los que quiero y hoy te pongo ante el altar de la Cruz y de la Eucaristía! ¡Gracias a su bondad, generosidad, piedad y entrega puedo palpar cada día la autenticidad de la fe, la esperanza y el amor! ¡No permitas, Padre, que nada marchite mi vocación hacia la santidad!
Aclaró, una canción para sentir el amor de Dios:



martes, 5 de septiembre de 2017


Puvis de Chavannes, Pierre, 1824-1898; The Beheading of Saint John the Baptist
Hace unos días los cristianos rememoramos el martirio de San Juan Bautista, el precursor de Jesús. La figura de este santo, ejemplo de entereza y valentía en su defensa de la verdad y de la denuncia de la ignominia y el mal, al que el mismo Jesús elogió por su honradez y santidad como el mayor de los nacidos de mujer, lejos de ser un día triste es un ejemplo de testimonio de vida. San Juan no predicó solo la conversión y la penitencia, en un momento de gran aceptación reconoció a Jesús como el Enviado de Dios, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y él se aparta para que el mensaje de Cristo sea escuchado en toda rincón.

San Juan ofreció su propia sangre en nombre de la verdad que es Cristo. Martirizado como signo de santidad, pudo afrontar su muerte con confianza porque estrecha era su relación con Dios fruto de la oración, que es el hilo que guía la existencia del hombre.
El Bautista me enseña hoy a ser testimonio de coherencia en el mundo. Coherencia en lo moral, en lo espiritual y en lo humano. Coherencia en cada minuto de mi existencia por muchos sufrimientos y sacrificios que deba sufrir y soportar. No es una cuestión de heroicidad. Es una cuestión de que el amor a Jesús, a su mensaje, a su Palabra, a su Verdad no permite doble juego. Si quiero ser un cristiano auténtico debo ser verdaderamente fiel al Evangelio en cada momento de mi vida para permitir que Cristo viva en mi y yo en Él.
Hoy tengo también muy presente en mi oración a los mártires cristianos que, como san Juan Bautista, han sido fieles a la Verdad que es Cristo. La persecución no es cosa del pasado, es una viva realidad que muchos deben afrontar por su adhesión a Jesús y su pertenencia a la Iglesia. Todos ellos son mártires de la fe y a todos los llevo hoy en mi corazón y en mi oración.

¡San Juan Bautista, ejemplo de valentía, mártir de la fe y de la defensa de la Verdad, precursor del Salvador, enséñame a seguir tus caminos, dame un poco de tu virtud y dame siempre fuerza y valor para defender la verdad del Evangelio! ¡Ayúdame, San Juan, a vivir con humildad mi vida y con fidelidad a Jesucristo mi camino como cristiano; ayúdame a ser siempre fiel a la voluntad de Dios! ¡Cuando los problemas me acucien y las situaciones difíciles se me presenten, ábreme a la esperanza! ¡A Ti, Padre, que unes los dolores de Jesús con los de tu Iglesia, concede a todos los que sufren a causa de la fe la fortaleza para superar la situación y que sean siempre auténticos testigos de la Verdad! ¡Abrevia, Padre, el sufrimiento de los que padecen persecución, no permitas que renuncien a la verdad! ¡Perdona, Padre, a los que te persiguen y protege siempre a los justos! ¡Ayúdales a ser libres en la persecución, responsables en la dificultad y amorosos en el dolor y que puedan cumplir tu Voluntad con coraje y mucha fe!
En honor de san Juan Bautista escuchamos hoy la cantata de J. S. Bach Christ unser Herr zum Jordan kam, BWV 7 (Cristo, nuestro Señor, vino al Jordán):

domingo, 6 de agosto de 2017

La arquitectura de la alegría


desde Dios
Lo experimento con frecuencia. En un mundo necesitado de la alegría, cuando transmites y comunicas alegría sientes más alegría. Y es parte del fruto del desprendimiento de uno mismo.

El desprendimiento del yo comporta muchos beneficios interiores. Asienta la fe, aviva la conversión y genera alegría. Las páginas del Evangelio están repletos de pasajes que proclaman la alegría del encuentro con la liberación interior: la parábola de la oveja perdida, la mujer pecadora que puso a lo pies de Cristo el frasco de alabastro, el recaudador Zaqueo que recibe alegre a Cristo en su hogar, la parábola del hijo pródigo, de los dracmas o del padre de familia que salió por la mañana a contratar obreros para su viña… Desprendimiento del yo para entregarse por completo a la voluntad de Dios. Es entonces cuando el Padre toma con sus manos el más ínfimo de los pequeños detalles de la vida y los acoge como la mayor de las donaciones.
Entonces comprendes realmente que cuando comunicas alegría sientes más alegría porque la senda de la alegría se asienta en la renuncia; y ésta no implica pérdida sino ganancia, no es abnegación sino generosidad, no es pérdida de libertad sino plenitud. Y todo supone transformación interior.
La auténtica alegría únicamente se experimenta cuando uno es capaz de darse y de abrirse. Cuantos más apegos vas dejando caer por el camino más sencillo es encontrarte uno mismo. Si uno se centra en su yo, hace que todo gire en torno a sí, se queda completamente oprimido por todo que le oprime: el dolor, la soledad, la enfermedad, los problemas económicos, la incomprensión, el fracaso, el descrédito… Sin embargo, cuando vive consagrado al servicio del prójimo el yo queda apartado, el sufrimiento se aminora y el padecimiento pierde todo su valor.
La arquitectura de la alegría es saber amar y eso pasa por desprenderse del yo. Este principio, ¿es teoría o práctica en mi vida?

¡Señor, nos has creado para la alegría, para dar alegría! ¡Tu, Señor, invitas a abrirnos a la vida porque dijiste aquello tan hermoso de que dichosos los ojos porque ven y los oídos porque oyen! ¡Si te contemplo, Señor, si contemplo cada día el misterio de la Trinidad, puedo saborearte, sentirte y escucharte! ¡Por eso, Señor, puedo encontrarte en todas y cada una de las cosas y eso provoca la alegría más absoluta! ¡Señor, quiero ser portador permanente de alegría porque la alegría es la presencia sentida de Dios en la vida! ¡Espíritu Santo, dame el don de la alegría para alabar siempre, para dar gracias, para cantar la belleza de la creación y la grandeza del ser humano! ¡Espíritu Santo, dame el don de la alegría para llenar de esperanza, luz y amor mi corazón! ¡Espíritu Santo, dame el don de la alegría para el encuentro con el prójimo, para llenar la vida de esperanza y los corazones de amor! ¡Espíritu Santo, dame el don de la alegría para unirme siempre a Dios, en quien todo es amor y alegría! ¡Espíritu Santo, dame el don de la alegría para dar testimonio de que el mundo, a pesar del dolor, está llamado a colmarse de la lluvia incesante de las bendiciones de Dios!
Señor, a quien iremos para el encuentro de la alegría:

miércoles, 2 de agosto de 2017

Coherencia


desdedios
La coherencia es esa capacidad de convertir mis acciones y mis pensamientos en un «uno» que no se contradiga entre sí. La coherencia es una conquista cotidiana —la vida interior consiste en esto, en recomenzar cada día—; alcanzar este equilibrio exige esfuerzo de la voluntad. Es necesario trabajar decididamente para que las conductas cotidianas estén bien coordinadas. Se trata de que exista una coincidencia auténtica entre el ser y el hacer para que esta armonía interior no se rompa ante cualquiera de los obstáculos que se presentan. 


Las apetencias nos vencen; el corazón se divide entre lo que nos apetece y lo que corresponde. Cuando la voluntad no es firme entonces no importa romper la coherencia. Pero uno es coherente cuando la voluntad está de acuerdo con el entendimiento; cuando los actos coinciden con los principios; cuando las palabras van unidas a la verdad. Si uno atiende solo a lo que conviene manifiesta una fe fragmentada, muy a la medida del hombre y muy alejada de Dios.
El hombre tiene en Cristo está el mayor testimonio de coherencia. En Él queda la impronta de vivir acorde con un modo de sentir, de pensar y de actuar. Y siempre en una perfecta armonía con la voluntad del Padre. Jesús muere en la Cruz por pura coherencia.
Nadie que se diga seguidor de Cristo puede llevar su vida por los derroteros de la incoherencia. Los principios son innegociables. Solo es posible vivir según los caminos del Evangelio; lo que es incompatible con la verdad que esconde la Palabra no puede ser sacrificado. Ser cristiano coherente implica un gran desafío; un desafío que se debe asumir con valentía. Un desafío que implica seguir una doctrina y una moral reveladas, a la luz de la razón y de la autoridad divina que no puede contravenirse. ¡Que limitado sería Dios si después de haberse hecho hombre y habernos redimido del pecado, permitiese que el hombre viviera con lo subjetivo de los acontecimientos!
La pregunta es directa: Si el don de la integridad cristiana es ser coherentes ¿Soy de verdad coherente o he aprendido a vivir con mis contradicciones porque soy como soy y nada ni nadie puede cambiarme?

¡Señor, ayúdame con la fuerza deTu Espíritu a conocerme mejor, a identificar los rasgos de mi manera de ser y de comportarme, de aprender de mis fortalezas y debilidades, de sacar partido de mis posibilidades y límites, de mejorar mis virtudes y limar mis defectos, de no complacerme en mis aciertos y aprender de mis errores! ¡Señor, con la fuerza de tu Espíritu ayúdame a distinguir entre los sufrimientos padecidos, los buscados, los deseados y los no comprendidos; a saber distinguir las alegrías positivas de las merecidas!¡Señor, tú me conoces perfectamente, tú sabes todo lo que hago y lo que anida en mi corazón, tú penetras desde lejos mis ideas; tú me ves, mientras camino o mientras descanso; tú sabes cada cosa que emprendo o abandono; tú sabes cuáles serán mis palabras antes de pronunciarlas; lees mis labios! ¡Señor, tu mano siempre me rodea, no me dejes caer! ¡Oh Dios, ponme a prueba y mira si mis pasos van hacia la perdición y guíame por el camino eterno! ¡Ayúdame a conocerme mejor a mi mismo para conocerte mejor a Ti!
En este primer día de agosto nos unimos a las intenciones del Santo Padre que pide que en este mes recemos por los artistas de nuestro tiempo, para que, a través de las obras de su creatividad, nos ayuden a todos a descubrir la belleza de la creación.
Dios te hizo tan bien, cantamos hoy:

jueves, 6 de julio de 2017

El pecado que vive en mi

desde dios
Uno de los aspectos que más me impresionan de la figura del apóstol san Pablo, ese espejo que tenemos los cristianos para fortalecer nuestra fe, es su confesión de que de una manera reiterada tenía que luchar contra los demonios que combatían su espíritu. San Pablo se declara en la carta los Filipenses como un ser imperfecto, consciente de su absoluta vulnerabilidad, confesión que reitera en la carta a los Corintios; se considera el primero de los pecadores, aspecto que incide cuando escribe a Timoteo; e, incluso, duda de que algún día pueda llegar a salvarse, como manifiesta en la epístola a los Romanos. Si Paulo de Tarso, apóstol del cristianismo y uno de los mayores protagonistas de su expansión tras la muerte de Cristo, mantiene consigo mismo una idea tan profunda de su pequeñez, ¿en qué situación me encuentro yo, hombre con pies de barro, que se cree tan perfecto, con una vida interior tan ínfima, tan pobre, tan angostada?Pensar en san Pablo es entender que el pecado vive en mí a pesar de mis desvelos por desterrarlo de mi alma y de mi corazón, cautivo como estoy a los estímulos del pecado, con una experiencia espiritual que no es más que una retahíla de fracasos y de caídas permanentes, con negaciones constantes al Señor…
Asumiendo la vida del apóstol siempre hay esperanza. Y esa esperanza viene de Dios. De ese Dios hecho carne, de esa salvación prometida, de ese cumplimiento para que yo pueda salvarme, de ese gesto impresionante de morir en mi lugar para que yo pueda redimirme del pecado. Contemplo la Cruz y veo la grandeza de ese Cristo yaciente, su santidad, su muerte redentora, la grandeza de ese gesto y no me queda más que exclamar con convincente gozo: ¡Gracias, Dios mío, por darme a Jesucristo, que se ha ofrecido a si mismo sin mancha, y me hace entender que estoy en este mundo para servirte a Ti como un verdadero hijo tuyo!
Mi camino es imperfecto aunque tantas veces me crea un ser superior pero si hay algo que Dios tiene claro es lo que quiere de mí y cómo conseguirlo. Y todo pasa por desterrar la soberbia del corazón para vivir entregados a Él y a los demás con humildad, amor, servicio y generosidad. Y cuando me crea perfecto… basta con tratar de leer los renglones torcidos que Dios escribe en mi vida para entender por donde debe ir mi transformación interior.

¡Señor, sé que lo que te agrada de mi es que sea sencillo, mi pequeñez, mi humildad, mi camino paso a paso! ¡Bendice, Tú Señor, mi caminar! ¡Perdóname, Señor, por las ocasiones en que no me someto a tu voluntad sino que hago lo que creo que es más conveniente para mí si tenerte en cuenta a Ti! ¡Perdóname, Señor, por esas obras pecaminosas que me apartan de tu corazón inmaculado! ¡Perdóname, por los acuerdos con el enemigo que me hacen ver el pecado como algo liviano y trivial! ¡Te pido, Señor, que selles mi mente, mi espíritu, mi cuerpo y mi alma con tu sangre! ¡Señor de misericordia, abre mi ojos para que siempre sea capaz de descubrir el mal que hago! ¡Toca con tus manos mi corazón para que me convierta sinceramente a Ti! ¡Restaura en mi corazón tu amor, Señor, para que en mi vida resplandezca con gozo la imagen de tu Hijo Jesucristo! ¡Señor, tu exclamaste que querías la conversión del pecador; aquí estoy yo Señor para confesar mis pecados y reclamar tu perdón! ¡Ayúdame, Señor, a escuchar tu Palabra, a hacerla mía! ¡Ayúdame, Espíritu Santo, dador de vida, a comportarme con sinceridad en el camino del amor y la entrega a los demás, y a crecer en Jesús en todos los acontecimientos de mi vida! ¡No tengas en cuenta mis negaciones, Señor, y mírame cada vez que caiga con tu mirada de amor misericordioso porque sabes que esto mueve a mi corazón a prometerte fidelidad!
Himno al amor, para acompañar el pensamiento de hoy:

jueves, 20 de abril de 2017

Experiencia a la luz de la Resurrección

Me escribe, por sorpresa, un amigo suizo del que no sabía nada hace cinco años. Trabajamos en el pasado en un proyecto de restauración a nivel internacional y juntos, con nuestros diferentes carismas, compartíamos en los viajes algún momento de oración. Es una persona muy querida con un gran sentido del humor. Alguien con un corazón muy grande y generoso. Su característica es su gran capacidad de escucha. Es un hombre entrado en edad limitado ahora por la enfermedad. Viudo desde hace unos meses su mente, antes tan lúcida, sufre ahora ciertas limitaciones. Perteneciente a la Iglesia Protestante, es un gran conocedor de la Biblia y de los Evangelios.
Me habla de crisis de fe y de lo que la muerte de su esposa, su compañera más fiel durante décadas, ha significado en su vida.
En los últimos cinco años los dos hemos cambiado en muchas cosas. Cambios personales profundos con caminos espirituales muy diferentes. Yo me he ido acercando más a Dios. Desengañado del mundo, a Él le han surgido dudas de fe que mucho le hacen sufrir. Hablamos, aprovechando la tecnología,  precisamente de nuestros caminos, de cómo Dios nos sedujo en algún momento de nuestra vida y de aquellas experiencias de fe desde dos visiones diferentes —la católica y la protestante—.
Este encuentro me ha permitido reabrir un capítulo de vida del pasado y revivir con alegría ese momento de mi vida en que el Señor llamó a mi puerta insistentemente para que le dejara entrar. Y el momento en que yo le abrí. Me ha permitido contemplar esos momentos hermosos desde mi propia realidad y la de la Iglesia; como he sentido que Dios me acompañaba desde los esfuerzos y dificultades de cada día, los míos y los de los más cercanos.
Hace unos días Cristo ha resucitado. Yo también —como todos— he pasado mi propio via crucis.  Pero en cada esfuerzo y en cada superación de los problemas he tenido un encuentro con el resucitado.
La Pascua de Resurrección me lleva a regresar a mi propia Galilea, el lugar donde descubrí al Cristo del amor que siempre me acompaña. A la luz de la resurrección, es más sencillo comprender y acoger a Jesús; asimilar en el corazón sus enseñanzas; vencer los miedos; superar los egoísmos y las autosuficiencias...
No quiero olvidar que la Resurrección del Señor pasa por la experiencia de la Palabra vivida: que se trata de celebrar cada día y cada domingo, su muerte y resurrección. Que la luz del Cristo resucitado brilla cada día para todos. Siento hoy que es más necesario que nunca hacer mía la Palabra de Cristo porque cualquier enseñanza que surge de la Escritura nos habla directamente al corazón porque, en definitiva, habla de nosotros mismos. Ser partícipe de la resurrección de Cristo es experimentar que el amor que por mí siente no tiene límites, que es más fuerte que todo lo negativo que hay en mí y que pese a todas mis limitaciones, fracasos, caídas, pecados, soberbia, egoísmo, negatividad, méritos… implica saberse amado para para la eternidad con un amor que supera la muerte. Es lo que trato de transmitir a mi amigo suizo. Porque lo siento y porque me duele ver dudas cuando se derrama sobre cada hombre tanto Amor desinteresado.

¡Señor, No permitas que dude de tu amor y misericordia! ¡No permitas que este mundo y sus cosas mundanas me confundan! ¡Concédeme la gracia de mantenerme con un corazón sencillo y renovado que sea capaz de contemplar siempre tu Rostro y no desviarme de la senda que tu me marcas! ¡Llena, Señor, mi vida de humildad y sencillez! ¡Señor, quiero sentir la sed de Ti, la sed de no sentirse complacido y satisfecho sino de buscar la fuente que mana agua de Vida Eterna! ¡Dame una fe firme y cierta! ¡Dame una fe que no permita detenerme y atender los cantos de sirena de otras voces que tanto confunden y ofrecen una felicidad caduca y vacía de contenido! ¡Quiero experimentar cada día el amor que sientes por mi! ¡No permitas, Señor, que mi fragilidad humana sea rea de estas ataduras que tanto esclavizan y que me separan de Ti! ¡Señor, tu conoces mis debilidades y mis pecados, y aún así me amas hasta el punto de morir en la Cruz por salvarnos! ¡No permitas, Señor, que esa muerte  se pierda en mi debilidad y en mi fragilidad! ¡Sostenme y mantenme siempre contigo, Señor, porque solo en Ti hay esperanza cierta!
Christus Resurrexit, con los coros de Taizé:

miércoles, 19 de abril de 2017

Mi corazón arde porque te siento cerca

orar con el corazon abierto
La torpeza es uno de mis defectos en relación con el Señor. Leo su palabra, me pongo en su presencia en la oración, me alimento del pan de vida y, aún así, mi corazón se mantiene tantas veces cerrado para aprender a leer los acontecimientos de mi vida, todo aquello que acontece a mi alrededor. A veces me cuesta comprender que el Señor es el centro de todo. «¡Qué necio y torpe soy para creer en su Palabra!» Como los discípulos de Emaús me cuesta muchas veces creer que Cristo camina a mi lado. Mi torpeza me impide ver que Él está vivo siguiendo mis huellas. Mi torpeza me hace ahogarme en mis problemas, en mis miedos, en mis dificultades, en mis desesperanzas, en mis incertidumbres. Mi torpeza me impide leer en el trasfondo de su Palabra, en sus mensajes de Buena Nueva. Como los discípulos de Emaús me cuesta abrir los ojos y reconocerle y eso, lógicamente, mitiga mi alegría, mi entrega, mi compromiso, mi vitalidad cristiana.

Pero pese a esta torpeza, mi fe me sostiene porque hay algo en mi interior que hace que arda mi corazón de una manera intensa, inexplicable. Y ese algo, que es la presencia viva de Cristo, me permite vencer todas las resistencias y apegos que hay en mi vida.
¡Cristo vive! ¡Jesucristo ha resucitado! Y yo tengo un deseo profundo de proclamarlo. Una necesidad imperiosa de exclamar que Cristo es el que da verdadero sentido a mi existencia. Que quiero dejarle entrar en mi corazón. En mi ser. En mi vida. Que deseo ser uno con Cristo. Que a su lado, con Él y en Él, todo tiene sentido.
De los dos de Emaús aprendo que no puedo salir huyendo. Que no puedo acomodarme al fracaso. Que no puedo cerrar mis ojos, mis oídos, mi corazón, mi alma al Cristo yaciente sino al Cristo Resucitado, al Jesús cercano, al Jesucristo que se hace presente en mi vida y la llena de esperanza. Quiero estar abierto a la palabra de Cristo y en comunión con Él descubrir, desde mi realidad, el camino que conduce al cielo prometido.

¡Señor Jesús, caminas junto a mi y muchas veces no me doy cuenta como les pasó a los dos de Emaús! ¡Sabes, Señor, que mi camino no siempre es fácil pero en la incerteza Tu me invitas a acudir a Tu llamada! ¡Señor, que mis estados de ánimo, que mis frustraciones, debilidades y sufrimientos no me paralicen! ¡Regálame, Señor, tu presencia! ¡Hazla, Señor, viva en mi vida y en las de los que me rodean! ¡Señor, te haces el encontradizo conmigo! ¡Concédeme, Señor, la gracia de discernir siempre lo que me sucede, ser capaz de verte en los acontecimientos de mi vida, tener la capacidad para profundizar en el significado de lo que me sucede! ¡Ayúdame, con el soplo de tu Espíritu, a interpretar mi historia y permite que sea tu Palabra la que haga arder con intensidad el fuego de mi corazón! ¡Señor, sé que estás vivo, que has resucitado! ¡Camina conmigo, Señor, hazte visible en mi vida! ¡Envía tu Espíritu para que me quite la venda de los ojos y viva acorde con tu Palabra, despegándome de mis autocomplacencias, egoísmos y comodidades! ¡Señor, sentirte resucitado es una experiencia viva de fe! ¡Quiero sentirte en mi corazón pobre de creyente! ¡Ayúdame a entrar en comunión contigo en la oración y en la vida de sacramentos para ser testigos de Ti, Señor resucitado, en mi vida! ¡Quédate conmigo, Señor, que atardece y quiero que en mi interior vivas siempre! ¡Concédeme, Señor, la fuerza de tu Espíritu de amor; haz que sienta mi fragilidad, mi individualismo y mis inseguridades cuando esté solo para necesitar de tu presencia; dame la posibilidad de experimentar siempre la alegría de tu presencia; ponme en camino para predicar tu Buena Nueva; ayúdame a borrar la esclavitud de mis apegos y hacer mi éxodo contigo! ¡Desgarra de mi corazón, Señor, todo apego a lo mundano y ábreme a la fraternidad del amor! ¡Como los de Emaús, Señor, ábreme a tu Palabra y conviérteme en creyente reunido en torno a tu Espíritu! ¡Mi corazón arde porque te siento cerca!
La canción de Emaús, para acompañar a la meditación de hoy:

viernes, 31 de marzo de 2017

La cruz que yo mismo me construyo

Las cosas no salen siempre como uno las tiene previstas. Y, entonces, se vislumbra en el horizonte como un profundo desierto. Cuando te sientes abatido por los problemas, cuando te abate de manera dura la enfermedad, cuando un fracaso te llena de desazón y desconcierto, cuando alguien te juega una mala pasada y te hiere, cuando un juicio malicioso te daña el corazón… circunstancias todas ellas habituales en nuestra vida es cuando hay que ver con mayor claridad la mano de Dios que interviene en esos acontecimientos.
Me sorprendo porque aun sabiendo que la fe sostiene la vida son muchas las veces que no soy capaz de ver como las costuras de Dios van tejiendo el vestido de mi vida, hasta el más insignificante de los detalles que nadie aprecia pero que Dios ha diseñado cuidadosamente porque forma parte de su gran obra. Todo lo permite Dios. Y lo permite desde la grandeza de su amor infinito. Y lo hace con el único fin de lograr que me desprenda de mis oyes y de la mundanalidad de la vida para acercarme más a Él. ¡Pero qué difícil es esto, Dios mío!
Esta falta auténtica de confianza, de fe, de abandono y de esperanza provoca mucho sufrimiento interior. En este momento, la cruz que Dios me envía no es la suya ni no la hago mía porque es una cruz que construyo a mi justa medida. Cuando cargas esta cruz las penas son más pesadas, los disgustos más profundos, las pruebas más dolorosas, las inquietudes más atormentadas y la imaginación te lleva a realidades poco realistas… tal vez para nada porque en muchas ocasiones lo que prevés que sucederá nunca sucede por la intercesión misericordiosa del Padre que se compadece de la fragilidad humana.
El aprendizaje en este camino de Cuaresma es que no puedo crucificarme a mi mismo con mi propia Cruz. Dios lo único que desea es que acompañe a Cristo en el camino hacia el Calvario abandonando el cuidado de mi corazón y de mi alma a la acción redentora de su Hijo para mirar las cosas a la luz de la fe y de la confianza.
orar con el corazon abierto
¡Señor, cuánto me cuesta acostumbrarme a que tu me acompañas siempre, que caminas a mi lado, que no me abandonas nunca! ¡Cuántas veces me olvido, Señor, que mis sufrimientos y mis temores son también los tuyos que sufres junto a mí y haces tuyos mis pesares! ¡Señor, olvido con frecuencia que tu no me abandonas nunca! ¡Concédeme la gracia de confiar siempre en Ti! ¡Concédeme la gracia de verte en cada acontecimiento de mi vida! ¡Enséñame, Señor, como en el silencio de la vida y de los acontecimientos en los que no soy capaz de verte por mi ceguera tu te haces presente y cual es el sentido profundo y certero de lo que quieres para mí y es tu voluntad santa! ¡Ayúdame a dejar de lado esa cruz fabricada a mi medida y llevar la cruz verdadera! ¡Ayúdame a no preocuparme excesivamente por las cosas materiales y abrir más mi alma al cielo! ¡Espíritu Santo, dador de vida y de esperanza, a ti te confío también mis incertidumbres para que me ayudes a que mi alma se libere de todas las preocupaciones materiales y me hagas más fuerte espiritualmente! ¡Concédeme la gracia de ser más confiado, de tener una fe más firme y entregarme sin miedo a las manos extendidas de este Cristo clavado en la cruz que me abraza con amor eterno!
Victoria, tu reinarás, oh Cruz tu me salvarás:

miércoles, 22 de marzo de 2017

¡Pongo tantas veces freno al amor de Dios en mi vida!

orar-con-el-corazon-abierto
Pienso hoy como gozaría más mi corazón con la fuerza de la fe si fuera verdaderamente consciente del amor que Dios siente por mí; cada vez que el Padre me abraza —y lo hace con frecuencia porque soy como el hijo pródigo que regresa con frecuencia hogar— mi corazón se debería encoger de alegría; si fuera consciente del sentir de Dios que me ha dado la vida y ha pensado en mí antes de mi existencia; si fuera consciente de hasta qué punto habita en mí la presencia del Padre pues soy templo del Espíritu Santo; si fuera realmente consciente de que Dios busca mi amistad, tiene necesidad de relacionarse íntimamente conmigo como Padre, como amigo, como confidente, como huésped del alma... mi corazón debería estar siempre rebosante de alegría.

Pero con mi cabezonería, mis mundanidades, mi fragilidad humana, mis egoísmos… ¡pongo tantas veces freno al amor de Dios en mi vida! ¿Por que cuesta tanto abrirse al amor de Dios y comprender que sin su amor yo no viviría, no existiría? ¿por qué cuesta tanto abrir la puertas del corazón a ese Dios que nos ama, que busca nuestra mirada, que quiere ser invitado para entrar en lo más profundo del alma?
El problema es que ni siquiera me siento como aquel centurión del Evangelio, consciente de quien tenía delante y consciente también de su pequeñez pero con una fe grande, que le dijo al Señor aquello tan impresionante del «no soy digno de que entres en mi casa». Al contrario, yo pienso que sí, que lo soy, cuando en realidad estoy repleto de miseria e iniquidad.
En este día lo único que le pido al Señor es que no cese de llamar constantemente a la puerta de mi corazón, porque quiero invitarle a entrar. Está en su derecho. Es su hogar. Por el bautismo soy templo del Espíritu Santo, es decir, morada de Dios. Pero le pido también que no llame a la puerta única y exclusivamente porque tiene derecho entrar sino porque yo necesito que entre pues soy pequeño, pecador, frágil y débil y necesito de su perdón, de su amor y de su misericordia. Anhelo ser testigo de su esperanza y de esa misma generosidad que le llevó a mirar misericordiosamente a Zaqueo, invitarle a bajar del árbol para invitarse a cenar con él en su hogar.
Sí, Dios no excluye a nadie. Dios no se deja condicionar por nuestros prejuicios tan humanos y mundanos. Al contrario, quiere morar en el corazón del ser humano porque ve en cada persona un alma que tiene necesidad de ser salvada, y se siente profundamente atraído por aquellas almas que considera perdidas y las que, además, lo consideran de sí mismas.
Como cada día Cristo me muestra la grandeza de su misericordia y me da la oportunidad de renovarme interiormente, te recomenzar, te buscar una conversión auténtica, de convertirme con el corazón abierto y de abrirle, humildemente, de par en par las puertas de mi pobre y sencillo corazón.

¡Señor, hazme pequeño porque es la manera de comprobar que Tú eres lo más grande! ¡Quiero, buen Jesús, abrirte las puertas de mi corazón y disfrutar de tu compañía porque cuando tú entras en él me das mucha paz, mucha serenidad, mucho sosiego y mucho amor pero sobre todo me traes la salvación que es el gran tesoro que puedo recibir del Padre a través de Ti! ¡Deseo, Señor, que mi corazón se convierta en tu morada permanente para que me traigas el alimento y la salud que mi corazón necesita! ¡Señor, tocas tantas veces las puertas en mi corazón y yo hago oídos sordos que no te quiero dejar fuera; necesito que transformes mi vida y me llenes de amor, de tu bondad, tu misericordia y de tu generosidad; ven Señor Jesús! ¡Señor, me invitas a abrir la puerta de mi corazón a la misericordia del Padre; tu y yo sabemos que las puertas siempre se abren hacia afuera porque si las abro hacia dentro solamente quedan mi egoísmo, mi soberbia, todas aquellas cosas que me separan de ti; permite que se abra la puerta hacia fuera para poder recibir tu amor en mi propia pequeñez y miseria pero abrirlas también para darte todo lo que tengo de bueno a los demás y convertirme también es portador de misericordia con el corazón abierto y las manos entregadas al bien! ¡Señor, concédeme también ser grande en lo que yo que soy pequeñito y pequeño en aquello que soy grande! No pases de largo cuando estés cerca de mi, Señor, porque bien sabes que son constantes los tropiezos y muchos los obstáculos que tengo que superar para llegarme hasta tu encuentro!
¿Cómo podré estar triste? cantamos hoy con la soprano Kathleen Battle:

martes, 21 de marzo de 2017

Compromiso y amor

orar con el corazon abierto
Hay una frase del Evangelio que me impresiona mucho: «Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den alegría a vuestro Padre que está en el cielo». ¿Qué se puede decir ante esto? Compromiso. Así le comprendieron y pusieron en práctica los apóstoles y los primeros cristianos y tantos miles de cristianos a lo largo de la historia que dieron su vida, entregaron todo lo que tenían, para dejar testimonio vivo de la grandeza y el valor definitivo de este Reino que todos anhelamos: el Reino de Cristo. Lo hacemos porque sabemos que Jesús es el camino, la verdad y la vida y que, además, Él es la resurrección y la vida. Pronto experimentaremos esta realidad.
En el testimonio está la verdad. La forma de conseguirlo. Sencilla pero complicada a la vez: repartir el pan con el necesitado; dar de hospedar al desamparado; vestir al desnudo... das a los demás y te salvas tu mismo y con eso conseguimos que la luz brille en mis tinieblas, mi oscuridad se vuelva mediodía y el Señor me responda: «Aquí estoy». El camino continua con la humildad y la fidelidad cristianas, valerse también de la fuerza que nos da ese Cristo crucificado y resucitado, y la fuerza iluminadora del Espíritu Santo.
Cada día me doy mas cuenta de la enorme responsabilidad que tengo como cristiano. Debo testimoniar a Cristo como sal de la tierra y luz del mundo. Salirme de mi mismo, de mis comodidades, para llevar la sal y la luz del Evangelio allí donde haya un corazón abierto a la escucha, un hermano necesitado, alguien que busca, especialmente en este tiempo en que gran parte de la sociedad pretende vivir al margen del Señor que lo ha creado, lo renueva, lo sostiene y le ama.
Pero ante todo debo ser consciente de la forma de testimoniar esa verdad tan maravillosa, frente a esta manera de evangelización que podríamos llamar la «actitud del soldado». No se trata de ir con la espada de la imposición, con el arnés de la fuerza. El Evangelio se impone por la convicción y el testimonio de las buenas obras. Es la única manera de que el mensaje de Cristo llegue al corazón de cualquier persona. La fe no se puede imponer nunca. La fe tenemos que proponerla siempre. Y no lo lograré por muchas rimbombantes palabras que emplee o por muy grandes que sean las manifestaciones que realice. La fe la transmitiré por mi auténtico comportamiento como cristiano, que es abrir el corazón, extender las manos y dar amor humilde y misericordioso.

¡Jesús, amigo, te pido hoy que me des la luz verdadera para iluminar a todos aquellos hombres que no te conocen, que ilumines también mi fe para llevarla a los demás! ¡Te pido, Señor, que sazones mi vida cristiana pues es la única manera de llevar a cabo de manera eficaz el encargo que tu me haces de iluminar el mundo y sazonar la tierra del entorno humano que me rodea! ¡Ayúdame a ser testimonio que comunique, transmita y contagie aquello que vivo desde mi sencillez! ¡Concédeme la gracia, Señor, iluminado por el Espíritu Santo de vivir tu estilo de vida y que me identifique siempre con tu proyecto de paz, amor, verdad y misericordia! ¡Señor, me llamas desde mi fragilidad y pequeñez a ser una pequeña luz en medio de este mundo que vive en la desorientación, pero que busca la verdad y necesita encontrarte; ayúdame a dar sentido a la vida de tantos! ¡Cuenta conmigo, Señor, para que tu Palabra llegue a cualquier rincón del mundo! ¡Cuenta conmigo para llevar la buena noticia a los que me rodean! ¡Pones, Señor, tu mirada en mi y me pides que sea luz y sal para dar sentido a la vida; para demostrar que la vida merece ser vivida desde tu verdad! ¡Envía tu Espíritu, Señor, sobre mi para que sea testimonio auténtico de esta verdad! ¡Para ello, Señor, necesito un corazón sencillo, humilde, pobre, firme y esperanzado, capaz de buscar siempre la verdad y aceptar tu voluntad y hacerla parte de mi vida! ¡Necesito, Señor, un corazón compasivo, misericordioso, que acoja y que viva en la verdad y la transparencia! ¡Dámelo, Señor, para que mi camino siempre difícil, sienta el aliento de tu Espíritu y me haga ver más allá de las experiencias de la vida!
Del maestro Ralph Vaughan Williams escuchamos hoy su responsorio para el Jueves Santo O vos omnes, en nuestro camino cuaresmal musical hacia la Pascua:

lunes, 20 de marzo de 2017

La fe que sostiene

orar con el corazon abierto¡Como me ha sostenido la fe tantas veces a lo largo de mi vida! ¡Como me ayudado la fe a llevar también la razón! ¡Por eso le pido a Dios cada día el don de la fe iluminada por el Espíritu Santo!

La fe es ese don que Dios otorga para que la razón no se vea oscurecida por esos obstáculos humanos —morales, culturales, ambientales, personales...— que imposibilitan su desarrollo. La fe es el perfecto complemento de la razón.
Mi fe me permite ver que Dios está detrás de todo cuanto acontece. Es como saber que el sol se encuentra detrás de las espesas nubes oscuras de una tormenta.
Creer es un acto auténticamente humano, es lo más fundamental de la vida, porque es lo único que da respuesta a las verdades que se nos plantean. Un agnóstico me decía hace unos días qué sería de él después de la muerte. Entre las dudas de su vida en cierta manera ya había una incertidumbre porque el alma humana, de manera inconsciente, plantea cuestiones de fe y esas ascienden de forma natural hacia Dios porque contra la naturaleza es imposible actuar.
Yo le pido de manera incansable a Dios la gracia de la fe, lo hago sin descanso porque sé que Dios sale al encuentro de aquel que busca denodadamente, con sinceridad y humildad. Dios es tan bueno, generoso y misericordioso que no rechaza nunca nadie, especialmente aquel que le busca para acercarse a su amor.
Los cristianos tenemos una muleta sensacional. Es el Espíritu Santo. Y para creer podemos recurrir siempre a Él que es el auxilio ante la necesidad y en el periodo de búsqueda para alcanzar ese don sobrenatural de Dios que es la fe. Y aunque la fe ilumina siempre la oscuridad y las tinieblas no hace desaparecer la noche oscura del espíritu. Pero sí que ilumina de manera constante la Verdad. Y es, a través de esa verdad, como conocemos mejor nuestra realidad, la verdad revelada, la adhesión al Padre, la opción por nuestras creencias, y nos permite elegir libremente donde queremos ir.
Y en esa libertad nos permite entregarnos enteramente a Dios, ofrecerle con las manos y el corazón abierto todo nuestro entendimiento y nuestra voluntad.
La fe aviva nuestra esperanza, nuestra confianza, nuestros obrares rectos, vivifica nuestro ser, hace que brote en el corazón la alegría, la esperanza, el optimismo, la verdad, las buenas obras...
Y ahora que se acerca el tiempo de la Pascua con más firmeza creo porque veo lo que Dios ha hecho en mí a través de su Hijo. Creo porque la fe es ese gran regalo que Dios me ha dado y quiero custodiarla cada día como el mejor tesoro que hay en mi corazón.

Hoy la oración que habitualmente acompaña la meditación no es mía. Es una oración pronunciada por el Papa Pablo VI en el año 1968 Durante una audiencia general; es una oración tan hermosa para pedir la fe que quiero compartirla con todos los lectores de esta página:
Señor, yo creo, yo quiero creer en Ti.

Señor, haz que mi fe sea pura, sin reservas, y que penetre en mi pensamiento, en mi modo de juzgar las cosas divinas y las cosas humanas.
Señor, haz que mi fe sea libre, es decir, que cuente con la aportación personal de mi opción, que acepte las renuncias y los riesgos que comporta y que exprese el culmen decisivo de mi personalidad: creo en Ti, Señor.
Señor, haz que mi fe sea cierta: cierta por una congruencia exterior de pruebas y por un testimonio interior del Espíritu Santo, cierta por su luz confortadora, por su conclusión pacificadora, por su con naturalidad sosegante.
Señor, haz que mi fe sea fuerte, que no tema las contrariedades de los múltiples problemas que llena nuestra vida crepuscular, que no tema las adversidades de quien la discute, la impugna, la rechaza, la niega, sino que se robustezca en la prueba íntima de tu Verdad, se entrene en el roce de la crítica, se corrobore en la afirmación continua superando las dificultades dialécticas y espirituales entre las cuales se desenvuelve nuestra existencia temporal.
Señor, haz que mi fe sea gozosa y dé paz y alegría a mi espíritu, y lo capacite para la oración con Dios y para la conversación con los hombres, de manera que irradie en el coloquio sagrado y profano la bienaventuranza original de su afortunada posesión.
Señor, haz que mi fe sea activa y dé a la caridad las razones de su expansión moral de modo que sea verdadera amistad contigo y sea tuya en las obras, en los sufrimientos, en la espera de la revelación final, que sea una continua búsqueda, un testimonio continuo, una continua esperanza.
Señor, haz que mi fe sea humilde y no presuma de fundarse sobre la experiencia de mi pensamiento y de mi sentimiento, sino que se rinda al testimonio del Espíritu Santo, y no tenga otra garantía mejor que la docilidad a la autoridad del Magisterio de la Santa Iglesia. Amén.

Del gran maestro británico de música coral William Mathias escuchamos su obra cuaresmal Lift up your heads, o ye gates, op 42 n.º 2, basado en las palabras del Salmo 24:


martes, 8 de noviembre de 2016

Oración sencilla ante el Crucifijo de san Damián

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San Francisco de Asís, un santo al que me siento muy unido por diferentes circunstancias de mi vida y, de hecho, una de sus oraciones es el corazón de esta página de meditaciones.
Su ejemplo y el de muchos franciscanos me inspiran en mi vida personal y en mi vida de oración. En la vida de san Francisco la oración y la meditación son dos pilares esenciales. Son el secreto íntimo de su ser. Todo en san Francisco es espíritu de oración, alabanza y devoción, y amor ferviente y abandonado a Dios y a los que le rodeaban. A excepción de la Oración ante el Crucifijo de san Damián y la Carta a toda la orden, todas las demás oraciones de san Francisco rezuman el perfume de la alabanza, de la acción de gracias, de la caridad, de la fe, de la esperanza y la devoción. Orar para darse a Dios. Orar para entregar por completo su alma a Dios. Orar para vaciarse de sí y, en la humildad, llenarse del Señor. Orar para dominar su voluntad y llenarse de Dios.
La breve Oración ante el Crucifijo de san Damián me llena de emoción cada vez que la pronuncio. Escrita en tiempo de lucha interior es profundamente conmovedora porque es una oración de conversión.

Sumo, glorioso Dios,

ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta,
esperanza cierta y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla
tu santo y verdadero mandamiento.

El joven Francisco encuentra la felicidad en el autoconocimiento de si mismo. Y desde este profundizar en si mismo siente que debe cambiar su vida. En el horizonte de su vida brilla la perspectiva de la eternidad. Todo encuentro con Dios y, en el caso de san Francisco, también con los más pobres de los pobres, los leprosos, percibe nuevos valores que transforman su ser. Caridad y amor, misericordia y servicio. Y en esa búsqueda anhelante entra en la iglesia de san Damián, casi destruida. Solo, guiado únicamente por la fuerza del Espíritu Santo, se postra de rodillas ante lo único que se mantiene en pie: un crucifijo de madera. Y allí ora, y ora y ora. Al salir, su corazón se ha transformado para siempre. ¿Por qué no me ocurre a mí cuando rezo ante el Cristo crucificado? ¿Qué debe cambiar en mi corazón para experimentar un sentimiento tan profundo?
Francisco escuchara de aquel Cristo suspendido en el madero, con los brazos extendidos para acoger el corazón del hombre, esta frase: «Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba? Anda, pues, y repárala». Y Francisco obedece. Nuestra casa es también nuestro corazón. Mira la imagen que acompaña esta meditación. Es en si misma una escuela de oración, especialmente en momentos en que nuestra vida está pasando por momentos de debilidad, de dolor, de sufrimiento, de turbación o de perplejidad. En ese momento en que debemos afrontar un problema y no sabemos cómo solventarlo o en el momento de tomar una decisión fundamental en nuestra vida. Con la mirada atenta en el crucifijo hay que dejarse amar por el Cristo que dirige su mirada llena de amor y acoger en lo más íntimo de nuestro corazón el mandamiento que nos transmite desde la Cruz. Y, en el silencio de la oración, contemplando la cruz, comenzar a recitar la oración para hacerse uno con Cristo, uno en Cristo, imagen de su imagen:

Sumo, glorioso Dios...
¡Es que tu lo eres, Dios mío, glorioso, altísimo y sumo, grande y ominipotente, santísimo y eterno! ¡Porque quien está en la Cruz eres tu, Dios mío! ¡Eres el Dios que está en todos los lugares del mundo, donde hay riqueza y pobreza, alegría y tristeza, caridad y amor, guerra y paz! ¡Eres el Dios sencillo que nació en Belén, el Dios humilde que transforma el pan y el vino en su cuerpo y su sangre para nuestra redención, el Dios generoso que entrega su vida y muere en la Cruz! ¡Eres el Dios de las pequeñas y las grandes cosas! ¡Eres el Dios amor! ¡El que todo lo puede y todo lo acoge! ¡Eres el Dios que ama a las criaturas que ha creado y que envuelto en la majestad del cielo nos da la libertad para peregrinar hasta el vida eterna! ¡Eres el Dios Altísimo que obra milagros! ¡Eres el Dios de la Pasión, el Dios de la Resurrección y la Vida, el Dios que resplandece en nuestros corazones y que nos da la paz, el Dios que nos inspira con la fuerza del Espíritu, el Dios que acoge los sufrimientos del hombre y los hace suyos! ¡Gracias, Sumo y Glorioso Dios por la vida que me das!
Ilumina las tinieblas de mi corazón
¡Dios mío, mi vida no es fácil y lo sabes! ¡Tengo caídas, y dudas, y problemas, y oscuridad! ¡Pero tu estás ahí, Dios mío, para darme la luz, para convertir las tinieblas de mi corazón en un lugar de luz y brillo! ¡Transforma mi corazón, Señor! ¡Transfórmalo para que nada me endurezca el corazón, para que la amargura no me invada en los momentos de dificultad, que la dulzura se impregne en mi ser, para transpirar alegría y felicidad, para ser capaz de dar amor como tú lo das! ¡Solo Tú puedes iluminar mi vida, Señor! ¡Sólo Tú puedes transformar mi corazón y darle la luz que me permita caminar! ¡Lléname de Ti, Señor, e ilumina las tinieblas de mi corazón!
Dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta
¡Señor, quiero llenarme completamente de Ti! ¡Quiero ser otro Cristo, un alter christuspara Ti y para los demás! ¡Quiero desprenderme de mi yo, de mi soberbia, de mi egoísmo, de mis seguridades, de mi incapacidad de amar, de mi falta de servicio, de mi poca autenticidad! ¡Quiero entregarme como te entregaste Tú! ¡Quiero fundamentar mi vida cristiana en los tres pilares de la fe, esperanza y caridad! ¡Dame una fe recta, Señor, una fe firme, una fe auténtica, una fe cierta que no admita la duda! ¡Dame, Señor, la fe de Tu Madre, la fe de Abraham, la fe de san Pablo, la fe de Pedro, la fe de san Mateo…! ¡Señor, dame mucha esperanza para creer en Ti, para entregar mi vida, para dar respuesta a tu llamada, para ser auténticamente yo contigo! ¡Dame la esperanza de creer en Ti y de creer esperando contra toda esperanza! ¡Ayúdame a ser caritativo, dar amor y perfeccionarme en el amor! ¡Ayúdame a darme en la entrega a los demás, en la caridad perfecta! ¡Ayúdame a servir contigo a mi lado porque es la única manera de servir de corazón!
Sentido y conocimiento, Señor
¡Señor, dame el conocimiento y la capacidad para comprender! ¡Dame la virtud de la sensibilidad para amar, acoger, escuchar, abrazar…! ¡Dame el conocimiento para comprender tu Palabra, tus Mandamientos, tus enseñanzas y tu ejemplo! ¡Ayúdame a sentir en la oración aquello que quieres para mí y lo que esperas de mí! ¡Hazme receptivo a tu llamada, que no me haga el sordo cuando Tú me dejas claro cuáles son tus planes! ¡Solo contigo, Señor, seré capaz de conocer lo que viene de Ti!
Para que cumpla tu santo y verdadero mandamiento
¡Señor, no soy nada sin Ti! ¡Nada soy, Señor, porque soy pequeño! ¡Pero como soy fruto de tu amor y tu creación que mi vida se ajuste a tus mandatos, Señor! ¡Señor, ayúdame a caminar por esta vida cumpliendo tus mandamientos y no permitas que viaje con las alforjas llenas de mi egoísmo y de mi única voluntad! ¡Que todo lo espere de Ti, Señor! ¡Que se haga en mi vida tu voluntad, Señor! ¡Que mi corazón guarde tus mandamientos, Señor! ¡Quiero contar con tu protección, con tu guía y con tu bendición, Señor! ¡Quiero someterme a tu autoridad, Señor, y sujetarme a tu santa Voluntad porque en la obediencia está el amor!
Oramos cantando la oración de san Francisco: