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jueves, 18 de enero de 2018

Cuestionarte las propias experiencias

otoño¿Por qué las hojas cambian de color en el otoño?, me pregunto mi a veces. Vivimos de preguntas y respuestas. A medida que los días se hacen más cortos la ausencia de luz provoca que los arboles tiñan sus hojas de tonalidades rojizas, marrones y amarillas. Así, su pigmentación cambia logrando que el otoño tenga su particular color.
Desde joven me ha gustado pisar en otoño las hojas caídas en el suelo. Especialmente cuando hago excursiones por la montaña disfruto con el crepitante sonido de esas hojas que forman una alfombra multicolor en los senderos del campo.
Las personas nos hacemos muchas preguntas a lo largo de la vida pero pocas veces nos preguntamos en qué ha cambiado nuestra vida. Por otro lado, preguntas que a algunos les resultan apasionantes otros ni siquiera se las plantean. Lo interesante es la posibilidad de compartir experiencias, conocimientos y descubrimientos. El compartir experiencias es uno de los aspectos más enriquecedores de la vida. Por eso resulta tan importante vivir en comunidad porque la vida junto a otros te hace cuestionarte muchas cosas.
Personalmente, como cristiano me han enriquecido enormemente los testimonios de personas que han abierto su corazón o los textos de hombres y mujeres que han dejado su impronta de santidad o, simplemente, reflejan en sus libros cuestiones que te permiten plantearte tu propia realidad. Pero, sobre todo, lo que más me enriquece y me estimula es observar la misericordia y el amor de Dios en la vida del prójimo, como el Padre creador trabaja de manera constante en la vida de tantas personas a mi alrededor.
Esto es lo que da sentido auténtico a la iglesia, a la que con sus defectos y sus virtudes, tan unido me siento, esa comunidad de individuos imperfectos —entre los que yo me encuentro— que peregrinan por este mundo junto a Jesucristo, que tratan de mejorar cada día a su lado, que de Él aprenden a vivir en santidad pero que también crecen gracias al encuentro con el otro.
En el seno de la Iglesia te puedes plantear una multitud de preguntas y puedes utilizar cada una de las respuestas para crecer humana y espiritualmente para ser sal de la tierra y luz del mundo y para que, unidos entre sí en una sola fe, una sola vida sacramental, una única esperanza común y en la misma caridad bajo la guía imperecedera del Espíritu Santo, transformar el mundo, el propio y el de los demás. ¡Gracias, Padre, por tu Iglesia santa de la que eres su santísimo autor!
¡Padre, te doy gracias y te glorifico porque nos amas profundamente y nos has convertido a todos en tus hijos adoptivos! ¡Eso, Padre, nos obliga a amarnos unos a otros, especialmente a los enemigos, sabedores que amando a los demás te amamos profundamente a Ti! ¡Padre, Tu eres fuente de vida y de amor, ayudarme a ser siempre generoso con los demás y ser testimonio en mi comunidad! ¡Espíritu Santo, te misericordia de tu Santa Iglesia y por tu gran poder celestial hazla firme ante los embates de sus enemigos, sean interiores o exteriores! ¡Llénanos a todos los que la formamos de luz y de amor y ayudarnos a enfrentarnos a todos lo que se oponga a las enseñanzas de Jesús! ¡Ayúdanos a ser testimonio de vida, de fe y de esperanza en todos los momentos de nuestra vida! ¡Mira con bondad a todos los que la integramos, fortalece nuestra fe y llena nuestro corazón de esperanza cierta! ¡Gracias, Señor, porque nos has llamado a ser miembros vivos de tu Santa Iglesia, que tu Espíritu nos haga siempre ejemplos de la verdad!
Pan transformado, cantamos hoy ensalzando a nuestra Iglesia católica:

lunes, 21 de noviembre de 2016

viernes, 21 de octubre de 2016

Amar a la Iglesia

imageEn un encuentro informal, en el receso de un seminario, con gentes de pensamientos muy diversos se inicia una conversación en el que el tema central es la crítica mordaz a la Iglesia. Trato de defenderla con datos objetivos pero la vehemencia de los comentarios respira tanta animadversión que prefiero callar y mientras critican rezar en silencio.
Yo amo a la Iglesia. Es mi casa. Es la obra culmen de Jesucristo. Su gran obra maestra. La que le permite su perpetuación en este mundo. Es el gran milagro que nos han dejado Jesucristo y sorprende que haya podido formar, educar y sostener a tantos millones de personas a lo largo de la historia. Pero es así por el soplo del Espíritu. Impresiona que fuera comenzada por doce rudos pescadores y gentes sin apenas formación y sin ningún estatus social ni político. Pero hace tanto bien, ha dejado tanta bondad a lo largo de la historia, que todas las fuerzas del mal luchan contra Ella desde tiempos inmemoriales pero la fuerza del Espíritu Santo hace y hará que viva, crezca, prospere y se mantenga. La Iglesia, fortalecida por el soplo del Espíritu, logra desafiar a la maldad del hombre.
Me siento muy feliz de pertenecer a ella, es un gran regalo que Dios me ha hecho. Junto con la vida, uno de los más grandes. Y por eso la amo, porque es un obsequio personal de Dios. Y me siento orgulloso de tener como hermanos a los Patriarcas, a los Profetas, a los Apóstoles, a los Mártires, a los Confesores, a los sacerdotes, a las Vírgenes y a todos los Santos.
Amo profundamente a la iglesia y mi deber es servirla como Ella quiere ser servida, desde la pequeñez de mi santidad cotidiana, gozando de sus dolores y sus alegrías, siendo responsable en mi apostolado, orando por ella, ofreciéndole mis pequeñas mortificaciones, cumpliendo con amor y por amor las labores que me corresponden cada día, trabajando por Ella con alegría y, sobre todo, testimoniando con mi vida que soy un hijo fiel. Tal vez con esto pueda ser testimonio ante aquellos que la critican… El problema es que no siempre los demás pueden ver en mi el hijo ejemplar de esta Madre Santa.
¡Dios Padre de Bondad, te pido por tu Santa Iglesia Católica para que la llenes cada día con la fuerza de la gracia de tu Espíritu; donde haya mancha de pecado por nuestros errores humanos, nuestro egoísmo y nuestra falta de verdad, purifícala; dirígela para que no caiga en el error; reformarla cuando veas que se extravía de la verdad; consérvala para que haga el bien a las almas de este mundo tan necesitadas de ti; provéela de todo aquello que necesite; únela con los lazos del amor cuando veas que haya divisiones entre las personas y entre las iglesias cristianas; hazlo por amor de Jesucristo, tu Hijo, que murió y resucitó, y vive siempre para interceder por nosotros! ¡Espíritu Santo, ten misericordia de tu Iglesia y fortalécela ante los ataques de los enemigos exteriores e interiores! ¡Virgen María, Tu que contemplas como la Fe Católica trata de ser derribada de este el mundo por el Príncipe del Mal intercede y ayúdanos a mantenernos firmes en el Señor! ¡Danos familias santas para que surjan santas vocaciones!
«El Espíritu de Dios está en este lugar» cantamos para que el soplo de Dios nos fortalezca y nos haga fieles a su Iglesia :

viernes, 14 de octubre de 2016

13 de octubre: 99 años del Milagro del Sol realizado en Fátima

Nuestra Señora había anunciado: “En octubre haré el milagro para que todos crean”


Nuestra Señora se apareció resplandeciente a los pastorcitos de Fátima por primera vez el 13 de mayo de 1917.

Las apariciones continuaron los meses sucesivos, siempre el día 13, hasta el mes de octubre del mismo año.

Lucía, Francisco y Jacinta era los tres pastorcitos que estaban jugando en un lugar llamado Cova da Iria, en Portugal. De repente, vieron dos destellos como de relámpagos y enseguida vieron, sobre la copa de un árbol llamado encina, a una señora de belleza incomparable.

Era una “señora vestida de blanco, más brillante que el sol, irradiando luz más clara e intensa que una copa de cristal llena de agua cristalina, atravesada por rayos del sol más ardiente”.

Su rostro, indescriptiblemente bello, no era ni alegre ni triste, sino seria, con un aire de suave alerta. Las manos juntas, como rezando, apoyadas sobre el pecho, y orientadas hacia arriba. De su mano derecha pendía un rosario.

Los vestidos parecían hechos solamente de luz. La túnica y el manto eran blancos con bordes dorados, que cubría la cabeza de la Virgen María y le bajaba a los pies.

Lucía jamás logró describir perfectamente los trazos de esa fisionomía tan brillante. Con voz maternal y suave, Nuestra Señora tranquilizó a los tres niños, diciendo:

“No tengan miedo. Yo no les haré mal. He venido para pedir que vengan aquí seis meses seguidos, siempre el día 13, a esta misma hora. Después les diré quién soy y qué quiero. A continuación, volveré aquí una séptima vez”.

Al pronunciar estas palabras, Nuestra Señora abrió las manos, y de ellas salió una intensa luz. Los pastorcitos sintieron un impulso que los hizo caer de rodillas y rezaron en silencio la oración que el ángel les había enseñado:

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su santísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de María, te pido la conversión de los pobres pecadores”.

Pasados unos instantes, Nuestra Señora añadió:

“Recen el Rosario todos los días, para que alcancen la paz para el mundo y el fin de la guerra”.



En la aparición del día 13 de septiembre, Nuestra Señora anunció a los tres pastorcitos de Fátima:

“En octubre haré el milagro, para que todos crean”.

Pues bien. El 13 de octubre de 1917, 70.000 personas, incluyendo periodistas, fueron testigos del milagro que había sido anunciado por los tres niños a quien Nuestra Señora se había aparecido.

Al mediodía, tras una fuerte lluvia que paró de repente, las nubes se abrieron frente a los ojos de todos y el sol apareció en el cielo como un disco luminoso opaco, que giraba en espiral y emitía luces coloridas.

El fenómeno duró alrededor de 10 minutos y está en la lista oficial de milagros reconocidos por el Vaticano.

Los escépticos intentan atribuir el evento al fenómeno atmosférico del parhelio, pero sin presentar pruebas y sin explicar cómo fue que los niños lo “previeron”.


El “Milagro del Sol”, como fue conocido ese impresionante evento sobrenatural testimoniado por 70.000 personas, transformó lo que era una mera “revelación privada” en un auténtico llamamiento de Cristo a su Iglesia.

No sólo el contenido del mensaje de Fátima se refería a la Iglesia del mundo entero sino que su propia evidencia se dio públicamente, de manera extraordinaria: el día 13 de octubre de 1917, “el sol bailó” frente a más de 70.000 hombres y mujeres, pobres y ricos, sabios e ignorantes, creyentes y no creyentes.

Conforme el testimonio de José María de Almeida Garrett, eminente profesor de ciencias de Coimbra, lo que sucedió ese día fue que el sol “giró sobre sí mismo en una loca voltereta (…) Hubo también cambios de color en la atmósfera (…) El sol, al girar locamente, parecía de repente que se soltaba del firmamento y, rojo como la sangre, avanzaba amenazadoramente sobre la tierra como si fuera a aplastarnos con su peso enorme y abrasador (…) Tengo que declarar que nunca, ni antes ni después del 13 de octubre, observé semejante fenómeno solar o atmosférico”.

El significado

Para el pueblo más sencillo, el milagro se resume en pocas palabras. Simplemente, “el sol bailó”.

Más que describir físicamente el fenómeno, lo que interesaba a la mayoría de las personas era lo que no se podía ver, pero que quedaba patente por aquella portentosa obra que ellos tenían frente a sus ojos: Nuestra Señora verdaderamente se apareció a tres humildes pastorcitos en Fátima.

A Lucía, Jacinta y Francisco, de hecho, fue dada una amplia visión de la realidad: la Virgen María, “al abrir sus manos, las reflejó en el sol”. Y mientras se elevaba, seguía el reflejo de su propia luz proyectándose en el sol (…). Una vez desaparecida, Nuestra Señora, en la inmensa distancia del firmamento, vimos, al lado del sol, a san José con el Niño y a Nuestra Señora vestida de blanco, con un manto azul”, declararon.

En la última aparición de la Virgen de Fátima, por lo tanto, brilla frente a los videntes la imagen de la Sagrada Familia de Nazaret.

Ese hecho puede indicar que “la confrontación final entre el Señor y el reino de Satanás se relacionará directamente con la familia y el matrimonio”.

Cuando el camino ordinario de santificación de la humanidad, que es el matrimonio, se encuentra obstruido por la producción desenfrenada de pornografíaa y por la popularización de los “pecados de la carne” (que, según la respuesta de la propia Virgen María a la pequeña Jacinta, constituyen la clase de pecados que más ofende a Dios), el resultado sólo puede ser una pérdida incalculable de almas (realidad a la que la Madre de Dios ya había aludido, cuando dio a los niños la visión del infierno).

Aquel 13 de octubre, la Santísima Virgen tenía un pedido especial, que quedaría grabado en el corazón de los pastorcitos.

“No ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido”.

A los observadores mundanos, ese recado podría parecer “arcaico” o “poco realista”: ¿un “espíritu” que viene de los cielos para hablar de “pecado”? ¿En qué siglo la autora de esas apariciones piensa que estamos?

Pues bien, es justamente en el siglo XX que Nuestra Señora aparece, y es el mismo mensaje de dos mil años atrás que ella carga consigo: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5).

Los tiempos cambian, sí, pero el ser humano sigue siendo el mismo. Y los peligros que rondaban a la humanidad en la época de Cristo no cambiaron. Para ser católico y seguir a Jesús, nada más elemental que el llamamiento de Fátima: “No ofendan más a Dios Nuestro Señor”.

El Milagro del Sol no sólo confirmó las apariciones de María en Fátima: también tiene como objetivo realizar un milagro mucho mayor y más extraordinario que cualquier otro: la salvación de las almas, la conversión de los pecadores; “para que todos crean” en Jesús y, al creer, tengan vida eterna.

martes, 9 de agosto de 2016

¿Sabías que la Iglesia católica está constituida por 24 Iglesias autónomas?

¡Es así! La Iglesia Católica no se limita al rito romano: es una gran comunión de 24 Iglesias, 1 occidental y 23 orientales


¿Sabías que la Iglesia Católica está actualmente constituida por 24 Iglesias autónomas “sui iuris”?

¡Es así! La Iglesia Católica no se limita al rito romano. Es una gran comunión de 24 Iglesias, siendo 1 occidental y 23 orientales.

La rama occidental está representada por la tradición latina de la Iglesia Católica Apostólica Romana. Es llamada “occidental” debido a la localización geográfica de Roma, y no porque su presencia se restrinja a países de Occidente: en realidad, la Iglesia Católica de rito romano está presente en el mundo entero y tiene diócesis en todos los continentes, de Portugal a Japón, de Brasil a Rusia, de Angola a China, de Canadá a Nueva Zelanda.

Las Iglesias católicas orientales también tienen fieles diseminados por el mundo, pero, por razones históricas, están más fuertemente presentes en los lugares donde surgieron. Poseen tradiciones culturales, teológicas y litúrgicas diferentes, así como estructura y organización territorial propias, pero profesan la misma e única doctrina y fe católica, manteniéndose, por tanto, en comunión completa entre si y con la Santa Sede.

Todas las 24 Iglesias que componen la Iglesia Católica son consideradas Iglesias “sui iuris”, o sea, son autónomas para legislar de modo independiente respecto a su rito y su disciplina, pero no respecto de los dogmas, que son universales y comunes a todas ellas y garantizan su unidad de fe – formando, esencialmente, una única Iglesia Católica obediente al Santo Padre, el Papa, que a todas preside en la caridad.

La legislación de cada Iglesia “sui iuris” es estudiada y aprobada por su respectivo sínodo, o sea, por la reunión de sus obispos bajo la presidencia de su arzobispo-mayor o patriarca. Por ejemplo, la Iglesia Melquita está presidida por Su Beatitud el Patriarca Gregorio III; la Iglesia Greco-Católica Ucraniana, por Su Beatitud el Arzobispo-Mayor Sviatoslav Shevchuk. El rebaño de los fieles católicos de rito latino está guiado directamente por el Papa Francisco, obispo de Roma, que es también el líder de toda la gran comunión de la Iglesia Católica en sus diversas tradiciones.

Es muy común incluso ahora, en especial en Occidente, confundir la Iglesia Católica con el rito latino, un error que viene teniendo lugar desde hace siglos y que, a lo largo de la historia, ha causado serios daños a los católicos de ritos orientales. Lo que es preciso entender es que todos los católicos latinos son, obviamente, católicos; mero no todos los católicos son católicos latinos. ¡Y esta es una de las muchísimas riquezas del infinito tesoro de la Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica!

El Concilio Vaticano II reconoció que todos los ritos aprobados por las Iglesias que forman la Iglesia Católica tienen la misma dignidad y derecho y deben ser preservados y promovidos.

Además, si hablamos de los ritos, otra confusión frecuente es la que se produce entre el rito latino y el rito romano: los términos suelen usarse como sinónimos, pero, técnicamente, además del rito romano, también existen otros ritos latinos de ciertas Iglesias locales, como el ambrosiano o el mozárabe, y los de algunas órdenes religiosas, además del rito tridentino (o forma extraordinaria del rito romano). Pero no están vinculados a Iglesias autónomas “sui iuris“, sino que son diferentes ritos dentro de la misma tradición latina de la Iglesia Católica.

Respecto a los ritos orientales, las diferencias tienen más que ver con la diversidad de tradiciones y tiene vínculos históricos entre los ritos y las Iglesias “sui iuris” específicas que los adoptan: son el alejandrino o copto, el bizantino, el antioqueno o siríaco occidental, el caldeo o siríaco oriental, el armenio y el maronita.

Pero ¿cuáles son, en definitiva, las Iglesias “sui iuris” que forman la Iglesia Católica? Aquí la impresionante lista:

DE RITO OCCIDENTAL

Tradición litúrgica latina:

Rito latino de la Iglesia Católica Apostólica Romana (sede en Roma)

DE RITOS ORIENTALES

Tradición litúrgica alejandrina:

Iglesia Católica Copta (patriarcado; sede en El Cairo, Egipto)

Iglesia Católica Etíope (metropolitanado; sede en Addis Abeba, Etiopía)

Iglesia Católica Eritrea (metropolitanado; sede en Asmara, Eritrea)

Tradição litúrgica bizantina:

Iglesia Greco-Católica Melquita (patriarcado; sede en Damasco, Siria)

Iglesia Católica Bizantina Griega (eparquía; sede en Atenas, Grecia)

Iglesia Católica Bizantina Ítalo-Albanesa (eparquía; sede en Sicilia, Italia)

Iglesia Greco-Católica Ucraniana (arzobispado mayor; sede en Kiev, Ucrania)

Iglesia Greco-Católica Bielorrusa (también llamada Católica Bizantina Bielorrusa)

Iglesia Greco-Católica Rusa (sede en Novosibirsk, Rusia)

Iglesia Greco-Católica Búlgara (eparquía; sede en Sofía, Bulgaria)

Iglesia Católica Bizantina Eslovaca (metropolitanado; sede en Prešov, Eslovaquia)

Iglesia Greco-Católica Húngara (metropolitanado; sede en Nyíregyháza, Hungría)

Iglesia Católica Bizantina de Croacia y Serbia (eparquía; sedes en Križevci, Croacia, y Ruski Krstur, Serbia)

Iglesia Greco-Católica Rumana (arzobispado mayor; sede en Blaj, Rumanía)

Iglesia Católica Bizantina Rutena (metropolitanado; sede en Pittsburgh, Estados Unidos)

Iglesia Católica Bizantina Albanesa (eparquía; sede en Fier, Albania)

Iglesia Greco-Católica Macedónica (exarcado o exarquía; sede en Skopje, Macedonia)

Tradición litúrgica armenia:

Iglesia Católica Armenia (patriarcado; sede en Beirut, Líbano)

Tradición litúrgica maronita:

Iglesia Maronita (patriarcado; sede en Bkerke, Líbano)

Tradición litúrgica antioquena o siríaca occidental:

Iglesia Católica Siríaca (patriarcado; sede en Beirut, Líbano)

Iglesia Católica Siro-Malancar (arzobispado mayor; sede en Trivandrum, India)

Tradición litúrgica caldea o siríaca oriental:

Iglesia Católica Caldea (patriarcado; sede en Bagdad, Iraq)

Iglesia Católica Siro-Malabar (arzobispado mayor; sede en Cochín, India)

jueves, 14 de julio de 2016

¿Qué son los carismas y para qué sirven?

Están orientados a la edificación de la Iglesia


Estamos hablando de dones espirituales, no del don natural que tienen muchas personas con carisma para determinadas actividades humanas.

Los cristianos, con frecuencia, no somos conscientes de todo lo que recibimos constante y gratuitamente de Dios. Por ejemplo, en el bautismo y otros Sacramentos todos recibimos algo tan excelente como los “Dones del Espíritu Santo”, de forma ordinaria y permanente.

Estos maravillosos siete dones son:

Temor de Dios: que nos hace vivir en su presencia.
Inteligencia: que nos da a conocer su verdad.
Sabiduría: que nos hace ver el sentido de las cosas.
Prudencia: que nos descubre los caminos rectos.
Justicia: que busca la rectitud en todo.
Valentía: para atreverse a hacer las cosas y realizarlas.
Modestia: que hace respetar a Dios y mantener las cosas en su justo lugar.

¿Qué son los carismas?

Pero, además, algunas personas concretas, reciben carismas. La Iglesia, en el Catecismo n. 799 nos dice: “Extraordinarios o sencillos y humildes, los carismas son gracias del Espíritu Santo, que tienen directa o indirectamente una utilidad eclesial; los carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo”.

Por tanto, los carismas son gracias extraordinarias del Espíritu Santo que permiten actuar en aspectos o circunstancias determinadas.

Los carismas no son requisitos para la salvación personal, no es más santo el que tenga mayores carismas, y no se reciben por el bautismo ni por ningún otro sacramento.

¿Para qué son los carismas?

Dios los concede de forma incomparable dentro de la Iglesia, por los méritos de Cristo, para el bien común, y para la renovación y construcción y utilidad de la Iglesia. En cada carisma el Espíritu revela su presencia con un don que también es un servicio.

El Espíritu Santo los concede a quien él quiere, con lo que lo capacita y dispone para asumir algunas obras y funciones específicas.

En el n. 800 del Catecismo:”…son una maravillosa riqueza de gracia para la vitalidad apostólica y para la santidad de todo el Cuerpo de Cristo. Los carismas constituyen tal riqueza siempre que se trate de dones que provienen verdaderamente del Espíritu Santo y que se ejerzan de modo plenamente conforme a los impulsos auténticos de este mismo Espíritu…”

¿Cómo actúan?

Son gracias que pueden ser desde transitorias a más o menos constantes. El Espíritu Santo los da y los quita según su beneplácito. Por eso se debe discernir cada expresión de apariencia carismática si provienen de Dios, o no.

Los carismas surgen con formas nuevas y diferentes según las necesidades de la Iglesia.

¿Cuáles son los carismas?

Es un empeño inútil tratar de hacer un esquema rígido dentro del cual cupiese toda la infinita dinámica del Espíritu.

Ni en el Catecismo de la Iglesia Católica ni en Lumen Gentium del Concilio Vaticano II hay listados exhaustivos de carismas.

San Pablo enumeró una serie de carismas en 1Co 12, 4-12:

“Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. El Espíritu da a uno la sabiduría para hablar; a otro, la ciencia para enseñar, según el mismo Espíritu; a otro, la fe, también el mismo Espíritu. A este se le da el don de curar, siempre en ese único Espíritu; a aquel, el don de hacer milagros; a uno, el don de profecía; a otro, el don de juzgar sobre el valor de los dones del Espíritu; a este, el don de lenguas; a aquel, el don de interpretarlas. Pero en todo esto, es el mismo y único Espíritu el que actúa, distribuyendo sus dones a cada uno en particular como él quiere. Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo”.

 Teniendo en cuenta que no podemos elaborar un listado completo de carismas, si se han realizado esquemas orientativos:

* Los que se refieren a la instrucción de los fieles: el carisma de apóstol, de profeta, de doctor, de evangelista y de exhortador, la palabra de sabiduría, la palabra de ciencia, el discernimiento de espíritus, el don de lenguas, el don de interpretar las lenguas.

*  Los que tiene que ver con el alivio de los fieles: el carisma de limosna, de la hospitalidad, el don de asistencia, el de la fe, las gracias de curaciones, el poder de milagros.
*  Los relacionados con el gobierno de la comunidad: el carisma de pastor, el de aquel que preside, los dones de ministerio, los dones de gobierno.

* Hay muchos más carismas, como son por ejemplo, el carisma de la vida religiosa, el carisma de la infalibilidad del Sumo Pontífice.

En cualquier caso, la Iglesia, prudentemente establece que “Por esta razón parece siempre necesario el discernimiento de carismas. Ningún carisma dispensa de la referencia y de la sumisión a los pastores de la Iglesia” (n.800 del CIC)

viernes, 24 de junio de 2016

Deja a un lado las prisas y arrodíllate con serenidad

Necesitamos cuidar más las corrientes que me alimentan espiritualmente


Siempre me ha sorprendido el valor que tienen las pequeñas cosas de la vida. Pero muchas veces no las aprovecho. Sé que lo mejor que puedo hacer es disfrutar de esas pequeñas cosas de cada día.

Pero no sé bien por qué me encuentro exigiéndole a la vida lo que no me puede dar. Quejándome de lo que no tengo y deseando lo que no alcanzo.

Me turba la velocidad con la que corren los días y no sé sacarle todo el jugo a los minutos de mi reloj de arena. Las contrariedades. Los cambios de planes. Los imprevistos. Los pequeños fracasos. Y la bendita rutina que no siempre sé vivir con alegría.

A veces imagino un descanso soñado, ideal, en el que poder empezar de nuevo. Creo que seré más feliz en lugares paradisíacos, llenos de lujos y comodidades. Complico la vida queriendo ser más feliz, más pleno, con más paz. Y no sé pasarlo bien con las cosas más sencillas que poseo.

¿Cómo se puede vivir de una forma en la que todo me cause alegría? No lo sé. Me confundo. Debe ser un estilo de vida que no tengo. Mirar con otros ojos el día que se me abre en medio de mi rutina. En medio de las nubes grises percibir la luz del sol. Quiero hacerlo.

Comentaba Ángeles Caso: “Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, en una persona amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada o todo”.

Tal vez yo también quiero vivir de esa forma. Disfrutando la vida. Valorando la vida. No quejándome por lo que no es tal y como yo soñaba. Con la serenidad grabada en el alma.

Decía el padre José Kentenich: “Ya no nos tomamos tiempo para tener una vivencia serena de Dios. No podemos arrodillarnos serenos ante el Dios sereno. Corremos precipitadamente de una idea a otra. Debemos aprender a estar de nuevo serenamente de rodillas ante el Dios sereno”.

Tiempo para descansar. Tiempo para Dios. Y no corriendo por la vida sin tiempo para nada. Dejar de mirar el reloj. Cultivar mi mundo interior.

Saber abandonarme como leía el otro día en medio de las dificultades: “Al renunciar completa y definitivamente a todo control sobre mi vida y mi destino futuro, me liberaba de cualquier responsabilidad. Me liberaba de la angustia y la preocupación, de toda tensión, y podía flotar serenamente, con perfecta paz de espíritu, en la marea de la providencia divina que me sostenía”[1].

Me gustaría tener el alma siempre serena. Saber que mi vida está en manos de Dios y descansar. Dejar de agobiarme por todos los imponderables que no controlo. Querer ser uno más y vivir la vida serenamente sin grandes pretensiones. No siempre lo logro. Pierdo la serenidad y me altero.

En ocasiones queremos que lleguen las vacaciones para tener más serenidad, más tiempo, más paz. Pero no siempre el descanso del verano me ayuda a tener paz interior. No van de la mano. Puedo vivir con ansiedad también en vacaciones. Puedo vivir angustiado en medio del descanso.

Quizás consista en dejar de mirar tanto hacia el exterior para posar la mirada en mi alma. Vaciarme de lo que me llena para que haya más silencio y paz en el pozo de mi vida.

¿Cómo se llena de agua ese interior mío a veces tan seco? ¿Dónde están esas corrientes que me llenan? Tengo que cuidar más las corrientes que me alimentan.

Decía el Padre Kentenich sobre el descanso: “Estoy convencido de que no se descansa no haciendo nada. Nuestras vacaciones no deben consistir en no hacer nada, sino en un sano cambio de actividades. El hombre busca una ocupación creativa. Si observamos el trabajo del niño, su juego, comprobaremos una característica: la tranquilidad. En el juego, el niño trabaja con tranquilidad. Se entrega a un juego concreto como si fuese el único que existiese”.

Cambiar de ocupación y vivirla con tranquilidad, con paz en el alma, centrado en lo que tengo delante.

Quiero optar y elegir bien qué caminos sigo, qué amistades frecuento, qué cosas leo, qué veo, a quién sigo. En mis elecciones se esconde el sentido de mi vida.

Quiero seguir a un Dios sereno, que le dé serenidad al alma. Un Dios en el que descansar. Porque estoy cansado. La vida, los meses, el trabajo, el día a día.

Me alegra ese Dios sereno que me enseña a ver las cosas pequeñas de mi vida y alegrarme con ellas. Esos pequeños detalles que todo lo cambian.

[1] Walter Ciszek, Caminando por valles oscuros



sábado, 18 de junio de 2016

Audiencia Jubilar del Papa Francisco

La conversión es auténtica cuando caemos en la cuenta de las necesidades del prójimo



«Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: «Así esta escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto».(Lc 24, 45-48)

En la Audiencia Jubilar del sábado 18 de junio el Papa Francisco impartió su catequesis a partir del Evangelio de San Lucas que narra una de las apariciones de Jesús a los discípulos, para hablar acerca del contenido fundamental de la predicación que los apóstoles deben ofrecer al mundo, es decir, la conversión y el perdón de los pecados, centrándose, en esta catequesis, en la conversión. A continuación, el texto de la síntesis que pronunció en español: 

Queridos hermanos y hermanas, Jesús se manifestó después de su resurrección varias veces a sus discípulos y les indicó que la predicación se debía centrar en el “perdón de los pecados” y en la “conversión”. Esta última, la conversión, está presente en toda la Sagrada Escritura. Para los profetas, convertirse significa cambiar de rumbo para volver de nuevo a Dios. También Jesús predicó la conversión y lo hacía desde la cercanía con los pecadores y necesitados; de ese modo les manifestaba el amor de Dios. Todos se sentían amados por el Padre a través de él y llamados a cambiar vida.

La auténtica conversión se produce cuando experimentamos en nosotros el amor de Dios y acogemos el don de su misericordia; y un signo claro de que la conversión es auténtica es cuando caemos en la cuenta de las necesidades del prójimo y salimos a su encuentro para ayudarle.
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Que el Señor Jesús nos conceda la gracia de la auténtica conversión de nuestra vida. Si nos abrimos a la misericordia de Dios, encontraremos la verdadera alegría del corazón. Muchas gracias.

miércoles, 15 de junio de 2016

¿Confesarse con un hombre? Yo me confieso con Dios y punto

Contestación a varias dudas que pueden plantearse sobre la confesión


Jesús comunicó el poder de perdonar pecados a sus apóstoles. Jesús confió el ejercicio del poder de absolución solamente a sus apóstoles. Jesús quería que la reconciliación con Dios pasara por el camino de la reconciliación con la Iglesia


¿Confesarse con un hombre?

El otro día, hablando de la confesión alguien me dijo: «¿Cómo se le ocurre que yo me voy a confesar con un pecador como yo? Yo me confieso con Dios y punto. Entro en mi habitación, oro con fervor y Dios me perdona». Le contesté que el asunto no es tan simple. Muchas veces acomodamos la religión a nuestra manera, y así pasa también con la confesión. La confesión no es solamente «pecar, orar y listo». Hay que buscar a un sacerdote. Hacer un gran acto de humildad. Decirle sus pecados. Y luego recibir una corrección fraterna y la absolución del sacerdote de la Iglesia. Eso no lo han inventado los curas. Hay claras indicaciones en la Biblia acerca de la confesión delante de un ministro de la Iglesia.

Queridos hermanos católicos, en esta carta quiero explicarles primero lo que nos enseña la Biblia acerca del perdón de los pecados, y luego voy a contestar algunas dudas acerca de la confesión que algunos hermanos de otra religión nos plantean. Muchos católicos, sin mayor formación religiosa, fácilmente se dejan influenciar por estas inquietudes y sin darse cuenta se les van los grandes tesoros que Jesús confió a su Iglesia. Con esta carta no quiero ofender a nadie, pero lo que me mueve a escribir estas líneas es el amor por la verdad. Ya que solamente «la verdad nos hará libres» (Jn. 8, 32).

¿Qué nos enseña la Biblia acerca del perdón de los pecados?

1. Jesús perdona los pecados.

En el Antiguo Testamento el perdón de los pecados era un derecho solamente de Dios. Ningún profeta y ningún sacerdote del Antiguo Testamento pronunció absolución de pecados. Sólo Dios perdonaba el pecado.
En el Nuevo Testamento, por primera vez, aparece alguien, al lado de Dios Padre, que perdona los pecados: Jesús. El Hijo de Dios dijo de sí mismo: «El Hijo del Hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra» (Mc. 2, 10).
Y en verdad Jesús ejerció su poder divino: «Cuando Jesús vio la fe de aquella gente, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados» (Mc. 2, 5).
Frente a una mujer pecadora Jesús dijo: «Sus pecados, sus numerosos pecados le quedan perdonados, por el mucho amor que mostró» (Lc. 7, 47).
Y en la cruz Jesús se dirigió a un criminal arrepentido: «En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso» (Lc. 23, 43).

2. Jesús comunicó el poder de perdonar pecados a sus apóstoles.

Jesús quiso que todos sus discípulos, tanto en su oración como en su vida y en sus obras, fueran signo e instrumento de perdón. Y pidió a sus discípulos que siempre se perdonaran las ofensas unos a otros (Mt. 18, 15-17).

Sin embargo, Jesús confió el ejercicio del poder de absolución solamente a sus apóstoles. Jesús quería que la reconciliación con Dios pasara por el camino de la reconciliación con la Iglesia. Lo expresó particularmente en las palabras solemnes a Simón Pedro: «A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mat. 16, 19). Esta misma autoridad de «atar» y «desatar» la recibieron después todos los apóstoles (Mt. 18, 18). Las palabras «atar» y «desatar» significan: Aquel a quien excluyen ustedes de su comunión, será excluido de la comunión con Dios. Aquel a quien ustedes reciben de nuevo en su comunión, será también acogido por Dios. Es decir, la reconciliación con Dios pasa inseparablemente por la reconciliación con la Iglesia.
El mismo día de la Resurrección, Jesucristo se apareció a los apóstoles, sopló sobre sus cabezas y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedarán perdonados y a quienes se los retengan, les quedarán retenidos» (Jn. 20, 22-23).
Y en la Iglesia primitiva ya existía el ministerio de la reconciliación como dice el apóstol Pablo: «Todo eso es la obra de Dios, que nos reconcilió con El en Cristo, y que a mí me encargó la obra de la reconciliación» (2 Cor. 5, 18).

3. Los apóstoles comunicaron el poder divino de perdonar pecados a sus sucesores.

Las palabras de Jesucristo sobre el perdón de los pecados no fueron sólo para los Doce apóstoles, sino para pasarlas a todos sus sucesores. Los apóstoles las comunicaron con la imposición de manos. Escribe el apóstol Pablo a su amigo Timoteo: «Te recomiendo que avives el fuego de Dios que está en ti por la imposición de mis manos» (2 Tim. 1, 6).
Los apóstoles estaban conscientes de que Jesucristo tenía una clara intención de proveer el futuro de la Iglesia; estaban convencidos de que Jesús quería una institución que no podía desaparecer con la muerte de los apóstoles. El Maestro les había dicho: «Sepan que Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt. 28, 20), y «las fuerzas del infierno no podrán vencer a la Iglesia» (Mt. 16, 18). Así las promesas de Jesús a Pedro y a los apóstoles, no sólo valen para sus personas, sino también para sus legítimos sucesores.
Como conclusión podemos decir: Cristo confió a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación (Jn. 20, 23; 2 Cor. 5, 18). Los obispos, o sucesores de los apóstoles, y los presbíteros, colaboradores de los obispos, continúan ahora ejerciendo este ministerio. Ellos tienen el poder de perdonar los pecados «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo».

Dudas que plantean otras iglesias acerca de la confesión

1. ¿En qué se basan los católicos para decir que los sacerdotes pueden perdonar los pecados?

La Iglesia Católica lee con atención toda la Biblia y acepta la autoridad divina que Jesús dejó en manos de los Doce apóstoles y sus legítimos sucesores. Esto ya está explicado. El poder divino de perdonar pecados está claramente expresado en lo que hizo y dijo Jesús ante sus apóstoles: El Señor sopló sobre sus cabezas y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; y a quienes se los retengan les quedan retenidos» (Jn. 20, 22-23).
Los apóstoles murieron y, como Cristo quería que ese don llegara a todas las personas de todos los tiempos, les dio ese poder de manera que fuera transmisible, es decir, que ellos pudieran transmitirlo a sus sucesores. Y así los sucesores de los apóstoles, los obispos, lo delegaron a «presbíteros», o sea, a los sacerdotes. Estos tienen hoy el poder que Jesús dio a sus apóstoles: «A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados» y nunca agradeceremos bastante este don de Dios que nos devuelve su gracia y su amistad

2. ¿Para qué decir los pecados a un sacerdote, si Jesús simplemente los perdonaba?

Es verdad que Jesús perdonaba los pecados sin escuchar una confesión. Pero el Maestro divino leía claramente en los corazones de la gente, y sabía perfectamente quiénes estaban dispuestos a recibir el perdón y quiénes no. Jesús no necesitaba esta confesión de los pecados. Ahora bien, como el pecado toca a Dios, a la comunidad y a toda la Iglesia de Cristo, por eso Jesús quería que el camino de la reconciliación pasara por la Iglesia que está representada por sus obispos y sacerdotes. Y como los obispos y sacerdotes no leen en los corazones de los pecadores, es lógico que el pecador tiene que manifestar los pecados. No basta una oración a Dios en el silencio de nuestra intimidad.
Además el hombre está hecho de tal manera que siente la necesidad de decir sus pecados, de confesar sus culpas, aunque llegado el momento le cuesta. El sacerdote debe tener suficiente conocimiento de la situación de culpabilidad y de arrepentimiento del pecador.
Luego el sacerdote, guiado por el espíritu de Jesús que siempre perdona, juzgará y pronunciará la absolución: «Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo». La absolución es realmente un juicio que se pronuncia sobre el pecador arrepentido. Es mucho más que un sentirse liberado de sus pecados. Es decir, a los ojos de Dios: no existen más esos pecados. Está realmente justificado. Y como consecuencia lógica, dada la delicadeza y la grandeza de este misterio del perdón, el sacerdote está obligado a guardar un secreto absoluto de los pecados de sus penitentes.

3. «Pero el sacerdote es pecador como nosotros», dirán algunos.

Y les respondo: También los Doce apóstoles eran pecadores y sin embargo Jesús les dio poder para perdonar pecados. El sacerdote es humano y dice todos los días: «Yo pecador» y la Escritura dice: «Si alguien dice que no ha pecado, es un mentiroso» (1Jn. 1, 8). Aquí la única razón que aclara todo es esta: Jesús lo quiso así y punto. Jesús fundamentó la Iglesia sobre Pedro sabiendo que Pedro era también pecador. Y Jesús dio el poder de perdonar, de consagrar su Cuerpo y de anunciar su Palabra a hombres pecadores, precisamente para que más aparecieran su bondad y su misericordia hacia todos los hombres. Con razón nosotros los sacerdotes reconocemos que llevamos este tesoro en vasos de barro y sentimos el deber de crecer día a día en santidad para ser menos indignos de este ministerio.

El sacerdote perdona los pecados por una sola razón: porque recibió de Jesucristo el poder de hacerlo. Además, durante la confesión aprovecha para hacer una corrección fraterna y para alentar al penitente. El confesor no es el dueño, sino el servidor del perdón de Dios.
Y otro punto importante es que el sacerdote concede el perdón «en la persona de Cristo»; y cuando dice «Yo te perdono…» no se refiere a la persona del sacerdote sino a la persona de Cristo que actúa en él. Los que se escandalizan y dicen ¿cómo un sacerdote que es un hombre puede perdonar a otro hombre? es que no entienden nada de esto.

¿Qué otras diferencias hay entre católicos y protestantes acerca de la confesión?

El protestante comete pecados, ora a Dios, pide perdón, y dice que Dios lo perdona. Pero ¿cómo sabe que, efectivamente, Dios le ha perdonado? Muy difícilmente queda seguro de haber sido perdonado.

En cambio el católico, después de una confesión bien hecha, cuando el sacerdote levanta su mano consagrada y le dice: «Yo te absuelvo en el nombre del Padre…», queda con una gran seguridad de haber sido perdonado y con una paz en el alma que no encuentra por ningún otro camino.
Por eso decía un no-católico: «Yo envidio a los católicos. Yo cuando peco, pido perdón a Dios, pero no estoy muy seguro de si he sido perdonado o no. En cambio el católico queda tan seguro del perdón que esa paz no la he visto en ninguna otra religión». En verdad, la confesión es el mejor remedio para obtener la paz del alma.
El católico sabe que no es simplemente: «Pecar y rezar, y listo». Pongamos un caso: Una mujer católica comete un aborto. No puede llegar a su pieza, rezar y decir que todo está arreglado. No. Ella tiene que ir a un sacerdote y confesarle su pecado. Y el sacerdote le hará ver lo grave de su pecado, un pecado que lleva a la excomunión de la Iglesia. El sacerdote le aconsejará una penitencia fuerte. Ella quizás hasta llorará en ese momento y antes del próximo aborto seguramente lo pensará tres veces… ¿Y ese señor que compra lo robado? ¿Y esa novia que no se hace respetar por el novio? ¿Y esa mujer que quita la fama con su lengua? ¿Y ese borracho?… Confesando sus pecados, se encontrarán con alguien que les habla en nombre de Dios y les hace reflexionar y cambiar su vida.

Queridos hermanos, termino esta carta con una gran esperanza de que nosotros los católicos seamos capaces de descubrir de nuevo el gran tesoro de la confesión.
Cuántos miles de personas mejoraron su vida sólo con hacer una buena confesión. Un gran psicólogo decía: «Yo no conozco ningún método tan bueno para mejorar una vida como la confesión de los católicos». Espero que este «gran tesoro» que dejó Jesús en su Iglesia, sea también provechoso para el crecimiento de nuestra vida espiritual.

Décima a lo Divino por el Hijo Pródigo:

Padre de mi corazón
aquí estoy arrepentido,
a tus pies estoy rendido,
concédeme tu perdón.
Póngame la bendición
y olvide usted sus enojos
como pisando entre abrojos
hoy he llegado hasta aquí
a hacerle correr por mí
las lágrimas de sus ojos.

Cuestionario

¿Quién podía perdonar los pecados en el Antiguo Testamento? ¿Quién puede perdonarlos en el Nuevo Testamento? ¿A quiénes delegó Jesús este poder? ¿A quiénes lo delegaron los Apóstoles? ¿En nombre de quién perdonan los sacerdotes? ¿Qué significa que el sacerdote perdona en nombre de Cristo? ¿Puede un católico confesar sus pecados directamente a Dios? ¿Cuándo tiene seguridad el católico de que es perdonado por Dios? ¿La tiene igual el evangélico? ¿Cómo se confiesan ellos? ¿Por qué hay que decir los pecados al sacerdote?

Fuente: Para dar razón de nuestra Esperanza, sepa defender su fe.

domingo, 12 de junio de 2016

15 promesas, 10 bendiciones y 7 beneficios de rezar el Santo Rosario

Esta hermosa oración rezada con devoción, fe y meditación es fuente de muchísimo provecho espiritual


La palabra rosario viene proviene de latín y significa “guirnalda de rosas”. La rosa es una de las flores más comúnmente usada para simbolizar la Virgen María. Si te preguntas, cuál es el sacramental más emblemático que poseemos los católicos, seguramente las personas re responderían que es “el Santo Rosario”.

En estos últimos años el rosario ha hecho una reaparición magistral, ya muchos católicos son los que lo rezan, y hasta, los que poco sabían de él, ya han aprendido a rezarlo en familia.

El Rosario es una devoción en honor de la Virgen María. Se compone de un número determinado de oraciones específicas. A continuación, una información acerca del Rosario que puede serte útil

Promesas del Rosario:

  1-Aquellos que recen con enorme fe el Rosario recibirán gracias especiales.
  2-Prometo mi protección y las gracias más grandes a aquellos que recen el Rosario.
  3-El Rosario es una arma poderosa para no ir al infierno, destruirá los vicios, disminuirá los                    pecados, y defendernos de las herejías.   4-Se otorgará la virtud y las buenas obras abundarán, se otorgará la piedad de Dios para las almas,          rescatará a los corazones de la gente de su amor terrenal y vanidades, y los elevará en su deseo por      las cosas eternas. Las mismas almas se santificarán por este medio.
  5-El alma que se encomiende a mi en el Rosario no perecerá.
  6-Quien rece el Rosario devotamente, y lleve los misterios como testimonio de vida no conocerá la        desdicha. Dios no lo castigará en su justicia, no tendrá una muerte violenta, y si es justo,                      permanecerá en la gracia de Dios, y tendrá la recompensa de la vida eterna.                 
  7-Aquel que sea verdadero devoto del Rosario no perecerá sin los Sagrados Sacramentos.
  8-Aquellos que recen con mucha fe el Santo Rosario en vida y en la hora de su muerte encontrarán        la luz de Dios y la plenitud de su gracia, en la hora de la muerte participarán en el paraíso por los        méritos de los Santos.
  9-Libraré del purgatorio a quienes recen el Rosario devotamente.
10-Los niños devotos al Rosario merecerán un alto grado de Gloria en el cielo.
11-Obtendrán todo lo que me pidan mediante el Rosario.
12-Aquellos que propaguen mi Rosario serán asistidos por mí en sus necesidades.
13-Mi hijo me ha concedido que todo aquel que se encomiende a mi al rezar el Rosario tendrá como intercesores a toda la corte celestial en vida y a la hora de la muerte.
14-Son mis niños aquellos que recitan el Rosario, y hermanos y hermanas de mi único hijo, Jesucristo.
15-La devoción a mi Rosario es una gran señal de profecía.

Bendiciones del Rosario: (Magisterio de los Papas)

  1-Los pecadores obtienen el perdón.
  2-Las almas sedientas se sacian.
  3-Los que están atados ven sus lazos deshechos.
  4-Los que lloran hallan alegría.
  5-Los que son tentados hallan tranquilidad.
  6-Los pobres son socorridos.
  7-Los religiosos son reformados.
  8-Los ignorantes son instruidos.
  9-Los vivos triunfan sobre la vanidad.
10-Los muertos alcanzan la misericordia por vía de sufragios

Beneficios del Rosario: (San Luis María Grignion de Montfort)

1-Nos eleva gradualmente al perfecto conocimiento de Jesucristo.
2-Purifica nuestras almas del pecado.
3-Nos permite vencer a nuestros enemigos.
4-Nos facilita la práctica de las virtudes.
5-Nos aviva el amor de Jesucristo.
6-Nos enriquece con gracias y méritos
7-Nos proporciona con qué pagar todas nuestras deudas con Dios y con los hombres y nos consigue      de Dios toda clase de gracias.
No dejes de rezar el Santo Rosario, y si aún no has comenzado a hacerlo, ten en en cuenta que tal 9-vez, esta podría ser la manera en que Dios te está llamando a entrar a su redil, a ser su hijo, el hijo de su Santísima Madre, y hermano de su Hijo predilecto: a través del amor y la devoción a Maria, nuestra Madre por siempre.