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viernes, 14 de octubre de 2016

13 de octubre: 99 años del Milagro del Sol realizado en Fátima

Nuestra Señora había anunciado: “En octubre haré el milagro para que todos crean”


Nuestra Señora se apareció resplandeciente a los pastorcitos de Fátima por primera vez el 13 de mayo de 1917.

Las apariciones continuaron los meses sucesivos, siempre el día 13, hasta el mes de octubre del mismo año.

Lucía, Francisco y Jacinta era los tres pastorcitos que estaban jugando en un lugar llamado Cova da Iria, en Portugal. De repente, vieron dos destellos como de relámpagos y enseguida vieron, sobre la copa de un árbol llamado encina, a una señora de belleza incomparable.

Era una “señora vestida de blanco, más brillante que el sol, irradiando luz más clara e intensa que una copa de cristal llena de agua cristalina, atravesada por rayos del sol más ardiente”.

Su rostro, indescriptiblemente bello, no era ni alegre ni triste, sino seria, con un aire de suave alerta. Las manos juntas, como rezando, apoyadas sobre el pecho, y orientadas hacia arriba. De su mano derecha pendía un rosario.

Los vestidos parecían hechos solamente de luz. La túnica y el manto eran blancos con bordes dorados, que cubría la cabeza de la Virgen María y le bajaba a los pies.

Lucía jamás logró describir perfectamente los trazos de esa fisionomía tan brillante. Con voz maternal y suave, Nuestra Señora tranquilizó a los tres niños, diciendo:

“No tengan miedo. Yo no les haré mal. He venido para pedir que vengan aquí seis meses seguidos, siempre el día 13, a esta misma hora. Después les diré quién soy y qué quiero. A continuación, volveré aquí una séptima vez”.

Al pronunciar estas palabras, Nuestra Señora abrió las manos, y de ellas salió una intensa luz. Los pastorcitos sintieron un impulso que los hizo caer de rodillas y rezaron en silencio la oración que el ángel les había enseñado:

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su santísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de María, te pido la conversión de los pobres pecadores”.

Pasados unos instantes, Nuestra Señora añadió:

“Recen el Rosario todos los días, para que alcancen la paz para el mundo y el fin de la guerra”.



En la aparición del día 13 de septiembre, Nuestra Señora anunció a los tres pastorcitos de Fátima:

“En octubre haré el milagro, para que todos crean”.

Pues bien. El 13 de octubre de 1917, 70.000 personas, incluyendo periodistas, fueron testigos del milagro que había sido anunciado por los tres niños a quien Nuestra Señora se había aparecido.

Al mediodía, tras una fuerte lluvia que paró de repente, las nubes se abrieron frente a los ojos de todos y el sol apareció en el cielo como un disco luminoso opaco, que giraba en espiral y emitía luces coloridas.

El fenómeno duró alrededor de 10 minutos y está en la lista oficial de milagros reconocidos por el Vaticano.

Los escépticos intentan atribuir el evento al fenómeno atmosférico del parhelio, pero sin presentar pruebas y sin explicar cómo fue que los niños lo “previeron”.


El “Milagro del Sol”, como fue conocido ese impresionante evento sobrenatural testimoniado por 70.000 personas, transformó lo que era una mera “revelación privada” en un auténtico llamamiento de Cristo a su Iglesia.

No sólo el contenido del mensaje de Fátima se refería a la Iglesia del mundo entero sino que su propia evidencia se dio públicamente, de manera extraordinaria: el día 13 de octubre de 1917, “el sol bailó” frente a más de 70.000 hombres y mujeres, pobres y ricos, sabios e ignorantes, creyentes y no creyentes.

Conforme el testimonio de José María de Almeida Garrett, eminente profesor de ciencias de Coimbra, lo que sucedió ese día fue que el sol “giró sobre sí mismo en una loca voltereta (…) Hubo también cambios de color en la atmósfera (…) El sol, al girar locamente, parecía de repente que se soltaba del firmamento y, rojo como la sangre, avanzaba amenazadoramente sobre la tierra como si fuera a aplastarnos con su peso enorme y abrasador (…) Tengo que declarar que nunca, ni antes ni después del 13 de octubre, observé semejante fenómeno solar o atmosférico”.

El significado

Para el pueblo más sencillo, el milagro se resume en pocas palabras. Simplemente, “el sol bailó”.

Más que describir físicamente el fenómeno, lo que interesaba a la mayoría de las personas era lo que no se podía ver, pero que quedaba patente por aquella portentosa obra que ellos tenían frente a sus ojos: Nuestra Señora verdaderamente se apareció a tres humildes pastorcitos en Fátima.

A Lucía, Jacinta y Francisco, de hecho, fue dada una amplia visión de la realidad: la Virgen María, “al abrir sus manos, las reflejó en el sol”. Y mientras se elevaba, seguía el reflejo de su propia luz proyectándose en el sol (…). Una vez desaparecida, Nuestra Señora, en la inmensa distancia del firmamento, vimos, al lado del sol, a san José con el Niño y a Nuestra Señora vestida de blanco, con un manto azul”, declararon.

En la última aparición de la Virgen de Fátima, por lo tanto, brilla frente a los videntes la imagen de la Sagrada Familia de Nazaret.

Ese hecho puede indicar que “la confrontación final entre el Señor y el reino de Satanás se relacionará directamente con la familia y el matrimonio”.

Cuando el camino ordinario de santificación de la humanidad, que es el matrimonio, se encuentra obstruido por la producción desenfrenada de pornografíaa y por la popularización de los “pecados de la carne” (que, según la respuesta de la propia Virgen María a la pequeña Jacinta, constituyen la clase de pecados que más ofende a Dios), el resultado sólo puede ser una pérdida incalculable de almas (realidad a la que la Madre de Dios ya había aludido, cuando dio a los niños la visión del infierno).

Aquel 13 de octubre, la Santísima Virgen tenía un pedido especial, que quedaría grabado en el corazón de los pastorcitos.

“No ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido”.

A los observadores mundanos, ese recado podría parecer “arcaico” o “poco realista”: ¿un “espíritu” que viene de los cielos para hablar de “pecado”? ¿En qué siglo la autora de esas apariciones piensa que estamos?

Pues bien, es justamente en el siglo XX que Nuestra Señora aparece, y es el mismo mensaje de dos mil años atrás que ella carga consigo: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5).

Los tiempos cambian, sí, pero el ser humano sigue siendo el mismo. Y los peligros que rondaban a la humanidad en la época de Cristo no cambiaron. Para ser católico y seguir a Jesús, nada más elemental que el llamamiento de Fátima: “No ofendan más a Dios Nuestro Señor”.

El Milagro del Sol no sólo confirmó las apariciones de María en Fátima: también tiene como objetivo realizar un milagro mucho mayor y más extraordinario que cualquier otro: la salvación de las almas, la conversión de los pecadores; “para que todos crean” en Jesús y, al creer, tengan vida eterna.

martes, 7 de junio de 2016

La hermana Lucía, de Fátima, hablaba sobre la importancia del rosario

“En estos tiempos de desorientación diabólica, no nos dejemos engañar por falsas doctrinas”


Coimbra, 4 de diciembre de 1970

Querida Maria Teresa:

Pax Christi.

Nuestra madre recibió su carta y le pide disculpas por no responder personalmente; pero no le es posible en este momento, pues está con muchas cosas que hacer a causa de la próxima fundación del nuevo Carmelo de Braga. Por ese motivo, me entregó la carta para que yo respondiera. Y es lo que hago.

Nuestra madre no puede darle el permiso que desea. Pero también no es necesario. Yo no debo ni puedo ponerme en evidencia. Debo permanecer en silencio, en oración y penitencia. Es la manera como mejor puedo y debo ayudar. Es necesario que todo el apostolado tenga, como base, este fundamento; y esta es la parte que el Señor escogió para mí; orar y sacrificarme por lo que luchan y trabajan en la viña del Señor y por la expansión de su Reino.

Es por este motivo que mi nombre no debe aparecer. En vez de eso, es mucho más eficaz que se sirva del nombre de Nuestra Señora, movimiento que sugiere el “cumplimiento” del mensaje, presentando como argumento la insistencia con que Nuestra Señora pidió y recomendó que se rece el Rosario todos los días, repitiendo lo mismo en todas las apariciones, como previniéndonos para que, en estos tiempos de desorientación diabólica, no nos dejemos engañar por falsas doctrinas, disminuyendo en la elevación de nuestra alma a Dios, por medio de la oración.

Por cierto, no es necesario rezar el Rosario durante la celebración del santo sacrificio de la misa: debe darse tiempo a la misa y tiempo para rezar el Rosario. Podemos y debemos participar en una sin dejar la otra. El Rosario es, para la mayoría de las almas que viven en el mundo, como el pan espiritual de cada día; y privarlas o quitarlas de esta oración, es reducir en el espíritu el aprecio y la buena fe con que se rezaba, o más aún; la parte espiritual es superior a la material. Es como si en la material privaran a las personas del pan necesario para la vida física.

Desgraciadamente, el pueblo, en su mayoría, en materia religiosa, es ignorante y se deja arrastrar por donde lo llevan. De ahí, la gran responsabilidad de quien tiene a su cargo conducirlo, y todos nosotros somos conductores unos de otros, porque todos tenemos el deber de ayudarnos mutuamente, y andar por el buen camino.

Además de esto, sería bueno que a la oración del Rosario se le de un sentido más real que el que se le ha dado, hasta este momento, de simple oración “mariana”. Todas las oraciones que rezamos en el Rosario son oraciones que forman parte de la sagrada liturgia y, más que una oración dirigida a María, es dirigida a Dios:

Nuestro Padre nos enseñó por Jesucristo: “Oren pues así: Padrenuestro, que estás en el cielo…”.
“Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo…” es el himno que cantaron los ángeles enviados por Dios para anunciar el nacimiento de su Verbo, Dios hecho hombre.
El Ave María, bien comprendida, no deja de ser una oración dirigida a Dios: “Ave Maria, gratia plena, Dominus tecum”: Yo te saludo María, porque el Señor está contigo. Estas palabras son, ciertamente, dictadas por el Padre al ángel, cuando lo envió a la tierra, para que con ellas saludara a María. Sí. El ángel le dijo a María que ella estaba llena de gracia no por ella, sino porque ella estaba en el Señor.
“Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”: estas palabras, con las que Isabel saludó a María, fueron dichas por el Espíritu Santo, nos dice el evangelista: “Al oír Isabel el saludo de María,… quedó llena del Espíritu Santo. Elevando la voz, exclamó: Bendita eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre”. Sí. Porque ese fruto es Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.
Así, este saludo es una alabanza a Dios: Bendita entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, y porque tú eres la madre de Dios hecho hombre, en ti adoramos a Dios como en el primer sagrario, en el que el Padre puso a su Verbo; como el primer altar; tu regazo; la primera custodia, tus brazos, frente a los cuales se arrodillan los ángeles, los pastores y los reyes, para adorar al Hijo de Dios hecho hombre. Y porque tú, María, eres el primer templo vivo de la Santísima Trinidad, donde vive el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). Y ya que eres un sagrario, una custodia, un templo vivo, morada permanente de la Santísima Trinidad, Madre de Dios y madre nuestra, “ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.

¿Quién puede negar que esta es una oración y una alabanza dirigida a Dios? ¿Es más que dirigir a Dios nuestras alabanzas, adoraciones, súplicas, que arrodillarnos frente a los altares de madera, piedra o metal, o custodias doradas, insensibles, incapaces de rogar por nosotros?

Cierto es que san Pablo dijo que hay un solo mediador junto al Padre. Sí. Como Dios, sólo hay uno, que es Jesucristo. Pero el mismo apóstol pide que rueguen por él y recomienda que roguemos los unos por los otros. ¿Podría, entonces, el apóstol no creer que la oración de María no fuera tan agradable a Dios como la nuestra? Es la desorientación diabólica que invade el mundo y engaña a las almas. Es necesario hacerle frente, y para eso puede servir lo que digo aquí. Pero como cosa suya, sin decir mi nombre, como cosa que le sale por la pena. Y, en verdad, es suya porque en calidad de miembros que somos del cuerpo místico de Cristo, todo es nuestro, porque todo es de la Cabeza, Cristo Jesús.

Y me quedo en mi sitio, rezado por usted, por todos aquellos que trabajan con usted, para que sea una campaña que de mucha gloria a Dios, lleve mucha luz y gracia a las almas, paz a la santa Iglesia y al mundo ensangrentado por las guerras.

Tal vez también fuera bueno presentar la campaña, no sólo como cumplimiento del mensaje, sino también como campaña de oración y pertinencia por la paz del mundo, de la santa Iglesia y de Portugal en las provincias ultramarinas. Y que Portugal, que es tan devoto de la Eucaristía y de María, sea el primero en reconocer que la oración del Rosario no es solamente una oración mariana, sino también Eucaristía. Y, por eso, nada debe impedir que se pueda rezar frente al Santísimo Sacramento. Como prueba de ello está el que santo padre Pío XI que había concedido indulgencia plenaria a quien rezara el Rosario frente al Santísimo; y recientemente fue nuevamente concedida la misma indulgencia por su Santidad Pablo VI.

Es, pues, necesario rezar el Rosario, en las ciudades, pueblos y aldeas, calles, caminos, de viaje o en casa, en las iglesias y capillas. Es una oración accesible a todos, y que todos pueden y deben rezar. Hay muchos que diariamente no asisten a la oración litúrgica de la santa misa; si no rezan el Rosario, ¿qué oración hacen? Y, sin oración, ¿quién se salvará? “Velad y orad para que no entréis en tentación”.

Es necesario, pues, orar, y orar siempre. Es decir, que todas nuestras actividades y trabajos estén acompañados de un gran espíritu de oración, porque en la oración el alma se encuentra con Dios; y es en ese encuentro que se recibe gracia y fuerza, incluso cuando viene acompañada de distracciones. La oración lleva siempre a las almas a aumentar la fe, aunque no sea más que el recordatorio momentáneo de los misterios de nuestra redención, recordando el nacimiento, muerte y resurrección de nuestro Salvador; y Dios sabrá descontar y perdonar lo que toca a la debilidad, ignorancia y pobreza humanas.

En cuanto a la repetición de los Ave María, no se quiere hacer creer que es algo anticuado. Todas las cosas que existen y fueron creadas por Dios se mantienen y conservan por medio de la repetición, continuada siempre, de los mismos actos. Y además a nadie se le ocurre llamar anticuado al sol, la luna, las estrellas, las aves y plantas, etc, porque giran, viven, brotan siempre de la misma manera. Y son mucho más antiguos que la oración del Rosario. Para Dios, nada es antiguo. San Juan dijo que los bienaventurados, en el Cielo, cantan un cántico nuevo, repitiendo siempre; santo, santo, santo es el Señor, Dios de los ejércitos. Es nuevo porque, en la luz de Dios, todo aparece con un nuevo brillo.

Un gran abrazo siempre unidas en oración.

Hermana Lucía

i.c.d

Extraído del ‘Pequeno tratado da vidente, sobre a natureza e recitação do Terço’, colección de estractos de cartas escritas por la hermana Lúcia entre 1969 y 1971.

domingo, 22 de mayo de 2016

5 revelaciones sorprendentes del “tercer secreto” de Fátima


En el 2000, el entonces cardenal Joseph Ratzinger explicó los signos y los símbolos de las apariciones marianas


El 13 de mayo es el 99° aniversario de las apariciones marianas en Fátima, en Portugal. Durante todo el siglo pasado, individuos de todas partes del mundo han elaborado teorías para descifrar el mensaje oculto en los “tres secretos” de Fátima, pero sor Lucía dijo que la interpretación pertenecía no al vidente, sino a la Iglesia. Toca a la Iglesia interpretar los diversos signos y símbolos de Nuestra Señora de Fátima para ofrecer a los fieles una guía clara en la comprensión de lo que Dios quiere revelar.

La Iglesia hizo exactamente esto en el 2000, cuando el entonces cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, escribió un largo comentario-interpretación a nivel teológico del famoso “tercer secreto”. Al cardenal se le encargó que aclarara los signos y símbolos que se encontraban en las visiones de la Virgen, e hizo algunos descubrimientos extraordinarios.

Aquí cinco revelaciones sorprendentes que se desprenden del “tercer secreto” de Nuestra Señora de Fátima tal y como lo interpretó el cardenal Ratzinger (ahora papa emérito Benedicto XVI).


¡Penitencia, penitencia, penitencia!

“La palabra clave de este “secreto” es el triple grito: “¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!”. Nos vuelve a la mente el inicio del Evangelio: paenitemini et credite evangelio (Mc 1, 15). Comprender los signos del tiempo significa: comprender la urgencia de la penitencia – de la conversión – de la fe. Esta es la respuesta correcta al momento histórico, que está caracterizado por grandes peligros, los cuales serán delineados en las imágenes sucesivas”.
El mensaje central de Nuestra Señora de Fátima era “Penitencia”. Ha querido recordar al mundo la necesidad de alejarse del mal y de reparar los daños provocados por nuestros pecados. Esta es la “clave” para comprender el resto del “secreto”. Todo gira en torno a la necesidad de penitencia.

Nosotros hemos forjado la espada de fuego

“El ángel con la espada de fuego a la izquierda de la Madre de Dios recuerda imágenes análogas del Apocalipsis. Este representa la amenaza del juicio, que se cierne sobre el mundo. La perspectiva que el mundo podría ser carbonizado en un mar de llamas, hoy no parece ya que sea una pura fantasía: el hombre mismo ha preparado con sus inventos la espada de fuego. La visión muestra después la fuerza que se contrapone al poder de la destrucción — el esplendor de la Madre de Dios, y, procedente en cierto modo de ello, la llamada a la penitencia”.
Esta parte de la aparición tiende a ser la más angustiosa. Parece que Dios puede destruirnos a todos con una “espada de fuego”.

Pero el cardenal Ratzinger, sin embargo, subraya que la “espada de fuego” sería algo que creamos nosotros (como la bomba atómica) más que un fuego que desciende del cielo. La buena noticia es que la visión afirma que la espada de fuego se extingue al contacto con el esplendor de la Virgen, en conexión con la llamada a la penitencia. La Virgen tiene la última palabra, y su esplendor puede detener cualquier cataclisma.


El futuro no está grabado en piedra

“Se subraya la importancia de la libertad del hombre: el futuro no está de hecho determinado de modo inmutable, y la imagen, que los niños vieron, no es un film anticipado del futuro, del que nada podría ser cambiado. Toda la visión sucede en realidad sólo para apelar a la libertad humana, para encaminarla en una dirección positiva… El sentido de la visión … es… el de movilizar las fuerzas del cambio al bien”.
Contrariamente a la convicción popular, las intensas visiones ofrecidas por Nuestra Señora de Fátima no son una previsión de lo que sucederá. Son una previsión de lo que podría suceder si no respondemos al llamamiento a la penitencia y a la conversión del corazón que la Virgen hace. Tenemos aún nuestro libre albedrío, y se nos exhorta a usarlo por el bien de toda la humanidad.

La sangre de los mártires es semilla de la Iglesia


“La conclusión del ‘secreto’… es una visión consoladora, que quiere hacer permeable al poder curador de Dios una historia de sangre y lágrimas. Los ángeles recogen bajo los brazos de la cruz la sangre de los mártires y riegan así las almas, que se acercan a Dios… Como por la muerte de Cristo, de su costado abierto, nació la Iglesia, así la muerte de los testigos es fecunda para la vida de la Iglesia. La visión de la tercera parte del ‘secreto’, tan angustiosa al principio, se concluye con una imagen de esperanza: ningún sufrimiento es vano, y precisamente una Iglesia sufriente, una Iglesia de mártires, se convierte en signo indicador para la búsqueda de Dios por parte del hombre”
Es verdad que la visión contiene mucho sufrimiento, pero no es en vano. La Iglesia puede tener que sufrir mucho en los años venideros, y esto puede no ser una sorpresa. La Iglesia ha vivido la persecución desde la crucifixión, y nuestro sufrimiento en la época actual producirá efectos positivos solo en el futuro.


Tened valor, yo he vencido al mundo

“‘Mi Corazón Inmaculado triunfará’. ¿Qué significa? El Corazón abierto a Dios, purificado por la contemplación de Dios, es más fuerte que los fusiles y que las armas de todo tipo … El maligno tiene poder en este mundo … tiene poder porque nuestra libertad se deja continuamente separar de Dios. Pero… la libertad para el mal no tiene la última palabra. Desde entonces vale la palabra: ‘En el mundo tendréis tribulaciones, pero ánimo, yo he vencido al mundo’ (Jn 16, 33). El mensaje de Fátima nos invita a confiar en esta promesa”
Para concluir, el “secreto” de Fátima nos da esperanza en este mundo lacerado por el odio, por el egoísmo y por la guerra. Satanás no triunfará, y sus planes malvados serán obstaculizados por el Corazón Inmaculado de María. Podrá haber sufrimiento en el futuro próximo, pero si nos agarramos a Jesús y a Su Madre saldremos victoriosos.

sábado, 21 de mayo de 2016

Los 15 beneficios prometidos por la Virgen a quien reza el Rosario


Las quince promesas de la Virgen a quien reza el Rosario. Las recoge el padre Livio Fanzaga con Saverio Gaeta en “Il Santo Rosario. La preghiera che Maria desidera” (El Santo Rosario. La oración que María desea, Sugarco edizioni)

El codificador más importante del Rosario fue el monje dominico Alan de la Roche, que murió en 1475 y está considerado el apóstol de la devoción por el Rosario en varios países de Europa. En sus memorias, Alan narra que recibió directamente de la Virgen quince promesas válidas para todos los devotos del santo Rosario, aún hoy de gran actualidad y que manifiestan la intensidad del amor que la Virgen siente por todos nosotros.

Primera promesa

“A todos los que recen devotamente mi Rosario, prometo mi especial protección”.
Es una garantía que la Virgen ha repetido muchas veces, y que recuerda la antigua oración Sub tuum praesidium (Bajo tu amparo nos acogemos).

Segunda promesa

“El que persevere en el rezo de mi Rosario recibirá gracias poderosísimas”.

Tercera promesa

“El Rosario es un arma poderosa contra el infierno: destruirá los vicios, librará del pecado y abatirá las herejías”.
Se trata de una promesa muy particular: aunque no se nombra a satanás, se habla de la lucha contra el infierno.

Cuarta promesa

“El Rosario hará florecer de nuevo las virtudes y las obras buenas, y obtendrá a las almas la más abundante misericordia de Dios”.
Esto nos impulsa a comprender que el Rosario rezado con Maria hace florecer en nosotros la vida y la imagen de la Virgen.

Quinta promesa

“El que confíe en mí rezando el Rosario no será oprimido por las adversidades”.
Satanás por una parte nos persigue y por la otra nos seduce, utilizando siempre su arma más insidiosa que es el desánimo. María se pone a nuestro lado y nos asegura que el que reza el Rosario encontrará siempre cerca su corazón maternal, dispuesto a sostenernos y a ayudarnos.

Sexta promesa

“Quien rece el Rosario meditando sus misterios no será castigado por la justicia de Dios: se convertirá si es pecador, crecerá en gracia si es justo y será hecho digno de la vida eterna”.
Con estas palabras se subraya que el Rosario traza una vía de santidad porque, rezado con María, hace que seamos guiados por ella. La Virgen ilumina el camino.

Séptima promesa

“Los devotos de mi Rosario, en la hora de la muerte, no morirán sin sacramentos”.
Viene a la mente una página de san Alfonso María de Ligorio, en su obra de arte, “Las glorias de María“, donde se dice que en el momento de la muerte, cuando los demonios se coaligan en el intento de llevar el alma a la desesperación, la Virgen debe ser invocada en la oración.

Octava promesa

“Los que rezan mi Rosario encontrarán, durante la vida y en la hora de la muerte, la luz de Dios y la plenitud de sus gracias, y participarán de los méritos de los beatos en el paraíso”.

Novena promesa

“Cada día libraré del purgatorio a las almas devotas de mi  Rosario”.
Por varias revelaciones privadas, en las que la Virgen se presenta como Reina del purgatorio y Reina de las almas purgantes, sabemos que la Virgen ha obtenido de Dios gracias especiales al respecto.

Décima promesa

“Los verdaderos hijos de mi Rosario gozarán de una gran gloria en el cielo”.
¿De qué gloria está hablando María? De la gloria de la que está revestida ella misma, haciendo reflejar en ellos su propia imagen, su propio fulgor.

Undécima promesa

“Todo lo que se pida mediante el Rosario será obtenido”.
Es la promesa de la intercesión más plena, que comprende en particular la gracia de la conversión.

Duodécima promesa

“Los que propaguen mi Rosario serán socorridos por mi en cada una de sus necesidades”.
Una referencia que podría referirse por ejemplo a los misioneros y misioneras que se empeñan de varias formas para difundir esta devoción, creando confraternidades, animando grupos de oración, difundiendo los rosarios.

Décimo tercera promesa

“He obtenido de mi Hijo que todos los devotos del Rosario tengan como hermanos en la vida y en la hora de la muerte a los santos del cielo”.
María, lo sabemos, es la Reina de todos los santos, y en el momento de la muerte, ella misma viene con todos los santos para hacernos partícipes de su comunión.

Décimo cuarta promesa

“Los que reciten mi Rosario fielmente serán todos hijos míos amadísimos, hermanos y hermanas de Jesús”.
Rezando el santo Rosario nos profesamos hijos de María. Por ello ella se manifestará a nosotros como Madre y así tendremos un lugar especial en su corazón maternal y bajo su manto.

Décimo quinta promesa

“La devoción a mi Rosario es un gran signo de predestinación”.
Ninguno de nosotros está seguro de ir al paraíso o al purgatorio, aunque obviamente todos esperamos no ir al infierno.

martes, 17 de mayo de 2016

LOS PAPAS QUE PEREGRINARON A FÁTIMA

De los nueve Pontífices que ha tenido la Iglesia desde la aparición de la Virgen de Fátima en 1917, tres llegaron al Santuario mariano en Portugal, la tierra donde la Madre de Dios habló a los tres pastorcitos. El Papa Francisco será el cuarto en peregrinar a ese importante lugar cuando vaya en 2017, en el centenario de las apariciones. El primero fue el Beato Pablo VI el 13 de mayo de 1967, fecha en el que el mundo celebraba el 50 aniversario de la primera aparición de la Virgen de Fátima. “Queremos pedir a María una Iglesia viva, una Iglesia verdadera, una iglesia unida, una Iglesia santa”, dijo el Beato durante su homilía ante miles de fieles. El segundo fue San Juan Pablo II quien el 13 de mayo de 1982, al cumplirse el primer aniversario del atentado que sufrió en la Plaza San Pedro, visitó Fátima para agradecer a la Virgen por haberlo protegido. Retornó al Santuario de Fátima en 1991 como agradecimiento por los 10 años de haber sido “salvado” por la “mano materna” de María durante el atentado y más adelante, en el Jubileo del año 2000, volvió para beatificar a los videntes de Fátima, Francisco y Jacinta Marto. Al conmemorarse los 10 años de la beatificación de los pastorcitos, el Papa Benedicto XVI también peregrinó al Santuario de Fátima y el 13 de mayo de 2010 celebró una multitudinaria Misa. Allí el Pontífice advirtió que “se equivoca quien piensa que la misión profética de Fátima está acabada”. “Nuestra Madre bendita ha venido desde el Cielo ofreciendo la posibilidad de sembrar en el corazón de todos los que se acogen a ella el Amor de Dios que arde en el suyo. Al principio fueron sólo tres, pero el ejemplo de sus vidas se ha difundido y multiplicado en numerosos grupos por toda la faz de la tierra”, destacó. En este recuento de los Pontífices que llegaron a Fátima hay dos que no han sido incluidos porque peregrinaron al Santuario antes de ser elegidos para la Sede de Pedro. El 13 de mayo de 1956, el entonces Cardenal Roncalli (luego Papa San Juan XXIII) presidió las ceremonias de la peregrinación por el aniversario de las apariciones. Mientras que el Cardenal Albino Luciani (después Juan Pablo I) estuvo en Fátima el 10 de julio de 1977.

MISA EN EL SANTUARIO DE FÁTIMA