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martes, 31 de mayo de 2016

La batalla de la oración: Por qué no debemos perder el ánimo si fallamos

Lo que evita que me rinda es que la oración no es acerca de mí, sino de responder la invitación de Dios


¿Te resulta difícil orar? También a mí. Seré honesto y diré que orar nunca ha sido fácil para mí y aún tengo días en los que fallo miserablemente. Lo que evita que me rinda es saber que la oración no es acerca de mí, sino acerca de Dios. Es acerca de responder a Su invitación de amor y hacer todo cuanto podamos para vencer los obstáculos que se nos presentan.

La oración es una lucha y el campo de batalla está en nuestros corazones. ¿Nos rendiremos y escaparemos o lucharemos hasta que el último suspiro salga de nuestros cuerpos?

Tal a como con cualquier relación, la oración no “sucede” de la noche a la mañana. Las relaciones se desarrollan con el tiempo y requieren de mucho esfuerzo para mantenerlas. Yo no conocí a mi esposa y luego le propuse matrimonio el mismo día. Necesité de tiempo para desarrollar nuestra amistad primero. Incluso después de la boda no podía desistir y dejar de hablarle a mi esposa repentinamente y no volver a invitarla a salir. Si lo hacía, nuestro matrimonio dejaría de existir.

Es lo mismo con la oración. No podemos esperar que la oración sea perfecta y que nunca experimente dificultades. Incluso los santos lucharon con la oración a lo largo de todas sus vidas. La oración requiere de gran esfuerzo y debe crecer con el tiempo.

El Catecismo usa palabras más fuertes y nos instruye a comprometernos en la batalla en medio de nuestras dificultades,

“Este combate debe hacer frente a lo que es sentido como fracasos en la oración: desaliento ante la sequedad, tristeza de no entregarnos totalmente al Señor, porque tenemos “muchos bienes” (cf Mc 10, 22), decepción por no ser escuchados según nuestra propia voluntad… La conclusión es siempre la misma: ¿Para qué orar? Es necesario luchar con humildad, confianza y perseverancia si se quieren vencer estos obstáculos”. (Catecismo de la Iglesia Católica, 2728)

En algunas ocasiones esta batalla ocurre en contra de nuestra propia naturaleza humana, a como el Catecismo explica:

“Mirado positivamente, el combate contra el ánimo posesivo y dominador es la vigilancia, la sobriedad del corazón”. (Catecismo de la Iglesia Católica, 2730)

El enemigo más común durante la oración son nuestras tendencias pecaminosas y nuestra falta de virtud.

Otra manera de explicar la complejidad de la oración es comparándola con ejercicio físico. Dominar el levantamiento de pesas y carreras de largas distancias toma tiempo y esfuerzo. No puedo ir afuera y simplemente correr una milla y esperar convertirme en un corredor de clase mundial. Debo comenzar lentamente y luego gradualmente incrementar mi velocidad por varios meses y años antes de dominar este deporte.

Es lo mismo con la oración. Tal a como Jim Beckman dijo:

“Tampoco la vida espiritual viene naturalmente. ¿Cómo es que tanta gente puede superar lo que aparenta ser infinitos obstáculos para entrenar, pero cuando un obstáculo se presenta para orar o en las disciplinas espirituales la mayoría parece flaquear? Considero que si vamos a triunfar en el viaje espiritual, necesitamos lidiar con nuestra espiritualidad un poco más a como lo hacemos con nuestro horario para ejercitarnos”. (Dios, Ayúdame: Cómo crecer en la oración, página 112)

No debemos cesar de orar cuando un obstáculo o distracción se nos presente. La oración no será fácil y no debemos esperar ser perfectos o recibir revelaciones divinas de un arcángel. Santa Teresa de Ávila explicó los diferentes niveles de la oración en términos de un “Castillo Interior”. Nosotros no comenzamos inmediatamente en la “Séptima Morada”, sino que trabajamos para acercarnos a Dios desde afuera, comenzando en la “Primera”. Es muy importante recordar esto ya que pondrá nuestra vida de oración en perspectiva.

Sobre todas las cosas, debemos luchar y seguir luchando. Lo peor que podemos hacer es darnos por vencidos. Cuando lo hacemos, el Enemigo de nuestras almas sale victorioso.

¡Sigamos el estandarte de Cristo y luchemos contra los numerosos obstáculos de este mundo!
Adaptación y traducción al español por María Mercedes Vanegas, para PildorasdeFe.net, de artículo publicado originalmente en: PhilipKosloski.com, Autor: Philip Kosloski

sábado, 21 de mayo de 2016

Cristianismo perseguido

El significado de los 7 dones del Espíritu Santo

¡TOMA NOTA, HERMAN@!


  1. Sabiduría: Es el don de entender lo que favorece y lo que perjudica el proyecto de Dios. Él nos fortalece nuestra caridad y nos prepara para una visión plena de Dios. El mismo Jesús nos dijo: “Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros” (Mt 10, 19-20). La verdadera sabiduría trae el gusto de Dios y su Palabra
  2. Entendimiento: Es el don divino que nos ilumina para aceptar las verdades reveladas por Dios. Mediante este don, el Espíritu Santo nos permite escrutar las profundidades de Dios, comunicando a nuestro corazón una particular participación en el conocimiento divino, en los secretos del mundo y en la intimidad del mismo Dios. El Señor dijo: “Les daré corazón para conocerme, pues yo soy Yahveh” (Jer 24,7).
  3. Consejo: Es el don de saber discernir los caminos y las opciones, de saber orientar y escuchar. Es la luz que el Espíritu nos da para distinguir lo correcto e incorrecto, lo verdadero y falso. Sobre Jesús reposó el Espíritu Santo, y le dio en plenitud ese don, como había profetizado Isaías: “No juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas. Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra” (Is 11, 3-4).
  4. Ciencia: Es el don de la ciencia de Dios y no la ciencia del mundo. Por este don el Espíritu Santo nos revela interiormente el pensamiento de Dios sobre nosotros, pues “nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1Co 2, 11).
  5. Piedad: Es el don que el Espíritu Santo nos da para estar siempre abiertos a la voluntad de Dios, buscando siempre actuar como Jesús actuaría. Si Dios vive su alianza con el hombre de manera tan envolvente, el hombre, a su vez, se siente también invitado a ser piadoso con todos. En la Primera Carta de San Pablo a los Corintios escribió: “En cuanto a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que estéis en la ignorancia. Sabéis que cuando erais gentiles, os dejabais arrastrar ciegamente hacia los ídolos mudos. Por eso os hago saber que nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: «¡Anatema es Jesús!»; y nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino con el Espíritu Santo” (1Co 12, 1-3).
  6. Fortaleza: Este es el don que nos vuelve valientes para enfrentar las dificultades del día a día de la vida cristiana. Vuelve fuerte y heroica la fe. Recordemos el valor de los mártires. Nos da perseverancia y firmeza en las decisiones. Los que tienen ese don no se amedrentan frente a las amenazas y persecuciones, pues confían incondicionalmente en el Padre. El Apocalipsis dice: “No temas por lo que vas a sufrir: el Diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis tentados, y sufriréis una tribulación de diez días. Manténte fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida” (Ap 2,10).
  7. Temor de Dios: Este don nos mantiene en el debido respeto frente a Dios y en la sumisión a su voluntad, apartándonos de todo lo que le pueda desagradar. Por eso, Jesús siempre tuvo cuidado en hacer en todo la voluntad del Padre, como Isaías había profetizado: “Reposará sobre él el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh” (Is 11,2).

Los 15 beneficios prometidos por la Virgen a quien reza el Rosario


Las quince promesas de la Virgen a quien reza el Rosario. Las recoge el padre Livio Fanzaga con Saverio Gaeta en “Il Santo Rosario. La preghiera che Maria desidera” (El Santo Rosario. La oración que María desea, Sugarco edizioni)

El codificador más importante del Rosario fue el monje dominico Alan de la Roche, que murió en 1475 y está considerado el apóstol de la devoción por el Rosario en varios países de Europa. En sus memorias, Alan narra que recibió directamente de la Virgen quince promesas válidas para todos los devotos del santo Rosario, aún hoy de gran actualidad y que manifiestan la intensidad del amor que la Virgen siente por todos nosotros.

Primera promesa

“A todos los que recen devotamente mi Rosario, prometo mi especial protección”.
Es una garantía que la Virgen ha repetido muchas veces, y que recuerda la antigua oración Sub tuum praesidium (Bajo tu amparo nos acogemos).

Segunda promesa

“El que persevere en el rezo de mi Rosario recibirá gracias poderosísimas”.

Tercera promesa

“El Rosario es un arma poderosa contra el infierno: destruirá los vicios, librará del pecado y abatirá las herejías”.
Se trata de una promesa muy particular: aunque no se nombra a satanás, se habla de la lucha contra el infierno.

Cuarta promesa

“El Rosario hará florecer de nuevo las virtudes y las obras buenas, y obtendrá a las almas la más abundante misericordia de Dios”.
Esto nos impulsa a comprender que el Rosario rezado con Maria hace florecer en nosotros la vida y la imagen de la Virgen.

Quinta promesa

“El que confíe en mí rezando el Rosario no será oprimido por las adversidades”.
Satanás por una parte nos persigue y por la otra nos seduce, utilizando siempre su arma más insidiosa que es el desánimo. María se pone a nuestro lado y nos asegura que el que reza el Rosario encontrará siempre cerca su corazón maternal, dispuesto a sostenernos y a ayudarnos.

Sexta promesa

“Quien rece el Rosario meditando sus misterios no será castigado por la justicia de Dios: se convertirá si es pecador, crecerá en gracia si es justo y será hecho digno de la vida eterna”.
Con estas palabras se subraya que el Rosario traza una vía de santidad porque, rezado con María, hace que seamos guiados por ella. La Virgen ilumina el camino.

Séptima promesa

“Los devotos de mi Rosario, en la hora de la muerte, no morirán sin sacramentos”.
Viene a la mente una página de san Alfonso María de Ligorio, en su obra de arte, “Las glorias de María“, donde se dice que en el momento de la muerte, cuando los demonios se coaligan en el intento de llevar el alma a la desesperación, la Virgen debe ser invocada en la oración.

Octava promesa

“Los que rezan mi Rosario encontrarán, durante la vida y en la hora de la muerte, la luz de Dios y la plenitud de sus gracias, y participarán de los méritos de los beatos en el paraíso”.

Novena promesa

“Cada día libraré del purgatorio a las almas devotas de mi  Rosario”.
Por varias revelaciones privadas, en las que la Virgen se presenta como Reina del purgatorio y Reina de las almas purgantes, sabemos que la Virgen ha obtenido de Dios gracias especiales al respecto.

Décima promesa

“Los verdaderos hijos de mi Rosario gozarán de una gran gloria en el cielo”.
¿De qué gloria está hablando María? De la gloria de la que está revestida ella misma, haciendo reflejar en ellos su propia imagen, su propio fulgor.

Undécima promesa

“Todo lo que se pida mediante el Rosario será obtenido”.
Es la promesa de la intercesión más plena, que comprende en particular la gracia de la conversión.

Duodécima promesa

“Los que propaguen mi Rosario serán socorridos por mi en cada una de sus necesidades”.
Una referencia que podría referirse por ejemplo a los misioneros y misioneras que se empeñan de varias formas para difundir esta devoción, creando confraternidades, animando grupos de oración, difundiendo los rosarios.

Décimo tercera promesa

“He obtenido de mi Hijo que todos los devotos del Rosario tengan como hermanos en la vida y en la hora de la muerte a los santos del cielo”.
María, lo sabemos, es la Reina de todos los santos, y en el momento de la muerte, ella misma viene con todos los santos para hacernos partícipes de su comunión.

Décimo cuarta promesa

“Los que reciten mi Rosario fielmente serán todos hijos míos amadísimos, hermanos y hermanas de Jesús”.
Rezando el santo Rosario nos profesamos hijos de María. Por ello ella se manifestará a nosotros como Madre y así tendremos un lugar especial en su corazón maternal y bajo su manto.

Décimo quinta promesa

“La devoción a mi Rosario es un gran signo de predestinación”.
Ninguno de nosotros está seguro de ir al paraíso o al purgatorio, aunque obviamente todos esperamos no ir al infierno.