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sábado, 15 de julio de 2017

Por las almas del purgatorio

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Dedico cada día una brevísima oración por las almas del purgatorio, especialmente por mis familiares y amigos. Cada ser querido difunto ha cargado también con su cruz; la cruz del sufrimiento, de la enfermedad, del trabajo, de las dificultades económicas, de las preocupaciones cotidianas, de las adiciones... Y, gracias precisamente por haberlas llevado encima, gozan en el cielo dando alabanza al Señor el habérselas concedido. Ninguna de esas almas sufre el olvido celestial porque con la muerte, en el umbral del atrio eterno, el hombre recibe el primer abrazo de Dios y allí enjuga sus primeras lágrimas. El purgatorio es un lugar donde el amor fluye a raudales.Uno de los motivos de mi oración por ellos es porque yo puedo haber sido la causa de su sufrimiento y de sus penas. En algunos casos pude provocar dolor en su vida, heridas en el corazón del que me amaba; no supe satisfacer sus necesidades o me mostré incapaz de comprender sus anhelos. En otras, pude herirles con el desdén de mis palabras o la cerrazón de mis pensamientos. Y no puedo negar también que hubiera podido hacer más el bien al que caminaba a mi lado.
Rezo por las almas del purgatorio porque merecen la esperanza del cielo pero también porque es una manera sencilla y humilde de tratar de reparar aquel daño provocado y tratar de ayudar, desde mi insignificancia, a aquel que se encuentra en la agonía del purgatorio. Cuando oro por las almas del purgatorio mi oración es de consuelo y de invocación a la esperanza.
En el purgatorio El amor no tiene límites ni fronteras, y se recibe el consuelo del saber que tras el sufrimiento llega la gloria del gozo infinito. En cada oración por un alma del purgatorio doy consuelo a esa alma y acorto su sufrimiento. Y un vez llegado al atrio celestial esa alma devolverá en su agradecimiento su intercesión por quien contribuyó a aminorar su sufrimiento y su espera.
Compensa rezar por las almas del purgatorio. En cada oración por un alma del purgatorio no solo uno mi alma si no que me siento más unido a Dios cuyo deseo es que todos lleguen a la gloria eterna.

Mi breve oración reza así: «Dales el descanso eterno a las almas del purgatorio, Señor, y que la luz perpetua ilumine sobre ellas. Que descansen en paz. Amén».
Una oración larga bien podría ser esta:
Dios omnipotente, Padre de bondad y de misericordia, apiadaos de las benditas almas del Purgatorio y ayudad a mis queridos padres y antepasados.
A cada invocación contestar: «¡Jesús mío, misericordia!»
Ayudad a mis padres.

Ayudad a todos mis bienhechores espirituales y temporales.
Ayudad a los que han sido mis amigos.
Ayudad a cuantos debo amor y oración.
Ayudad a cuantos he perjudicado y dañado.
Ayudad a los que han faltado contra mí.
Ayudad a aquellos a quienes profesáis predilección.
Ayudad a los que están más próximos a la unión con Vos.
Ayudad a los que os desean más ardientemente.
Ayudad a los que sufren más.
Ayudad a los que están más lejos de su liberación.
Ayudad a los que menos auxilio reciben.
Ayudad a los que más méritos tienen por la Iglesia.
Ayudad a los que fueron ricos aquí, y allí son los más pobres.
Ayudad a los poderosos, que ahora son como viles siervos.
Ayudad a los ciegos que ahora reconocen su ceguera.
Ayudad a los vanidosos que malgastaron su tiempo.
Ayudad a los pobres que no buscaron las riquezas divinas.
Ayudad a los tibios que muy poca oración han hecho.
Ayudad a los perezosos que han descuidado tantas obras buenas.
Ayudad a los de poca fe que descuidaron los santos Sacramentos.
Ayudad a los reincidentes que sólo por un milagro de la gracia se han salvado.
Ayudad a los superiores poco atentos a la salvación de sus súbditos.
Ayudad a los pobres hombres, que casi sólo se preocuparon del dinero y del placer.
Ayudad a los de espíritu mundano que no aprovecharon sus riquezas o talentos para el cielo.
Ayudad a los necios, que vieron morir a tantos no acordándose de su propia muerte.
Ayudad a los que no dispusieron a tiempo de su casa, estando completamente desprevenidos para el viaje más importante.
Ayudad a los que juzgaréis tanto más severamente, cuánto más les fue confiado.
Ayudad a los pontífices y gobernantes.
Ayudad a los obispos y sus consejeros.
Ayudad a mis maestros y pastores de almas.
Ayudad a los finados sacerdotes de esta diócesis.
Ayudad a los sacerdotes y religiosos de la Iglesia católica.
Ayudad a los defensores de la santa fe.
Ayudad a los caídos en los campos de batalla.
Ayudad a los sepultados en los mares.
Ayudad a los muertos repentinamente.
Ayudad a los fallecidos sin recibir los santos sacramentos.

V. Dadles, Señor, a todas las almas el descanso eterno.

R. Y haced lucir sobre ellas vuestra eterna luz.
V. Que en paz descansen.
R. Amén.

Canto para las ánimas:

viernes, 11 de noviembre de 2016

El cielo deseado

El cielo prometido
La carta a los Filipenses es el punto de partida de mi oración de hoy. Y leo: «nuestra ciudadanía está en los cielos». Yo amo profundamente a mi país y a sus gentes pero soy peregrino y huésped de la tierra creada por Dios, en mi camino a la vida eterna. Soy un pobre peregrino que camina por la senda de la fe y trata de vivir cristianamente.
¿Cómo tengo que vivir —me pregunto— para ganarme el cielo? Avivando en mi corazón el deseo ferviente de alcanzar la vida terna. Poniéndome en oración para contemplar la grandeza del premio extraordinario que me espera en el cielo. Animando mi fe con la lectura y el estudio de la Palabra divina, ejercitando las virtudes, haciendo mortificaciones y penitencias, haciendo frente a las dificultades de la vida con entereza y esperanza, soportando los dolores y los sufrimientos con alegría, los desprecios y las humillaciones con perdón, las necesidades materiales con generosidad; amando —sobre amando— a los demás… todo compensa si el premio es el eterno amor del Padre.
Para ganar el cielo —mi verdadera patria—, no puedo decaer en la esperanza. La esperanza en Dios y no en las seguridades de este mundo. Mirar el cielo es fecundar el alma. Es vivir con alegría a la espera de recibir el premio deseado. Soy peregrino, un peregrino alegre, que va de camino y que espera en Dios que todo lo puede, que no falla nunca y que es fiel a sus promesas. ¡Señor, consérvame la virtud de la perseverancia para esperar siempre en ti y haz fecunda mi vida para llegar algún día al cielo deseado!

¡Señor, ayúdame a no ser nunca un obstáculo para tu Divina Voluntad por mis acciones u omisiones de pensamiento, palabra u obra! ¡Jesús mío, te doy mi corazón, te consagro toda mi vida, en tus manos pongo la suerte de mi alma y te pido la gracia de vivir siempre cristianamente! Tu, Señor, no me estás esperando para juzgarme o condenarme sino que quieres recibirme con amor y misericordia: yo confieso que Tu Jesús eres el Señor, y creo en mi corazón que Dios te levantó de los muertos! ¡Quiero ganar el cielo pero sé que soy un pecador y te pido perdón por ello, por eso me quiero apartar del pecado! ¡Creo, Jesús, que moriste por mis pecados y resucitaste para darme una nueva vida! ¡Te invito a entrar en mi corazón y en mi vida! ¡Confío en ti como mi Señor y Salvador por el resto de mi vida!
Alégrense el cielo y la tierra (In resurrectione tua):

martes, 8 de noviembre de 2016

¿Qué necesito para alcanzar el cielo?

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Observo una imagen muy hermosa de una gran montaña desde la que se divisa un horizonte infinito. Esta imagen me invita a preguntarme que necesito yo para alcanzar el cielo. Necesito unos momentos de silencio para ponerme en presencia de Dios y ser consciente de que sólo son necesarios dos «elementos»: a Dios, por un lado, y a mí mismo por otro. Con Dios puedo contar siempre. Él nunca falla. Me envía su Espíritu para que yo lo acoja y evite el pecado para librarme de él en el momento de mi caída.

¿Puedo contar conmigo mismo? Más complicado teniendo en cuenta la cantidad de veces que caigo en la misma piedra, dejándome llevar por las sugestiones del príncipe de la malicia. Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva. Por eso no me quiero desalentar nunca.
El desaliento es el principal peligro para alcanzar la perfección. Cuando el desaliento se instala en el corazón y en el alma el fervor se debilita y la marcha se aminora porque nadie puede caminar sin fuerzas. Sin embargo, en la confianza y la esperanza cualquier obstáculo puede ser vencido. Al esfuerzo se corona con la victoria y cualquier sacrificio acaba teniendo su sentido y se hace más sencillo.
Tengo la salvación en mis manos con la ayuda prominente de Dios porque sin su auxilio y mis propios méritos es tarea imposible. Cuento con que Dios proveerá siempre el auxilio necesario para que yo lo acoja. Se trata de convertirme cada día. Puedo demorarlo días, semanas, meses o años, esperar a tener una vida acomodada o ver crecer a mis nietos. Siempre puede haber una excusa perfecta. Pero la gracia de la salvación tiene sus días contados y siento que no puedo demorarla ni un minuto. No quiero exponerme a morir sin la gracia.

¡Señor, en este rato de oración abro mi corazón a ti y en tu presencia reconozco la pequeñez de mi vida y te pido perdón por cada uno de mis pecados; te presento mi vida, mis caídas, mis fracasos, mis alegrías, mis angustias, mis sufrimientos, mis pequeños éxitos que son un regalo tuyo, toda la ignorancia de Tu palabra y tus enseñanzas! ¡Señor, no permitas que el desaliento me venza nunca y tengo compasión de mi pobre pecador! ¡Te pido, Señor, que mi vieja naturaleza, vendida al pecado, se crucifique contigo en la cruz! ¡Envía tu Espíritu Santo para que me renueve, me lave, me purifique y me santifique! ¡Señor, te pido que vengas a mí para que te puedas recibir como mi dueño y Señor y dame la gracia de vivir intensamente Tu Palabra en todas las circunstancias de mí día a día! ¡Lléname de tu Espíritu y no permitas que nunca me aleje de Ti!

Hoy me apodero de lo que a mí me pertenece, cantamos en alabanza al Señor:

miércoles, 27 de julio de 2016

Pensar en la otra vida


Viajo con un hombre de negocios al que apenas conozco. Ambos tenemos por delante un largo viaje. Acomodados en nuestros asientos del avión, le pregunto: «¿Te has fijo la belleza del paisaje desde las alturas? ¡Qué hermosura el cielo, las costas, las montañas!». La conversación llega a niveles de mayor trascendencia. En un momento determinado me dice: «A mí todo esto del cielo y el infierno me parece ridículo. Una invención de la Iglesia para generar miedo. A mí el Cielo no me atrae para nada. Y el infierno no me asusta porque no existe».
Es triste, pero los hombres somos tan terrenales que nos aferramos a la mundanidad de la vida, obviando la trascendencia. Nos asimos a lo que experimentamos y conocemos. Nada más. La razón nos faculta para identificar ideas y conceptos, para cuestionarlos, para tratar encontrar coherencia o contradicciones entre ellos. Nos permite discernir lo bueno de lo malo. Lo hermoso de lo feo. Los agradable de lo que no lo es. Y tratamos de lograr para nosotros lo mejor de la vida. El afán del ser humano es acomodarse lo mejor posible al ambiente en el que vive. No extraña nada. La vida nos regala cosas muy hermosas. Nos permite amar y ser amados. Admirar bellos monumentos, hermosos paisajes, magníficas obras de arte, excelentes películas, leer libros llenos de poesía, contemplar como nuestro trabajo ofrece los frutos deseados, satisfacer nuestras apetencias, viajar a lugares increíbles, disfrutar de una gastronomía rica y variada…
Relativizar todo esto no es una tarea sencilla. La gente con la que convivimos, nuestra familia, nuestra pareja, nuestros hijos, lo que hemos obtenido como fruto de nuestro esfuerzo… Todo exige esfuerzo para conseguirlo y para mantenerlo.
La consecuencia de todo ello: no es fácil pensar en la otra vida. No es sencillo tener presente ni el cielo ni el infierno. Y como a este compañero de viaje, ni nos atrae el cielo, ni damos importancia al infierno. ¿Y por qué ocurre esto? Porque nos creemos dioses en minúsculas. Actuamos como seres inmortales. Y consideramos una ridiculez que el cielo y el infierno existan. ¡Pero a uno de estos dos lugares estamos predestinados!
Por eso hoy pongo en oración que mi destino y el de los míos es alcanzar el cielo prometido. Mi destino es la eternidad, mi auténtico hogar. La única opción de mi vida. Y esa debería ser mi ambición personal. No quiero convencerme de que la felicidad se asienta en la tierra porque la felicidad perfecta y total está en la vida eterna. ¡Que no olvide nunca, Señor, que me has creado para llegar un día junto a Ti en el cielo!

¡Sí, Señor, que no olvide nunca que Dios me ha creado para alcanzar la vida eterna! ¡Padre Bueno, creo en Cristo, tu Hijo! ¡Creo, Padre, firmemente en la verdad de su testimonio, que solo Él tiene palabras de vida! ¡Creo, Padre, que solo en Jesús y con Jesús puedo ser feliz, porque solo en Él soy amar auténticamente! ¡Dame, Señor, tu gracia para que a través de la oración acreciente mi fe y pueda hacerla vida con el amor a los que más cerca tengo! ¡Señor, soy pequeño y pecador! ¡Algunas veces he dudado de tus preceptos y he buscado la felicidad sin Ti! ¡Sácame, Señor, de mis comodidades y aburguesamientos y pídeme lo que sea más conveniente para mí para llegar al cielo! ¡Reconozco, Señor, que la pena de mi pecado es separarme ti! ¡Acepto, Señor, el alto precio que pagaste por mis pecados cuando moriste en la Cruz! ¡Ven, Jesús, a mi corazón y perdóname todos mis pecados! ¡Te entrego, Señor, el control de mi vida y recibo tu Espíritu Santo como señal de ser adoptado en tu familia! ¡Ayúdame, Señor, a soñar con metas altas, con cumbres elevadas, con estrellas que iluminen mis caminos! ¡Tú estás, Señor, en todo! ¡No quiero, Señor, huir de ti nunca! ¡Ayúdame a avanzar, Jesús, desde mi pobreza y mi pequeñez! ¡Siento, Señor, la desproporción entre mi vida pobre y tu grandeza, entre la vida eterna como promesa y mi vida acomodada! ¡Te amo, Señor!


viernes, 27 de mayo de 2016

Una única enseñanza católica que resuelve 14 problemas

Si el alma y el cuerpo son una unidad, entonces eso significa varias cosas…


En los seres humanos, el alma y el cuerpo son una unidad; son uno solo. Nosotros no somos almas presas en un cuerpo a espera de liberación, ni somos sólo cuerpos que llevan a cabo funciones cerebrales superiores.

La Iglesia católica habla de unidad “profunda” del alma y el cuerpo. El espíritu y la materia “no son dos naturalezas unidas, sino que su unión forma una única naturaleza”.

Es difícil enfatizar la importancia de esta enseñanza y cuán fácil es entenderlo mal.

A continuación 14 verdades que se despliegan de la unidad del alma y el cuerpo:


  • El hombre es noble

¡Qué obra de arte es el hombre!”, dijo Hamlet. “Cuán noble de razón, cuán infinito de facultades. En forma y movimiento, cuán admirable. En el actuar, cuán angelical. En el aprendizaje, cuán semejante a un dios. La belleza del mundo. El parámetro de los animales”.
Somos parte animal y parte “ángel”; estamos hechos de polvo y soñamos con alcanzar las estrellas. En la imagen destacada del libro del Génesis, Dios nos hace a partir del barro e inspira en nosotros el soplo de vida.
Si la Iglesia está en lo correcto, nosotros somos nobles y bellos; si la Iglesia está equivocada, somos meros receptáculos de placeres fugaces, altamente desarrollados.


  • El arte puede ser grandioso

Cuando creamos arte, expresamos ideas intangibles mediante materia tangible, audible, visible. El arte utiliza nuestros sentidos para hablarle a nuestra alma.
Si la Iglesia está en lo correcto sobre la unidad del alma y el cuerpo, entonces el arte es un canal para una belleza que nos trasciende.
Pero si la Iglesia está equivocada, el arte es sólo un ejercicio de creatividad.


  • La ley natural importa

Lo que hacemos con nuestro cuerpo, aunque de modo independiente de nuestras intenciones interiores, importa. Nuestro cuerpo, de hecho, es “nosotros”: no es que nosotros “tenemos” un cuerpo: nosotros “somos” cuerpo y alma. Y, por lo tanto, somos responsables de nuestras acciones.
Pero si la Iglesia está equivocada, no podemos acusar o encontrar culpa en nadie, porque no tenemos cómo juzgar las intenciones de los demás y porque sus cuerpos simplemente responden a fuerzas de las cuales ellos no son responsables.


  • La encarnación de Dios es posible

Las herejías cristológicas iniciales intentaban separar la divinidad y la humanidad de Jesucristo: ¿será que su alma era Dios, pero su cuerpo no lo era? ¿Será que Él era un Dios “menor” porque “tenía” cuerpo? ¿Será que Él “se volvió” Dios en el bautismo?
La unidad del alma y el cuerpo resuelve todas estas herejías: Él siempre fue quien Él es: verdadero Dios y verdadero hombre.
Si la Iglesia está equivocada sobre la unidad del alma y el cuerpo, entonces Jesús no puede ser Dios y nosotros no podemos ser redimidos. Si la Iglesia está en lo cierto, nuestra fe no es en vano.


  • Los edificios de la Iglesia importan

Si el alma y el cuerpo no son una sola cosa, entonces no importa la apariencia de las iglesias: estas son sólo algo ante lo que el cuerpo reacciona por instinto.
Pero si el alma y el cuerpo son una sola cosa, entonces las iglesias deben ser, también en su construcción material, testigos elevados de la grandeza de Dios.
Sin la enseñanza sobre la unidad del cuerpo y el alma, las iglesias podrían estar vacías o priorizar formas geométricas que no distrajeran a nuestra alma.
Con esta enseñanza, sin embargo, ellas pueden y deben ser llenadas con iconos e imágenes atractivas también para nuestra naturaleza corporal.


  • Los sacramentos son necesarios

Sin esta enseñanza, sería inútil que lo material transmitiera la gracia.
Pero, con esta enseñanza, podemos tener acceso a la gracia a través de cosas comunes, táctiles, transformadas por un sacerdote: el agua, el pan, la mano que unge, la palabra hablada…


  • María es especial

Sin esta enseñanza, María sería sólo una madre de alquiler que sólo cargó el cuerpo de Jesús.
Pero, con esta enseñanza, ella es la Madre de Dios.


  • Los santos importan

Sin esta enseñanza, sólo celebraríamos los misterios de la vida de Cristo.
Con esta enseñanza, sin embargo, podemos también celebrar a los grandes hombres y mujeres que comparten la vida de Cristo en su propia vida.


  • El sexo importa

Sin esta enseñanza, la sexualidad es un mero entretenimiento y no importa ni el número ni el tipo de parejas.
Con esta enseñanza, en cambio, la sexualidad es la conexión espiritual más íntima posible entre un hombre y una mujer y necesita ser tratada con dignidad y propósito.


  • Las obras de misericordia importan

Sin esta enseñanza, dar de comer y de beber, vestir y abrigar al necesitado son simples cuestiones de decoro público, no actos de misericordia.
Pero, con esta enseñanza, estamos no sólo gestionando necesidades de cuerpos ajenos, sino amando a nuestros hermanos.


  • El ejercicio físico importa

Sin esta enseñanza, cuidar del cuerpo no es relevante; o, por lo menos, no tanto como cuidar el alma.
El cuerpo, no obstante, es parte de quienes somos. Y esto significa que debemos cuidarlo bien.


  • …pero sin exagerar

La Iglesia rechaza la noción neopagana que tiende a promover el culto al cuerpo, a sacrificar todo por él, a idolatrar la perfección física y el éxito en los deportes.


  • El matrimonio no es mera construcción jurídica

Sin esta enseñanza, el matrimonio sería sólo un contrato entre cualquier grupo de dos o más personas, vinculadas por cualquier necesidad mutua.
Con esta enseñanza, sin embargo, el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer con el objetivo final de generar y crear hijos por amor, hijos que jamás fueron, son o serán un mero “conglomerado de células”.


  • Tus órganos genitales y tus cromosomas importan

Si tu cuerpo y tu alma no son una unidad, entonces tu identidad de género es un concepto que queda escondido de los demás.
Pero si tu cuerpo y tu alma son una unidad, entonces las demás personas saben decir lo que tú eres, aunque las ideologías inventen otra cosa.

María se aparece en San Nicolás (Argentina)

El caso “exhibe carácter sobrenatural y es digno de creencia,” confirma un obispo.




Tras años de exigente análisis y discernimiento, el obispo de la diócesis argentina de San Nicolás de los Arroyos confirmó el carácter sobrenatural de los acontecimientos que en esa localidad de la provincia de Buenos Aires dieron nacimiento a la devoción a Santa María del Rosario de San Nicolás.

Mediante un decreto con fecha el 22 de mayo de 2016, titulado “Declaración acerca del juicio definitivo sobre la presencia de la Virgen María del Rosario de San Nicolás”, el obispo de esa diócesis monseñor Héctor Cardelli repasa el discernimiento, y citando pasajes que la Virgen expuso a la madre de Familia con quien se comunica, asegura que “Dios se detuvo en San Nicolás de los Arroyos, trayendo para nosotros el perfume de Santa María”.

“Concluimos luego de un seguimiento de más de tres decenios que todos los aspectos pueden calificarse de positivos en adhesión a la verdad más plena”, asegura el obispo, y destaca la actitud de Gladys, la mujer que desde hace más de 30 años se comunicaría con la Virgen María: “Se ha apreciado además la sana reserva, docilidad ante la autoridad eclesiástica, además de una evidente ausencia de protagonismo y vanagloria en la persona a la que la Santa Madre invitó para transcribir sus mensajes”.

El decreto se enmarca en las normas que la Santa Sede prevé para el juicio sobre las revelaciones privadas y la enseñanza de que el cristiano del siglo XXI “no tiene que esperar otra nueva revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo”.

El obispo también recuerda con el Catecismo que las revelaciones privadas no pertenecen al depósito de la Fe, y que su función “no es la de mejorar o completar la revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivir más plenamente en una cierta época de la historia (CIC 67)”.

“El en caso de San Nicolás reconocemos su significado positivo en cuanto ha ayudado a comprender y vivir mejor el Evangelio anunciado por Cristo y lo vemos como un alimento para la Fe, la Esperanza y la Caridad, vías que señalan con claridad la intención de seguir los caminos de Salvación que la Palabra de Dios enseña”.

Durante el repaso, se enuncia en el decreto, no se puede encontrar “origen en mera acción humana” que explique los acontecimientos, “el exquisito contenido, la calidad y riqueza de los mensajes, los frutos en términos de conversiones, cambios de vida, sanaciones”. Asimismo, se elimina por los frutos resultantes la posibilidad de “considerar que el mal busque el bien y la santidad de las almas”, rechazándose así la posibilidad de que lo ocurrido sea obra del Enemigo.

El obispo, en su potestad, expresa tener “la suficiente certeza para concluir que el Caso mariano de San Nicolás de los Arroyos exhibe carácter sobrenatural y es digno de creencia”.

El origen de la devoción

En 1983, varios rosarios en varias casas de San Nicolás de los Arroyos, localidad ubicada a 240 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, se iluminaron misteriosamente. Ante este extraño signo, una madre de familia comenzó a rezar con intensidad a la Virgen, quien se le reveló el 25 de septiembre de ese año. La petición de María en esas primeras apariciones consistía en buscar una imagen de María del Rosario que había sido bendecida por un Papa y estaba olvidada. La imagen a la que hacía referencia fue hallada en el campanario de la catedral. Se trataba de una imagen de María con el niño en brazos que había sido bendecida por León XIII con motivo de la inauguración del templo parroquial.

En todo momento la mujer se puso a disposición de la Iglesia, compartiendo los mensajes con las autoridades eclesiales y sometiéndose a su voluntad, cuidándose así que el acontecimiento mariano se conserve “en el seno de la Iglesia”.

El entonces obispo de San Nicolás, monseñor Domingo Salvador Castagna, aprobó la publicación y difusión de los Mensajes de María del Rosario en San Nicolás y ordenó la construcción de un Santuario, erigiéndolo canónicamente, tal como la Virgen lo había pedido.

“No cabe duda: este hecho seguirá creciendo. Por sus frutos espirituales, dio prueba de su autenticidad”, comentó en 1990 monseñor Castagna, quien asistido por una Comisión de investigación, discernió los hechos, aprobó la ortodoxia de los mensajes, y acompañó la devoción estableciendo las reglas necesarias. Los sucesivos obispos acompañaron desde entonces la permanente peregrinación de fieles al santuario en construcción, y en todo este tiempo la vidente, de nombre Gladys, mantuvo su bajo perfil y su vida piadosa.

Habita en una humilde casa cercana al santuario, donde asiste asiduamente a Misa, según confirman los vecinos. La casa es fácilmente identificable por el enorme buzón en la puerta, en el que peregrinos al santuario dejan cartas para que sean compartidas con la Virgen.

“Dios se detuvo en San Nicolás de los Arroyos”, asegura el obispo Cardelli en su decreto. “Él se detiene en las almas que lo necesitan. Nosotros lo necesitamos, nuestro país lo necesita, el mundo lo necesita”, expone.

Para quienes quieran conocer más de Santa María del Rosario de San Nicolás, a cuyo santuario acuden anualmente decenas de miles de peregrinos, solos o en conmovedoras peregrinaciones masivas, se invita a seguir el Facebook del Obispado.

sábado, 21 de mayo de 2016

Cristianismo perseguido

miércoles, 18 de mayo de 2016

Juan Pablo II, Catequesis

El «cielo» como plenitud de intimidad con Dios

1 . Cuando haya pasado la figura de este mundo, los que hayan acogido a Dios en su vida y se hayan abierto sinceramente a su amor, por lo menos en el momento de la muerte, podrán gozar de la plenitud de comunión con Dios, que constituye la meta de la existencia humana.
Como enseña el Catecismo de la Iglesia católica, "esta vida perfecta con la santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama 'el cielo'. El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones mas profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha"(n. 1024).
Hoy queremos tratar de comprender el sentido bíblico del «cielo», para poder entender mejor la realidad a la que remite esa expresión.
2. En el lenguaje bíblico el «cielo», cuando va unido a la «tierra», indica una parte del universo. A propósito de la creación, la Escritura dice: «En un principio creo Dios el cielo y la tierra» (Gn 1, 1).
En sentido metafórico, el cielo se entiende como morada de Dios, que en eso se distingue de los hombres (cf. Sal, 104, 2 s; 115, 16; Is 66, l). Dios, desde lo alto del cielo, ve y juzga (cf. Sal 113, 4-9) y baja cuando se le invoca (cf. Sal 18, 7. 10; 144, 5). Sin embargo, la metáfora bíblica da a entender que Dios ni se identifica con el cielo ni puede ser encerrado en el cielo (cf. 1R 8, 27); y eso es verdad, a pesar de que en algunos pasajes del primer libro de los Macabeos «el cielo» es simplemente un nombre de Dios (cf. 1M 3, 18. 19. 50. 60; 4, 24. 55).
A la representación del cielo como morada trascendente del Dios vivo, se añade la de lugar al que también los creyentes pueden, por gracia, subir, como muestran en el Antiguo Testamento las historias de Enoc (cf. Gn 5, 24) y Elías (cf. 2R 2, 11). Así, el cielo resulta figura de la vida en Dios. En este sentido, Jesús habla de «recompensa en los cielos» (Mt 5, 12) y exhorta a «amontonar tesoros en el cielo» (Mt 6, 20; cf. 19, 21).
3. El Nuevo Testamento profundiza la idea del cielo también en relación con el misterio de Cristo. Para indicar qué el sacrificio del Redentor asume valor perfecto y definitivo, la carta a los Hebreos afirma que Jesús «penetró los cielos» (Hb 4, 14) y «no penetró en un santuario hecho por mano de hombre, en una reproducción del verdadero, sino en el mismo cielo» (Hb 9, 24). Luego, los creyentes, en cuanto amados de modo especial por el Padre, son resucitados con Cristo y hechos ciudadanos del cielo.
Vale la pena escuchar lo que a este respecto nos dice el apóstol Pablo en un texto de gran intensidad: «Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó juntamente con Cristo —por gracia habéis sido salvados— y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús» (Ef 2, 4-7). Las criaturas experimentan la paternidad de Dios, rico en misericordia, a través del amor del Hijo de Dios, crucificado y resucitado, el cual, como Señor, está sentado en los cielos a la derecha del Padre.
4. Así pues, la participación en la completa intimidad con el Padre, después del recorrido de nuestra vida terrena, pasa por la inserción en el misterio pascual de Cristo. San Pablo subraya con una imagen espacial muy intensa este caminar nuestro hacia Cristo en los cielos al final de los tiempos: «Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos (los muertos resucitados), al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolados, pues, mutuamente con estas palabras» (1Ts 4, 17-18).
En el marco de la Revelación sabemos que el «cielo» o la «bienaventuranza» en la que nos encontraremos no es una abstracción, ni tampoco un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con la santísima Trinidad. Es el encuentro con el Padre, que se realiza en Cristo resucitado gracias a la comunión del Espíritu Santo.
Es preciso mantener siempre cierta sobriedad al describir estas realidades últimas, ya que su representación resulta siempre inadecuada. Hoy el lenguaje personalista logra reflejar de una forma menos impropia la situación de felicidad y paz en que nos situará la comunión definitiva con Dios.
El Catecismo de la Iglesia católica sintetiza la enseñanza eclesial sobre esta verdad afirmando que, «por su muerte y su resurrección, Jesucristo nos ha abierto» el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, que asocia a su glorificación celestial a quienes han creído en él y han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a él» (n. 1026).
5. Con todo, esta situación final se puede anticipar de alguna manera hoy, ,tanto en la vida sacramental, cuyo centro es la Eucaristía, como en el don de sí mismo mediante la caridad fraterna. Si sabemos gozar ordenadamente de los bienes que el Señor nos regala cada día, experimentaremos ya la alegría y la paz de que un día gozaremos plenamente. Sabemos que en esta fase terrena todo tiene límite; sin embargo, el pensamiento de las realidades últimas nos ayuda a vivir bien las realidades penúltimas. Somos conscientes de que mientras caminamos en este mundo estamos llamados a buscar «las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col 3, 1), para estar con él en el cumplimiento escatológico, cuando en el Espíritu él reconcilie totalmente con el Padre «lo que hay en la tierra y en los cielos» (Col 1, 20).