El sábado a última hora de la tarde, cuando el calor arreciaba, fui al Santuario. Había varias parejas con hijos. En uno de los bancos un vagabundo tumbado. Escucho esta frase de un padre que tiene a sus hijos correteando a sus pies: «Ese pobre de m… podría ponerse en otro lugar». He sentido una desazón profunda por él al escuchar esta frase despectiva e hiriente.
Cuando regresé a casa me pregunta por lo que ha escuchado. Trato de hacerle entender que no todos somos capaces de amar al que tenemos al lado, especialmente cuando nos creemos mejores a los demás. Le pregunto: «¿Crees que este pobre vagabundo tiene la misma dignidad que papá?». «Tu eres mejor», me contesta orgulloso. La respuesta es amor de hijo pero me permite explicarle que todo ser humano por el hecho de ser persona, por haber sido creada por Dios, merece un respeto a su dignidad. Por muy pobre que sea. Y que seguramente Dios se sentirá más cerca de ese pobre que de la persona que le ha insultado.
Y trato de explicarle algo que me ha ayudado mucho en los últimos años. Hace un tiempo me costaba mucho querer y, sobre todo, rezar por aquellos que no me quieren, con los que no tenía simpatía alguna, que de alguna manera me habían perjudicado. Pero la oración obra milagros. Y siendo consciente del daño que he podido hacer a muchas personas a lo largo de mi vida, me ha permitido cada día rezar por aquellos con los que he chocado o me hacen daño. Eso ha sanado muchas heridas de mi corazón y lo ha purificado. Todos los días le pido al Señor que me dé un corazón limpio, manso y bondadoso que sea capaz de amar a los demás, sobre todo, en aquellos que están más alejados de mí por las circunstancias que he vivido. No siempre es fácil, pero es un camino que me ayuda a crecer como cristiano. Hay algo que tengo claro: cada ser humano es imagen de Dios y como tal no podemos nunca despreciar a nadie.
¡Señor de la misericordia y el amor, te doy gracias por tu bondad y tu paciencia! ¡Gracias por como manifiestas tu misericordia conmigo! ¡Te pido humildemente tu perdón cuando cometa actos contra ti, cuando te ofenda, cuando actúe contra los demás con mis palabras, con mis hechos e, incluso, con mis pensamientos! ¡Padre de bondad, envía tu Espíritu para que aprenda a perdonar a todas las personas que me han dañado u ofendido y dame la fuerza para vivir siempre rodeado del perdón y la misericordia para conmigo y para con los demás! ¡Te doy gracias, Señor, porque siento en mi corazón perdón y con ese perdón puedo perdonar también a los demás! ¡Señor, no soy perfecto y también yo hecho daño a los demás y he sido merecedor de tu perdón y tu misericordia! ¡Hazme abierto al amor! ¡Padre de bondad, gracias porque cada día siento tu presencia y porque me muestras el camino de la reconciliación, de la misericordia y el amor! ¡Te amo, Dios mío, porque eres un Padre que ama y perdona, que acoge y abraza! ¡Quiero ser como tú, Señor! ¡En este día te pido por los marginados, por los despreciados, por los parias de la sociedad, por los que son ninguneados y negados... tú te haces presente en todos ellos! ¡Señor, bendícelos y no permitas que esta sociedad inmisericorde menosprecie la dignidad de nadie!
De J. S. Bach (1685-1750) disfrutamos hoy de la cantata Mein Herze schwimmt im Blut, BWV 199 ("Mi corazón flota en sangre"):