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martes, 7 de junio de 2016

¿Aprender a comer? La Biblia da lecciones de cómo hacerlo

El hambre es una imagen de lo que somos: nos falta algo



Pero la multitud se dio cuenta y lo siguió. Él los recibió, les habló del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados. Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: “Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto”. Él les respondió: “Denles de comer ustedes mismos”. Pero ellos dijeron: “No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente”. Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: “Háganlos sentar en grupos de cincuenta”. Y ellos hicieron sentar a todos. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas. (Lc 9,11-17)

La Biblia podría ser releída como una educación al comer. Al principio hay una dieta variada, pero con limitaciones indispensables: de todos los árboles podrás comer, excepto… Pero los límites y las prohibiciones desencadenan la fantasía y la audacia. Y a menudo se convierte uno en víctima de vendedores astutos que presentan sus productos con propuestas cautivadoras e irresistibles.

El hambre es una imagen de lo que somos: nos falta algo. Llevamos siempre dentro un vacío que llenar. Un vacío que no se llena de una vez para siempre. Nunca somos autosuficientes, nunca estamos definitivamente satisfechos, sino que siempre estamos buscando algo que pueda calmar el ansia que sentimos.

Cuando tenemos hambre, sentimos un impulso a buscar: buscamos porque tenemos miedo de morir. Es verdad, cuando no tenemos ganas de vivir, dejamos de buscar, pero es verdad que cuanto más fuerte es el miedo a morir, más nos contentamos con comer lo primero que encontramos, aunque nos haga daño, aunque sabemos que nos sentará mal.

No siempre logramos gestionar este miedo a morir de hambre. Pero precisamente ante este miedo, Jesús dice, al final del Evangelio, toma, sin restricciones, come, ya no necesitas ir a cazar, ya no necesitas buscar sucedáneos, ya no necesitas comer a escondidas, este es mi cuerpo, esta es la vida que buscas, el alimento que colma tu hambre.

El texto de Lucas es una etapa de este camino: como los Doce, también nosotros quizás hemos pensado siempre que el alimento se compra y se vende, estamos convencidos de que el afecto se conquista y se devuelve, estamos persuadidos de que en la vida si uno no se autoafirma, se pierde. Los Doce sugieren a Jesús que deje a la gente ir a comprarse pan. Jesús cambia el verbo: ya no comprar, sino dar de comer. La vida se da y se recibe, no se compra o se vende.

Cambiar este verbo significa cambiar la dinámica de la historia: Jacob había mandado a sus hijos a Egipto a comprar trigo, porque en el país había una gran carestía. Pero los hijos de Jacob, cuando piensan que van a comprar pan, están yendo en cambio a encontrarse con su hermano, ese José al que habían vendido. La reconciliación puede darse sólo saliendo de la lógica del mercado.

Nos cuesta cambiar el verbo porque estamos preocupados por nuestra hambre: de momento como yo…; ¿habrá para mí?

Los Doce no tienen el valor de confesar que habían pensado en sí mismos: cinco y dos, siete, la plenitud que me da seguridad. Y no veo la hora de quedarme solo para comer. En el fondo es mi derecho. Por lo demás, ¿qué podría hacer?

Cuando estas en medio del desierto y anochece, vuelve el miedo a morir. El primer pensamiento es cómo sobrevivir. Son los tiempos de la vida en los que te sientes perdido y querrías sentirte seguro. Cuando las cosas funcionan, nos olvidamos de nuestra hambre, pero antes o después llega el momento en que el ansia se convierte en vorágine y se vuelve insoportable.

Si el hambre es una imagen de nuestro vacío, la manera como la saciamos es una imagen de nuestra relación con el mundo: hay quien piensa sólo en su propia hambre, hay quien devora a los demás, hay quien piensa siempre en el plato de los demás, hay quien se niega a comer.

También en este sentido, el texto de Lucas es una etapa de esta educación a comer: ante todo les hace recostarse, ya no se come deprisa como en la noche de Pascua, porque ya no somos esclavos del miedo a morir, no necesitamos escapar o ir en busca de alimento. Podemos estar tranquilos porque el alimento que nos sacia está con nosotros.

La gente no sabe de donde viene esa comida, sólo lo saben los Doce. La vida existe, gratuitamente, sin merecerla, la recibes y basta. Y Lucas, sin demasiado énfasis, hace un pequeño cambio en los términos: ya no son los Doce los que distribuyen los panes y los peces, sino los discípulos, o sea nosotros, desde entonces hasta ahora. Somos nosotros los que dejamos que la vida pase a otros.

Y sin embargo, la verdadera pregunta es otra: este texto de Lucas, en que Jesús multiplica los panes y los peces, está colocado entre dos preguntas distintas que se refieren al propio Jesús. Primero está la curiosidad aterrorizada de Herodes: ¿Quién es este que hace estas cosas? Mientras que después de repartir los panes y los peces, está la pregunta que Jesús hace a Pedro y a sus compañeros: ¿quién decís que soy yo?

Encontrar la respuesta a la propia hambre más profunda no es otra cosa que descubrir la respuesta a esta pregunta.

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