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martes, 28 de junio de 2016

La poderosa fuerza de la oración de intercesión

La verdadera adoración de Dios no destruye, sino que renueva y trasforma


La oración es una de las formas que tenemos para mantener una relación con Dios. Esta ocurre cuando el hombre dirige sus acciones, con palabras o pensamientos, hacia Dios y Dios habla en la profundidad de su corazón. Debemos recordar que orar no es sólo entablar una conversación con Dios, sino que también implica, silenciarse, escuchar lo que tiene que decirnos.

Conociendo un poco acerca de la oración, ahora podemos hablar un poco de lo que significa la oración de Intercesión y quien mejor que San Pablo para que nos explique un poco de esta:

“Eleven constantemente toda clase de oraciones y súplicas, animados por el Espíritu. Dedíquense con perseverancia incansable a interceder por todos los hermanos” (Efesios 6,18)

La persona intercesora, sea un Santo, la Virgen o una persona en la tierra, hace de su oración una súplica en favor de otra persona. Así la oración de transforma en una intercesión, orar por el bien del otro, por su vida, por sus asuntos, y hacerlo con mucha fe y perseverancia.

En la Biblia, tenemos muchos ejemplos de grandes intercesores que han pedido en favor de la salvación de pueblos enteros. Tal es el caso del Profeta Elías. Lo siguiente es una reflexión realizada por el Papa emérito Benedicto XVI, acerca del poder intercesor de la oración, utilizando como ejemplo al Profeta Elías:

La poderosa fuerza intercesora de la oración

Elías, inspirado por Dios, destaca para llevar el pueblo a la conversión. Su nombre significa “el Señor es mi Dios”… De Elías dice el Libro del Eclesiástico:

“Entonces surgió el profeta Elías como un fuego, y su palabra ardía como una antorcha” (Sir 48,1). 
Con esta llama Israel vuelve a encontrar su camino hacia Dios. En su ministerio, Elías reza: invoca al Señor para que de nuevo vuelva a la vida el hijo de una viuda que le había alojado (cf. 1 Re 17,17-24), clama a Dios por su fatiga y su ansiedad, mientras huye al desierto perseguido a muerte por la reina Jezabel (cf. 1 Re 19,1-4), pero es especialmente en el Monte Carmelo, que se muestra en todo su poder para interceder cuando, delante de todo Israel, reza al Señor para que se manifieste y convierta los corazones de la gente.

Esto es lo que se dice en el capítulo 18 del Primer Libro de los Reyes

Al lado del Señor, el pueblo de Israel adoraba a Baal, el ídolo del que se creía viniera el don de la lluvia, y que por tanto se le atribuía el poder de dar fertilidad a los campos y vida a los hombres y al ganado. Aún siguiendo al Señor, Dios invisible y misterioso, el pueblo buscaba también refugio y seguridad en un dios comprensible y predecible, del que pensaba poder obtener fecundidad y prosperidad a cambio de sacrificios. Israel estaba cediendo a la seducción de la idolatría...
Elías reunió al pueblo de Israel en el Monte Carmelo y lo puso delante de la necesidad de tomar una decisión: “Si el Señor es Dios, seguidle. Si, lo es Baal, seguidle a él” (1 Reyes 18, 21). Los profetas de Baal, de hecho, gritan agitados, bailan, saltan, entrar en un estado de excitación y llegan a herirse en el propio cuerpo, “con espadas y lanzas hasta mancharse de sangre” (1 Reyes 18,28). Usan su propia persona para llamar a su dios, confiando en sus capacidades para provocar la respuesta. Se revela, así la realidad engañosa del ídolo…

La actitud orante de Elías

El profeta Elías, en cambio, invita a la gente a acercarse, la implica en sus acciones y en su propia súplica… Quiere que Israel se una a él, convirtiéndose en partícipe y protagonista de su oración y de lo que está sucediendo. Elías erige un altar, utilizando, como dice el texto, doce piedras, una por cada una de las tribus de los hijos de Jacob… Aquellas piedras representan a todo Israel y son la memoria tangible de la historia de la elección, de la predilección y la salvación de todo el pueblo. El gesto litúrgico de Elías tiene un efecto decisivo; el altar es el lugar sagrado que indica la presencia del Señor, pero las piedras que lo componen representan el pueblo…

La manifestación de Dios

Elías le pide a Dios que se manifieste… Las palabras de su invocación son densas de significado y de fe: «Señor, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, que se sepa hoy que tú eres Dios en Israel y que yo soy tu servidor y que por orden tuya he ejecutado todas estas cosas ¡Respóndeme, Señor, respóndeme, y que todo este pueblo sepa que tú, Señor, eres Dios que conviertes sus corazones!». ( 37; cfr Gen 32, 36-37)

El profeta está rezando por el pueblo de reino del Norte, que se llamaba precisamente Israel, distinto de Judá, que indicaba el reino del Sur.

El pueblo por el que Elías reza es colocado nuevamente ante su propia verdad… Su ruego es que el pueblo finalmente sepa, conozca en plenitud quién es verdaderamente su Dios y cumpla la opción decisiva de seguirlo sólo al Él. Porque sólo así Dios es reconocido por lo que es: Absoluto y Trascendente. Ésta es la fe que hace de Israel el pueblo de Dios; es la fe proclamada en el texto tan conocido del ‘Shema‘ Israel: «Escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios, sólo el Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza » (Dt 6,4-5). Elías, con su intercesión, le pide a Dios lo que Dios mismo anhela hacer, manifestarse en toda la su misericordia, fiel a su propia realidad de Señor de la vida que perdona, convierte y trasforma.

Dios reafirma su poder a su pueblo

Y es lo que sucede: «Cayó el fuego del Señor que devoró el holocausto y la leña, y lamió el agua de las zanjas. Temió todo el pueblo y cayeron sobre su rostro y dijeron: “El Señor es Dios, el Señor es Dios”» (vv. 38-39). El fuego, este elemento al mismo tiempo necesario y terrible, ligado a las manifestaciones divinas de la zarza ardiente y del Sinaí, ahora sirve para señalar el amor de Dios que responde a la oración y se revela a su pueblo.
Baal, el dios mudo e impotente, no había respondido a las invocaciones de sus profetas; sin embargo, el Señor responde, y de forma inequívoca, no sólo quemando el holocausto, sino llegando incluso a secar toda el agua que se había derramado alrededor del altar. Israel ya no puede dudar; la misericordia divina ha salido al encuentro de su debilidad, de sus dudas, de su falta de fe. Ahora, Baal, el ídolo vano, ha sido vencido, y el pueblo, que parecía perdido, ha vuelto a encontrar el camino de la verdad y se ha vuelto a encontrar a sí mismo.

¿Qué nos dice esta historia del pasado? ¿Cuál es el presente de esta historia?

1.- Ante todo, se cuestiona la prioridad del primer mandamiento «adorar sólo a Dios ». Y donde desaparece Dios el hombre cae en la esclavitud de idolatrías, como han mostrado en nuestro tiempo los regímenes totalitarios con su esclavitud de idolatrías..

2.- En segundo lugar, el objetivo primario de la oración es la conversión: el fuego de Dios que trasforma nuestro corazón y nos hace capaces de ver a Dios y así, de vivir según Dios y de vivir para el prójimo.

3.- En tercer lugar, los padres nos dicen que también esta historia de un profeta es profética. Es decir, nos hablan del futuro Cristo. Es un paso en el camino hacia Cristo. Y nos dicen “volvamos a ver el verdadero fuego de Dios, el amor que guía al Señor hasta la cruz, hasta el don total de sí”.

La verdadera adoración de Dios es entregarse a sí mismo a Dios y a los hombres. La verdadera adoración es el amor; la verdadera adoración de Dios no destruye, sino que renueva y trasforma. Es cierto que el fuego de Dios, el fuego del amor quema, trasforma, purifica. Pero no destruye, sino que crea la verdad de nuestro ser y reaviva nuestro corazón. Y, así, realmente vivos por la gracia del fuego, del Espíritu Santo, del amor de Dios, somos adoradores en espíritu y en verdad ¡Gracias!

– Benedicto XVI, Audiencia general, 15 de junio de 2011

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