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martes, 8 de noviembre de 2016

¿Qué necesito para alcanzar el cielo?

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Observo una imagen muy hermosa de una gran montaña desde la que se divisa un horizonte infinito. Esta imagen me invita a preguntarme que necesito yo para alcanzar el cielo. Necesito unos momentos de silencio para ponerme en presencia de Dios y ser consciente de que sólo son necesarios dos «elementos»: a Dios, por un lado, y a mí mismo por otro. Con Dios puedo contar siempre. Él nunca falla. Me envía su Espíritu para que yo lo acoja y evite el pecado para librarme de él en el momento de mi caída.

¿Puedo contar conmigo mismo? Más complicado teniendo en cuenta la cantidad de veces que caigo en la misma piedra, dejándome llevar por las sugestiones del príncipe de la malicia. Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva. Por eso no me quiero desalentar nunca.
El desaliento es el principal peligro para alcanzar la perfección. Cuando el desaliento se instala en el corazón y en el alma el fervor se debilita y la marcha se aminora porque nadie puede caminar sin fuerzas. Sin embargo, en la confianza y la esperanza cualquier obstáculo puede ser vencido. Al esfuerzo se corona con la victoria y cualquier sacrificio acaba teniendo su sentido y se hace más sencillo.
Tengo la salvación en mis manos con la ayuda prominente de Dios porque sin su auxilio y mis propios méritos es tarea imposible. Cuento con que Dios proveerá siempre el auxilio necesario para que yo lo acoja. Se trata de convertirme cada día. Puedo demorarlo días, semanas, meses o años, esperar a tener una vida acomodada o ver crecer a mis nietos. Siempre puede haber una excusa perfecta. Pero la gracia de la salvación tiene sus días contados y siento que no puedo demorarla ni un minuto. No quiero exponerme a morir sin la gracia.

¡Señor, en este rato de oración abro mi corazón a ti y en tu presencia reconozco la pequeñez de mi vida y te pido perdón por cada uno de mis pecados; te presento mi vida, mis caídas, mis fracasos, mis alegrías, mis angustias, mis sufrimientos, mis pequeños éxitos que son un regalo tuyo, toda la ignorancia de Tu palabra y tus enseñanzas! ¡Señor, no permitas que el desaliento me venza nunca y tengo compasión de mi pobre pecador! ¡Te pido, Señor, que mi vieja naturaleza, vendida al pecado, se crucifique contigo en la cruz! ¡Envía tu Espíritu Santo para que me renueve, me lave, me purifique y me santifique! ¡Señor, te pido que vengas a mí para que te puedas recibir como mi dueño y Señor y dame la gracia de vivir intensamente Tu Palabra en todas las circunstancias de mí día a día! ¡Lléname de tu Espíritu y no permitas que nunca me aleje de Ti!

Hoy me apodero de lo que a mí me pertenece, cantamos en alabanza al Señor: