Nuestra Señora había anunciado: “En octubre haré el milagro para que todos crean”
Nuestra Señora se apareció resplandeciente a los pastorcitos de Fátima por primera vez el 13 de mayo de 1917.
Las apariciones continuaron los meses sucesivos, siempre el día 13, hasta el mes de octubre del mismo año.
Lucía, Francisco y Jacinta era los tres pastorcitos que estaban jugando en un lugar llamado Cova da Iria, en Portugal. De repente, vieron dos destellos como de relámpagos y enseguida vieron, sobre la copa de un árbol llamado encina, a una señora de belleza incomparable.
Era una “señora vestida de blanco, más brillante que el sol, irradiando luz más clara e intensa que una copa de cristal llena de agua cristalina, atravesada por rayos del sol más ardiente”.
Su rostro, indescriptiblemente bello, no era ni alegre ni triste, sino seria, con un aire de suave alerta. Las manos juntas, como rezando, apoyadas sobre el pecho, y orientadas hacia arriba. De su mano derecha pendía un rosario.
Los vestidos parecían hechos solamente de luz. La túnica y el manto eran blancos con bordes dorados, que cubría la cabeza de la Virgen María y le bajaba a los pies.
Lucía jamás logró describir perfectamente los trazos de esa fisionomía tan brillante. Con voz maternal y suave, Nuestra Señora tranquilizó a los tres niños, diciendo:
“No tengan miedo. Yo no les haré mal. He venido para pedir que vengan aquí seis meses seguidos, siempre el día 13, a esta misma hora. Después les diré quién soy y qué quiero. A continuación, volveré aquí una séptima vez”.
Al pronunciar estas palabras, Nuestra Señora abrió las manos, y de ellas salió una intensa luz. Los pastorcitos sintieron un impulso que los hizo caer de rodillas y rezaron en silencio la oración que el ángel les había enseñado:
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su santísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de María, te pido la conversión de los pobres pecadores”.
Pasados unos instantes, Nuestra Señora añadió:
“Recen el Rosario todos los días, para que alcancen la paz para el mundo y el fin de la guerra”.
En la aparición del día 13 de septiembre, Nuestra Señora anunció a los tres pastorcitos de Fátima:
“En octubre haré el milagro, para que todos crean”.
Pues bien. El 13 de octubre de 1917, 70.000 personas, incluyendo periodistas, fueron testigos del milagro que había sido anunciado por los tres niños a quien Nuestra Señora se había aparecido.
Al mediodía, tras una fuerte lluvia que paró de repente, las nubes se abrieron frente a los ojos de todos y el sol apareció en el cielo como un disco luminoso opaco, que giraba en espiral y emitía luces coloridas.
El fenómeno duró alrededor de 10 minutos y está en la lista oficial de milagros reconocidos por el Vaticano.
Los escépticos intentan atribuir el evento al fenómeno atmosférico del parhelio, pero sin presentar pruebas y sin explicar cómo fue que los niños lo “previeron”.
El “Milagro del Sol”, como fue conocido ese impresionante evento sobrenatural testimoniado por 70.000 personas, transformó lo que era una mera “revelación privada” en un auténtico llamamiento de Cristo a su Iglesia.
No sólo el contenido del mensaje de Fátima se refería a la Iglesia del mundo entero sino que su propia evidencia se dio públicamente, de manera extraordinaria: el día 13 de octubre de 1917, “el sol bailó” frente a más de 70.000 hombres y mujeres, pobres y ricos, sabios e ignorantes, creyentes y no creyentes.
Conforme el testimonio de José María de Almeida Garrett, eminente profesor de ciencias de Coimbra, lo que sucedió ese día fue que el sol “giró sobre sí mismo en una loca voltereta (…) Hubo también cambios de color en la atmósfera (…) El sol, al girar locamente, parecía de repente que se soltaba del firmamento y, rojo como la sangre, avanzaba amenazadoramente sobre la tierra como si fuera a aplastarnos con su peso enorme y abrasador (…) Tengo que declarar que nunca, ni antes ni después del 13 de octubre, observé semejante fenómeno solar o atmosférico”.
El significado
Para el pueblo más sencillo, el milagro se resume en pocas palabras. Simplemente, “el sol bailó”.
Más que describir físicamente el fenómeno, lo que interesaba a la mayoría de las personas era lo que no se podía ver, pero que quedaba patente por aquella portentosa obra que ellos tenían frente a sus ojos: Nuestra Señora verdaderamente se apareció a tres humildes pastorcitos en Fátima.
A Lucía, Jacinta y Francisco, de hecho, fue dada una amplia visión de la realidad: la Virgen María, “al abrir sus manos, las reflejó en el sol”. Y mientras se elevaba, seguía el reflejo de su propia luz proyectándose en el sol (…). Una vez desaparecida, Nuestra Señora, en la inmensa distancia del firmamento, vimos, al lado del sol, a san José con el Niño y a Nuestra Señora vestida de blanco, con un manto azul”, declararon.
En la última aparición de la Virgen de Fátima, por lo tanto, brilla frente a los videntes la imagen de la Sagrada Familia de Nazaret.
Ese hecho puede indicar que “la confrontación final entre el Señor y el reino de Satanás se relacionará directamente con la familia y el matrimonio”.
Cuando el camino ordinario de santificación de la humanidad, que es el matrimonio, se encuentra obstruido por la producción desenfrenada de pornografíaa y por la popularización de los “pecados de la carne” (que, según la respuesta de la propia Virgen María a la pequeña Jacinta, constituyen la clase de pecados que más ofende a Dios), el resultado sólo puede ser una pérdida incalculable de almas (realidad a la que la Madre de Dios ya había aludido, cuando dio a los niños la visión del infierno).
Aquel 13 de octubre, la Santísima Virgen tenía un pedido especial, que quedaría grabado en el corazón de los pastorcitos.
“No ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido”.
A los observadores mundanos, ese recado podría parecer “arcaico” o “poco realista”: ¿un “espíritu” que viene de los cielos para hablar de “pecado”? ¿En qué siglo la autora de esas apariciones piensa que estamos?
Pues bien, es justamente en el siglo XX que Nuestra Señora aparece, y es el mismo mensaje de dos mil años atrás que ella carga consigo: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5).
Los tiempos cambian, sí, pero el ser humano sigue siendo el mismo. Y los peligros que rondaban a la humanidad en la época de Cristo no cambiaron. Para ser católico y seguir a Jesús, nada más elemental que el llamamiento de Fátima: “No ofendan más a Dios Nuestro Señor”.
El Milagro del Sol no sólo confirmó las apariciones de María en Fátima: también tiene como objetivo realizar un milagro mucho mayor y más extraordinario que cualquier otro: la salvación de las almas, la conversión de los pecadores; “para que todos crean” en Jesús y, al creer, tengan vida eterna.
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