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martes, 18 de octubre de 2016

Futuro repleto de negros nubarrones… ¿Y?

nubarrones
Hay personas que confunden la desesperanza —la enfermedad del alma del hombre actual—con decepción o desesperación. La primera es esa percepción de una expectativa que se ha visto defraudada mientras que la segunda es perder la paciencia y la paz interior a consecuencia de un estado repleto de angustia y ansiedad que hace ver el futuro inmediato repleto de negros nubarrones. La desesperanza es esa agobiante percepción de que no hay nada que hacer —ni ahora ni nunca—, lo que conduce a una resignación forzada y el abandonar cualquier ambición o sueño personal y en el que el amor, el entusiasmo, la ilusión, la alegría e, incluso, la fe se debilitan y se extinguen. Observo, a muchas personas cercanas que por sus circunstancias vitales han perdido la esperanza porque su vida en lugar de ser una sucesión de experiencias hermosas y plenas están llenas de circunstancias dolorosas, desalentadoras y frustrantes. De sus labios sólo se escucha aquello tan dramático de «estoy desesperado».

En algún momento de mi vida, cuando el dolor ha sido muy profundo, cuando era incapaz de ver que Cristo camina a mi lado, la desesperanza se hacía muy presente en mi andar cotidiano. Con el tiempo, he comprendido que en realidad me faltaba la fe, la confianza y el abandono en Dios. Por eso ahora, aunque haya momentos muy difíciles, no permito que la desesperanza se cuele en mi vida, no dejo que se aloje en el sagrario de mi corazón donde mora el Dios de la esperanza. Ante lo único que estoy dispuesto a arrodillarme es ante el Padre Dios, pero no ante la ingratitud de la desesperanza. Cuando uno se postra ante la desazón tiñe de negro los pensamientos positivos y la esperanza —que siempre viste de verde— acaba diluyéndose ante la negatividad de la confusión interior. Cuando uno desespera deja de luchar, deja vía libre a los vicios pues considera que no los podrá corregir, se aleja de las buenas acciones y se aparta del camino de la virtud. Todo ello le hunde en las aguas movedizas de la tristeza que paralizan cualquier acción del hombre.
Pero cuando te postras ante el Cristo crucificado —y observas sus manos y sus pies llagados y tanto sufrimiento callado— comprendes que en el sacrificio del amor está la esperanza. Y toda desesperanza revierte en fe, el miedo desaparece, las lágrimas se secan, el peso de las cargas cotidianas se descargan al pie de la Cruz aliviando el peso del dolor.
Contemplando y adorando la Cruz es posible depositar toda la voluntad de mi vida, cualquier problema, tristeza, desolación, cansancio, sufrimiento, dolor… porque ese Cristo colgado de la Cruz que sostiene mi vida sabe hasta qué punto puedo llegar a soportar el sufrimiento que me embarga y será Él mismo quien me de la fuerza necesaria para salir airoso de la prueba. Es Él —y solo Él— el que me ayuda a cambiar la percepción de las cosas, a mirar la vida con otra perspectiva, a aumentar esa fe débil que me embarga, a pulir todas aquellas aristas que necesitan ser cambiadas y, sobre todo, a perfeccionar los trazos de mi vida. Cuando uno deposita en Dios toda su confianza el camino es siempre más fácil y la desesperanza se aleja hasta perderla en el horizonte.

¡Señor, no permitas que cuando llegue la cruz a mi vida me desoriente y experimente la impotencia de mi humanidad! ¡Ayúdame, Señor, en Los momentos de oscuridad a ir buscando a tientas Tu rostro! ¡Señor, Tu sabes que las pruebas se me hacen muy duras y pierdo la seguridad y la confianza porque no estoy seguro de nada ni estoy para nada! ¡Señor, Te contemplo en la Cruz y aún así tengo dudas y el desaliento me derrumba muchas veces! ¡Espíritu Santo, en los momentos de aflicción no permitas que deje de rezar que mi oración no rebote en los fríos muros del silencio! ¡Yo sé, Señor, que estás aquí, que me observas y que me escuchas per muchas veces tengo miedo y aunque a veces no sienta nada quiero creerlo de verdad! ¡Aquí tienes, Señor, mis pesares, mis miedos, mis mi futuro… ocúpate Tú ahora de todos ellos y de mis cosas, de la incertidumbre dolorosa que impregna mi alma que solo Tú sabes llena de miserias! ¡Haz, Señor, que Tu rostro ilumine la oscuridad de mi confusión! ¡Sin sentirte a mi lado todo es más difícil! ¡Ven, Señor, ven pronto y sálvame de mi mismo, toma mi corazón y dame la fuerza y el valor para líbrame de mis inquietudes e iniquidades! ¡Te pido, Señor, el don de la alegría a pesar de mis dificultades y del sufrimiento! ¡Te quiero, Señor, y espero sólo en Ti! ¡Ayúdame a sacar fruto abundante de los momentos de dificultad abrazándome a Tu Cruz, junto a María!
Dios, qué grande es tu amor, le cantamos al Señor:

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