La torpeza es uno de mis defectos en relación con el Señor. Leo su palabra, me pongo en su presencia en la oración, me alimento del pan de vida y, aún así, mi corazón se mantiene tantas veces cerrado para aprender a leer los acontecimientos de mi vida, todo aquello que acontece a mi alrededor. A veces me cuesta comprender que el Señor es el centro de todo. «¡Qué necio y torpe soy para creer en su Palabra!» Como los discípulos de Emaús me cuesta muchas veces creer que Cristo camina a mi lado. Mi torpeza me impide ver que Él está vivo siguiendo mis huellas. Mi torpeza me hace ahogarme en mis problemas, en mis miedos, en mis dificultades, en mis desesperanzas, en mis incertidumbres. Mi torpeza me impide leer en el trasfondo de su Palabra, en sus mensajes de Buena Nueva. Como los discípulos de Emaús me cuesta abrir los ojos y reconocerle y eso, lógicamente, mitiga mi alegría, mi entrega, mi compromiso, mi vitalidad cristiana.
Pero pese a esta torpeza, mi fe me sostiene porque hay algo en mi interior que hace que arda mi corazón de una manera intensa, inexplicable. Y ese algo, que es la presencia viva de Cristo, me permite vencer todas las resistencias y apegos que hay en mi vida.
¡Cristo vive! ¡Jesucristo ha resucitado! Y yo tengo un deseo profundo de proclamarlo. Una necesidad imperiosa de exclamar que Cristo es el que da verdadero sentido a mi existencia. Que quiero dejarle entrar en mi corazón. En mi ser. En mi vida. Que deseo ser uno con Cristo. Que a su lado, con Él y en Él, todo tiene sentido.
De los dos de Emaús aprendo que no puedo salir huyendo. Que no puedo acomodarme al fracaso. Que no puedo cerrar mis ojos, mis oídos, mi corazón, mi alma al Cristo yaciente sino al Cristo Resucitado, al Jesús cercano, al Jesucristo que se hace presente en mi vida y la llena de esperanza. Quiero estar abierto a la palabra de Cristo y en comunión con Él descubrir, desde mi realidad, el camino que conduce al cielo prometido.
¡Señor Jesús, caminas junto a mi y muchas veces no me doy cuenta como les pasó a los dos de Emaús! ¡Sabes, Señor, que mi camino no siempre es fácil pero en la incerteza Tu me invitas a acudir a Tu llamada! ¡Señor, que mis estados de ánimo, que mis frustraciones, debilidades y sufrimientos no me paralicen! ¡Regálame, Señor, tu presencia! ¡Hazla, Señor, viva en mi vida y en las de los que me rodean! ¡Señor, te haces el encontradizo conmigo! ¡Concédeme, Señor, la gracia de discernir siempre lo que me sucede, ser capaz de verte en los acontecimientos de mi vida, tener la capacidad para profundizar en el significado de lo que me sucede! ¡Ayúdame, con el soplo de tu Espíritu, a interpretar mi historia y permite que sea tu Palabra la que haga arder con intensidad el fuego de mi corazón! ¡Señor, sé que estás vivo, que has resucitado! ¡Camina conmigo, Señor, hazte visible en mi vida! ¡Envía tu Espíritu para que me quite la venda de los ojos y viva acorde con tu Palabra, despegándome de mis autocomplacencias, egoísmos y comodidades! ¡Señor, sentirte resucitado es una experiencia viva de fe! ¡Quiero sentirte en mi corazón pobre de creyente! ¡Ayúdame a entrar en comunión contigo en la oración y en la vida de sacramentos para ser testigos de Ti, Señor resucitado, en mi vida! ¡Quédate conmigo, Señor, que atardece y quiero que en mi interior vivas siempre! ¡Concédeme, Señor, la fuerza de tu Espíritu de amor; haz que sienta mi fragilidad, mi individualismo y mis inseguridades cuando esté solo para necesitar de tu presencia; dame la posibilidad de experimentar siempre la alegría de tu presencia; ponme en camino para predicar tu Buena Nueva; ayúdame a borrar la esclavitud de mis apegos y hacer mi éxodo contigo! ¡Desgarra de mi corazón, Señor, todo apego a lo mundano y ábreme a la fraternidad del amor! ¡Como los de Emaús, Señor, ábreme a tu Palabra y conviérteme en creyente reunido en torno a tu Espíritu! ¡Mi corazón arde porque te siento cerca!
La canción de Emaús, para acompañar a la meditación de hoy:
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