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jueves, 20 de abril de 2017

Una elección que sana

Perdón significa máximo don. Es la forma más grande de amar que Dios me regala. Está por encima de mis capacidades. No puedo hacerlo por mí mismo, me supera. Perdono en Jesús. Él es el único que perdona.
Él ya nos salvó, lo perdonó todo desde la cruz. Yo sólo me abro a ese perdón que Él me regaló en la cruz. Ahí, en la cruz, están clavados ya todos mis pecados y los de mi cónyuge. Los de mis hijos.
Creo que ayuda hacer explícito el perdón. Quizás escribirlo, o decirlo en alto ante Jesús. Le pido a Dios que me ayude a perdonar lo que yo solo no sé perdonar. Jesús en su herida me sana a mí. A cambio de nada. Gratuitamente. Perdono en Jesús y le doy un sí a su perdón en la cruz. Siempre es Jesús en mí.
Jesús pasó por la vida sanando y perdonando. El perdón sana. El rencor hiere. Jesús se pone en mi lugar en la cruz. Ocupa mi lugar, atándose para que yo me desate. Perdono delante de Jesús. Ante su cruz. Porque Él me lo perdonó todo. El perdón por tanto es una gracia que hay que implorar. Imploro el Espíritu Santo para poder perdonar. Dios entra entonces por la rendija del corazón. Y quedo en paz y liberado. Voy más allá de mis límites. Ese es el perdón de Cristo. Más allá de mi lógica, de mis fuerzas, de mi comprensión, de mi dolor.
Debe ser posible cuando Dios lo hace en mí. En la vida matrimonial y familiar todo lo que me daña ha de ser restaurado. Perdono desde mi dolor, no desde la responsabilidad del otro. Quizás a veces el otro no tenga tanta culpa en algo concreto, pero nos damos cuenta, si somos honestos, que estamos dañados. Porque esperábamos algo que no pasó. Porque el otro no hizo lo que yo quería o hizo lo que yo no quería. Por una palabra o un silencio. Todo lo que hay de dolor en mí tengo que perdonarlo ante Jesús. Porque estoy hecho para amar en libertad. Y para ser libre necesito perdonar.
Perdono cosas que el otro no sabe que me ha hecho. No tiene que ver con los sentimientos, a veces si espero a sentir el perdón, pasaré toda la vida. El perdón es un acto de la voluntad. Es una elección libre que yo hago delante de Dios. Elijo el perdón en mi vida porque me sana. Yo escojo perdonar en este momento. Muchas veces el perdón y el dolor tienen que ver con algo mío. Con mi herida, con mi historia. Con algo que siempre he deseado, con una carencia de mi infancia que de alguna manera proyecto en las personas que me rodean para que ellos llenen esa expectativa. ¡Qué importante es conocernos!
Cuando perdono, Dios va sanando mi alma. Dios lo perdona todo. Perdona todo lo que yo hago. Y eso me ayuda a perdonar las ofensas de otro.
No siempre tengo que decirle que le perdono a quien perdono. Incluso cuando se trata de mi marido, de mi mujer o de un hijo. No es su tema. Es el mío. Es mi perdón. Es a mí a quien sana el perdón, no a él que a lo mejor no conoce mi herida. Si me dedico a decirlo algo quizás puedo dejar herido a quien no sabía nada. A lo mejor esa herida que nos dejó él mismo la desconoce. Es mejor perdonarle en el silencio del alma. El perdón es un proceso y tal vez al final del mismo puedo decirle a esa persona a la que amo que ya está, que Dios ha logrado en mí el perdón. Esa conversación puede ser muy sanadora para las dos partes.

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