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viernes, 7 de abril de 2017

Tiempo para rezar

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«¡No tengo tiempo para rezar!». Lo escucho de otros y me lo oigo a mi mismo. Son vanas excusas para no ir a lo profundo de uno mismo.
Mi experiencia es que cuanto más rezo, interiorizo y medito más crezco pero, sobre todo, más me enseña el Señor. En estos momentos de oración y de interiorización se hace posible percibir la belleza de las enseñanzas de Jesús que acaban por convertirse en los principios sustanciales que marcan nuestro camino y rigen nuestras vidas.
El crecimiento espiritual es proporcional a la vida de oración de cada persona. Yo lo siento como una gran riqueza. Una gran riqueza que proviene de la fuerza del Espíritu Santo que actúa en lo más íntimo de nuestro ser.
Si como cristiano verdadero comprendo que la oración y la meditación es el camino más valioso y seguro para el crecimiento personal, y que la oración es comunicación directa, íntima y entrañable con el Señor, trataré de encontrar ese instante, aunque breve, para ponerme frente al Señor, para comunicarme con Él, para conocernos mutuamente, para pedir y para entregarme.
La oración no es más que ponerse en contacto directo con el Señor, y dejar que sea Él el que se ponga en contacto conmigo llamando a la puerta de mi corazón. Él espera que le abra, que le deje entrar, tal vez no lo haré nunca, porque me cuesta dejar entrar en mi corazón al que van a poner en tela de juicio mi vida. Pero en algún momento esa cerrazón por no dejarle entrar hará mi vida más difícil. La práctica de la presencia de Dios en la vida del hombre es necesaria. Es necesaria para que durante todo el día el Espíritu del Señor anide en mi corazón. Para que mi vida sea en todo momento una vida de plegaria. Es verdad que supone un esfuerzo inconmensurable, pero cada gesto sencillo, cada jaculatoria pronunciada, cada oración lanzada el vuelo, cada acto de compasión, cada gesto de amor, acabará convirtiéndose también en una oración y me permitirá hacer más cercana la presencia del Señor a mi lado durante todo el día.
Está al abasto de cada uno llevar una vida interior vivificante. Cuando mi vida interior está llena de Dios el trabajo me resulta más fácil, la realizaciones personales son más satisfactorias, los problemas son más relativos, la mirada a la gente es más amorosa... porque lo que surge del interior es la bondad de ese Dios que anida en mi corazón.

¡Quiero vivir, Señor, cerca de ti; quiero que te hagas presente en mi corazón; quiero sentirte siempre en la gente que me rodea; hacer de la verdad el camino de mi vida! ¡Quiero, Señor, que el amor puro y el servicio desinteresado sea la norma que conduce mi vida! ¡Quiero, Señor, que la reconciliación y el perdón sean caminos de paz en mi corazón! ¡Quiero, Señor, convertir la esperanza y la confianza en ti en los motores que me lleven hacia adelante! ¡Quiero, Señor, hacer de la oración un lugar de verdadero encuentro contigo! ¡Quiero, Señor, ser humilde y sencillo y que estas virtudes sean la base de mi ser cristiano! ¡Señor, estoy a tu disposición para hacer el bien y aceptar tus mandatos! ¡Señor, estoy a tu disposición para luchar contra el pecado y vivir el bien! ¡Señor, estoy a tu disposición con ganas e ilusión de ser auténtico! ¡Señor, que mi vida esté impregnada de oración! ¡Señor, ayúdame a ser perseverante en la oración y en mi vida cristiana! ¡Señor, que tu ejemplo sea el modelo a seguir!

 Hoy celebramos la fiesta de los tres arcángeles: san Miguel, san Gabriel y san Rafael. Los tres mencionados en la Sagrada Escritura y a los tres imploramos su protección. Que la celebración de la fiesta de estos tres santos arcángeles sea una ocasión para renovar nuestro propósito de contribuir a la extensión del Reino de Dios y batallar con firmeza contra las fuerzas del mal en nuestra sociedad.
Acompañamos esta meditación con una música instrumental que ayuda a ponerse en oración:

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