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miércoles, 18 de abril de 2018

Palabras que hieren, palabras que sanan.


Desde Dios

 ¿Con cuánta frecuencia dices algo y luego te cuestionas de dónde han salido esas palabras? En ocasiones es la sabiduría que pronuncian nuestros labios lo que más sorprende. ¡Qué lucidez!, se enorgullece uno. Pero lo que más nos sorprende es el sarcasmo, la crítica o la ira con la que uno se expresa. Entonces surge ese susurro interior que te cuestiona: «Hubiera estado mejor callado» o «¿Por qué dije eso tan inconveniente?» ¡Con cuánta frecuencia justificamos nuestra reacción convencidos de que nuestro interlocutor merecía escuchar esas palabras hirientes!
 Cada palabra que pronunciamos tiene un enorme poder. Las palabras que emiten nuestros labios pueden convertirse en fuente de vida o de muerte. Si alguien nos pidiera que recordásemos palabras que nos han herido no nos llevaría demasiado tiempo en reabrir esa cicatriz marcada en el corazón por aquel que dejó la impronta del dolor. Del mismo modo, cualquier palabra benéfica recibida calienta nuestro corazón cuando regresa a nuestra memoria.
He abierto hoy el capítulo 12 del Libro de los Proverbios. Me ha hecho consciente de que las palabras hieren como los golpes de una espada, mientras que el lenguaje de los sabios es como un bálsamo que sana. Y que la muerte y la vida están en el poder del lenguaje, que tienes que contentarte con los frutos que tu lenguaje haya producido. 
Las palabras de la vida nos animan a todos. Pero también es cierto que las palabras irreflexivas pueden terminar con un sueño o demoler la autoestima, ya sea de manera intencional o involuntaria. Toda palabra negativa desalienta a las personas y empeoran las situaciones.
¿Cómo puedo llegar a ser un auténtico discípulo de Cristo que ofrezca palabras de vida cuando me es tan fácil pronunciar palabras de las que luego tengo que arrepentirme? Cuando siga la máxima de ser capaz de sacar la bondad que llevo en mi corazón porque de la abundancia del corazón habla mi boca y cuidando los pensamientos con los que entretengo mi corazón. Esto equivale a invitar al Espíritu Santo a hacerse cargo de todos mis pensamientos para que las actitudes correctas reemplacen aquellas revestidas de negatividad. Así, las palabras de la vida saldrán de manera natural de mi corazón.
¡Señor, cuanto tengo que aprender de Ti que en los momentos de mayor tensión, en el límite de tu paciencia, supiste callar y no responder! ¡Gracias, Padre, por el ejemplo vivo de tu Hijo Jesucristo! ¡Gracias, Jesús, por hacerme comprender que este es el camino y esta es la mejor actitud! ¡No permitas Espíritu Santo que salgan de mi boca palabras hirientes, frases despectivas, respuestas punzantes pues quiero parecerme a Jesús! ¡Espíritu Santo concédeme la gracia de la humildad y la sencillez para callar cuando conviene! ¡Ayúdame a encontrar en Jesús y en la luz del Evangelio las palabras adecuadas para que ser testimonio de verdad y de amor! ¡Ayúdame, Espíritu de Dios, a aprender a callar y vivir en la Palabra de Jesús; ayúdame a hablar y proclamar su Palabra! ¡Concédeme la gracia, si conviene, de hacerlo desde la cruz porque allí es desde donde se perdona de corazón, se construye la paz y se es fiel a la voluntad del Padre! ¡Pero ayúdame a no permanecer callado ante las mentiras que atacan a la Verdad!
Sublime gracia (Amazing grace):

martes, 16 de enero de 2018

Alegría o negatividad

Medio lleno ó medio vacio?Colabora conmigo una persona que contempla siempre el vaso medio vacío. Es maestro en sacarle punta a la negatividad. Ayer, sin más, no pude callarme: «Me resultan incómodos tus planteamientos. ¿No habría manera de encontrar lo positivo de las situaciones? Construyendo es como se avanza, destruyendo todo se paraliza». Considero que es una cuestión del corazón. Cuando el corazón es fuente que vivifica todas las acciones, reacciones y actitudes todo adquiere una dimensión positiva. Si el corazón es fuente de conflicto, todo se torna negatividad. Lo que uno es y siente, cada uno de los desafíos cotidianos, tiene su razón de ser en lo que pervive en el fondo del corazón. Lo dice con claridad el libro de los Proverbios: «Con todo cuidado vigila tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida».
¡Qué bien haríamos en verificar en cada momento lo que brota de esta fuente que en definitiva te permite confiar confiar en Dios o en lo negativo de la vida!
Ambas cosas son incompatibles. Donde la alegría del corazón reina se vierte paz y confianza en Dios, incluso en tiempos de incerteza. Si lo que reina en el corazón es la crítica, lo que se manifiesta es negatividad.
Alegría o negatividad... Depende de cada uno escoger lo que reina en el corazón y así en tantas y variadas ocasiones en el transcurso del día. Cuando la negatividad toma el control permitimos que el derrotismo se imponga.
Si se permite que la negatividad invada el corazón, la fe acaba desvaneciéndose, dejándonos al margen de las devaneos de la vida. Si abono los malos sentimientos o los pensamientos negativos estos se reflejan en todas mis actitudes y provocan afectación en mis relaciones personales, con los hombres y con Dios. Si la amargura impera, la razón se nubla y el amor acaba extinguiéndose. El corazón es, en definitiva, ese frondoso árbol del cual brota el fruto que damos. Si lo que conserva nuestro corazón es bueno, entonces el fruto que dará también será bueno y viceversa. Por eso con cuidado debo vigilar mi corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida.
¡Señor, envía tu Espíritu Santo para que me conceda la gracia de expulsar de mi corazón cualquier pensamiento triste o negativo! ¡Ayúdame a no lamentarme de las cosas sino a ver siempre su lado positivo! ¡Que siempre sea agradecido por la alegría y la felicidad que me regalas pese a las cruces cotidianas! ¡Concédeme la gracia de aceptar mi vida como es, regalo tuyo, y a adaptarme a ella con confianza y esperanza! ¡Cuando algo me desagrade, Señor, no permitas que me lamente más al contrario dame la gracia de estar agradecido para poner a prueba mi voluntad de mostrarme confiado y feliz! ¡Permíteme, Señor, controlar siempre mis pensamientos, mis impulsos, mis acciones, mis nervios… para que por medio del dominio de mi mismo sea capaz de dar testimonio de Ti! ¡No permitas que me recree en mis fracasos y mis caídas sino que me alegre de mis triunfos por pequeños que sean! ¡Ayúdame a no criticar y ante cada crítica hazme ver, Señor, las virtudes de los demás para olvidarme de sus defectos! ¡Hazme sensible a las necesidades del otro, a practicar la paciencia y no permitas que la indiferencia me invada! ¡Y ayúdame siempre a afrontar los problemas con valentía y determinación y no dejar las cosas para mañana! ¡Señor, en ti confío, en tus manos pongo mi miseria y mi pequeñez!
Música a cappella para acompañar la meditación de hoy:



jueves, 11 de mayo de 2017

Como un Zaqueo del Evangelio

orar con el corazon abierto


Al tomar la Biblia para iniciar mi oración se me ha caído de las manos. Las páginas se han abierto en el pasaje de Zaqueo, una señal para comenzar la oración. De su lectura extraes que el Señor es realmente desconcertante. Apuesta por un personaje de reputación troquelada, un hombre poco apreciado por sus conciudadanos, alguien que genera contradicción, desprecio y aversión. Así era Zaqueo, que eleva su riqueza sobre el abuso y la corrupción.
Pero Cristo lee en lo más profundo del corazón. Y en Zaqueo -como en todos nosotros- solo encuentra lo bueno de Él. Porque no hay nadie que no atesore bondad. Y seguro que en lo más íntimo de su ser tenía  necesidad de cambiar.
La sociedad actual requiere de más «zaqueos» como el que surge de las páginas del Evangelio. «Zaqueos» que sean capaces de contribuir a crear un mundo más justo, más humano, más cristiano, mas servicial y más solidario. «Zaqueos» con un corazón generoso, humilde, sencillo, servicial y carente de orgullo, soberbia y ambición. «Zaqueos» que sean capaces de mirar a los demás con amor, que crean que incluso en los corazones de los hombres más duros la bondad y la humanidad es posible. «Zaqueos» que no duden en abrir de par en par las puertas a Cristo porque el encuentro con el Dios del amor es una posibilidad real que puede suceder en cualquier momento. «Zaqueos» que crean que este Dios que se hace presente en nuestra vida a través de Cristo sana corazones heridos, historias truncadas, almas desesperadas... y reconstruye todo aquello que a los ojos humanos parece más que perdido.
¿Por qué es posible que en este tiempo haya «Zaqueos» que se abran al amor de Cristo? Simple y llanamente porque Cristo, que murió en la cruz por la salvación del hombre, tiene viva esperanza en el género humano.
Jesús espera de mi —un «Zaqueo» más del Evangelio— que me levante de mis comodidades y le siga. Que lo hospede en mi casa —en mi corazón—. Que lo acomode en mi vida. Me invita a no perder la esperanza. Me propone a que salga de mi mismo y mire a mi alrededor. Me invita a buscar al prójimo y darle lo mejor de mi. Me invita a salir de mis medianías y buscar la excelencia personal. La santidad. Me invita penetrar en lo más profundo de mi ser donde habita Él y dejarme sorprender por su amor.
Quiere que sea un «Zaqueo» como el del Evangelio que, sintiendo su cercanía, irradiado por su paz y su amor, se puso en pie y escuchando la voz del Espíritu resonando en su interior dio un «sí» rotundo al Señor. Cuando uno entrega al Señor lo mejor de si mismo, su corazón, su vida, su fragilidad y sale de su mundo Jesús hace milagros. Y el más bello, el milagro de sentir su cercanía.
¡Señor, como a Zaqueo hazme bajar del árbol de mis egoísmos, mi humanidad y mis comodidades y llévame a hacia Ti para que puedas entrar en mi corazón endurecido por las pruebas! ¡Gracias, Señor, porque siempre eres Tu con tu paciencia y bondad el que se acerca a mí para pedirme entrar en mi corazón y en mi vida! ¡Puedes entrar, Señor! ¡Concédeme, Señor, la gracia de tener todo siempre preparado para cuando llames! ¡Envía tu Espíritu para que haga limpieza en mi interior y te sientas más cómodo! ¡No te sorprendas, Señor, cuando en alguna ocasiones observes tanto desajuste, tanta inmundicia interior, tanto desorden, tanta falta de autenticidad! ¡Solo ten compasión de mí, Señor, que soy un humilde pecador! ¡Lo que yo deseo, Señor, es experimentar en mi vida tu amor, tu gracia, tu cercanía, tu perdón y tu misericordia! ¡Quiero sentir la paz de tenerte en mi corazón! ¡Quiero que, como a Zaqueo, me mires con una mirada de amor, me sonrías con la sonrisa de la bondad, me acerques la mano con la serenidad del que sabe va a perdonar! ¡Señor, ya sé que no te importa lo que soy porque lees en mi interior y sabes que tengo intención de cambiar, de mejorar, de crecer como persona y como cristiano! ¡Envíame tu Espíritu, Señor, para que me ayude a optar por la santidad ¡Gracias, Señor, porque tu lo puedes todo y puedes sanar mi corazón!

Como Zaqueo, la canción que acompaña hoy la meditación: