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viernes, 19 de enero de 2018

¡Excusas!

Aves
Observo la gran capacidad que tenemos los hombres para poner excusas. Somos expertos en crear pretextos. Desde que se inventaron las excusas, parece que nadie queda mal. Pero no es así. En realidad, si somos honestos con nosotros mismos no deberían caber las excusas para dar excusas. El valor supremo es decir la verdad y asumir con todas las consecuencias la responsabilidad que se amaga detrás de cada excusa. Los pretextos están más cerca del (auto)engaño que del argumento pues tienen más que ver con la justificación subjetiva que con la razón objetiva. Lo negativo de vivir de excusas es que acabas quedándote sin argumentos.
Pero detrás de una excusa siempre hay el temor a ser juzgado, a sentirse desaprobado o reprendido, a no ser valorado, a no reconocer qué no hemos hecho lo que sabemos que teníamos que hacer. Existen, por otro lado, grandes de dosis de soberbia y amor propio en ese muro que uno levanta a su alrededor para evitar que el otro conozca nuestras imperfecciones. Hay asimismo cierta falta de madurez y de responsabilidad ante las propias acciones. Y, en algunos casos, también grandes dosis de estrés detrás de las excusas que formulamos.
Pero cuando eres capaz de reconocer tu error, cuando lo asumes desde la humildad, cuando eres capaz de disculparte por ello y evitas la excusa una gran sensación de libertad te invade interiormente. Desde la aceptación del error, asumiendo las consecuencias y el grado de responsabilidad tu propia imagen se enaltece.
Tenemos los seres humanos gran pavor a reconocer nuestras miserias y nuestros errores, nos causa desasosiego pedir perdón y disculparnos. Cuando el corazón se abre y se experimenta la agradable sensación de reconocer la verdad dejamos aparcado en nuestra vida el conformismo y la mediocridad. ¡No hay más claridad en uno que la autenticidad!
¡Señor, a imitación tuya concédeme la gracia de ser perfecto como nuestro Padre celestial es perfecto! ¡Concédeme la gracia, Señor, de vivir siempre buscando la perfección en cada instante de mi vida! ¡No permitas que me acomode en la indolencia y concédeme la humildad para que Tu que eres el ejemplo a seguir moldees mi vida! ¡Dame, Señor, por medio de tu Santo Espíritu la fe para que mis proyectos se sustentes en tu voluntad! ¡Ayúdame, Señor, a vivir para dar frutos, para ser testimonio de verdad, para trabajar en busca del bien y de la perfección! ¡No permitas que la tibieza ni la indolencia me venzan en ningún campo de mi vida y mucho menos en el espiritual que sustenta mi vida de piedad, personal, familiar o profesional! ¡No permitas que las dificultades y la contrariedades me venzan! ¡Que mi relación personal contigo, Señor, me sirva para crecer siempre a mejor, para llenarme continuamente de Ti y poder reflejar tu gloria! ¡Tú, Señor, me revelas cada día tu preciado plan orientado a vivir en la excelencia personal! ¡Que mi búsqueda de la perfección, Señor, sea vivir la plenitud de la vida en Ti! ¡Ayúdame a ser ejemplo de excelencia en mi entorno y no acomodarme en la indolencia! ¡Ayúdame, Señor, a vivir para obrar y actuar conforme a la verdad y cada vez que me equivoque tómame de la mano para que me vuelva a levantar y no dejar de crecer!
Toma tu lugar, cantamos hoy unidos al Señor:


miércoles, 17 de mayo de 2017

La paradoja del fracaso





DESDE DIOS
Cuando más sufriente es el dolor del corazón y más grandes son los fracasos, más cerca está Dios del hombre. Vencer el fracaso de mi egoísmo, de mi soberbia, de los excesos de mi personalidad, de mi relación con los demás, de mis rencores, de mi falta de caridad… esta idea del fracaso resuena varias veces en el interior de mi alma. Triunfar es aprender a fracasar. El éxito de nuestra vida tiene como punto de partida el saber afrontar las inevitables faltas de éxito del vivir de cada día. De esta paradoja estriba, en gran parte, el acierto en el vivir. Cada desengaño, cada revés, cada decepción, cada contrariedad, cada frustración, cada desilusión lleva consigo el cimiento de una serie de capacidades humanas inexploradas, sobre las que los espíritus pacientes y decididos han edificado lo mejor de sus vidas.

Todos estamos expuestos, de una manera u otra, al fracaso; esa es la realidad. Pensar que uno está exento de él es una insensatez. Si asumimos el fracaso con una actitud positiva podremos incluso fortalecernos y abrir nuevos horizontes en nuestra vida. Del fracaso surgen lecciones esenciales para la vida. Las dificultades a las que nos enfrentamos juegan a nuestro favor. El problema principal de los fracasos radica en que no estamos acostumbrados a abordarlos sino que vivimos atemorizados por el riesgo a fallar, perseguidos por la sombra de la crítica o de la humillación. Pero Dios escribe derecho en los renglones torcidos de nuestro propio caminar. Dios nos deja libertad y sabe encontrar en nuestro fracaso nuevos caminos para su amor.
Pero el Señor se hace siempre presente en el corazón de cada uno con la impotencia de su amor, que es lo que constituye su fuerza. Se pone en nuestras manos. Nos pide nuestro amor. Nos invita a hacernos pequeños, a descender de nuestros tronos de barro y aprender a ser niños ante Él. Nos ofrece el Tú. Nos pide que confiemos en Él y que aprendamos a vivir en la verdad y en el amor. Eso no es fracasar, eso es hacer grande y simple lo esencial: amar a Dios, amarse uno mismo y amar a los demás.

¡Señor, tu eres mi roca, mi auxilio, mi fuerza! ¡Te dirijo mi súplica, Señor, para que me ayudes a superar las amarguras que me generan mis fracasos! ¡Necesito sentirte cerca, Señor, y ofrecerte mi pobreza y mi nada! ¡Señor, Tu conoces lo que anida en mi corazón y las buenas intenciones! ¡Sabes, Señor, que muchas veces las cosas no salen por mi cabezonería! ¡Ayúdame a comenzar de nuevo cogido de Tu mano, haciendo las cosas con humildad y mayor madurez, para gloria tuya! ¡Espíritu Santo, enséñame a amar a los demás como a mi mismo y juzgarme como lo haría con los demás! ¡Y cuando me vayan bien las cosas no permitas caer en el orgullo ni en la tristeza cuando fracase! ¡Recuérdame, Espíritu de Dios, que el fracaso es el primer paso hacia el triunfo! ¡Lléname de serenidad, alma de mi alma, para hacer siempre el bien! ¡Ayúdame a superar las amarguras de mis fracasos y sentirte siempre cerca de mi! ¡Concédeme la gracia de aferrarme a Ti con la esperanza de que ofrecerás tu inestimable ayuda cuando todo a mi alrededor parezca derrumbarse! ¡Ven a socorrerme, Espíritu Santo, con tu gracia y con la del Señor! ¡Tú conoces perfectamente lo que este pobre corazón siente! ¡Tú sabes las veces que he fracasado y no deseas que me muestre triste y paralizado; al contrario te pido que me ayudes a tener la fortaleza para seguir adelante y enriquecer mi esperanza! ¡Te pido Espíritu Santo, que por medio del Padre que me concedas  tu eficaz auxilio  y tener la alegría y la fuerza de comenzar todo de nuevo sin detenerme en el camino llevando aridez e inutilidad a mi vida! ¡Si el fracaso se presenta, déjame creer Dios mío, que me lo ofreces para adquirir una madurez humana y espiritual!
Jaculatoria a María en el mes de mayo: Nunca salgas de mi vida Virgen mía, porque perdido estaré si no tengo tu guía.
Agnus Dei, de Samuel Barber, para acompañar la meditación de hoy:

jueves, 11 de mayo de 2017

Como un Zaqueo del Evangelio

orar con el corazon abierto


Al tomar la Biblia para iniciar mi oración se me ha caído de las manos. Las páginas se han abierto en el pasaje de Zaqueo, una señal para comenzar la oración. De su lectura extraes que el Señor es realmente desconcertante. Apuesta por un personaje de reputación troquelada, un hombre poco apreciado por sus conciudadanos, alguien que genera contradicción, desprecio y aversión. Así era Zaqueo, que eleva su riqueza sobre el abuso y la corrupción.
Pero Cristo lee en lo más profundo del corazón. Y en Zaqueo -como en todos nosotros- solo encuentra lo bueno de Él. Porque no hay nadie que no atesore bondad. Y seguro que en lo más íntimo de su ser tenía  necesidad de cambiar.
La sociedad actual requiere de más «zaqueos» como el que surge de las páginas del Evangelio. «Zaqueos» que sean capaces de contribuir a crear un mundo más justo, más humano, más cristiano, mas servicial y más solidario. «Zaqueos» con un corazón generoso, humilde, sencillo, servicial y carente de orgullo, soberbia y ambición. «Zaqueos» que sean capaces de mirar a los demás con amor, que crean que incluso en los corazones de los hombres más duros la bondad y la humanidad es posible. «Zaqueos» que no duden en abrir de par en par las puertas a Cristo porque el encuentro con el Dios del amor es una posibilidad real que puede suceder en cualquier momento. «Zaqueos» que crean que este Dios que se hace presente en nuestra vida a través de Cristo sana corazones heridos, historias truncadas, almas desesperadas... y reconstruye todo aquello que a los ojos humanos parece más que perdido.
¿Por qué es posible que en este tiempo haya «Zaqueos» que se abran al amor de Cristo? Simple y llanamente porque Cristo, que murió en la cruz por la salvación del hombre, tiene viva esperanza en el género humano.
Jesús espera de mi —un «Zaqueo» más del Evangelio— que me levante de mis comodidades y le siga. Que lo hospede en mi casa —en mi corazón—. Que lo acomode en mi vida. Me invita a no perder la esperanza. Me propone a que salga de mi mismo y mire a mi alrededor. Me invita a buscar al prójimo y darle lo mejor de mi. Me invita a salir de mis medianías y buscar la excelencia personal. La santidad. Me invita penetrar en lo más profundo de mi ser donde habita Él y dejarme sorprender por su amor.
Quiere que sea un «Zaqueo» como el del Evangelio que, sintiendo su cercanía, irradiado por su paz y su amor, se puso en pie y escuchando la voz del Espíritu resonando en su interior dio un «sí» rotundo al Señor. Cuando uno entrega al Señor lo mejor de si mismo, su corazón, su vida, su fragilidad y sale de su mundo Jesús hace milagros. Y el más bello, el milagro de sentir su cercanía.
¡Señor, como a Zaqueo hazme bajar del árbol de mis egoísmos, mi humanidad y mis comodidades y llévame a hacia Ti para que puedas entrar en mi corazón endurecido por las pruebas! ¡Gracias, Señor, porque siempre eres Tu con tu paciencia y bondad el que se acerca a mí para pedirme entrar en mi corazón y en mi vida! ¡Puedes entrar, Señor! ¡Concédeme, Señor, la gracia de tener todo siempre preparado para cuando llames! ¡Envía tu Espíritu para que haga limpieza en mi interior y te sientas más cómodo! ¡No te sorprendas, Señor, cuando en alguna ocasiones observes tanto desajuste, tanta inmundicia interior, tanto desorden, tanta falta de autenticidad! ¡Solo ten compasión de mí, Señor, que soy un humilde pecador! ¡Lo que yo deseo, Señor, es experimentar en mi vida tu amor, tu gracia, tu cercanía, tu perdón y tu misericordia! ¡Quiero sentir la paz de tenerte en mi corazón! ¡Quiero que, como a Zaqueo, me mires con una mirada de amor, me sonrías con la sonrisa de la bondad, me acerques la mano con la serenidad del que sabe va a perdonar! ¡Señor, ya sé que no te importa lo que soy porque lees en mi interior y sabes que tengo intención de cambiar, de mejorar, de crecer como persona y como cristiano! ¡Envíame tu Espíritu, Señor, para que me ayude a optar por la santidad ¡Gracias, Señor, porque tu lo puedes todo y puedes sanar mi corazón!

Como Zaqueo, la canción que acompaña hoy la meditación:

viernes, 21 de octubre de 2016

Los enemigos de la paz interior

felices
Los principales enemigos de la paz interior tienen nombre y apellidos: pensamiento negativo y sentimiento destructivo. Ambos inoculan el corazón y el alma provocando confusión y agitación interior. Sin paz en el corazón el hombre no es feliz y, por tanto, no puede amar. Las consecuencias son múltiples y variadas: miedo, tristeza, abatimiento, insatisfacción, cansancio, contrariedades, desasosiego, recelo, turbación, impaciencia, inquietud, autocompasión, desconfianza…

La paz del corazón nada tiene que ver con cuestiones humanas. Se basa en la certeza de la fe que se sustenta en la Palabra que proviene de Dios. Jesucristo nos los dejó muy claro: «La paz os dejo, mi paz os doy». ¡Qué hermosas estas palabras que impiden que nuestro corazón se turbe!

Cualquier razón para perder la paz interior es una razón negativa y sólo con la ayuda de Dios es posible subsanarla. Es poniéndolo en manos de Dios como se puede vencer el esfuerzo del demonio por arrancar de cuajo la paz en nuestro corazón. Al príncipe del mal sólo le interesa perturbar la paz interior porque sabe que, en aguas revueltas, es más difícil vislumbrar la paz de Dios que mora en nuestro interior.
Cada vez que trato de huir de mis problemas por mi mismo, huyendo de la misericordia de Dios, rompo la serenidad de mi corazón. La medida auténtica de mi paz interior se apoya en mi abandono y mi desprendimiento a la voluntad del Padre. Un desprendimiento absoluto a todo lo mundano e insustancial: deseos, proyectos, iniciativas, afectos, bienes materiales…
Dios nos pide todo, absolutamente todo. Pero nosotros, trampeados por el juego del demonio, pensamos que si se lo entregamos perderemos libertad y nos quedaremos sin nada, especialmente lo material. Pero no es así. Es en el desprendimiento absoluto cuando uno siente de verdad que Dios toma las riendas de su vida y experimenta su misericordia. Siempre pierde el que se muestra triste, abatido, apesadumbrado y derrotado. No es un fracaso suyo es la victoria del demonio.

¡Bendito y alabado seas, Señor, hoy quiero ofrecerte mi vida, ponerme ante el trono de tu gracia, para ofrecerte mi pequeñez y darte mi adoración entera! ¡Te rindo mi vida, Señor, y quiero hablarte con confianza, abrir mi corazón para que lo cojas con tu amor y tu misericordia! ¡Te pido, Señor, que me llenes con Gracia, para que me llenes con tus dones y tus gracias, y que mi oración sea siempre de tu agrado! ¡Señor, también quiero que me acompañe tu Madre, la Virgen, en estos momentos de oración y de alabanza! ¡Te pido, Señor, tú que eres el amor mismo que me ayudes a amar y a seguir tu ejemplo y el de tu madre! ¡Dame el don de temor porque no quiero ofenderte con mis malos comportamientos y mis malas acciones! ¡Ayúdame siempre a cumplir tus mandamientos y tus mandatos y que estos se resuman en amar a los demás y a los que me rodean sin importar su situación personal, económica, física...! ¡Que sólo mirándoles sea capaz de ver tu rostro, valorar su dignidad y reconocer que son hijos tuyos! ¡Ayúdame a no provocar daño a las personas que me rodean porque quiero darte gloria con mis acciones, con mis palabras, con mis pensamientos, con mis comportamientos, incluso, con aquellas emisiones que tantas veces provoca un alejamiento a tu persona! ¡Ayúdame, Señor, a caminar por las sendas de la santidad! ¡Señor, yo seré feliz si vivo temiendo no ofenderte, si vivo siguiendo tu justicia, actuando según tus enseñanzas, brillando según la luz que tú irradias! ¡Ayúdame cada día a cargar la Cruz contigo, hacerlo con alegría, aunque me pese pero sé que tus manos aguantan todas las dificultades! ¡Señor, quiero ser un auténtico discípulo tuyo, quiero llevar a cabo la obra que tú me tienes encomendada por eso te pido, Señor, que me ayudes a renunciar a las cosas mundanas y vivir siempre siguiendo las enseñanzas evangélicas! ¡Señor, gracias por todos los regalos que me haces cada día, por la vida, por mi familia, por mis capacidades, por los vestidos, por los alimentos, por la casa, por la fe...! ¡Bendito y alabado seas, Señor, bendito y alabado seas! ¡Lléname con tu Espíritu, úngeme, libérame, límpiame, sáname, porque aquí estoy yo pequeño para glorificarte y seguir tu camino!
Acompañamos la meditación de hoy con este canto alegre al Señor, Nearer, My God, to Thee: (Más cerca, Señor, de Ti):