Observo  la gran capacidad que tenemos los hombres para poner excusas. Somos  expertos en crear pretextos. Desde que se inventaron las excusas, parece  que nadie queda mal. Pero no es así. En realidad, si somos honestos con  nosotros mismos no deberían caber las excusas para dar excusas. El  valor supremo es decir la verdad y asumir con todas las consecuencias la  responsabilidad que se amaga detrás de cada excusa. Los pretextos están  más cerca del (auto)engaño que del argumento pues tienen más que ver  con la justificación subjetiva que con la razón objetiva. Lo negativo de  vivir de excusas es que acabas quedándote sin argumentos.
Pero detrás de una excusa siempre hay el temor a ser juzgado, a sentirse desaprobado o reprendido, a no ser valorado, a no reconocer qué no hemos hecho lo que sabemos que teníamos que hacer. Existen, por otro lado, grandes de dosis de soberbia y amor propio en ese muro que uno levanta a su alrededor para evitar que el otro conozca nuestras imperfecciones. Hay asimismo cierta falta de madurez y de responsabilidad ante las propias acciones. Y, en algunos casos, también grandes dosis de estrés detrás de las excusas que formulamos.
Pero cuando eres capaz de reconocer tu error, cuando lo asumes desde la humildad, cuando eres capaz de disculparte por ello y evitas la excusa una gran sensación de libertad te invade interiormente. Desde la aceptación del error, asumiendo las consecuencias y el grado de responsabilidad tu propia imagen se enaltece.
Tenemos los seres humanos gran pavor a reconocer nuestras miserias y nuestros errores, nos causa desasosiego pedir perdón y disculparnos. Cuando el corazón se abre y se experimenta la agradable sensación de reconocer la verdad dejamos aparcado en nuestra vida el conformismo y la mediocridad. ¡No hay más claridad en uno que la autenticidad!
Pero detrás de una excusa siempre hay el temor a ser juzgado, a sentirse desaprobado o reprendido, a no ser valorado, a no reconocer qué no hemos hecho lo que sabemos que teníamos que hacer. Existen, por otro lado, grandes de dosis de soberbia y amor propio en ese muro que uno levanta a su alrededor para evitar que el otro conozca nuestras imperfecciones. Hay asimismo cierta falta de madurez y de responsabilidad ante las propias acciones. Y, en algunos casos, también grandes dosis de estrés detrás de las excusas que formulamos.
Pero cuando eres capaz de reconocer tu error, cuando lo asumes desde la humildad, cuando eres capaz de disculparte por ello y evitas la excusa una gran sensación de libertad te invade interiormente. Desde la aceptación del error, asumiendo las consecuencias y el grado de responsabilidad tu propia imagen se enaltece.
Tenemos los seres humanos gran pavor a reconocer nuestras miserias y nuestros errores, nos causa desasosiego pedir perdón y disculparnos. Cuando el corazón se abre y se experimenta la agradable sensación de reconocer la verdad dejamos aparcado en nuestra vida el conformismo y la mediocridad. ¡No hay más claridad en uno que la autenticidad!
¡Señor,  a imitación tuya concédeme la gracia de ser perfecto como nuestro Padre  celestial es perfecto! ¡Concédeme la gracia, Señor, de vivir siempre  buscando la perfección en cada instante de mi vida! ¡No permitas que me  acomode en la indolencia y concédeme la humildad para que Tu que eres el  ejemplo a seguir moldees mi vida! ¡Dame, Señor, por medio de tu Santo  Espíritu la fe para que mis proyectos se sustentes en tu voluntad!  ¡Ayúdame, Señor, a vivir para dar frutos, para ser testimonio de verdad,  para trabajar en busca del bien y de la perfección! ¡No permitas que la  tibieza ni la indolencia me venzan en ningún campo de mi vida y mucho  menos en el espiritual que sustenta mi vida de piedad, personal,  familiar o profesional! ¡No permitas que las dificultades y la  contrariedades me venzan! ¡Que mi relación personal contigo, Señor, me  sirva para crecer siempre a mejor, para llenarme continuamente de Ti y  poder reflejar tu gloria! ¡Tú, Señor, me revelas cada día tu preciado  plan orientado a vivir en la excelencia personal! ¡Que mi búsqueda de la  perfección, Señor, sea vivir la plenitud de la vida en Ti! ¡Ayúdame a  ser ejemplo de excelencia en mi entorno y no acomodarme en la  indolencia! ¡Ayúdame, Señor, a vivir para obrar y actuar conforme a la  verdad y cada vez que me equivoque tómame de la mano para que me vuelva a  levantar y no dejar de crecer!
Toma tu lugar, cantamos hoy unidos al Señor:
 
