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martes, 18 de abril de 2017

¿Por qué lloras? ¿a quién buscas?

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Jesús le dice a María: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?». Y a continuación pronuncia su nombre. En ese «María» escucho también el mío. Quiero como ella ser testigo vivo de su Resurrección. No me es suficiente con ver con mis ojos ni con escuchar con mis oídos, necesito que resuene en mi corazón mi nombre pronunciado por el mismo Cristo. ¡Experimentar emocionado, como la Magdalena, la presencia viva de Cristo en mi vida!

Como María quiero experimentar a un Cristo vivo, no un Jesús olvidado, un ser sin vida, un Dios caduco, un Cristo olvidado porque para mí Cristo es la presencia viva en la Eucaristía, es el acompañante en el camino de mi cruz cotidiana, el testigo de mi encuentro amoroso con el prójimo. Quiero que la certeza de su presencia llene mi vida, aleje de mi los miedos, las fragilidades, las tribulaciones, las comodidades que me embargan, los pesares... No quiero reemplazar a Cristo por ídolos mundanos. No quiero convertirme en un cristiano de fe tibia que se dirige al sepulcro en busca de un cuerpo inerte, un Cristo yaciente envuelto en un sudario. Quiero encontrar a ese Dios eterno e inmortal, tres veces Santo.
Quiero sentir a Cristo a la luz de la fe, la luz que brilla porque ¡Jesucristo ha resucitado!
«Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?» Quiero responderle al Señor que no lloro, que le busco solo a Él. Que las lágrimas de mis tristezas, de mis heridas y mis desconsuelos se han secado en la certeza de su Resurrección. Que no tengo nada de lo que angustiarme, que mis problemas son livianos con Él a mi lado, que cada día puedo tener un encuentro a corazón abierto con Él en la Eucaristía, en la adoración al Santísimo y en la oración. Que soy consciente de que Cristo puede obrar en mi y en quienes me rodean grandes milagros para que transformen de nuevo mi vida. Que el Señor anhela darme su consuelo pero para eso debo renunciar a mis apegos mundanos, a mi autosuficiencia, a mi autocompasión, a mi orgullo y mi soberbia...
Anhelo entrar en la presencia de la persona de Jesús, el Señor de la vida. Como la Magdalena quiero tomar la determinación de confiar en Jesús Resucitado. Él me está esperando. Aguarda mi llegada para liberarme de mis apegos, mis miedos, mis desconfianzas. Me espera para abrazarme y conducirme al Reino del Padre. Y ante su presencia exclamo: «Señor, es a Ti a quien quiero amar con todo mi corazón, con toda mi alma y con toda mi fuerza y a tu lado convertirme en un discípulo fiel y misionero».
¡Concédeme la gracia, por la fuerza de tu Espíritu, de tener la valentía de la Magdalena! ¡La fe es un don tuyo, Señor, pero necesito el coraje que me otorga tu Espíritu para fortalecerla y ponerla en práctica! ¡Que viéndote a Ti resucitado, Señor, sea capaz también de ver al Padre! ¡Concédeme la gracia de ser un auténtico discípulo tuyo, que pueda anunciar a mi entorno que has resucitado, que estás vivo y presente en nuestro mundo! ¡Señor, tu me llamas por mi nombre y me animas a seguir el camino de la santidad y me das el valor para permanecer firme ante el mal y declarar al mundo que el Amor supera todo mal! ¡Ayúdame, Señor, a que mi amistad contigo sea tan auténtica, profunda, amorosa y firme como fue la de María Magdalena y sea capaz de reconocerte en todos los acontecimientos de mi vida! ¡Señor, a veces me cuesta darte tiempo para unirme a ti en la oración o en el servicio a los demás porque mis asuntos personales me llenan la jornada y tampoco se descubrirte en los demás, dame un corazón humilde para comprender que sin Tu compañía no soy nada! ¡Señor, Maestro, tu me llamas y me ofreces un proyecto maravilloso de vida; pones en mis manos el camino de la santidad, lejos de la mediocridad! ¡Me preguntas y me hablas a lo más profundo del corazón y me ofreces la noble causa de ser tu discípulo, tu amigo y tu compañero de camino! ¡Me brindas la ocasión de trabajar por tu Reino, de seguirte dándome sin medida! ¡Me preguntas por qué lloro pero sabes que me ofreces un camino que pasa por la dureza del mundo y a veces con la sequedad del corazón pero el tuyo es un proyecto que lleva consigo el amor, la alegría, la esperanza, la fe… la vida! ¡Tu me llamas, Señor, para que me entregue enteramente a Ti, viva tu vida y luego la lleve a los que me rodean para que gocen también de vida abundante! ¡Gracias, Señor, porque dejas en mi corazón una profunda huella: tomar parte en el camino de la cruz y en el destello fulgurante de tu Resurrección! ¡Jesús, Maestro, amigo, gracias, porque me enseñas a caminar a la luz de la fe!
Del compositor Antonio Lobo escuchamos hoy la hermosa Misa de María Magdalena:

No me puedo callar que amo a Cristo

camino del cielo
Sentado ante el Santísimo uno experimenta grandes destellos del amor de Cristo. Saberse amado por el Amor de los Amores es una de las sensaciones más profundas que puede sentir el ser humano. Saber que Cristo te mira cuando las miradas de tantos te ignoran y hacen vacío a tu existencia. Saber que Cristo te tiende sus manos llagadas y acoge tu sufrimiento y tu dolor para que llevarlo Él en el corazón y que desaparezca del tuyo. Saber que sus palabras se convierten en un bálsamo de serenidad que purifica y sana todos tus desconsuelos. Saber que Cristo te libera de todos los impedimentos que te hacen crecer y llena los vacíos del corazón con su sola presencia.
La mirada a esa Hostia viva te permite comprender que Cristo te espera siempre. Que te convierte en un privilegiado, que te ofrece la oportunidad de acercarse a Él para descubrirle en toda su esencia, para descubrirse a uno mismo en su fragilidad.
Cuando estás así te sientes como ese gorrión que vuela libre por el campo; como esa estrella fugaz que brilla en la inmensidad del firmamento; como esa cometa multicolor que se levanta con el roce del viento. Y te sientes feliz. Lleno de Dios. Lleno de Cristo. Lleno del Espíritu Santo. Lleno de la bondad trinitaria. Y lo negativo desaparece, los dolores quiebran, las heridas cicatrizan y solo te detienes a pensar en la belleza de las cosas y todas las regalos hermosos que el buen Dios te proporciona, las enseñanzas que pone en tu camino, las voluntades que aceptas por la gracia y que te convierten en un bienaventurado.
Pero esta experiencia no quiero que se convierta en un gozo instantáneo en el momento de la adoración. Si así fuera, sería una alegría estéril y hueca. Anhelo que sea un todo en mi corazón. Un siempre. Mi verdadera alegría es que Cristo permanezca siempre a mi lado y yo siempre cercano a Él, sin temor a las tormentas de la vida.
Quiero constatar que Cristo es mi aliento. Mi vida. Mi esperanza. Mi confianza. Mi consuelo. Mi todo. Que el me conoce, sabe quien soy y adonde voy. Quiero constatar que es al Él a quien debo todo, que me corona de infinidad de favores y de la gracia de su gran misericordia.
No puedo callarme que amo a Cristo. No puedo silenciar cuán agradecido estoy a su amistad inquebrantable. Quiero que mi oración sea un canto de alabanza. De agradecimiento. De estupefacción ante tanto inmerecimiento. Quiero que la Santísima Trinidad sepa que mi corazón canta de alegría porque mi vida no es fácil pero tiene la paz de Dios, la amistad de Cristo y la guía del Espíritu.
¡Bendito Jesús, que grande es tu amor y tu misericordia! ¡Gracias porque frente a Ti recibo infinitas gracias, las mismas que pido para todos los que quiero e, incluso, para los que me han hecho daño o he dañado yo! ¡Gracias, Señor, por tu bondad! ¡Te pido también gracias para tu Santa Iglesia, para tus sacerdotes y consagrados y consagradas de todo el mundo! ¡Ante tu presencia, Señor, quiero reparar todas mis faltas y mis culpas y entregarme enteramente a ti, adorarte, alabarte y glorificarte! ¡Me postro ante Ti y quiero desagraviarte por todas los desprecios y las injurias que recibes cada día! ¡Perdóname a mi por las veces que te ofendo! ¡Te amo de todo corazón porque eres la bondad infinita; has derramado tu sangre y tu vida en la cruz por mí pero ahora estás realmente en el Santísimo Sacramento del Altar! ¡Deseo que mi corazón permanezca siempre contigo, que me acuerde de ti en cada momento de la jornada y que mi vida sea un ejemplo de que soy tu amigo, servirte con la mayor de las fidelidades! ¡Te amo sobre todas las cosas, Señor, y no permitas que nunca me aleje de Ti! ¡Te entrego mi voluntad, mis afectos, mis deseos, mis aflicciones, mis esperanzas; todo es tuyo suyo!
Adoro te devote: