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jueves, 8 de febrero de 2018

Como resolver algunos problemas

EL FLORERO DE PORCELANA

 

Florero

El maestro de novicios de un monasterio reunió a sus alumnos para la lección de hoy.

- Voy a presentarles un problema - dijo el Maestro- a ver quién es el más habilidoso entre ustedes.  Terminado su corto discurso, colocó un banquito en el centro de la sala. Encima, puso un florero de porcelana, seguramente carísimo, con una rosa roja que lo decoraba. 

- Este es el problema - dice el Maestro -resuélvanlo-.
Los novicios contemplaron perplejos el "problema", por lo que veían los diseños sofisticados y raros de la porcelana, la frescura y la elegancia de la flor. ¿Qué representaba aquello? ¿Qué hacer? ¿Cuál sería el enigma?

Pasó el tiempo sin que nadie atinase a hacer nada salvo contemplar el "problema", hasta que uno de los novicios se levantó, miró al maestro y a los alumnos, caminó resolutamente hasta el florero y lo tiró al suelo, destruyéndolo.

- ¡¡Al fin alguien que lo hizo !! - exclamó el Maestro- Empezaba a dudar de la formación que les estamos proporcionando este año !! .

Al volver a su lugar el alumno, el Maestro explicó:

- Yo fui bien claro: dije que ustedes estaban delante de un "problema". No importa cuán bello y fascinante sea un problema, tiene que ser eliminado. Un problema es un problema; puede ser un florero de porcelana muy caro, un lindo amor que ya no tiene sentido, un camino que precisa ser abandonado, por más que insistimos en recorrerlo porque nos trae confort... "
Solo existe una manera de lidiar con un problema: atacándolo de frente. En esas horas, no se puede tener piedad, ni ser tentado por el lado fascinante que cualquier conflicto acarrea consigo. Recuerden que un problema, es un problema. No tiene caso tratar de "acomodarlo" y darle vueltas, si al fin y al cabo ya no es otra cosa más que "un problema". Déjalo, hazlo a un lado y continúa disfrutando de lo hermoso y lo que vale la pena en la vida. No huyas de él... acaba con él.
Pídele a Dios que te de sabiduría para enfrentarte a los problemas y para saber resolverlos adecuadamente.

 

miércoles, 3 de enero de 2018

Año nuevo, tiempo de reflexión

El año nuevo inició ayer su andadura. Además de celebrarlo, es tiempo de reflexión y de resoluciones.Tiempo para agradecer a Dios por todo lo que ha hecho por mi en el año que se ha cerrado, por todas las enormes bendiciones y las grandes enseñanzas que me ofreció durante este tiempo. Comienzo este día alabando al Señor con este breve y hermoso salmo cargado de verdad que te invita a la gratitud y a la acción de gracias y a mantener frente a Dios y frente a la vida una actitud nueva:
Aclame al Señor toda la tierra,
sirvan al Señor con alegría,
lleguen hasta él con cantos jubilosos.
Reconozcan que el Señor es Dios:
él nos hizo y a él pertenecemos;
somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
Entren por sus puertas dando gracias,
entren en sus atrios con himnos de alabanza,
alaben al Señor y bendigan su Nombre.
¡Qué bueno es el Señor!
Su misericordia permanece para siempre,
y su fidelidad por todas las generaciones.
¡Con cuanta frecuencia me olvido de ser agradecido con el Padre, con aquel que cuidó, sanó y limpió mis heridas! ¡Con aquel que me ofreció la oportunidad para ser más humano, más libre, más generoso, más auténtico! ¡Con aquel que me dio la oportunidad de vivir una vida nueva!
¡Con cuanta frecuencia me acostumbro a que luzca el sol por la mañana, a que amanezca cada jornada, a tener el plato caliente en la mesa, a recibir una sonrisa del que me ama, a recibir un abrazo que reconforta, a ver como cada uno de mis hijos crecen con alegría, a observar los frutos de mi esfuerzo en el trabajo!
¡Con cuanta frecuencia olvido el dar gracias a Dios por sus regalos de misericordia y de amor, por su bendiciones infinitas fruto de su fidelidad sin límites de las que, tantas veces, me creo merecedor sin haber dado nada a cambio!
¡Con cuanta frecuencia olvido reconocer a aquel que me ha hecho un favor a cambio de nada, que me ha dado una palabra de aliento cuando más lo esperaba, que me ofrecido una respuesta cuando era necesaria, cuando ha dado muestras de su gratitud como el pesar me embargaba!
¡Con cuanta frecuencia me resulta difícil comprender lo que Dios quiere para mi vida, lo que quiere de mi, cuáles son sus planes y solo soy capaz de observar el vallado que cubre mi corazón tantas veces cerrado para entender las maravillas que Dios obra en mi vida!
¡Con cuanta frecuencia me cuesta agradecer a Dios incluso las situaciones que no me son favorables que me permiten crecer humana y espiritualmente porque en sus manos adquieren un sentido sobrenatural que me lleva a transformar mis actitudes y mi vida!
¡Cuántas veces se me rompe el frasco de alabastro que llevo en las manos como un valor preciado y el perfume se derrama a los pies de Cristo y no soy capaz de ver que en realidad es una ofrenda de acción de gracias por su infinito amor a mi pequeña persona!
Le pido al año que comienza que Dios me bendiga, que haga brillar su rostro en mi y en los que quiero y, también, en la humanidad entera; que proyecte sobre cada uno la luminosidad de su santo Nombre, manifestación de su paternidad. Que sea este un año en el que no pase un día sin ser agradecido con Dios, que nada me quite la paz, ni siquiera las dificultades y los sufrimientos de la vida y que estos, las pruebas y la oscuridad que pueda venir acreciente mi esperanza, una esperanza que viene de ese amor que Dios derrama en el corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado.
Y que este año camino de nuevo de la mano de la Virgen María, Reina de la Paz, para construir un entorno más justo y fraterno, más digno del hombre y del amor.
No es mucho lo que pido pero lo es todo porque quien a Dios tiene, todo lo abarca.
Feliz Año
¿Qué te pido yo, Señor, para este año que comienza? ¡Sentimientos nuevos, Señor, para que en las doce ventanas de este 2018 tenga una fe fuerte para nunca dudar de ti; oración para no alejarme de Ti; fortaleza para no dejarme vencer por los problemas y dificultades; trabajo para que no le falte a mi familia el sustento cotidiano; ilusión para afrontar todas las cosas con alegría; coherencia para no desafinar en lo que pienso, en lo que digo, en lo que hago, en lo que creo y en lo que defiendo; humildad para reconocer mis limitaciones, mis miserias y mis pecados y aceptar la crítica ajena y mejorar como persona; caridad para no dejarme dominar por la soberbia y el egoísmo; amor para querer más a los míos y ofrecerme sin nada a cambio para quien más lo necesite; optimismo, para no desalentarme en las luchas cotidianas; verdad para tener fortaleza ante las mentiras interesadas; y salud para estar fuerte para proclamar tu Reino! ¡Te pido, Señor, que cierres también los contrafuertes de las ventanas para que penetren en mi corazón todas aquellas cosas que me dañan, me hacen caer en los errores mediocres de siempre, me alejan de la verdad, me distancian de tu Gracia y me impiden actuar con nitidez, con verdad, con perfección, con sencillez y con magnanimidad!
¿Qué te pido yo, María, para este año que comienza? ¡Imitarte en tu seguimiento y en tu corazón abierto para hacer siempre la voluntad del Padre! ¡María, Señora de los humildes, de los desamparados, de los necesitados de amor, cambia mi mirada, convierte mis puntos de vista, encarna en mi la presencia de tu Hijo, embebe mi corazón, para que en este año que nace, el Año de la Misericordia, mi corazón sea un corazón amoroso y misericordioso que sepa amar y perdonar! ¡María, Virgen fiel a la Palabra, enséñame este año a escuchar más a Dios, a dejarme sorprender más por Él, para ir descubriendo la voluntad en mi! ¡María, Señora de la fidelidad y el compromiso, que te entregaste sin condiciones, enséñame a ser fiel en el camino, a no desfallecer nunca, a seguir sin dejar caer los brazos! ¡María, Señora de los Dolores, que nos enseñas que la fidelidad tiene momentos de dolor e incomprensión, ayúdame y permíteme superar hasta lo más difícil! ¡Ayúdame a ser siempre fiel, fiel al amor compartido a mi pareja, entregado a mis hijos, compañero a mis amigos y conocidos, misericordioso con los necesitados y ofrecido al Padre y a tu Hijo, Señor de la Vida! ¡María, Madre de los que buscan, que sepa seguir tu ejemplo para ser fiel a Jesucristo, Tu Hijo! ¡Tu que vives el servicio con Amor, dame el valor para vivir la fidelidad a Tu Hijo en la acción solidaria a los que más lo necesitan, a los que sufren, a los que necesitan paz en el corazón! ¡Y en este Año Santo de la Misericordia, ayúdame a vivir practicando la fe en obras de justicia, de caridad y de amor para crecer en fidelidad y entrega al Reino de Dios que ha nacido en medio de nosotros! ¡Transforma mi corazón, María, para como tu dar mi «Sí» decidido al Padre!
Merry Christmas and Happy New year con la música de Enya:




sábado, 22 de julio de 2017

Vivir de apariencias

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orar con el corazon abierto

En la sociedad actual vivimos de apariencias, «son ¿necesarias?» en las relaciones sociales, profesionales, etc. En esta circunstancia, la humildad camina a nuestro lado como un viajero desconocido. Al olvidarnos de ella nos convierte en seres anónimos, incluso entre aquellos que nos resultan más próximos. Sin embargo, cuando la humildad se ejerce se convierte en un espacio de encuentro con otras personas, fundamentalmente con los que más queremos.

En este entramado de apariencias juzgamos a los demás por lo exterior y no nos resulta sencillo reconocer lo valioso que atesoran. Cegados por esos defectos enemigos de la humildad —vanidad, orgullo, soberbia...— nos resulta complicado conocernos a nosotros mismos y conocer a los demás pues retenemos lo más superficial, lo menos importante y trascendente llevándonos una impresión errónea y equivocada del otro.
Entre los elementos sustanciales de la humildad un pilar fundamental es la verdad. Humilde es aquel que camina en la verdad y la autenticidad. Desde estos dos elementos resulta más sencillo conocer y valorar al prójimo. La humildad une vínculos estrechos  con la aceptación de nuestros dones, valores y debilidades lo que conlleva a aceptar de los dones, valores y debilidades de los demás.
Ocurre con relativa frecuencia que nos exasperen o incomoden actitudes y aspectos de gentes cercanas. Aceptarlas como son se convierte en una ardua tarea; en estos casos vemos solo lo negativo que les envuelve pero no recaemos en las grandezas y virtudes que atesoran. Sacamos puntilla y criticamos con ese defecto que les identifica sin reparar que mucho de lo que criticamos a los demás es intrínseco a nosotros.
El camino seguro para vivir auténticamente en cristiano es la humildad, virtud que hay que pedir con intensidad al Espíritu Santo para que ilumine con la luz de Cristo la verdad de nuestra vida. Cuando uno, a la luz del Señor, acepta su fragilidad y se conoce realmente, puede aprender a aceptar y valorar a los demás. Un corazón humilde es aquel que busca el encuentro con el hermano desde la sinceridad del corazón; esa es la máxima esencia de la libertad y el amor.
¡Cuánto camino tengo por delante, Señor!vehemencia 

¡Señor, envía tu Santo Espíritu sobre mí para que me enseñe a ser humilde! ¡Señor, de esas cosas de la vida que tanto amo, despréndeme si es tu voluntad! ¡Ayúdame a vivir siempre en la humildad y la caridad, pensando en el bien de los demás y no criticando ni juzgando nunca! ¡Señor, cada vez que me coloque por encima de alguien, lo juzgue, lo critique o lo minusvalore, envíame una humillación y colócame en mi debido lugar! ¡Sana, Señor, por medio de tu Santo Espíritu mi alma orgullosa! ¡Señor, Tu que eres la esencia de la humildad y la caridad, tu que eres humilde y manso de corazón, te ruego que conviertas mi corazón en un corazón semejante al tuyo! ¡Concédeme la gracia de vivir siempre con una actitud de humildad para poder escuchar tu voz y poderla transmitir a los demás! ¡Espíritu Santo, ayúdame a encontrarme cada día con Cristo y conocerlo mejor para que, transformada mi vida, sea capaz de vivir con una actitud de humildad permanente! ¡Necesito ser humilde, Señor, para permanecer cerca de Ti, haciendo vida tu Evangelio! ¡Señor, ayúdame comprender que Tú eres la única fuente de santidad y que sin Ti no soy nada, y nada alcanzaré al margen de tu voluntad!
Rey de la Humildad, cantamos hoy acompañando a la meditación:

viernes, 5 de mayo de 2017

Cristo en lo cotidiano de mi vida

orar con el corazon abierto
La vida ordinaria, esa que vivimos cotidianamente, la que nos acompaña en el descanso y en el trabajo, en la familia y con los amigos, en el tiempo de oración, en las pequeñas tareas del día a día, es una aventura maravillosa. Una vida donde reina la discreción, la prudencia y la tranquilidad, esa que se vive pasando sin hacer demasiado ruido y sin llamar la atención de los que nos rodean. Los detalles monótonos del día a día, incluso aquellos con momentos difíciles, deben estar impregnados de santidad y de grandeza.

La vida ordinaria es también tiempo de renuncias, de abandono de lo mundano, de relativizar las cosas y darle a cada cosa y momento su verdadero valor y significado. Es en la grandeza de las pequeñas cosas, en lo ordinario de la vida, donde Dios se hace presente. Aunque no lo percibamos allí está. Depende de nosotros sentir su Presencia. Día a día. Minuto a minuto.
Pero en todo ese palpitar hay algo impresionante que a nadie se le escapa, escondido en el corazón de todo hombre. El Amor con mayúsculas con la que se hacen las cosas. Y eso hace que la vida ordinaria nada tenga de ordinaria. Porque entre las mil pequeñas discusiones diarias, el trabajo en la casa o en la oficina, los problemas que agobian, el estrés, las dificultades económicas, el malestar por una situación… surge una cascada de amor que hace maravilloso el día a día.
Y entonces uno entiende que la vida ordinaria es extraordinaria, sí, que incluso agota porque hasta los pequeños detalles y los más nimios deberes se conviertan en un esfuerzo. Pero entonces piensas en la vida de esa familia de carpinteros de Nazaret, hace más de dos mil años, con una imponente proyección contemplativa. Y entiendes que entre tanto lío allí está Jesús en el centro. Y descubres que para que Dios se haga presente en nuestra vida es necesario transformar la superficialidad de nuestra mirada hacia una más profunda que nos permita observar la historia —nuestra historia— con los mismos ojos con los que Cristo lo mira todo y descubrir entonces su Presencia escondida. Y pides al Espíritu Santo que se haga presente porque con tus solas fuerzas y esfuerzos no puedes. Y descubres que la presencia escondida de Cristo en la cotidianidad de nuestra vida es la gran obra de Dios en cada uno de nosotros. Y Cristo te permite mirar tu entorno con una mirada nueva, con un corazón expansivo. Así es más fácil encontrar a Dios en la vida ordinaria. Vivir desde la fe lo pequeño como un regalo, que en absoluto no es ajeno. Y, así, sin pretenderlo, recuperas poco a poco la alegría escondida en las pequeñas cosas que a uno le van surgiendo. Todo encuentro con Dios une lo espiritual con lo cotidiano. ¡Qué maravilla!

¡Señor, quisiera mirar mi vida sencilla con ojos nuevos, con un corazón abierto a tu llamada! ¡Quisiera vivirlo todo como un regalo que me haces no como un motivo para la queja! ¡Señor, quisiera aprender de Ti que la santidad que Tu viviste durante aquellos años en Nazaret sea una santidad basada en las actividades más sencillas, impregnadas de trabajo y de vida familiar! ¡Padre, Tu estás presente en todas mis tareas diarias, ayúdame a llenarlas de Tu amor y de tu santidad para irradiar a todos los que me rodean! ¡Espíritu Santo, no permitas que los acontecimientos controlen mi vida sino que sea yo con mi actitud positiva impregnada de Dios el que sea dueño de mi vida! ¡María, quiero que seas espejo de mi alma para que cada una de mis acciones, mis pensamientos y mis deseos estén revestidos de amor, caridad y servicio! ¡Señor, que mi servicio y entrega a los demás no sea para ensalzarme y mostrar mis capacidades sino que tengan la humildad y sencillez como ideal, desposeyéndome a mi mismo para despojarme de mi amor propio y de mi interés!
Gloria, de Johannes Eckart:

lunes, 17 de abril de 2017

A lomos de mi autenticidad

orar con el corazon abierto
Ya a pasado la Semana Santa, pero no así sus efectos, Voy a hacer unas reflexiones lo que ha sido para mi esta Semana. No llevaran un orden cronológico, sino más bien lo que me vaya surgiendo con ayuda del Espíritu.

Domingo de Ramos. La Pasión el Señor es inminente. Entras ya en la liturgia “de pasión” en su sentido más profundo.
Este domingo lo vivo desde la perspectiva de este drama de la pasión y muerte del Señor enfrentando dos conceptos que resumen perfectamente este día: Exaltación y humillación.
Cuando el éxito te sonríe en la vida profesional y personal crees que andas entre los vítores de los que te aclaman a tu alrededor. Es todo un espejismo de la vanidad. Nos contagian los criterios con que el mundo computa la eficacia y la valía de las personas y los acontecimientos de la vida. Valoramos a las personas por su rango social, por los éxitos que han cosechado en la vida, por el trabajo que tienen, por el nivel económico que atesoran, por su popularidad, por los favores que en algún momento pueden beneficiarnos. Si la vida de Jesús fuese evaluada por una escala de eficacia según criterios mundanos con toda probabilidad descartaríamos como un sinsentido la mayoría de años que vivió trabajando en el humilde hogar de Nazareth, junto a María y José, o adjetivaríamos como un rotundo y estrepitoso fracaso su muerte en la Cruz, momento clave de su obra redentora.
Nos dejamos tentar por el espejismo de la fama, buscamos el renombre y el reconocimiento de los demás, nos encantan los halagos, incluso aquellos que provienen por nuestro servicio a la Iglesia. Nunca hemos de menospreciar tareas menos vistosas, que nadie valorará o reconocerá y por las que, muy probablemente, lo único que recojamos sean desavenencias, críticas, incomprensiones o divergencias. Lo importante es que nuestras obras las conozca Dios y que cara a Él actuemos con autenticidad. Es la única manera de conservar esa libertad real de quien sólo pretende la eficacia según los criterios de Dios y no los humanos. Basta recordar a ese granito de trigo de la parábola, que para dar frutos se esconde bajo tierra, o la semilla de mostaza que, desde su pequeñez e insignificancia, acabará convirtiéndose en un árbol que permitirá obtener grandes frutos.
Y en este domingo de Ramos debería convertirme en ese pollino sobre el que iba montado Cristo, callado y silencioso, mientras la algarabía aclamaba al Señor en el momento que traspasaba las puertas de Jerusalén. Aquel asno pasó desapercibido a los ojos de todos y nadie le aclamó ni mereció atención alguna. En su sencillez desempeñó su papel y nunca consideró que le aclamaban a él.

¡Señor, quiero proclamarte mi rey y el centro de mi vida, quiero seguirte de manera fiel! ¡Quiero que seas el rey de mi vida, de mi familia, de mi parroquia, de mis grupos de oración, de mi ciudad y del mundo entero! ¡Quiero ser tu amigo en todos los momentos de mi vida! ¡No quiero ser un mero espectador, insensible y pasivo, que te vea pasar a mi lado mientras exclamo ¡Hosanna, bendito el que viene en el nombre del Señor! para olvidarme de ti unos días o, incluso, unas horas más tarde! ¡Quiero ser consciente, Señor, de que tu no te vas de vacaciones esta Semana Santa porque de nuevo más a padecer por mi y morir en la Cruz! ¡Y que tu muerte es por mi orgullo, por mi soberbia, por mi prepotencia, por mi egoísmo, por mi doblez, por mis ambiciones, por mi sensualidad, por mi falta de capacidad de amar, por mi testarudez, por mi falta de compromiso hacia los demás, por mi insensibilidad ante el dolor ajeno, por desconfianza ante la grandeza de Dios…! ¡Dame la fortaleza para seguirte y entregarme de verdad a los que me rodean! ¡Que mi vocación cristiana sea un verdadero testimonio de amor! ¡Espíritu Santo, ilumina en este día mi mente y mi corazón para comprender lo que de verdad implica la Pasión de Jesús!
Hosanna al Hijo de David, cantamos hoy en este Domingo

viernes, 31 de marzo de 2017

Esas cosas que tanto me molestan

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El individualismo —primo hermano del «ser» soberbio— se va impregnando cada vez más en nuestros corazones. En el seno de las familias. De la comunidad. De los ambientes laborales. De la vida social. Y aunque no nos damos cuenta las personas nos vamos acomodando a nuestro yo convirtiendo todo lo que nos rodea en secundario porque lo que nos interesa es lo nuestro.
Así, nos molesta mucho que organicen nuestro tiempo porque lo hemos programado para hacer otra actividad. Nos fastidia cuando queremos hacer las cosas a nuestra manera y tenemos que someternos a los dictados y a las sugerencias de otros que nos parecen menos valiosas que las nuestras. Nos produce un profundo malestar cuando alguien habla de cosas que desconoce o de las que no tiene el más mínimo conocimiento porque nosotros si sabemos de lo que hablamos. Nos provoca una profunda desazón cuando nos cambian de improviso los planes o no podemos controlar las cosas o las situaciones. Nos descorazona cuando nuestro orgullo y amor propio queda herido. Juzgamos a este y aquel por lo que hace, dice y piensa que tanto difiere de nuestra manera de hacer, decir y pensar.
En definitiva, si las cosas no son como yo las quiero, las he pensado, las tengo organizadas o las digo me siento molesto. Y ahí surge el orgullo que nos acompaña.
Estas situaciones son tan comunes en nuestra vida que uno se plantea si realmente se producen porque uno no es capaz de amar con esa fuerza y esa plenitud que tiene el amor cristiano. Cuando esto sucede lo más conveniente es pedirle al Espíritu Santo luz para que derrame sobre nosotros la gracia de su amor, la sabiduría y la inteligencia para llenar y transformar nuestro corazón y convertirnos en auténticos apóstoles del amor de Dios. Con esta perspectiva es mucho más sencillo tener paz en el corazón y ver las cosas ajenas con una perspectiva diferente, con mayor sencillez y humildad. A la luz del Espíritu lo que nos molesta de los demás se puede convertir en un mirarnos a nosotros mismos y comprender que el egoísmo nos ciega y nos limita el horizonte de los demás; la humildad es la que abre el camino a la caridad en detalles sencillos, prácticos y concretos de entrega y de servicio.
La soberbia infecta por completo cualquier esfera de la vida. Es como un cáncer interior. Donde se pasea un soberbio todo acaba finalmente malherido: la familia, los círculos de amistad, el ambiente laboral, la comunidad parroquial...
Le pido hoy al Señor que me permita ser siempre una persona humilde que cuando observe algo malo en mi vida sea capaz de corregirlo por mucho dolor interior que produzca. No ser alguien soberbio porque quien lo es no acepta nunca o no es capaz de ver los defectos personales y siempre magnifica los ajenos. ¡Que sea, Señor, capaz de seguirte e imitarte siempre y poner un candado a la soberbia para que no entre en mi corazón!

¡Que sea, Señor, capaz de seguirte e imitarte siempre! ¡Ayúdame a olvidarme de mi mismo, a que todo gire en torno a mí, ya sé que es difícil alcanzar este nivel, porque casi siempre vivo pensando en mí mismo, dándole vueltas a todos esos problemas que jalonan mi vida! ¡Tú, Señor, puedes ayudarme, para que no le no coja regusto a las lamentaciones de mis sufrimientos! ¡Que sea, Señor, capaz de seguirte e imitarte siempre! ¡Señor, ayúdame a superar el pensar demasiado en mi mismo, a darle demasiada importancia a los problemas, a relativizar las cosas y a darles su justo grado! ¡Que sea, Señor, capaz de seguirte e imitarte siempre! ¡Ayúdame a darme siempre para vivir la caridad y vivir de amor y superar el yo como eje de todos mis pensamientos! ¡Señor, examina mi corazón y revélame cualquier orgullo que se albergue allí para que ningún pecado me interfiera en mi relación contigo y con los demás, para que el orgullo o la soberbia lo endurezcan más! ¡Ayúdame a conocerme mejor y muéstrame siempre el camino de la humildad que, en definitiva, es el camino de la verdad! ¡Hazme ver, Señor, mis pecados y ayúdame a valorar siempre lo bueno de los demás y a valorarlo para mejorar cada día!
«Hazme como Tú, Jesús» es nuestra canción de hoy:

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Esas cosas que tanto me molestan

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El individualismo —primo hermano del «ser» soberbio— se va impregnando cada vez más en nuestros corazones. En el seno de las familias. De la comunidad. De los ambientes laborales. De la vida social. Y aunque no nos damos cuenta las personas nos vamos acomodando a nuestro yo convirtiendo todo lo que nos rodea en secundario porque lo que nos interesa es lo nuestro.
Así, nos molesta mucho que organicen nuestro tiempo porque lo hemos programado para hacer otra actividad. Nos fastidia cuando queremos hacer las cosas a nuestra manera y tenemos que someternos a los dictados y a las sugerencias de otros que nos parecen menos valiosas que las nuestras. Nos produce un profundo malestar cuando alguien habla de cosas que desconoce o de las que no tiene el más mínimo conocimiento porque nosotros si sabemos de lo que hablamos. Nos provoca una profunda desazón cuando nos cambian de improviso los planes o no podemos controlar las cosas o las situaciones. Nos descorazona cuando nuestro orgullo y amor propio queda herido. Juzgamos a este y aquel por lo que hace, dice y piensa que tanto difiere de nuestra manera de hacer, decir y pensar.
En definitiva, si las cosas no son como yo las quiero, las he pensado, las tengo organizadas o las digo me siento molesto. Y ahí surge el orgullo que nos acompaña.
Estas situaciones son tan comunes en nuestra vida que uno se plantea si realmente se producen porque uno no es capaz de amar con esa fuerza y esa plenitud que tiene el amor cristiano. Cuando esto sucede lo más conveniente es pedirle al Espíritu Santo luz para que derrame sobre nosotros la gracia de su amor, la sabiduría y la inteligencia para llenar y transformar nuestro corazón y convertirnos en auténticos apóstoles del amor de Dios. Con esta perspectiva es mucho más sencillo tener paz en el corazón y ver las cosas ajenas con una perspectiva diferente, con mayor sencillez y humildad. A la luz del Espíritu lo que nos molesta de los demás se puede convertir en un mirarnos a nosotros mismos y comprender que el egoísmo nos ciega y nos limita el horizonte de los demás; la humildad es la que abre el camino a la caridad en detalles sencillos, prácticos y concretos de entrega y de servicio.
La soberbia infecta por completo cualquier esfera de la vida. Es como un cáncer interior. Donde se pasea un soberbio todo acaba finalmente malherido: la familia, los círculos de amistad, el ambiente laboral, la comunidad parroquial...
Le pido hoy al Señor que me permita ser siempre una persona humilde que cuando observe algo malo en mi vida sea capaz de corregirlo por mucho dolor interior que produzca. No ser alguien soberbio porque quien lo es no acepta nunca o no es capaz de ver los defectos personales y siempre magnifica los ajenos. ¡Que sea, Señor, capaz de seguirte e imitarte siempre y poner un candado a la soberbia para que no entre en mi corazón!

¡Que sea, Señor, capaz de seguirte e imitarte siempre! ¡Ayúdame a olvidarme de mi mismo, a que todo gire en torno a mí, ya sé que es difícil alcanzar este nivel, porque casi siempre vivo pensando en mí mismo, dándole vueltas a todos esos problemas que jalonan mi vida! ¡Tú, Señor, puedes ayudarme, para que no le no coja regusto a las lamentaciones de mis sufrimientos! ¡Que sea, Señor, capaz de seguirte e imitarte siempre! ¡Señor, ayúdame a superar el pensar demasiado en mi mismo, a darle demasiada importancia a los problemas, a relativizar las cosas y a darles su justo grado! ¡Que sea, Señor, capaz de seguirte e imitarte siempre! ¡Ayúdame a darme siempre para vivir la caridad y vivir de amor y superar el yo como eje de todos mis pensamientos! ¡Señor, examina mi corazón y revélame cualquier orgullo que se albergue allí para que ningún pecado me interfiera en mi relación contigo y con los demás, para que el orgullo o la soberbia lo endurezcan más! ¡Ayúdame a conocerme mejor y muéstrame siempre el camino de la humildad que, en definitiva, es el camino de la verdad! ¡Hazme ver, Señor, mis pecados y ayúdame a valorar siempre lo bueno de los demás y a valorarlo para mejorar cada día!
«Hazme como Tú, Jesús» es nuestra canción de hoy:

lunes, 12 de septiembre de 2016

El recurso de la queja

la queja constante
Hay días que las cosas son tan complicadas que el único recurso que parece que queda es la queja. Y en otros la queja es un comodín a nuestro estado de ánimo. Uno se queja porque tiene frío o hace mucho calor. Porque es lunes o porque el domingo, el día de descanso, va a llover. Porque me duele la cabeza o se me ha estropeado el ordenador. Porque un funcionario ha demorado mi expediente o no me han entregado a tiempo una documentación. Por el retraso del autobús o porque alguien se ha comido el último yogur de fresa que me estaba reservando para merendar. Porque tengo muy mala suerte y todo me sale rematadamente mal...

Quejas amargas que no sólo amargan a los que uno tiene al lado sino que amargan también lo más profundo del corazón. Toda queja hiere el alma.
Cada vez que me quejo —y no son pocas las ocasiones— me olvido que tengo el ejemplo de Cristo, que no se quejaba nunca de nada. Sin embargo, con frecuencia obvio este detalle esencial de su vida. Como cuando unas turbas trataban de apedrearlo en la puerta del templo y Él, con toda la tranquilidad, con todo el sosiego de Su corazón, les formula esta pregunta: «con todas las cosas que hecho buenas, ¿por cuál de ellas me vais a apedrear?».
La queja más dramática podría haber venido cuando fue abofeteado por uno de los guardias de Anás poco antes de la Pasión, pero Jesús contesta serenamente: «si por alguna razón he hablado mal dime en qué, y si no ¿por qué me abofeteas?».
Y la mas terrible hubiera podido ocurrir en la Cruz. Allí, con los brazos extendidos, flagelado y vilipendiado, los escribas y los fariseos se burlan de un hombre indefenso cuyos labios amoratados sólo se abren para exclamar: «¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!».
Cada vez que me quejo me alejo un poco de Dios. Cada vez que mi boca pronuncia una palabra de queja me vuelvo ingrato con el Señor y la ingratitud, lamentablemente, es uno de los grandes enemigos del alma y ahuyenta de nuestro corazón las virtudes de la humildad y la sencillez.
Muchas veces pienso que estas quejas cotidianas son las que más me alejan de la santidad porque los santos son aquellos que dan gracias a Dios incluso por las cruces que el Señor les manda cada día. ¡Cuánto me cuesta a mí mostrar mi gratitud a Dios con mis palabras, con mis pensamientos, con mis actos, y sirviéndome de sus dones para manifestarle mi amor, mi confianza y mi fidelidad!

¡Señor, perdona cada vez que me quejo porque contradice tu bondad conmigo! ¡Tu me muestras el camino y la disposición de Jesús aceptar las limitaciones, humilde sumisión, su vida perfecta, como no se quejó nunca por nada! ¡señor, si yo me acordara de todo lo que tú has hecho por mí —tu amor, tu perdón, la vida, mi familia, mis cualidades...— no me quejaría nunca viviría a la luz de la verdad! ¡Dios mío, tú esperas que sea siempre paciente en los tiempos de prueba y de dificultad, que no me queje, que crea en ti, que sea capaz de comprender que tu velas por mis intereses! ¡Cada vez que me quejo demuestro que no creo que tú puedes ayudarme que el Espíritu Santo actúa en mi vida! ¡Dios mío, yo digo siempre que tú eres lo más importante para mí pero debería demostrártelo en la manera en que vivo! ¡La Biblia dice que debo vivir por la fe y esto no significa que en mi vida no surjan los problemas pero tú me has prometido toda clase de bendiciones por eso me enseñas a creer en tus promesas y a no quejarme jamás! ¡Señor, no puedo decir que se haga tu voluntad y esperar que se haga la mía, no puedo decir que tengo confianza en la oración y quejarme cuando no recibo lo que te pido o las cosas no salen como a mí me gustarían! ¡Perdona cuando en mi vida la queja es permanente porque mi mente se ocupa en pensar en otras cosas y no en Ti y en tu Palabra y además me hace inútil en el servicio a los demás!
Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado:

domingo, 31 de julio de 2016

¡Qué sepa acoger en mi corazón la virtud de la magnanimidad!

Ayer, alguien al que respeto y aprecio, me expresa su preocupación por un tema que a ambos nos concierne. Las enseñanzas de la gente de oración son siempre una escuela de sabiduría. Un buen consejo facilita dar el siguiente paso en la vida con seguridad: para frenar el dolor, crecer en la caridad, el amor, la generosidad. Me habla de una actitud, la magnanimidad, bella en la pronunciación, preciosa en su aplicación. Medito sobre esta cuestión que comporta grandeza de corazón, misericordia en la victoria, sencillez en el desquite, humildad en el servicio, ánimo grande en las empresas pequeñas… No me habla de heroísmo sino de sencillez, nobleza, generosidad, caballerosidad y desinterés. Que las acciones estén acordes con la pureza de corazón.
Me vino enseguida a la mente la figura del Papa Francisco cuando, al inicio de su pontificado, el Santo Padre recibió en audiencia a la presidenta argentina. Fue la primera autoridad mundial que entraba en el palacio apostólico para felicitar al Santo Padre. El Papa la acogió con afecto a pesar de que, cuando era cardenal de Buenos Aires, Cristina Fernández le había negado al entonces cardenal audiencia en catorce ocasiones y lo había intentado desprestigiar ante la opinión pública argentina. Magnánimo es el que tiene grandeza de alma. Quien tiene grandeza de espíritu sabe olvidar las afrentas y perdona con sinceridad. El saber de la magnanimidad es la humildad. El poder de la humildad es la magnanimidad.
¡Señor, que sepa acoger en mi corazón la virtud de la magnanimidad! ¡Dame un corazón grande de ánimo capaz de hacer el bien, repartir lo propio, devolver más de lo que recibo, ser prudente en mis acciones, manifestar siempre la verdad, no quejarme nunca, perdonar de corazón, amar sin contrapartidas, preocuparme más de la verdad que de los chismes y de la opinión parcial, no gloriarme por el triunfo o por la alabanza de los demás, estimar poco el poder, desapegarme de lo material! ¡Gracias, Señor, porque pones a mi lado amigos de corazón que saben con palabras sencillas y gestos amorosos corregir mi corazón tantas veces soberbio y egoísta!

No me mueve mi Dios para quererte, versionado por la hermana Glenda:

martes, 21 de junio de 2016

Oración de “El Principito”: “Enséñame el arte de los pequeños pasos”

Le pide a Dios un regalo raramente invocado: la sencillez y la fidelidad tranquila


Antoine de Saint-Exupéry, autor del famosísimo “El Principito” y gran aviador que se alistó en la marina francesa durante la Segunda Guerra Mundial, en un período particular de su vida, escribió esta bella oración al Señor para pedirle un regalo raramente invocado: aquel de la sencillez y de la fidelidad tranquila y serena en las pequeñas decisiones de cada día.

No pido milagros y visiones, Señor, pido la fuerza para la vida diaria. Enséñame el arte de los pequeños pasos.

Hazme hábil y creativo para notar a tiempo, en la multiplicidad y variedad de lo cotidiano, los conocimientos y experiencias que me atañen personalmente.

Ayúdame a distribuir correctamente mí tiempo: dame la capacidad de distinguir lo esencial de lo secundario.

Te pido fuerza, auto-control y equilibrio para no dejarme llevar por la vida y organizar sabiamente el curso del día.

Ayúdame a hacer cada cosa de mi presente lo mejor posible, y a reconocer que esta hora es la más importante.

Guárdame de la ingenua creencia de que en la vida todo debe salir bien. Otórgame la lucidez de reconocer que las dificultades, las derrotas y los fracasos son oportunidades en la vida para crecer y madurar.

Envíame en el momento justo a alguien que tenga el valor de decirme la verdad con amor.

Haz de mí un ser humano que se sienta unido a los que sufren. Permíteme entregarles en el momento preciso un instante de bondad, con o sin palabras.

No me des lo que yo pido, sino lo que necesito. En tus manos me entrego.

¡Enséñame el arte de los pequeños pasos!