Ayer, alguien al que respeto y aprecio, me expresa su preocupación por un tema que a ambos nos concierne. Las enseñanzas de la gente de oración son siempre una escuela de sabiduría. Un buen consejo facilita dar el siguiente paso en la vida con seguridad: para frenar el dolor, crecer en la caridad, el amor, la generosidad. Me habla de una actitud, la magnanimidad, bella en la pronunciación, preciosa en su aplicación. Medito sobre esta cuestión que comporta grandeza de corazón, misericordia en la victoria, sencillez en el desquite, humildad en el servicio, ánimo grande en las empresas pequeñas… No me habla de heroísmo sino de sencillez, nobleza, generosidad, caballerosidad y desinterés. Que las acciones estén acordes con la pureza de corazón.
Me vino enseguida a la mente la figura del Papa Francisco cuando, al inicio de su pontificado, el Santo Padre recibió en audiencia a la presidenta argentina. Fue la primera autoridad mundial que entraba en el palacio apostólico para felicitar al Santo Padre. El Papa la acogió con afecto a pesar de que, cuando era cardenal de Buenos Aires, Cristina Fernández le había negado al entonces cardenal audiencia en catorce ocasiones y lo había intentado desprestigiar ante la opinión pública argentina. Magnánimo es el que tiene grandeza de alma. Quien tiene grandeza de espíritu sabe olvidar las afrentas y perdona con sinceridad. El saber de la magnanimidad es la humildad. El poder de la humildad es la magnanimidad.
¡Señor, que sepa acoger en mi corazón la virtud de la magnanimidad! ¡Dame un corazón grande de ánimo capaz de hacer el bien, repartir lo propio, devolver más de lo que recibo, ser prudente en mis acciones, manifestar siempre la verdad, no quejarme nunca, perdonar de corazón, amar sin contrapartidas, preocuparme más de la verdad que de los chismes y de la opinión parcial, no gloriarme por el triunfo o por la alabanza de los demás, estimar poco el poder, desapegarme de lo material! ¡Gracias, Señor, porque pones a mi lado amigos de corazón que saben con palabras sencillas y gestos amorosos corregir mi corazón tantas veces soberbio y egoísta!
No me mueve mi Dios para quererte, versionado por la hermana Glenda:
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