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domingo, 31 de julio de 2016

¿Confías en Dios?

Menos depósitos bancarios, más vida



A veces guardo y retengo pensando en el futuro. Construyo grandes graneros que me aseguren la vida:

“Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: – ¿Qué haré, pues no tengo dónde reunir mi cosecha? Y dijo: – Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: – Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea. Pero Dios le dijo: – ¡Necio! esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán? Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios”.

Pero no conozco el día ni la hora. No sé ese momento en el que dejaré este mundo. No lo veo. En cualquier momento me voy y muero. Pero yo hago planes. Guardo en los bancos. Ahorro. Aseguro mi vida. Tengo miedo. Como si todo dependiera de mí. Como si nada dependiera de Dios. Me gusta hacer cálculos pensando en el futuro.

Vivo una época de incertidumbres. Asesinatos injustificados. Bombas. Atentados. Estos días fue asesinado un sacerdote de 84 años, auxiliar de la parroquia de un pueblo francés. Hacía ocho años había festejado sus bodas de oro sacerdotales. Un cura no se jubila nunca. Y fue asesinado mientras celebraba misa.

El arzobispo de Ruán, Dominique Lebrun, dijo tras su asesinato: “La Iglesia católica no puede esgrimir unas armas distintas a la oración y la fraternidad entre los hombres”.

Ante las manos caídas de un sacerdote octogenario el corazón llora. Las muertes injustas duelen profundamente. Pero no despiertan la rabia ni el odio. No hay ira. Sí la más honda tristeza. Y la más profunda oración. Y un canto de agradecimiento por la vida de ese hombre que tocó tantas veces a Jesús entre sus manos.

La violencia injustificada nos supera. Es como si pensáramos de repente que a nosotros también nos puede suceder lo mismo. A nosotros, a nuestros hijos. Y nos sentimos indefensos ante cualquier peligro. Impotencia, dolor, angustia.

¿Quién me va a defender? Siempre la muerte puede llamar a mi puerta y golpear duro. Y temo el futuro incierto. Y quiero protegerme. Guardarme. Construir reservas.

Pero, ¿de qué me sirve guardar en un granero inmenso pensando en mi salvación? No me sirve de nada guardar sin compartir. Retener sin dar. El granero puede arder. Yo puedo morir mañana. ¿Qué habré hecho con mi vida? No añado un solo día a mi vida preocupado por el futuro.

Hoy escucho: “¿Qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?”. No saco nada si no me entrego a Dios, si no me anclo en su corazón. Vanidad de vanidades una vida perdida egoístamente. Guardar para no morir. Para no sufrir. Para sobrevivir. Todo asegurado.

¿Y mi confianza en Dios? A veces me falta. Dudo de ese Dios bueno y fuerte que salva mi vida del peligro. De ese Dios que construye conmigo un camino de alegría entre los hombres.

Santiago, un joven que falleció hace muy poco, dejó huella con su vida. Decía de él su hermano mayor: “Tenía la virtud de dejar huella por donde pasaba. Tenía un atractivo físico y un interior que marcaba a las personas. Una capacidad especial de empatizar, de ponerse en el lugar del otro. Era una persona con un gran fondo y con un corazón que no dejaba indiferente a nadie”.

Dejó huella con su vida, con su entrega. Tal vez sus graneros vacíos. Se había desgastado. Como los graneros de ese sacerdote mayor asesinado. No guardó nada para él. Tampoco Santi guardó para él.

Quiero aprender a no guardar para mí. Quiero confiar en el Dios de mi vida. Encontrar su mano en mi vida. Le busco. Quiero ensanchar mi corazón y no tanto los graneros. Ensancharlo para que quepan más vidas. Quiero amar más y no tanto guardar lo que no me da la felicidad eterna.

¡Me centro tanto en la seguridad de este mundo! Y me ato. Y me vuelvo esclavo de mí mismo y de mis miedos. Centrado en lo que me preocupa, en lo que temo perder. Menos graneros, más vida, más confianza.

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