¿Y si se cantara (la gloria de Dios)? El canto gregoriano
Mientras los viejos cancioneros de parroquia con forro de cuero amarillean tranquilamente bajo los bancos de las iglesias, Ecclesia Cantic reunió a finales de mayo a cerca de 500 jóvenes en Grenoble, Francia. Miembros de coro o no, el caso es que a estos jóvenes les encanta cantar y, sobre todo, cantar la gloria de Dios a través del canto polifónico (es decir, a cuatro “voces”: soprano, alto, tenor, bajo). Así, dan testimonio de la renovación del canto litúrgico en la la Iglesia. Un canto que no hace tabla rasa con el pasado, sino que se enriquece con su larga historia. Desde el canto gregoriano a los cantos carismáticos, ¿cómo canta la Iglesia de hoy día? Hagamos un repaso (no exhaustivo) de las sensibilidades musicales de los fieles…
Capítulo 1. El canto gregoriano
Canto por excelencia de la Iglesia universal, el gregoriano fue cultivado como un precioso tesoro por monjes y monjas entre los muros de sus abadías. Es el canto propio de la liturgia romana, que acompaña el rezo de la Iglesia católica desde hace siglos. Además, el Concilio Vaticano II lo califica como “tesoro de valor inestimable” (Constitución Sacrosanctum Concilium). La particularidad de este canto reside en su carácter “monódico”, es decir, que está compuesto de una única voz. Otra característica: el gregoriano incorpora a la música un texto sagrado, extraído de la Biblia, o bien de himnos escritos más tardíos (en latín).
“Es una melodía extraordinariamente fluida”, explica Olivier Bardot, profesor en el Conservatorio Superior de la región de París y profesor de canto gregoriano y de polifonía en el seminario de la Comunidad de Saint-Martin.
“No tiene medida, es decir, es de ritmo libre. Simplemente tiene su apoyo [en el tetragrama] y se desarrolla en base a tensiones –arsis– y distensiones –thesis–, igual que cuando recitamos una frase hablada, que subimos y bajamos el tono”.
El Exultet – himno cantado al comienzo de la Vigilia Pascual para proclamar la victoria de la luz sobre las tinieblas y anunciar la Resurrección de Cristo; en este caso lo interpreta magistralmente el sacerdote carmelita colombiano Alejandro Tobón:
Un canto para todos
“Es un canto tanto para hombres como para mujeres”, señala Pema Suter, directora coral en la escuela Saint-Grégoire, que forma en el canto gregoriano tanto a laicos como a religiosos.
Reconoce, no obstante, que “el color no es el mismo”. “Como las mujeres cantan más agudo, hay que evitar caer en algo que suene demasiado angelical”.
Para los más reticentes, deben saber que “este canto no es exclusivo de los más tradicionalistas”, como dice Pema Suter. “Hay que reconocer que gracias a ellos ha sobrevivido, y se lo agradezco, pero no hace falta que lo acaparen”, bromea.
Un pie en la eternidad
¿Cuál es el secreto de este canto y de la fuerza espiritual que emerge de él?
“Estas letras fueron rezadas antes de ser musicadas, son fruto de la lectio divina (la meditación prolongada de un texto bíblico). El origen de su composición se extiende a veces a muchos siglos atrás. Por otra parte, muchas de las obras fueron compuestas por monjes que ya tenían un pie en la eternidad”, indica Olivier Bardot.
Otra ventaja: las raíces del gregoriano se remontan a cantos de tiempos muy antiguos.
Derivan de la cantillatio de los salmos (la recitación con diferentes alturas de voz) que ya existía entre los hebreos de antes de nuestra era y que persistió en las primeras comunidades cristianas. “El objetivo era que la persona que recita fuera audible ante un gran número de personas y pone en valor diferentes partes del texto sagrado”, explica Olivier Bardot, que también es profesor de historia. Este repertorio se transmitió por vía oral hasta el siglo IX. Según los ingenios de la historia, se cree, erróneamente, que deriva del papa Gregorio I Magno, gran reformador de la liturgia de finales del siglo VI. “Las denominaciones de un fenómeno a menudo se producen mucho tiempo después”, explica. “En la Edad Media, se eligió la figura prestigiosa de este papa para dar ‘peso’ a este canto frente al canto ambrosiano proveniente de Milán”. Muy hábil.
El gregoriano propiamente dicho nació allá por el 750. En esta época, los lombardos invaden Roma. El papa Esteban II fue a buscar refugio en Saint-Denis, en la Galia franca. Descubre entonces un nuevo repertorio de las voces de los cantantes locales. Con la ayuda de Pipino el Breve, hace fusionar los repertorios romano antiguo y galicano, dando origen así al canto gregoriano. Un poco más tarde, Carlomagno, de acuerdo con el papa, impondrá este canto como repertorio único en todo el imperio.
Las emociones de un texto sagrado
Aun con todo, lo genial del gregoriano es sin duda su capacidad de transmitir las emociones producidas por el texto sagrado. Según Olivier Bardot, “las fórmulas fueron elegidas porque destacan el valor del texto o un efecto producido por el texto”. “Nos conmueven porque sentimos de una manera muy corporal que hay algo más allá de nosotros, del orden de lo misterioso”, añade.
“Es un canto muy empírico, que responde a emociones profundamente arraigadas en nosotros, independientemente de nuestra cultura”.
Los que llegan más tarde al gregoriano y admiten que nunca les gustó escuchar discos de canto gregoriano (!), descubren un repertorio apasionante a través de la liturgia de la Iglesia.
“No es difícil formarse en el gregoriano”, asegura. “No importa quién seas, con un mínimo de formación musical y de oído se puede aprender a cantarlo”.
Sin embargo, requiere “perseverancia y trabajo”. ¿Por qué? “Porque es un canto muy diferente de las músicas modernas y por ello hace falta un poco de tiempo para acostumbrarse”.
La abadía benedictina de Solesmes (Sarthe) se considera la Meca del canto gregoriano.
Fue allí donde, durante la segunda mitad del siglo XIX y con el impulso de su abad, Dom Guéranger, los monjes resucitaron el repertorio, que había caído en el olvido desde finales de la Edad Media.
Para Dom Jacques-Marie Guilmard, antiguo director de coro (aquí puedes ver la entrevista integral original con Dom Jacques-Marie Guilmard), este canto no es una forma de oración, es en sí mismo una oración, inspirada por el Espíritu Santo. Este Espíritu que nos hace gritar “Abba” (Padre) para dirigirnos a Dios, como dice san Pablo (Rm 8, 15).
¡Y menuda oración! Según afirma este monje cuyo corazón ha sido moldeado por los cánticos sagrados, “el gregoriano es un canto de meditación que toma la forma de todas las formas de oración posibles: adoración, alabanza, súplica, deprecación (solicitud de perdón), etc.”.
Esta oración no es “folclórica”, advierte, sino “una oración completa” que une a toda la Iglesia en el espacio y en el tiempo.
Fundada por monjes de Solesmes, la abadía de Keur Moussa en Senegal ha adaptado el canto gregoriano con ritmos africanos:
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