Lo que de verdad te hace feliz es muy poco
“El hombre moderno está fuertemente apegado a las cosas externas, se volvió desalmado, no posee más capacidad para reconocerse y concebirse portador de la alegría espiritual”[1]. Un hombre sin alma. Volcado en el mundo. Sin raíz, sin centro. Desbocado. Lo decía el padre José Kentenich.
Y es cierto, me pasa lo que leía el otro día: “La mitad de las cosas que poseemos, no las necesitamos. Las tenemos por creerlas importantes. Al final, lo que realmente nos hace felices es tan poco que podríamos guardarlo en la palma de la mano o en nuestro corazón”[2].
Lo que me hace feliz de verdad es muy poco. Son pocas cosas. Pero a veces lo olvido. Necesito aprender a aceptar la vida tal y como es. Eso lo tengo claro. Conformarme con poco y entender que si me creo muchas necesidades nunca seré feliz del todo.
“No es tan difícil ser feliz. Basta querer. Cambiar algunas actitudes. Empezar a disfrutar de las pequeñas cosas, las que suelen pasar desapercibidas”[3].
Alegrarme con los regalos diarios y aceptarlos como un don. Enfrentar la vida en sus dificultades. Adaptarme a lo que me toca vivir tomándolo en mis manos como un desafío.
[2] Claudio de Castro, El poder de la alegría
[3] Claudio de Castro, El poder de la alegría
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