Hay días que las cosas son tan complicadas que el único recurso que parece que queda es la queja. Y en otros la queja es un comodín a nuestro estado de ánimo. Uno se queja porque tiene frío o hace mucho calor. Porque es lunes o porque el domingo, el día de descanso, va a llover. Porque me duele la cabeza o se me ha estropeado el ordenador. Porque un funcionario ha demorado mi expediente o no me han entregado a tiempo una documentación. Por el retraso del autobús o porque alguien se ha comido el último yogur de fresa que me estaba reservando para merendar. Porque tengo muy mala suerte y todo me sale rematadamente mal...
Quejas amargas que no sólo amargan a los que uno tiene al lado sino que amargan también lo más profundo del corazón. Toda queja hiere el alma.
Cada vez que me quejo —y no son pocas las ocasiones— me olvido que tengo el ejemplo de Cristo, que no se quejaba nunca de nada. Sin embargo, con frecuencia obvio este detalle esencial de su vida. Como cuando unas turbas trataban de apedrearlo en la puerta del templo y Él, con toda la tranquilidad, con todo el sosiego de Su corazón, les formula esta pregunta: «con todas las cosas que hecho buenas, ¿por cuál de ellas me vais a apedrear?».
La queja más dramática podría haber venido cuando fue abofeteado por uno de los guardias de Anás poco antes de la Pasión, pero Jesús contesta serenamente: «si por alguna razón he hablado mal dime en qué, y si no ¿por qué me abofeteas?».
Y la mas terrible hubiera podido ocurrir en la Cruz. Allí, con los brazos extendidos, flagelado y vilipendiado, los escribas y los fariseos se burlan de un hombre indefenso cuyos labios amoratados sólo se abren para exclamar: «¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!».
Cada vez que me quejo me alejo un poco de Dios. Cada vez que mi boca pronuncia una palabra de queja me vuelvo ingrato con el Señor y la ingratitud, lamentablemente, es uno de los grandes enemigos del alma y ahuyenta de nuestro corazón las virtudes de la humildad y la sencillez.
Muchas veces pienso que estas quejas cotidianas son las que más me alejan de la santidad porque los santos son aquellos que dan gracias a Dios incluso por las cruces que el Señor les manda cada día. ¡Cuánto me cuesta a mí mostrar mi gratitud a Dios con mis palabras, con mis pensamientos, con mis actos, y sirviéndome de sus dones para manifestarle mi amor, mi confianza y mi fidelidad!
¡Señor, perdona cada vez que me quejo porque contradice tu bondad conmigo! ¡Tu me muestras el camino y la disposición de Jesús aceptar las limitaciones, humilde sumisión, su vida perfecta, como no se quejó nunca por nada! ¡señor, si yo me acordara de todo lo que tú has hecho por mí —tu amor, tu perdón, la vida, mi familia, mis cualidades...— no me quejaría nunca viviría a la luz de la verdad! ¡Dios mío, tú esperas que sea siempre paciente en los tiempos de prueba y de dificultad, que no me queje, que crea en ti, que sea capaz de comprender que tu velas por mis intereses! ¡Cada vez que me quejo demuestro que no creo que tú puedes ayudarme que el Espíritu Santo actúa en mi vida! ¡Dios mío, yo digo siempre que tú eres lo más importante para mí pero debería demostrártelo en la manera en que vivo! ¡La Biblia dice que debo vivir por la fe y esto no significa que en mi vida no surjan los problemas pero tú me has prometido toda clase de bendiciones por eso me enseñas a creer en tus promesas y a no quejarme jamás! ¡Señor, no puedo decir que se haga tu voluntad y esperar que se haga la mía, no puedo decir que tengo confianza en la oración y quejarme cuando no recibo lo que te pido o las cosas no salen como a mí me gustarían! ¡Perdona cuando en mi vida la queja es permanente porque mi mente se ocupa en pensar en otras cosas y no en Ti y en tu Palabra y además me hace inútil en el servicio a los demás!
Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado: