Entrada destacada

ADORACIÓN EUCARÍSTICA ONLINE 24 HORAS

Aquí tienes al Señor expuesto las 24 horas del día en vivo. Si estás enfermo y no puedes desplazarte a una parroquia en la que se exponga el...

Mostrando entradas con la etiqueta misericordia de Dios. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta misericordia de Dios. Mostrar todas las entradas

miércoles, 3 de enero de 2018

La Navidad te muestra, sencillamente, la simplicidad de Dios

Hace unos días que la Navidad propiamente dicha ha quedado atrás. En la Nochebuena cada uno aceptó en su corazón, en lo íntimo de su alma y a su manera el don de Dios, el sacrificio a su favor, su propuesta de vivir en el interior de cada uno, regándolo con su paz soberana y su gracia milagrosa.
Si uno se sintió digno de dejarlo entrar, pudo recibir en su alma el regalo glorioso y majestuoso que Dios hizo de sí mismo. Si uno se encontraba, como es mi caso, indigno y tan sucio como el granero pobre de Belén donde nació, también pudo recibirlo porque el Dios hecho Hombre también se entrega por aquellos que son conscientes de su indignidad, de su pequeñez, de sus egoísmos, de su faltas y de su falta de amor. Aún así, la entrega de Dios es incondicional.
Los dignos, aquellos que no tienen tacha en el corazón, como los indignos —como podemos ser tú y yo—, tenemos también el pleno de derecho de gozar de la generosidad de Dios, de disfrutar del don de su amor, de su misericordia, de su perdón y de su prodigalidad celestial.
Aunque uno se sienta indigno de Dios, en su alma, en la profundidad de su corazón, en la realidad de ser espiritual también puede —incluso diría, debe— aceptar con alegría y esperanza la plenitud del don de Dios, el encuentro con su soberana paz en ese ser desgarrado por los mil y un sufrimientos que le asolan y por las tantas dependencias que le hacen vulnerable a la mundanidad.
El sello distintivo del Reino de los Cielos es el Amor que se une a la pequeñez del corazón. ¡Felices los que se saben pobres porque de ellos es el Reino de los Cielos!
La Navidad te muestra, sencillamente, la simplicidad de Dios. En la Navidad uno se acostumbra a la belleza de la generosidad y especialmente a la simplicidad de los gestos del Amor. ¡Qué alegría más grande ser consciente de que el flujo de tu ser espiritual interior no te pertenece, sino que está en manos de un poder sobrenatural! ¡El poder que viene del amor de Dios, que ha nacido en el pesebre inmundo, sucio y desvencijado de tu propio corazón! ¡Y que solo tienes que abrir la puerta y exclamar: Entra, nace en mí, invádeme con la presencia de tu amor para transformar mi vida, mis gestos, mis palabras, mis pensamientos y todo mi ser!
orar con el corazon abierto
¡Aquí estoy, Señor, en los primeros pasos del año, consciente de mi miseria y mi pequeñez, pero lleno de tu amor! ¡Aquí estoy, Señor, agradeciéndote que pese a lo que soy hayas nacido en mi corazón! ¡No te escondo, Señor, que necesito transformar mi vida, suavizar mi carácter, aclarar mis expectativas, engrandecer mis gestos! ¡Necesito, Señor, ya que has nacido de nuevo en mi interior sentir tu poderosa presencia en mi alma! ¡Te abro, Niño Dios, las puertas de mi ser espiritual, de mi santuario interior, de mi alma y de mi corazón! ¡Sabes, Señor, que muchas veces me encuentro perdido entre las sombras de lo incierto y de lo efímero, ocultando la esperanza que tengo en Ti! ¡Pero tu has nacido en mi interior y nada tengo que temer, porque tu eres la luz que ilumina en la noche, la guía que marca los caminos, aunque haya ocasiones que solo sea capaz de ver un fugaz e intermitente resplandor! ¡Haz, Señor, que crezca en mi la confianza y la esperanza para ver con mayor claridad en el horizonte de mi vida! ¡Que esta luz me haga ver que tu eres compañero de mis esperanzas y que me liberas de la prisión de mis fracasos! ¡Que mi corazón sea una vela que se una al coro de estrellas que salpican el cielo estrellado de la Navidad! ¡Que todo mi ser sea una vida que ilumina la vida de los demás, de aquellos que se doblan por sus cargas dolorosas, que no avanzan porque les dificulta tomar decisiones importantes, que no sienten tu presencia, que están desprovistos de todo o que tienen miedo a decidir! ¡Felices los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos! ¡Que esta promesa sea mi fortaleza, Señor, y que siendo pequeño como soy sea grande ante tus ojos; y que esta pequeñez me haga formar parte del mundo para que desde mi nada sea brillo de tu amor y luz de tu paz!
In dulce iubilo, un hermoso canto para esta Navidad:



lunes, 23 de octubre de 2017

Un amor como las olas del mar

Por razones laborales me encuentro en un país africano. Mi hotel se encuentra junto a una playa cuyas aguas están bañadas por el Atlántico. Protegiendo el recinto han colocado una cadena de rocas que lo protege de las embestidas del mar. Ayer por la mañana me senté en aquel lugar para contemplar el amanecer. Las olas, embravecidas por el mar furioso, se rompían contra las rocas estallando en una emergente ducha de gotas que la luz del sol hacía brillar. Al terminar la jornada laboral me senté de nuevo en el mismo lugar. La oscuridad de la noche quedaba rota por la luz grisácea de la luna. Las olas, sin embargo, seguían rompiéndose con las rocas a la misma intensidad.
El golpeteo constante de las olas han ido tallando con el paso de los años el perfil de aquellas rocas que alguien había alineado frente al hotel.
Sentado en aquel lugar apacible y silencioso, deleitándome con el sonido del mar y con el constante ir y venir de las olas, un pensamiento mágico me vino a la memoria. ¡Qué grande es el amor de Dios! ¡Y esa grandeza late a un ritmo constante, como las olas de ese océano creado por Él! ¡Ese amor cubre de manera paciente y uniforme las superficies duras de nuestro corazón para transformarlas en una obra nueva! ¡En ocasiones su amor es como las olas suaves que se rompen en las arenas de la playas cuando el mar está calmo! ¡En otras irrumpe como esas olas poderosas frente a mi hotel! En cualquiera de las dos, su amor permanece de manera constante e interminable. El amor de Dios no tiene fin.
Con el amor de Dios uno puede contar siempre. Es un amor fiel, imperecedero. ¡Qué hermoso es poder confiar en su amor y su fidelidad! ¡Qué hermoso sentir que su amor es infinito, ternura que se inclina hacia nuestra debilidad, seres necesitados de todo, consciente de que somos de barro frágil! Y es esta pequeñez, esta debilidad de nuestra naturaleza, esta fragilidad —¿acaso no somos como esas olas que se rompen al chocar contra las rocas?—es  lo que le empuja a su misericordia, a su ternura y a su perdón.
orar con el corazon abierto
¡Gracias, Padre bueno, Señor de la Misericordia, del Amor y del perdón, por ser fuente inagotable de amor! ¡Gracias porque eres como las olas que bañan mi corazón y me empapan de tu asombroso amor y de tu constante gracia! ¡Concédeme la gracia de confiar cada día en tu amor infinito incluso cuando no entienda lo que quieres de mí! ¡Padre, confío en tu amor y tus cuidados permanentes; transforma mi corazón como solo sabes hacer! ¡Gracias por la fe que me lleva a recorrer tus caminos! ¡Gracias, por reconozco tu existencia en este mundo! ¡Gracias, porque todo cuanto soy y recibo es obsequio de tu amor! ¡Te doy gracias, Señor, por todas las personas que has puesto a mi lado —mi familia, mis amigos, mis compañeros…—, todos ellos son el reflejo de tu amor! ¡Gracias, Señor, también por las cruces cotidianas que me recuerdan tu amor por mí! ¡Gracias por tu infinito amor, Señor!
Me basta tu gracia, cantamos hoy dando gracias al Señor:

miércoles, 21 de junio de 2017

Abrir el corazón para entregar las fragilidades del alma

Una de las maravillas de la oración: acercarse a Dios. Abrir el corazón para que pueda reinar en mi alma. Abrir el corazón y presentarle una a una todas mis debilidades con sinceridad, rectitud de intención, escrutando hasta el más recóndito de los rincones para enfrentar a la luz del Espíritu Santo la propia realidad ante los ojos de Dios. En el abismo de su misericordia podré luego ir a confesarme y comulgar en paz.Abrir el corazón para entregar las fragilidades del alma y no caminar con una apariencia de virtud sino con la auténtica belleza de estar limpiamente unido al Señor.
Abro una página del Evangelio. Allí surge la figura del leproso. Su lepra es corporal no del alma. Siente la cercanía del Señor que se aproxima a él. Ha visto en su mirada el amor misericordioso del Dios vivo. Y se postra a los pies de Jesús. Pone su cabeza a ras de suelo, mordiendo el polvo del camino. Es una imagen tremenda, demoledora. El leproso sufría por la condena de sus llagas. Así tiene que ser mi sentimiento por mis pecados. Orar ante Dios con el corazón abierto, con el rostro mordiendo el polvo del suelo, consciente de mi fragilidad y mi indigencia moral para presentar como el enfermo de lepra mi indignidad ante los ojos de Dios.
Y pronunciar, como el leproso: “No soy digno”. No soy digno pero por la gracia, Cristo puede sanarme. “Si quieres, puedes sanarme”, dice el leproso con fe y esperanza. Es una oración sencilla; profunda en su contenido, bellísima en su forma. No le dice a Cristo, el que todo lo puede: “Cúrame esta lepra”. Es más humilde la petición, más delicada, muy consciente de quien tiene delante: “Si quieres… puedes curarme”.
Soy consciente de que tantas veces acudo al Señor con clamores imperativos. No es eso lo que quiere Jesús de mí. Quiere que primero ponga mis faltas, todo mi corazón y toda mi alma y hacerlo con confianza bajo su divina persona para humildemente exclamar: “No soy digno, Señor, pero si quieres puedes curarme”. Lograré así, seguramente, que Cristo reine de verdad en un corazón tan pobre como el mío.
¡Señor, acudo hoy a ti con el corazón abierto a tu misericordia, a tu amor, reconociendo que no soy digno pero necesito que me cures mi parálisis y todo aquello que me aleja de Ti y de los demás!
¡Señor, si quieres puedes curarme porque necesito que me liberes de mis fracasos y de mis caídas, de mis cegueras y mis fragilidades, porque todo eso me impide verte a ti como el auténtico Señor de mi vida y a los demás como las personas a las que debo servir como un cristiano que vive la verdad del Evangelio! ¡Ayúdame, Señor, a abrirme a tu amor para no esconder mi realidad y ser consciente de que necesito de tu misericordia! ¡Hazme consciente, Señor, de que si ti no puedo caminar seguro! ¡Señor, hay cosas que me ciegan, es la lepra del orgullo y la soberbia, el pensar que si ti todo lo puedo, me autoengaño, no me permita ver la realidad! ¡Enciende mi fe, Señor, fortalece mi esperanza, da luz a mi camino para que pueda postrarme a tus pies como aquel leproso que se sentía indigno para que tus manos sane todo aquello de mi interior que deba ser sanado! ¡Sí, Señor, vengo a ti como el leproso del Evangelio porque estoy profundamente necesitado de tu gracia! ¡Te amo, Señor, si quieres puedes curarme! ¡Porque te amo, Señor, quiero amarte también en cada uno de las personas que se crucen a mi lado! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!
Adoration, la música de hoy:

lunes, 17 de abril de 2017

La espera en Dios

camino del cielo
No hago referencia a una espera resignada, pasiva, poco vivida sino a una esperanza vital, repleta de dinamismo, que lleva a luchar con denuedo, saber sacrificarse, tener la paciencia para que llegue lo que Dios dispone, poner el empeño y los medios para salir adelante… fundamentalmente porque la esperanza no radica en que Dios solucione lo que nos fastidia, molesta, disgusta o provoca frustración o miedo, ponga las soluciones a los problemas como algo caído del cielo o mitigue el dolor por la enfermedad, los cansancios o las tribulaciones.
La esperanza es un canto a la alegría. Es saber que con Dios tiene sentido aquello que, en apariencia, no lo tenía; que surge la luz allí donde solo reina la oscuridad mas profunda; que tomando sus manos misericordiosas el sufrimiento y el dolor es vencido y nos permite crecer humana y espiritualmente, y nos hace mejores personas.
Si uno busca la felicidad primero debe aceptar con humildad su fragilidad, su condición de criatura en manos del Padre, su ser respecto al prójimo, la fugacidad de su camino por esta vida terrenal y, sobre todo, aceptar que toda dificultad forma parte del camino que conduce hacia la felicidad. La cruz, como se aprende en la Pascua, es la puerta de entrada a la vida y a la resurrección.
La fragilidad y la pequeñez cuando uno se ve incapacitado, desarmado, desgarrado, desvalido... se puede convertir en ese lugar privilegiado para descubrir el rostro de Dios que habita en uno.
Así que uno espera en Dios, pero… ¿cómo espera? ¿qué espera?

¡Señor, te entrego mi pequeño corazón para que lo purifiques de cualquier sentimiento que no sea Tu Amor por mí y en mí! ¡Te entrego también mi alma para que la santifiques! ¡Te hago entrega de mi libertad para que hagas conmigo lo que tu voluntad anhele! ¡Te entrego mi memoria para que sea capaz de recordar lo que Tú deseas que recuerde! ¡Te entrego mi entendimiento para ser capaz de contemplar las cosas como Tú las ves! ¡Te entrego mi voluntad frágil y tan humana para que sea una con la Tuya! ¡Y como decía aquel santo quiero lo que quieres, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras! ¡Señor, que mi cuerpo, mis sentidos y mi mente sean dóciles a mi voluntad para recogerse siempre en Ti!

sábado, 8 de abril de 2017

Quemar etapas

orar con el corazon abierto
En la vida es frecuente quemar etapas. Pensamos que cuando las hacemos arder es que no va a ser necesario cruzarlas. ¡Pero qué equivocados estamos!
Uno se va fijando en la infinidad de pequeños detalles que van creando su rutina diaria, esas nimiedades sin importancia que nos inundan y que, de manera pausada, van edificando poco a poco la realidad de nuestra vida. Uno piensa en esa cantimplora de agua bendita, fresca y pura, que bebe para ir tomando fuerzas; son los detalles hermosos de la vida que, como retazos, se van haciendo presente en lo cotidiano.
Sin embargo, un día como hoy sientes ese viento gélido, fuerte, que te envuelve y que te impide avanzar; que te empuja descontrolado y te tambalea. Comprendes esa inseguridad que a veces hace mella en tu vida, esos miedos que te atenazan, esa fragilidad que se despliega con toda su fuerza. En ese momento no queda más que doblegarse ante Dios y pedirle, con el corazón abierto, que se convierta en la pantalla que frene estas envestidas, que vierta toda su gracia sobre este pobre hombre que en toda su fragilidad se siente incierto en el momento de cruzar el puente quebradizo la vida formado de tablones de madera enmohecidos, que crujen cuando caminas y que son incluso más inestables que uno mismo.
Es, entonces, con todos los miedos que te atenazan que te aferras dignamente a la Palabra, la única que esconde la verdad cierta, y que te invita a tener una fe firme y una confianza ciega. Y le dices a tu corazón: «Avanza y no tengas miedo, dirígete hacia el otro extremo confiadamente porque en el otro lado Alguien te espera con los brazos abiertos». Sí, en la vida hay momentos de confusión, desconcierto y desorientación. Por eso es tan importante pedir cada día una fe cierta y firme, la gracia de la confianza, el no tener miedo a caminar sobre travesaños de madera que crujen sobre el abismo. No tener miedo a cruzar el puente y quemarlo con la seguridad de que no lo voy a necesitar de nuevo porque no regresaré jamás al punto en el que me encontraba pues los horizontes que se abren son infinitamente mejores.
Si soy capaz de superar esta situación, de vencer esta prueba, de entregarme sin vacilaciones a la voluntad de Dios, de aceptar lo que Él tiene preparado para mí ¡por qué temer esta travesía! Mi vida experimentará una profunda transformación interior, un cambio profundo y, me convertiré, estoy convencido en alguien mucho más cercano a la belleza, amor y misericordia del corazón del Padre. ¡Voy a intentarlo!

¡Señor, hay veces que la incertidumbre me invade y los miedos me aprisionan! ¡Hay ocasiones, Señor, que todo son incertidumbres que desmoronan de por si mi frágil existencia! ¡Aún así, Padre, tu eres la fuerza de mi corazón aunque mi espíritu sea débil y mi capacidad de confianza flaquee! ¡Te pido que me sostengas, Padre, y no me dejes caer nunca, que me guíes con los sabios consejos de tu Palabra y me conduzcas hacia ti con una fe ciega! ¡Soy consciente, Padre, de las grandes maravillas que obras en mi, que estar cerca tuyo y de tu Hijo es una gracia, porque sois mi refugio y mi auxilio, pero a veces tengo dudas porque los problemas a mi alrededor me dificultan crecer en confianza! ¡Ayúdame a quemar esos puntos que no sirven para vivir en la confianza cierta; yo confío en tu fuerza, cuando no puedo más creo en Ti, confío plenamente en que me bendices y me proteges porque eres el más grande y soberano Padre! ¡Envía tu Espíritu, Padre, sobre mí para que me de la fortaleza para avanzar, la sabiduría para confiar y la fe para crecer! ¡Gracias, Padre, por tu infinito amor y misericordia y perdona a este frágil pecador que tantas veces duda y se tambalea!
Alma mía recobra tu calma, rezamos cantando con esta hermosa canción:

lunes, 27 de marzo de 2017

¿Dónde me lo juego todo?

orar-con-el-corazon-abiertoMis pasos avanzan raudos hacia la Cruz de Belén para entregarle al Niño Dios la pobreza de mi corazón, el mejor obsequio que puedo dejar a los pies de su cuna. Mientras camino, voy haciendo balance. Medito cómo ha sido su vida en mí y mi recorrido en el año que ha terminado. El pasado ya no tiene importancia. Mis pecados los ha perdonado el Señor. Ya los he confesado antes de girar la última página del calendario y por su infinita Misericordia Dios los ha borrado de mi alma. Es una fuente de tranquilidad. Ya está todo sanado.
¿Qué sucederá en el futuro? Lo desconozco. El futuro no puede ser fuente de incertidumbre. Está en manos de Dios porque Dios es providente. Dios hace que transpire la primavera en el campo, que florezcan los frutos en los árboles, que podamos admirar la armonía de los paisajes, que canten los pájaros al atardecer, que corran las aguas cristalinas de los ríos… si hace todo eso ¿qué no hará por mí? Por tanto, el futuro -como todavía es posible- no tiene que ser motivo de excesiva preocupación. Sí vivir la vida con responsabilidad.
¿Dónde me juego, entonces, todo? En el presente. En el aquí y en el ahora. Este es el punto culmen de mi Salvación. Prepararme para la vida eterna. Por eso voy hacia Belén. Me encamino al portal para no descuidar mi relación personal con Cristo, para ser capaz de dar la vida sin pretender nada, para hacer presente el cielo en la tierra, para luchar sin perder la frescura y la intimidad con Dios, para acrecentar mi fe en Jesucristo porque deseo fervientemente alcanzar la vida eterna. La eternidad es un continuo presente. Cuando hacemos referencia al cielo significamos que la presencia de Dios se hace presente en todo momento y en todo lugar. Su amor se hace presente en el aquí y en el ahora. Y si Dios está aquí y ahora amándome con amor eterno yo debo aprender a vivir en el aquí y en el ahora para experimentar ese amor y darlo también a los demás.
Mis pasos avanzan raudos hacia el portal de Belén para entregarle la pobreza de mi corazón como el mejor obsequio que puedo dejar a los pies de la cuna del Niño Dios. Y sé que Él me tiene preparado un regalo mayor: su gran Amor.
¡Señor, gracias porque te haces presente en nosotros cada día dándonos tu infinito amor y tu infinita misericordia! ¡Gracias, Señor, porque has perdonado mis pecados, has limpiado mi alma y me has permitido comenzar el año con las fuerzas renovadas! ¡Gracias, Señor, porque me amas tanto que no puedo más que acoger el amor y llenar mi corazón! ¡Gracias, Señor, porque me enseñas que si soy capaz de amar en el aquí y en el ahora el cielo se hace presente en mi vida! ¡Espíritu Santo, enséñame a amar y gustar de la eternidad! ¡Enséñame, Espíritu de Dios, a darme a los demás! ¡No permitas, Dador de Vida, a que mi corazón se cierre al bien y al amor, que se engalane con el egoísmo, la soberbia y la vanidad, que se deje llevar por la comodidad y por los caprichos mundanos, que me apoye en mis propias fuerzas y no en la fuerza del Amor que representa Jesucristo, Nuestro Señor! ¡Señor, me dirijo hacia Belén con alegría por saber que estás esperándome pero también con mis cansancios y mis problemas, con mis muchas limitaciones y con mis enfermedades, con lo que no he podido resolver y con lo que no tengo capacidad de solucionar! ¡Tu me invitas a llegar a Ti tal y como soy! ¡Voy hacia la cueva donde Tú estás, Señor, confiado en que eres el camino, la verdad y la vida! ¡Vengo, Niño Dios, respondiendo a tu invitación y tu llamada! ¡Quiero ir al cielo, Señor, alcanzar la eternidad! ¡Ayúdame Tú que solo no puedo!
Hoy nos deleitamos con este bellísimo villancico inglés: The Infant King (El infante Rey) que, con el corazón abierto, adoraremos al rey de reyes.

miércoles, 22 de marzo de 2017

¡Pongo tantas veces freno al amor de Dios en mi vida!

orar-con-el-corazon-abierto
Pienso hoy como gozaría más mi corazón con la fuerza de la fe si fuera verdaderamente consciente del amor que Dios siente por mí; cada vez que el Padre me abraza —y lo hace con frecuencia porque soy como el hijo pródigo que regresa con frecuencia hogar— mi corazón se debería encoger de alegría; si fuera consciente del sentir de Dios que me ha dado la vida y ha pensado en mí antes de mi existencia; si fuera consciente de hasta qué punto habita en mí la presencia del Padre pues soy templo del Espíritu Santo; si fuera realmente consciente de que Dios busca mi amistad, tiene necesidad de relacionarse íntimamente conmigo como Padre, como amigo, como confidente, como huésped del alma... mi corazón debería estar siempre rebosante de alegría.

Pero con mi cabezonería, mis mundanidades, mi fragilidad humana, mis egoísmos… ¡pongo tantas veces freno al amor de Dios en mi vida! ¿Por que cuesta tanto abrirse al amor de Dios y comprender que sin su amor yo no viviría, no existiría? ¿por qué cuesta tanto abrir la puertas del corazón a ese Dios que nos ama, que busca nuestra mirada, que quiere ser invitado para entrar en lo más profundo del alma?
El problema es que ni siquiera me siento como aquel centurión del Evangelio, consciente de quien tenía delante y consciente también de su pequeñez pero con una fe grande, que le dijo al Señor aquello tan impresionante del «no soy digno de que entres en mi casa». Al contrario, yo pienso que sí, que lo soy, cuando en realidad estoy repleto de miseria e iniquidad.
En este día lo único que le pido al Señor es que no cese de llamar constantemente a la puerta de mi corazón, porque quiero invitarle a entrar. Está en su derecho. Es su hogar. Por el bautismo soy templo del Espíritu Santo, es decir, morada de Dios. Pero le pido también que no llame a la puerta única y exclusivamente porque tiene derecho entrar sino porque yo necesito que entre pues soy pequeño, pecador, frágil y débil y necesito de su perdón, de su amor y de su misericordia. Anhelo ser testigo de su esperanza y de esa misma generosidad que le llevó a mirar misericordiosamente a Zaqueo, invitarle a bajar del árbol para invitarse a cenar con él en su hogar.
Sí, Dios no excluye a nadie. Dios no se deja condicionar por nuestros prejuicios tan humanos y mundanos. Al contrario, quiere morar en el corazón del ser humano porque ve en cada persona un alma que tiene necesidad de ser salvada, y se siente profundamente atraído por aquellas almas que considera perdidas y las que, además, lo consideran de sí mismas.
Como cada día Cristo me muestra la grandeza de su misericordia y me da la oportunidad de renovarme interiormente, te recomenzar, te buscar una conversión auténtica, de convertirme con el corazón abierto y de abrirle, humildemente, de par en par las puertas de mi pobre y sencillo corazón.

¡Señor, hazme pequeño porque es la manera de comprobar que Tú eres lo más grande! ¡Quiero, buen Jesús, abrirte las puertas de mi corazón y disfrutar de tu compañía porque cuando tú entras en él me das mucha paz, mucha serenidad, mucho sosiego y mucho amor pero sobre todo me traes la salvación que es el gran tesoro que puedo recibir del Padre a través de Ti! ¡Deseo, Señor, que mi corazón se convierta en tu morada permanente para que me traigas el alimento y la salud que mi corazón necesita! ¡Señor, tocas tantas veces las puertas en mi corazón y yo hago oídos sordos que no te quiero dejar fuera; necesito que transformes mi vida y me llenes de amor, de tu bondad, tu misericordia y de tu generosidad; ven Señor Jesús! ¡Señor, me invitas a abrir la puerta de mi corazón a la misericordia del Padre; tu y yo sabemos que las puertas siempre se abren hacia afuera porque si las abro hacia dentro solamente quedan mi egoísmo, mi soberbia, todas aquellas cosas que me separan de ti; permite que se abra la puerta hacia fuera para poder recibir tu amor en mi propia pequeñez y miseria pero abrirlas también para darte todo lo que tengo de bueno a los demás y convertirme también es portador de misericordia con el corazón abierto y las manos entregadas al bien! ¡Señor, concédeme también ser grande en lo que yo que soy pequeñito y pequeño en aquello que soy grande! No pases de largo cuando estés cerca de mi, Señor, porque bien sabes que son constantes los tropiezos y muchos los obstáculos que tengo que superar para llegarme hasta tu encuentro!
¿Cómo podré estar triste? cantamos hoy con la soprano Kathleen Battle: