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sábado, 22 de abril de 2017

Depositar la confianza en Dios

orar con el corazon abierto
¿Cuántas veces te has preocupado o desesperado con los problemas que parecen no tener solución? ¿Cuántas veces esperas que Dios haga un milagro en tu vida? ¿Cuántas veces buscas una salida, una alternativa, una mínima esperanza y no aparece ninguna? ¿No te ha sucedido alguna vez que debido a los problemas personales, a las dificultades económicas, a las contrariedades de la vida, a los problemas profesionales todo se vuelve oscuridad y te dan ganas de desaparecer, de tirar todo por la borda y mudarse a algún lugar donde nadie te pueda encontrar? Hay veces que uno siente esa necesidad pero, ¿es esa la decisión más correcta? ¿Logramos solucionar con esta medida todos nuestros problemas?
Los problemas son copilotos ocasionales de nuestra vida. Cuando nos mostramos infelices es porque nos olvidamos de depositar toda nuestra confianza en Dios. Él es el único que está a nuestro lado a tiempo completo. Él es el único que nos ampara para asistirnos en los momentos de felicidad y de dificultad.
Me decía un amigo que le resultaba difícil entender mi serenidad por los muchos problemas que me rodean. La respuesta es simple: “Confío plenamente en el Señor”. Ya sé que Él no me promete una vida fácil, pero siento que camina a mi lado, que está siempre conmigo en todas las situaciones de la vida, dándome las fuerzas para enfrentar las dificultades. No somos nosotros quienes tenemos el destino en nuestras manos. Es Dios quien lleva la brújula de nuestra vida y toma la iniciativa. Nosotros podemos seguir el rumbo que Él marca o seguir otro camino.
El principal problema del hombre Dios ya lo ha solucionado. Es la condena eterna que fue pagada por Jesús. A partir de su muerte en la Cruz Cristo nos prometió estar a nuestro lado hasta el fin de los tiempos. Por tanto, lo mejor es confiar en Dios porque Él cumple lo que promete. Pídele al Señor con fe que te otorgue su sabiduría y su serenidad para enfrentar los obstáculos que se presentan en tu vida y verás como tu actitud será diferente.

¡Gracias, Señor, porque estás siempre a mi lado! ¡Ayúdame a acrecentar mi confianza en Ti! ¡Tu sabes que es en Ti donde encuentro la felicidad y la tranquilidad para el día a día! ¡Señor, Tú sabes cuando he sufrido, cuánto he llorado, cuantas veces me he sentido tan pequeño, tan poca cosa, tan inservible! ¡Pero también sé, Señor, que nada de lo que he vivido ha sido ajeno a Ti! ¡Por eso, ahora y siempre, te pido Señor que me ayudes a creer firmemente en tu acción todopoderosa sobre mi, que me ayudes a creer en mis posibilidades, a encontrar un sentido a todo cuanto realice en esta vida! ¡Señor, soy consciente que detrás de cada experiencia negativa que he vivido estabas Tu, bendiciéndome y cuidándome! ¡Gracias, Señor, por Tu amor y misericordia! ¡Por eso te pido también que asistas a todos aquellos que sufren, que no confían, que no te conocen, que tienen miedo, que no saben, que dudan porque una sola mirada bastará para sanarles!
Una pieza espiritual, Locus Iste, para acompañar la meditación de hoy:

lunes, 17 de abril de 2017

La espera en Dios

camino del cielo
No hago referencia a una espera resignada, pasiva, poco vivida sino a una esperanza vital, repleta de dinamismo, que lleva a luchar con denuedo, saber sacrificarse, tener la paciencia para que llegue lo que Dios dispone, poner el empeño y los medios para salir adelante… fundamentalmente porque la esperanza no radica en que Dios solucione lo que nos fastidia, molesta, disgusta o provoca frustración o miedo, ponga las soluciones a los problemas como algo caído del cielo o mitigue el dolor por la enfermedad, los cansancios o las tribulaciones.
La esperanza es un canto a la alegría. Es saber que con Dios tiene sentido aquello que, en apariencia, no lo tenía; que surge la luz allí donde solo reina la oscuridad mas profunda; que tomando sus manos misericordiosas el sufrimiento y el dolor es vencido y nos permite crecer humana y espiritualmente, y nos hace mejores personas.
Si uno busca la felicidad primero debe aceptar con humildad su fragilidad, su condición de criatura en manos del Padre, su ser respecto al prójimo, la fugacidad de su camino por esta vida terrenal y, sobre todo, aceptar que toda dificultad forma parte del camino que conduce hacia la felicidad. La cruz, como se aprende en la Pascua, es la puerta de entrada a la vida y a la resurrección.
La fragilidad y la pequeñez cuando uno se ve incapacitado, desarmado, desgarrado, desvalido... se puede convertir en ese lugar privilegiado para descubrir el rostro de Dios que habita en uno.
Así que uno espera en Dios, pero… ¿cómo espera? ¿qué espera?

¡Señor, te entrego mi pequeño corazón para que lo purifiques de cualquier sentimiento que no sea Tu Amor por mí y en mí! ¡Te entrego también mi alma para que la santifiques! ¡Te hago entrega de mi libertad para que hagas conmigo lo que tu voluntad anhele! ¡Te entrego mi memoria para que sea capaz de recordar lo que Tú deseas que recuerde! ¡Te entrego mi entendimiento para ser capaz de contemplar las cosas como Tú las ves! ¡Te entrego mi voluntad frágil y tan humana para que sea una con la Tuya! ¡Y como decía aquel santo quiero lo que quieres, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras! ¡Señor, que mi cuerpo, mis sentidos y mi mente sean dóciles a mi voluntad para recogerse siempre en Ti!