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miércoles, 21 de junio de 2017

Abrir el corazón para entregar las fragilidades del alma

Una de las maravillas de la oración: acercarse a Dios. Abrir el corazón para que pueda reinar en mi alma. Abrir el corazón y presentarle una a una todas mis debilidades con sinceridad, rectitud de intención, escrutando hasta el más recóndito de los rincones para enfrentar a la luz del Espíritu Santo la propia realidad ante los ojos de Dios. En el abismo de su misericordia podré luego ir a confesarme y comulgar en paz.Abrir el corazón para entregar las fragilidades del alma y no caminar con una apariencia de virtud sino con la auténtica belleza de estar limpiamente unido al Señor.
Abro una página del Evangelio. Allí surge la figura del leproso. Su lepra es corporal no del alma. Siente la cercanía del Señor que se aproxima a él. Ha visto en su mirada el amor misericordioso del Dios vivo. Y se postra a los pies de Jesús. Pone su cabeza a ras de suelo, mordiendo el polvo del camino. Es una imagen tremenda, demoledora. El leproso sufría por la condena de sus llagas. Así tiene que ser mi sentimiento por mis pecados. Orar ante Dios con el corazón abierto, con el rostro mordiendo el polvo del suelo, consciente de mi fragilidad y mi indigencia moral para presentar como el enfermo de lepra mi indignidad ante los ojos de Dios.
Y pronunciar, como el leproso: “No soy digno”. No soy digno pero por la gracia, Cristo puede sanarme. “Si quieres, puedes sanarme”, dice el leproso con fe y esperanza. Es una oración sencilla; profunda en su contenido, bellísima en su forma. No le dice a Cristo, el que todo lo puede: “Cúrame esta lepra”. Es más humilde la petición, más delicada, muy consciente de quien tiene delante: “Si quieres… puedes curarme”.
Soy consciente de que tantas veces acudo al Señor con clamores imperativos. No es eso lo que quiere Jesús de mí. Quiere que primero ponga mis faltas, todo mi corazón y toda mi alma y hacerlo con confianza bajo su divina persona para humildemente exclamar: “No soy digno, Señor, pero si quieres puedes curarme”. Lograré así, seguramente, que Cristo reine de verdad en un corazón tan pobre como el mío.
¡Señor, acudo hoy a ti con el corazón abierto a tu misericordia, a tu amor, reconociendo que no soy digno pero necesito que me cures mi parálisis y todo aquello que me aleja de Ti y de los demás!
¡Señor, si quieres puedes curarme porque necesito que me liberes de mis fracasos y de mis caídas, de mis cegueras y mis fragilidades, porque todo eso me impide verte a ti como el auténtico Señor de mi vida y a los demás como las personas a las que debo servir como un cristiano que vive la verdad del Evangelio! ¡Ayúdame, Señor, a abrirme a tu amor para no esconder mi realidad y ser consciente de que necesito de tu misericordia! ¡Hazme consciente, Señor, de que si ti no puedo caminar seguro! ¡Señor, hay cosas que me ciegan, es la lepra del orgullo y la soberbia, el pensar que si ti todo lo puedo, me autoengaño, no me permita ver la realidad! ¡Enciende mi fe, Señor, fortalece mi esperanza, da luz a mi camino para que pueda postrarme a tus pies como aquel leproso que se sentía indigno para que tus manos sane todo aquello de mi interior que deba ser sanado! ¡Sí, Señor, vengo a ti como el leproso del Evangelio porque estoy profundamente necesitado de tu gracia! ¡Te amo, Señor, si quieres puedes curarme! ¡Porque te amo, Señor, quiero amarte también en cada uno de las personas que se crucen a mi lado! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!
Adoration, la música de hoy:

lunes, 17 de abril de 2017

Siete palabras de absoluta actualidad

orar con el corazon abiertoViernes Santo. La contemplación de Cristo en la Cruz me deja sin palabras. Mudo. Desconcierta verle en su desnudez, despojado de todo y abandonado por todos. Impresiona su fidelidad al Padre pese a tanto sufrimiento, humillaciones y desprecios humanos. Te das cuenta de la verdad de ese principio de que Dios entregó a su hijo por amor al género humano. Desde lo alto de la Cruz cae sobre los hombres una tormenta de amor impresionante. Un tsunami de perdón eterno que llena de esperanza.

Cuando uno contempla sus propios pecados es consciente plenamente del valor de este rescate desde la Cruz. Cada uno de mis pecados y de mis culpas —nuestros pecados y nuestras culpas— representan un latigazo con tiras de cuero trenzado con bolas de metal sobre el cuerpo de Jesús, un martillazo en los clavos que penetran en sus manos y en sus pies, una lanza que traspasa su costado y una espina clavada en su cabeza...
Miras el cuerpo de Cristo ensangrentado, sufriente, dolorido, con la piel hecha jirones y comprendes la hondura de tu propio pecado, de tus egoísmos, de tus idolatrías, de tu soberbia, de tus autosuficiencias, de tu falta de caridad….
Lo ves en la más grande de las soledades y eres consciente de tus abandonos pero también de su fidelidad amorosa que no tiene fin.
Cristo en la cruz es signo de amor, de perdón y de reconciliación. El amor, el perdón y la reconciliación del mismo Dios. La prueba de que Dios es amor.
Contemplar los brazos de Cristo abiertos abrazando el cielo y la tierra es comprender la bondad de Dios. En esta actitud Jesús abraza la gracia y la purificación del pecado. En la Cruz todo se renueva. Todo cambia. Todo se purifica. Todo se transforma.
Hasta el momento de su último suspiro, Cristo permaneció seis horas colgado de la Cruz. Durante esta interminable agonía sus labios, secos y llagados, solo pronunciaron siete palabras. Es el mensaje de la Cruz.
En el «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» siento la intercesión por amor al enemigo, la disculpa por la entrega, la esperanza de una segunda oportunidad. Cristo excusa al hombre aunque tantas veces despreciemos su súplica.

En el «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso», me siento representado a cada lado de la Cruz. En el que reniega de Él y el que transforma su corazón por Él. Es el gran regalo de su misericordia porque Cristo se compadece del que suplica su perdón de corazón.

En el «Hijo, ahí tiene a tu Madre […] Mujer, ahí tienes a tu hijo», Cristo me entrega lo más valioso para su corazón: a su propia Madre. Y a María le entrega al hombre nuevo que nace a los pies del madero santo. ¡Qué hermoso es sentir el amor y las dádivas del Señor!

En el «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?», Cristo me enseña que en el sufrimiento, la angustia y la desesperación cabe siempre el refugio de la oración.

En el «Tengo sed», Cristo me muestra que mi fragilidad la puedo sostener con el agua de la vida que es Él mismo.

En el «Todo está cumplido», aprendo que debo negarme a mi mismo, que todo dolor es gracia, que todo sufrimiento es plenitud, que toda pobreza es riqueza, que mi barro está moldeado por las manos del Alfarero, que mi vida es suya y que la muerte es el inicio de algo mejor.

Y en el «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» siento que todo está en manos de Dios, que me puedo abandonar plenamente a Él que todo lo puede, lo sostiene y lo guarda.

Siete palabras de rabiosa actualidad, que Cristo pronuncia cada día para ser acogidas en mi corazón con el único fin de renovar y transformar mi vida.
¡Señor, tú exclamas “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” y eso es lo que te pido, tu perdón por mis cobardías, por mis egoísmos, por mi falta de compromiso, por mi persistencia en caer en la misma piedra, por mis faltas de caridad, por mis faltas de amor, por mis indiferencias con los demás, por mi corazón cerrados al perdón, por mi prejuicios, por mi tibieza, por mi falta de generosidad, por no seguir con autenticidad las enseñanzas del Evangelio, por mi mundanidad, por mi falta de servicio… por todo ello, perdón Señor! ¡Enséñame a amar como lo haces Tú, a entregarme como lo haces Tú y perdonar como lo haces Tú! ¡Señor, Tú le prometes al buen ladrón que “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” y por eso te pido hoy que sepa mirar a los demás con Tu misma mirada de amor, perdón y misericordia! ¡Hazme, Señor, ver sólo lo bueno de los demás y que no me deje llevar por las apariencias! ¡Concédeme la gracia de acoger siempre al necesitado, de no juzgar ni criticar y tener siempre palabras de amor y consuelo al que lo demanda cerca de mí! ¡Señor, tu exclamas “He aquí a tu hijo: he aquí a tu Madre”, por eso hoy te doy las gracias por esta donación tan grande que es Tu propia Madre! ¡Que sea capaz de imitarlas en todo cada día! ¡Señor, tu gritas angustiado “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, en este grito yo me siento identificado con mi angustias, mis problemas y mis dificultades! ¡Confórtame siempre con tu presencia, Señor! ¡Envía tu Espíritu para que me ilumine siempre y me haga fuerte ante la tentación, seguro en la dificultad, tenaz en la lucha contra el pecado y firme ante los invitaciones al mal de los enemigos de mi alma! ¡Señor, tu suplicaste un “Tengo sed”! ¡Yo también tengo sed de Ti porque son muchas las necesidades que me embargan pero las más grandes son tu amor, tu esperanza, tu consuelo y tu paz! ¡Ayúdame a no desconfiar de Ti, Señor, porque Tú eres la certeza de la Verdad! ¡Que nada me aparte de Ti, Señor, pues es la única manera de saciar mi sed! ¡Señor, tu dices que “Todo está consumado” pero en realidad me queda mucho camino por recorrer! ¡Ayúdame a serte fiel, a tomar la cruz y seguirte, a levantarme cada vez que caigo, de dedicarme más a los demás y menos a mi mismo, a contemplar la Cruz como una gracia y no como una carga, a descubrir que en la cruz todo se renueva, que es el anticipo de la vida eterna! ¡Señor, tu exclamas “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, yo también pongo las mías en tus manos para que las llenes de gracias, dones y bendiciones, para que me agarre a Ti, para sentirme seguro y protegido! ¡Señor, ayudarme a orar más y mejor, a darte gracias y a bendecirte, a maravillarme por tu amor y tu gracia!
Las Siete Palabras de Cristo en la Cruz de Theodore Dubois, una obra profunda e intensa propia de este día en que todo está consumado para dar nueva esperanza al mundo:

martes, 21 de marzo de 2017

Vértigo en aceptar la voluntad de Dios

orar-con-el-corazon-abierto
A pesar del vértigo que, en ocasiones, me produce aceptar la voluntad de Dios cuento con la fuerza del Espíritu. El Espíritu Santo ofrece al hombre el don del discernimiento cuyos apellidos pueden ser perfectamente sabiduría y prudencia. Pero cuando este miedo me invade puedo enfrentarme a la tentación de abandonar y recular lo andado. Este miedo es, por otro lado, normal. Es el miedo a la acción del Espíritu. Sin embargo, la seguridad auténtica se encuentra en el Espíritu Santo que es el que guía siempre, dirige –si se lo permito– mi vida, el que me otorga la confianza para avanzar y me marca el camino de mi exigencia en lo cotidiano de la vida.
Existe otra tentación también muy peligrosa, la del ir por libre. Seguir mi propio instinto, agarrarme a las propias seguridades y seguir aquellos valores, ideas, principios y reglas que más me convienen. El riesgo es enorme porque no distingo entre el bien y el mal.
El camino real –el de la libertad plena– lo otorga la guía del Espíritu Santo. Sólo Él da la sabiduría para alcanzar la auténtica libertad y me permite discernir con claridad cuál es la voluntad del Padre en mi vida. Por eso para que sea auténtico, real, veraz, el discernimiento debe venir de lo más profundo del alma. Es un sentimiento que anida en lo íntimo, en el interior de cada uno, porque es Dios quien lo deposita en el corazón. Es lo que le pido hoy al Espíritu Santo, la gracia de discernir siempre lo que es mejor para mí y, según mi comportamiento, para con Dios y con los demás. Consagrar mi vida a la verdad, a la autenticidad y a la recta razón para discenir espiritualmente las cosas que vienen de Dios.

¡Espíritu Santo, te pido me otorgues el don de discernir siempre cuál es el camino que me conduce hacia Cristo para convertirme en un seguidor fiel de su Palabra y para ser capaz de difundir su Buena Nueva y convertirme en un auténtico instrumento en sus manos! ¡Tú, Espíritu Santo, que eres el alma de mi alma, guíame e ilumíname siempre! ¡Revélame, Espíritu divino, cuáles son los designios de Dios; hazme saber siempre lo que el Padre desea de mí; lo que debo realizar; lo que debo sufrir, lo que debo experimentar, los que debo aceptar, lo que debe cargar, lo que debo soportar! ¡Ayúdame, Espíritu Santo, a convertirme en un auténtico «Sí» a la voluntad, los deseos y el querer de Dios! ¡Invoco tu santa presencia, Espíritu de Dios, para que todos mis actos estén iluminados por la voluntad de Dios con el único fin de cumplir la misión que Dios me ha encomendado obsequiándome con la vida! ¡Te consagro, Espíritu divino, mis pensamientos, mis palabras, mi intelecto, mis sentimientos, mí espíritu, mi alma, mi cuerpo y todo mi ser, para actuar siempre iluminado por la gracia de tu dadivosa gracia! ¡Concédeme, Espíritu de Dios, la gracia de recuperar el tiempo perdido en todos aquello sin importancia o que no tenía sentido alguno y me capacites para comprender que en la vida hay que caminar hacia la santidad, con rectitud de intención y perfección! ¡Concédeme, Espíritu divino, una total perseverancia para seguir la voluntad de Dios!
Cantamos al Espíritu Santo para que nos ilumine cada día:

El plan divino de Dios para mi

orar-con-el-corazon-abiertoDurante la Cuaresma es habitual marcarse metas, establecer objetivos, hacer proyectos, predisponer el corazón a un encuentro auténtico con el Cristo Resucitado. Cuando nuestros deseos se ven realizados es comprensible que la alegría se apodere de nuestro corazón y nos desborde la alegría, pero habitualmente el éxito mundano no es lo que el Señor desea para nosotros. Lo frecuente es que en esa singular contradicción que es la Cruz se manifieste la voluntad de Aquel que vino a servir y no ser servido y a entregarse para la salvación de todos.

Para todos los que creemos en el poder de la Gracia lo importante es tener siempre presente cuál es el plan divino para cada uno, y por muchas aspiraciones y anhelos que tengamos —por muy lícitos que éstos sean— siempre deben estar condicionados a que coincidan plenamente con la gracia, para no convertir los mandatos del Evangelio en meros cumplimientos interesados. Al final no hay que olvidar que es el Señor el que nos auxilia y nos guarda.
La tendencia es tratar de lograr el reconocimiento, el aplauso, la reafirmación y las felicitaciones de los demás y, a ser posible, colocarnos los primeros. Y de esta forma tan mediocre y humana, medimos el éxito o el fracaso de nuestra vida. Nos ocurre como les sucedía a los discípulos de Cristo, que con frecuencia discutían entre ellos para saber quién ocuparía los primeros lugares, colocando su yo por encima de lo que realmente es fundamental. Pero la medida de la vida no es el éxito externo sino lo que es justo ante el Señor, y eso pasa por el Amor, por la entrega verdadera a los que nos rodean.
Cualquier iniciativa que trata de alcanzar la realización personal, por muy digna y honesta que ésta sea, puede inducirnos a cometer la misma equivocación que tuvieron aquellos dos discípulos preocupados en saber en qué lugar, si a la derecha o a la izquierda, iban a ocupar en la gloria eterna. A Dios le interesa que cada uno ejecute con libertad el plan que Él le ha encomendado, pero eso es imposible si no hay amor en nuestros actos.

¡Señor, nos has hecho depositarios de tu gracia, de tu amor y de paz, de tu perdón y de tu palabra! ¡Nos envías, Señor, para que lo transmitamos a todas las personas que se cruzan en nuestro camino! ¡Concédeme, Señor, tu gracia para que pueda vivir fielmente los carismas que el Espíritu Santo depositó en mí el día mi bautismo! ¡Señor, conviértete en la pasión de mi vida! ¡Quiero entregarte mi vida a todas horas! ¡Bendícela con tu gracia, Señor! ¡Bendice todos los trabajos que tengo que afrontar este año, los trabajos en la familia, laborales, pastorales, comunitarios! ¡Bendícelos, Señor, en este año de gracia y de misericordia! ¡Bendícelos, Señor, para que todo mi esfuerzo, mi voluntad y mi energía busquen sólo tu gloria y tu alabanza porque Tú eres para mí el único y verdadero Maestro! ¡Concédeme, Señor, la gracia para ser yo también un buen maestro para mi cónyuge, para mis hijos, para mis amigos, para mis compañeros de trabajo y de comunidad! ¡Haz, Señor, que me convierta en un buen modelo de confianza, de paz, de misericordia y de comprensión! ¡Que con mi vida, Señor, sea un testimonio de tu gracia! ¡Espíritu Santo, abrásame con el fuego de tu amor! ¡Graba en mi corazón, Espíritu de Dios, tu ley, ábreme al tesoro de tus gracias! ¡Ilumíname, Espíritu Santo, en el camino de la vida y condúceme por el camino del bien, de la justicia y de la salvación! ¡Llena, Espíritu Santo, los corazones de todos los que me rodean y hazles rebosantes de tu amor y de tu gracia!
Un hombre clavado en una cruz, símbolo del Amor:

martes, 9 de agosto de 2016

Súplica por un milagro

Ayer me resultaba complicado encontrarme en paz con el Señor. Numerosos problemas que parecían no tener solución. Situaciones importantes que, de no resolverse de manera rápida, podían encadenar un sinfín de problemas colaterales. Hay días que el peso de la cruz se hace difícil de llevar y el camino que lleva al Calvario es agreste, tortuoso y parece interminable. Cuando uno se encuentra en una situación complicada le embarga la pesadumbre. Por un lado, encomendaba para que ese problema se solventara. Por otro, mi corazón se cerraba por completo a la paz del espíritu. Sin embargo, algo interno —fruto de la fuerza embriagadora de la gracia que derrama el Espíritu Santo— dirigía mis pasos hacia un templo cercano. Me pongo de rodillas y le suplico que haga el milagro.
La misericordia de Dios siempre vence. Dios es siempre el vencedor de cualquier partida. Aunque sea de penalti y en el último minuto. Además, ostenta el récord de imbatibilidad en la historia de la humanidad. La dificultad, los problemas, la no resolución de los mismos me llevó ayer a un encuentro más íntimo con el Señor. Y aquí estaba el milagro: el problema no se solucionó, pero mi corazón tuvo paz. Él sabe por qué y cómo hace las cosas. Abandonado en mi pequeñez, consciente de mi debilidad, una enseñanza muy hermosa: Dios vence con su amor, su misericordia y su consuelo. Amo a Dios y ese amor profundo me hace siempre salir adelante. Aunque lo que haya delante sea un precipicio de una altura… que da vértigo.

¡Señor, en este día te pido que me ayudes a ponerme en tu presencia y abrir mi pobre corazón, que me enseñes a hablarte desde la sencillez y la pequeñez de mi vida, que me ayudes a hacer oración, una oración confiada, entregada, llena de esperanza! ¡No quiero pedirte nada Señor, sólo quiero estar cerca de ti, sentirte cerca, sentir que me amas, sentir que abres tus brazos para acogerme! ¡Te pido la humildad para que me hagas ver con claridad todas aquellas cosas que me alejan de ti cada día: mis pecados, mis faltas, mi orgullo, por mi soberbia, mi incapacidad de amar, por mi egoísmo, mi carácter, mi falta de confianza…! ¡Señor, necesito que me muestres tu misericordia, tu compasión por este pequeño hombre que tanto te necesita! ¡Señor necesito que me hagas ver el camino que debo seguir cada día y las cosas positivas y negativas que me suceden ayúdame a aceptarlas cada día con mucho amor y mucha confianza! ¡Envíame al Espíritu Santo para que mi oración desde el corazón esté siempre iluminada por Él y sea siempre perseverante en las tribulaciones y las alegrías porque esta es la mejor manera conocerte de manera auténtica!

Tu gracia me sostiene, cantamos hoy acompañando esta meditación:

martes, 2 de agosto de 2016

Los 5 mejores momentos de la JMJ

¿Cómo eligir los “5 mejores momentos” de un evento como la JMJ? Estoy seguro que cada peregrino tuvo los suyos.  En medio de muchos otros momentos de gracia, la belleza de estos cinco me pusieron la piel de gallina y me sacaron las lágrimas:

Noche de adoración:


Cuando la JMJ salvó el alma de este joven:


Solidaridad con nuestros hermanos y hermanas perseguidos:


La caída del Papa Francisco

No pondremos ni fotos ni video porque no queremos hacer un espectáculo de ello. Gracias a Dios el papa está bien. Pero, ¿por qué sugerirlo como uno de los 5 momentos de la JMJ? En palabras de un amigo “temí por el papa, pero lo bueno de ello fue que los medios seculares no pudieron ocultar que millones de católicos estaban reunidos en Polonia para celebrar su fe. Dios saca bienes de cualquier mal”.

Misa de clausura y anuncio de la próxima JMJ: