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domingo, 25 de septiembre de 2016

¿Cuál es mi vocación?

vocacion
Todos tenemos en la vida una vocación. Y esa vocación va muy unida a la profesión que hemos elegido: la medicina, el periodismo, la banca, la enfermería, la educación, el servicio social, el sacerdocio… Pero las profesiones, a diferencia de la vocación, cambian de vez en cuando. La vocación, sin embargo, tiene un tinte personal indiscutible porque se basa en una serie de valores absolutos que relativizan todo lo que nos envuelve. Alrededor de mi vocación está todo lo que soy y todo lo que poseo. Es por eso que de una madre se dice que vive por su familia o por sus hijos, o de un empresario que vive por su empresa o sus negocios, o de un médico de su hospital o de sus pacientes.
La vocación espiritual da siempre un sentido unitario a la vida del hombre porque implica poner a Dios como centro y núcleo central de la existencia. Como hombre estoy llamado a una vida sobrenatural, ser hijo de Dios por Cristo y en Cristo, reproducir la imagen de Jesús en mi vida. Mi vocación como hombre cristiano es mi vocación de unirme a Dios. Es como dijo San Pablo «para mí vivir es Cristo» o como María cuya vocación cristiana fue dar el «sí» más absoluto y pleno a Dios el día de la Encarnación.
Por eso hoy me pregunto cuál es mi Dios, ¿el Padre que está en el cielo o el dios ídolo material de la vida?; ¿cuál es mi vocación cristiana, sobre qué valores se sustenta mi vida, como decido entrar en ese proyecto divino que Dios tiene pensado para mí antes incluso de haber sido engendrado? ¿Mi vida cristiana gira en torno a Dios Padre, a Cristo y a María y mis proyectos están inspirados y puestos en manos del Espíritu Santo? Eso lo puedo responder solo en la intimidad de la oración, sustento junto a la Eucaristía y los otros sacramentos de mi vocación cristiana. Es allí donde Dios llama y yo, como hombre, puedo responder con entera disponibilidad.

¡Te doy gracias, Dios mío, por tu llamada del Bautismo! ¡Te respondo otra vez con mi "Sí"! ¡Dame fidelidad para tu causa y para mi vocación! ¡Renueva con un espíritu de entusiasmo a todos los que se dedican al servicio de tu pueblo! ¡Llena mi corazón con tu Espíritu de Sabiduría para proclamar tu Evangelio y dar testimonio de tu presencia entre nosotros! ¡Eres Tú quien me llama por mi nombre y me pides que te siga! ¡Ayúdame a crecer en el amor y en el servicio a tu Iglesia! ¡Dame el entusiasmo y la energía de tu Espíritu para vivir cristianamente! ¡Danos personas llenas de fe y de entusiasmo que abracen tu misión! ¡Inspírame para conocerte cada vez mejor y que me corazón esté presto a escuchar tu llamada! ¡Jesús, te pido también que envíes a este mundo los servidores que necesitas, escógelos en nuestros hogares, en nuestras parroquias, en nuestras comunidades, en nuestras escuelas, en nuestros trabajos, para que sea una cosecha abundante de apóstoles para tu reino: danos también sacerdotes y religiosos y religiosas santos y que no pierdas nunca la grandeza de su vocación!
Invocamos al Espíritu Santo para que nos ilumine en nuestra vocación:

miércoles, 24 de agosto de 2016

Un hueco al Espíritu Santo en la oración

Espíritu Santo
Ayer invité a un amigo a hacer un rato de oración en una capilla en la que está expuesto el Santísimo en una comunidad de hermanas adoratrices. Era última hora de la tarde. Poco antes de cerrar el templo. Es una persona descreída. Su vida es un torbellino de problemas y de conflictos personales. Está roto por dentro y los resuellos de sus heridas se reflejan en la amargura de su rostro.
Antes de comenzar, invocamos en voz baja al Espíritu Santo. Después de una breve oración enciendo en el móvil una canción que invoca al Espíritu Santo. Pongo uno de los auriculares en su oreja y el otro en la mía y, así, juntos, invocamos la presencia del Espíritu para que nos renueve, nos purifique y nos restaure. A los dos, porque yo también lo necesito cada día.
Invocar al Espíritu Santo antes de la oración abre en canal el corazón del hombre. Sin la presencia del Espíritu Santo es muy difícil conocer la verdad que anida en el corazón. Es el Espíritu Santo, con la fuerza de su gracia, el que nos permite escuchar la voz de Cristo en nuestro interior.
Termina la canción. Mi amigo me pide volver a escucharla.«Ven Espíritu, ven y lléname Señor con tu preciosa unción. Purifícame, lávame, renuévame, restáurame Señor con tu poder». Esta canción no dice nada más pero la repetición de esta estrofa dice mucho. Es una oración que purifica nuestro interior para que dejemos entrar al Espíritu Santo. Y, una vez dentro, nos permita el mejor discernimiento de cómo debemos obrar, de lo que tenemos que hacer para gloria de Dios, bien de las almas y nuestra propia santificación, de lo que debemos pensar y lo que debemos decir y cómo decirlo, de lo que tenemos que callar. Pero también la agudeza para retener. No siempre el Señor nos pide lo mismo. No siempre nuestra vida tiene las mismas necesidades. No siempre el mensaje es semejante. Y para conocer la voluntad de Dios es necesario orar, orar y orar con humildad y sencillez. Y será el Señor, por medio de la luz que transmite el Espíritu Santo, el que nos hará ver lo que debemos hacer. A la luz del Espíritu es más sencillo no equivocarse.
Al terminar los quince minutos de oración en la que, en voz muy baja, hemos rezado por sus necesidades e intenciones, me pide escuchar de nuevo esta purificadora canción: «Ven Espíritu, ven y lléname Señor con tu preciosa unción. Purifícame, lávame, renuévame, restáurame Señor con tu poder».
Al salir del templo me da un fuerte abrazo y un «gracias» emocionado. Lo que mi amigo no sabe es que es el Espíritu Santo —nuestro consolador, fuente viva de caridad y amor— el que le ha hecho sentirse tan bien porque le ha encendido con su Luz sus sentidos doloridos, con su Amor su corazón herido y con su Auxilio sanador la debilidad de su vida.
El Señor, invita por medio del Espíritu Santo, a que los hombres le sigamos. Nos invita a dejar las redes junto a la orilla, a dejar los aperos en el campo, el dinero en la mesa de recaudación, la camilla junto a la piscina, los mejores trajes en el ropero, la soberbia en el diván… y pronuncia estas palabras de invitación: «Ven, amigo, y sígueme». Solos, en nuestro mundo, es difícil pero…¡Qué fácil es hacerlo con la gracia del Espíritu!

¡Ven Espíritu Santo, fuego de amor divino, abraza mi mente y mi corazón con tu Presencia ardiente! ¡Ven Espíritu Santo, aliento divino! ¡Ponme en tu presencia de Luz. Penetra en cada célula de mi ser y enciende tu intensa luz. Disipa la oscuridad de mi alma! ¡Divino Esplendor, sáname de mi ceguera espiritual. Abre mis ojos para que yo pueda ver con la luz de tu visión. Brilla tu luz en mi camino, déjame ver como Tu ves! ¡Espíritu Santo, Palabra Viva, lléname del fuego de tu palabra. Haz que arda mi corazón con tu Sabiduría y tu Conocimiento. Muéstrame como Tu me ves y también muéstrame como Tu eres. Enséñame todas las cosas! ¡Fuego divino, unge mis labios y purifícalos, para que yo siempre hable de cosas santas y que lo que diga penetre los corazones de los que me escuchen. Unge mi mente y mi cuerpo para que te glorifique con pensamientos, palabras y acciones santas! ¡Espíritu divino háblame. Habla a través de mi. Muévete a través de mi. Hazme tu instrumento! ¡Llama divina, abraza todo mi ser con tu fuego ardiente. Derrite el hielo de mi frialdad e indiferencia! ¡Aliento Celestial, respira tu presencia en todo mi ser; satúrame completamente. Entra en mi. Permíteme entrar en Ti y ser uno contigo! ¡Espíritu Santificador, destruye toda mi maldad, borra toda mi iniquidad. Limpia mi alma con el agua viviente de tu gracia. Destruye la aridez de mi alma; transfórmame en una fuente de agua viva que fluya para la vida eterna! ¡Espíritu de la Santidad; pasa por cada célula de mi cuerpo, mente y alma. Purifícame y santifícame! ¡Espíritu de Dios Padre y Dios Hijo; destruye el hombre viejo en mí. Hazme un hombre nuevo en tu imagen, para empezar una nueva vida en Ti; en la paz, el amor y el gozo de tu Presencia! ¡Divino Ayudante, Espíritu Consolador, ayúdame a conocer y a hacer tu divina voluntad. Actúa en mi, piensa en mi, y manifiéstate en mi! ¡Espíritu Santo de Dios, poséeme. Llévame a tu santidad y a tu Gloria. Yo soy tu templo, habita en mi y no me dejes solo!


martes, 9 de agosto de 2016

Súplica por un milagro

Ayer me resultaba complicado encontrarme en paz con el Señor. Numerosos problemas que parecían no tener solución. Situaciones importantes que, de no resolverse de manera rápida, podían encadenar un sinfín de problemas colaterales. Hay días que el peso de la cruz se hace difícil de llevar y el camino que lleva al Calvario es agreste, tortuoso y parece interminable. Cuando uno se encuentra en una situación complicada le embarga la pesadumbre. Por un lado, encomendaba para que ese problema se solventara. Por otro, mi corazón se cerraba por completo a la paz del espíritu. Sin embargo, algo interno —fruto de la fuerza embriagadora de la gracia que derrama el Espíritu Santo— dirigía mis pasos hacia un templo cercano. Me pongo de rodillas y le suplico que haga el milagro.
La misericordia de Dios siempre vence. Dios es siempre el vencedor de cualquier partida. Aunque sea de penalti y en el último minuto. Además, ostenta el récord de imbatibilidad en la historia de la humanidad. La dificultad, los problemas, la no resolución de los mismos me llevó ayer a un encuentro más íntimo con el Señor. Y aquí estaba el milagro: el problema no se solucionó, pero mi corazón tuvo paz. Él sabe por qué y cómo hace las cosas. Abandonado en mi pequeñez, consciente de mi debilidad, una enseñanza muy hermosa: Dios vence con su amor, su misericordia y su consuelo. Amo a Dios y ese amor profundo me hace siempre salir adelante. Aunque lo que haya delante sea un precipicio de una altura… que da vértigo.

¡Señor, en este día te pido que me ayudes a ponerme en tu presencia y abrir mi pobre corazón, que me enseñes a hablarte desde la sencillez y la pequeñez de mi vida, que me ayudes a hacer oración, una oración confiada, entregada, llena de esperanza! ¡No quiero pedirte nada Señor, sólo quiero estar cerca de ti, sentirte cerca, sentir que me amas, sentir que abres tus brazos para acogerme! ¡Te pido la humildad para que me hagas ver con claridad todas aquellas cosas que me alejan de ti cada día: mis pecados, mis faltas, mi orgullo, por mi soberbia, mi incapacidad de amar, por mi egoísmo, mi carácter, mi falta de confianza…! ¡Señor, necesito que me muestres tu misericordia, tu compasión por este pequeño hombre que tanto te necesita! ¡Señor necesito que me hagas ver el camino que debo seguir cada día y las cosas positivas y negativas que me suceden ayúdame a aceptarlas cada día con mucho amor y mucha confianza! ¡Envíame al Espíritu Santo para que mi oración desde el corazón esté siempre iluminada por Él y sea siempre perseverante en las tribulaciones y las alegrías porque esta es la mejor manera conocerte de manera auténtica!

Tu gracia me sostiene, cantamos hoy acompañando esta meditación: