Ayer invité a un amigo a hacer un rato de oración en una capilla en la que está expuesto el Santísimo en una comunidad de hermanas adoratrices. Era última hora de la tarde. Poco antes de cerrar el templo. Es una persona descreída. Su vida es un torbellino de problemas y de conflictos personales. Está roto por dentro y los resuellos de sus heridas se reflejan en la amargura de su rostro.
Antes de comenzar, invocamos en voz baja al Espíritu Santo. Después de una breve oración enciendo en el móvil una canción que invoca al Espíritu Santo. Pongo uno de los auriculares en su oreja y el otro en la mía y, así, juntos, invocamos la presencia del Espíritu para que nos renueve, nos purifique y nos restaure. A los dos, porque yo también lo necesito cada día.
Invocar al Espíritu Santo antes de la oración abre en canal el corazón del hombre. Sin la presencia del Espíritu Santo es muy difícil conocer la verdad que anida en el corazón. Es el Espíritu Santo, con la fuerza de su gracia, el que nos permite escuchar la voz de Cristo en nuestro interior.
Termina la canción. Mi amigo me pide volver a escucharla.«Ven Espíritu, ven y lléname Señor con tu preciosa unción. Purifícame, lávame, renuévame, restáurame Señor con tu poder». Esta canción no dice nada más pero la repetición de esta estrofa dice mucho. Es una oración que purifica nuestro interior para que dejemos entrar al Espíritu Santo. Y, una vez dentro, nos permita el mejor discernimiento de cómo debemos obrar, de lo que tenemos que hacer para gloria de Dios, bien de las almas y nuestra propia santificación, de lo que debemos pensar y lo que debemos decir y cómo decirlo, de lo que tenemos que callar. Pero también la agudeza para retener. No siempre el Señor nos pide lo mismo. No siempre nuestra vida tiene las mismas necesidades. No siempre el mensaje es semejante. Y para conocer la voluntad de Dios es necesario orar, orar y orar con humildad y sencillez. Y será el Señor, por medio de la luz que transmite el Espíritu Santo, el que nos hará ver lo que debemos hacer. A la luz del Espíritu es más sencillo no equivocarse.
Al terminar los quince minutos de oración en la que, en voz muy baja, hemos rezado por sus necesidades e intenciones, me pide escuchar de nuevo esta purificadora canción: «Ven Espíritu, ven y lléname Señor con tu preciosa unción. Purifícame, lávame, renuévame, restáurame Señor con tu poder».
Al salir del templo me da un fuerte abrazo y un «gracias» emocionado. Lo que mi amigo no sabe es que es el Espíritu Santo —nuestro consolador, fuente viva de caridad y amor— el que le ha hecho sentirse tan bien porque le ha encendido con su Luz sus sentidos doloridos, con su Amor su corazón herido y con su Auxilio sanador la debilidad de su vida.
El Señor, invita por medio del Espíritu Santo, a que los hombres le sigamos. Nos invita a dejar las redes junto a la orilla, a dejar los aperos en el campo, el dinero en la mesa de recaudación, la camilla junto a la piscina, los mejores trajes en el ropero, la soberbia en el diván… y pronuncia estas palabras de invitación: «Ven, amigo, y sígueme». Solos, en nuestro mundo, es difícil pero…¡Qué fácil es hacerlo con la gracia del Espíritu!
¡Ven Espíritu Santo, fuego de amor divino, abraza mi mente y mi corazón con tu Presencia ardiente! ¡Ven Espíritu Santo, aliento divino! ¡Ponme en tu presencia de Luz. Penetra en cada célula de mi ser y enciende tu intensa luz. Disipa la oscuridad de mi alma! ¡Divino Esplendor, sáname de mi ceguera espiritual. Abre mis ojos para que yo pueda ver con la luz de tu visión. Brilla tu luz en mi camino, déjame ver como Tu ves! ¡Espíritu Santo, Palabra Viva, lléname del fuego de tu palabra. Haz que arda mi corazón con tu Sabiduría y tu Conocimiento. Muéstrame como Tu me ves y también muéstrame como Tu eres. Enséñame todas las cosas! ¡Fuego divino, unge mis labios y purifícalos, para que yo siempre hable de cosas santas y que lo que diga penetre los corazones de los que me escuchen. Unge mi mente y mi cuerpo para que te glorifique con pensamientos, palabras y acciones santas! ¡Espíritu divino háblame. Habla a través de mi. Muévete a través de mi. Hazme tu instrumento! ¡Llama divina, abraza todo mi ser con tu fuego ardiente. Derrite el hielo de mi frialdad e indiferencia! ¡Aliento Celestial, respira tu presencia en todo mi ser; satúrame completamente. Entra en mi. Permíteme entrar en Ti y ser uno contigo! ¡Espíritu Santificador, destruye toda mi maldad, borra toda mi iniquidad. Limpia mi alma con el agua viviente de tu gracia. Destruye la aridez de mi alma; transfórmame en una fuente de agua viva que fluya para la vida eterna! ¡Espíritu de la Santidad; pasa por cada célula de mi cuerpo, mente y alma. Purifícame y santifícame! ¡Espíritu de Dios Padre y Dios Hijo; destruye el hombre viejo en mí. Hazme un hombre nuevo en tu imagen, para empezar una nueva vida en Ti; en la paz, el amor y el gozo de tu Presencia! ¡Divino Ayudante, Espíritu Consolador, ayúdame a conocer y a hacer tu divina voluntad. Actúa en mi, piensa en mi, y manifiéstate en mi! ¡Espíritu Santo de Dios, poséeme. Llévame a tu santidad y a tu Gloria. Yo soy tu templo, habita en mi y no me dejes solo!