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martes, 2 de mayo de 2017

¿Qué significa “Aleluya”?

Y ¿por qué se usa tanto durante la Pascua?

Durante los 40 días de Cuaresma la palabra “Aleluya” desaparece de la liturgia de la Iglesia. No se dice ni una vez. Luego, durante la Vigilia Pascual, el sacerdote entona el gran Aleluya y parece que la Iglesia no puede dejar de repetir esta palabra una y otra vez. Pero ¿por qué?
¿Qué significa y por qué está tan estrechamente asociada a la temporada de Pascua?
Aleluya, del latín halleluia, tiene a su vez raíces hebreas en hallĕlū yăh significa “alabad a Dios”. Se encuentra más comúnmente como una especie de antífona que se repite al final de los Salmos. También se encuentra en el libro de Tobías, donde se utiliza como un himno de alabanza para cantar en la nueva Jerusalén.
“Las plazas de Jerusalén serán soladas con rubí y piedra de Ofir; las puertas de Jerusalén entonarán cantos de alegría y todas sus casas cantarán: ¡Aleluya!” (Tobías 13:17)
No es de sorprender que también aparezca en el libro de Apocalipsis.
“Después oí en el cielo como un gran ruido de muchedumbre inmensa que decía: ‘¡Aleluya! La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos; porque ha juzgado a la Gran Ramera que corrompía la tierra con su prostitución, y ha vengado en ella la sangre de sus siervos’. Y por segunda vez dijeron: ‘¡Aleluya! La humareda de la Ramera se eleva por los siglos de los siglos’. Entonces los veinticuatro Ancianos y los cuatro Vivientes se postraron y adoraron a Dios, que está sentado en el trono, diciendo: ‘¡Amén! ¡Aleluya!’. Y salió una voz del trono, que decía: ‘Alabad a nuestro Dios, todos sus siervos y los que le teméis, pequeños y grandes’. Y oí el ruido de muchedumbre inmensa y como el ruido de grandes aguas y como el fragor de fuertes truenos. Y decían: ‘¡Aleluya! Porque ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios Todopoderoso. Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado (…)’”. (Apocalipsis 19, 1-7)
San Jerónimo es el responsable de la traducción de la expresión hebrea de la palabra “Aleluya” en la Vulgata Latina, que se usaba por entonces en la liturgia romana. Es y siempre ha sido una expresión de alabanza, para glorificar a Dios por su bondad. Por esta razón, Aleluya está tan íntimamente relacionada con una época de alegría y contrasta drásticamente con la sombría actitud de penitencia de la Cuaresma.
La Pascua es un periodo de gran alegría y exaltación, por lo que cantar Aleluya es la forma que tiene la Iglesia de destacar esta realidad, ofreciendo continuamente alabanzas y honras a Dios.
Así que, si alguna vez necesitas una oración breve para ensalzar a Dios, simplemente grita “¡Aleluya!”.

martes, 18 de octubre de 2016

El “himno del farolero”: un canto bizantino de vísperas.


Este himno, el Oh, hermosa luz, también conocido como elHimno del farolero, por cantarse al final de la tarde, cuando comienzan a encenderse las luces, es un himno de vísperas –la oración del final de la tarde-  que se precia de ser el más antiguo registrado en el cristianismo, fuera de aquellos que están basados en diversos pasajes de las Escrituras (como en el caso del Benedictus, los Salmos o el Nunc Dimittis o el Magnificat, este último, el más antiguo himno mariano del que se tenga conocimiento).
La primera referencia a este himno se consigue en las Constitutiones Apostólicas del siglo III, y san Basilio el Grande consideró el canto de este himno como una de las tradiciones más queridas de la Iglesia.
Hasta la fecha, se recita diariamente durante las vísperas, entre cristianos de rito bizantino.
En el video, compartimos el himno, en su versión en inglés, cantada por los monjes del monasterio de Valaam, en Rusia.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

¿Quién realiza el milagro de convertir el pan en Cuerpo de Cristo?

¿Un diácono puede celebrar misa?


Dios tiene el poder de crear de la nada, y puede cambiar la sustancia de la materia ya preexistente de las especies eucarísticas para hacerse presente en la divina persona de Jesús.

Este cambio de sustancia (transubstanciación) de la materia del pan y del vino, aunque permanezcan los accidentes o apariencias (sabor, olor, medida, etc.), lo realiza Dios por medio del ministerio sacerdotal -que es la acción del mismo Jesús- por la fuerza del Espíritu Santo (epíclesis) junto a las palabras que Jesús utilizó cuando instituyó la eucaristía.

Jesucristo, que es el sumo y eterno sacerdote, manda a los apóstoles (sus discípulos) en la última cena perpetuar en la historia el ofrecimiento de su Cuerpo y Sangre, diciéndoles: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19; 1 Cor 11, 24.25). En este sentido la misa es el memorial de su pasión.

Es decir, Jesús al dar este mandato a sus apóstoles, les pide reiterar el rito del Sacrificio eucarístico de su Cuerpo que será entregado y de su Sangre que será derramada.

A sus apóstoles, Jesús les entrega la acción que acaba de realizar, de transformar el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre; la acción con la que Él se manifiesta como sacerdote y víctima.

Con sus palabras Jesús constituye a sus apóstoles como sacerdotes del Nuevo Testamento, a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio.

“Haced esto en memoria mía”, son las palabras de Cristo que, aunque dirigidas a toda la Iglesia, son confiadas, como tarea específica, a sus apóstoles y, en consecuencia, a los que continuarán su ministerio.

Cristo quiere que, desde ese momento, su acción sea sacramentalmente también acción de la Iglesia por las manos de los sacerdotes.

Jesús al decir: “haced esto”, no sólo estaba señalando el acto en sí mismo -uno de los elementos constitutivos y el más importante de la Iglesia-, sino que también señala el sujeto llamado a actuar; es decir, instituye el sacerdocio ministerial.

Y recordemos que los apóstoles son los primeros obispos de la Iglesia encabezados por san Pedro, hoy el Papa.

Por tanto ellos, verdaderos, únicos y legítimos pastores, instituidos por Jesucristo el buen pastor, son los primeros sacerdotes de la nueva y eterna alianza.

Y los apóstoles, por la autoridad otorgada por Jesús, instituyeron u ordenaron a otros sacerdotes (los presbíteros) (Hch 14, 23), sus directos colaboradores, con el mismo poder y potestad recibidos de Jesucristo.

El Nuevo Testamento habla claramente de la unidad ministerial entre “los apóstoles y los presbíteros” (Hch 15, 22); por tanto los apóstoles y sus colaboradores (los presbíteros) tienen el mandato de Jesús de ‘hacer esto en memoria suya’.

“Así a los primeros apóstoles están ligados especialmente aquellos que han sido puestos para renovar IN PERSONA CHRISTI el gesto que Jesús realizó en la Última Cena, instituyendo el sacrificio eucarístico, “fuente y cima de toda la vida cristiana” (LG, 11).

El poder divino de Cristo para realizar el milagro de la transubstanciación lo transmite o lo traspasa pues a sus apóstoles y por extensión a sus colaboradores, los presbíteros o sacerdotes.

Es por esto que el sacerdote (sea obispo o presbítero) obra en nombre y con el poder del mismo Cristo, de manera que, por sobre él sólo está el poder de Dios: “El acto del sacerdote no depende de potestad alguna superior, sino de la divina” (Summa Teologiae supl, 40,4.).

En consecuencia ningún obispo, ni siquiera el Papa, tiene mayor poder que un sacerdote, para la consagración de las especies eucarísticas: “No tiene el Papa mayor poder que un simple sacerdote” (Summa Teologiae supl, 38,1, ad 3).

Ahora bien, el sacramento del Orden consta de tres grados diversos: los obispos, los presbíteros y los diáconos. Los dos primeros participan ministerialmente del sacerdocio de Cristo. Por eso, el término SACERDOTE designa a los obispos y a los presbíteros, pero no a los diáconos (catecismo, 1554).

El diaconado, sea éste transeúnte o permanente, está destinado a ayudar y a servir a los obispos y a los presbíteros (Catecismo 1554). El diaconado es un grado de servicio (Hch 6, 1-6).

Es por esto que los diáconos están “para realizar un servicio y no para ejercer el sacerdocio” (LG, 29). De manera pues que si el sacramento del Orden incluye, en tercer grado, el diaconado, éste no forma parte del sacerdocio ministerial.

De aquí se deriva que sólo hay misa, con la consecuente transubstanciación de las especies eucarísticas del pan y del vino, cuando está presente, única y exclusivamente, un obispo o un sacerdote.

En la ausencia de ellos, aunque esté presente un diácono, no hay misa y por tanto no hay consagración de dichas especies, no hay transubstanciación.

martes, 9 de agosto de 2016

Una celebración presidida por un diácono si no hay sacerdote, ¿vale para el domingo?


Quería preguntarles por una duda pequeñita que tengo. Si fui a Misa pero el párroco no pudo asistir y en su lugar hubo celebración de la Palabra con un diácono, ¿cumplí con el precepto dominical? Unos feligreses me dijeron que sí, y otros que no, y no supe buscar bien en internet (Consulta llegada por FB).

Es obvio que las celebraciones de la palabra, con la distribución de la Sma. Eucaristía, presididas por un diácono permiten al fiel, aunque no sean misas, cumplir con el precepto dominical. Y el feligrés cumple con dicho precepto siempre y cuando llegue puntual y participe activamente de dicha celebración hasta que acabe.

El fiel no está pues obligado después a buscar la misa si participa debidamente de una celebración dominical presidida por un diácono. El fiel no tiene ninguna culpa al querer ir a misa y luego encontrarse con que no hay sacerdote sino un diácono.

Ahora bien, tampoco se ha de caer en el error de prescindir, voluntaria e intencionalmente, de la misa prefiriendo una celebración diaconal con la justificación que de ésta manera se puede suplir el precepto dominical.

viernes, 29 de julio de 2016

Si te gusta el canto gregoriano, te encantará el canto visigótico

Asociado a la llamada "liturgia hispánica" , este tipo de canto recoge una tradición oral previa a la invasión árabe



Se le conoce más comúnmente como “canto mozárabe”, pero esta definición es, en más de un sentido, errónea. Es tanto más adecuada la de “liturgia hispánica“, como también se le ha llamado.

Si bien es cierto que los manuscritos que componen el canon de este tipo de canto litúrgico son todos posteriores a la invasión árabe de la Península Ibérica, también lo es que estos textos recogen una tradición oral que ya el mismo san Isidoro de Sevilla había descrito en sus textos sobre la liturgia (De ecclesiasticis officiis).

Esta tradición oral, para más detalles, tiene dos procedencias: una, del norte de España, conocida como castellano-leonesa; y otra, del sur de la Península, conocida como toledana, aunque muy posiblemente se haya originado en Sevilla, como parecen señalar los testimonios de san Isidoro.

Estos cantos, según algunas fuentes, tienen fuerte influencia judía: aparentemente, hasta el siglo IV, en la Península Ibérica, judíos y cristianos compartían algunas prácticas litúrgicas, como la recitación de los salmos y la lectura de los libros del Antiguo Testamento.

De estas prácticas comunes podrían derivar algunas de las melodías que escuchamos en estas formas litúrgicas monódicas.

En el video, se escuchan los cantos visigóticos-mozárabes posteriores a la llamada “reforma” del obispo Cisneros, quien se encargó, en 1495, de recopilar y organizar estos códices, convirtiéndolos en un misal y un breviario.

sábado, 18 de junio de 2016

¿En qué consiste el “agua de socorro”?

El “agua de socorro” es una expresión propia de algunos países de Latinoamérica para hacer referencia al bautismo de emergencia.


Y este bautizo de emergencia se realiza o se debe realizar, única y exclusivamente, cuando un neonato o un bebé está en peligro real de muerte (aunque pueda que después sobreviva), y no hay posibilidad de recurrir al sacerdote para el bautismo formal.

Este bautismo de emergencia puede llamarse “en artículo de muerte” (cuando la muerte es inminente, próxima y cierta) o puede llamarse “en peligro de muerte” (cuando la muerte es una seria posibilidad).

Por tanto este rito de derramar el agua, o como también se dice “echarle el agüita”, sobre la cabeza del bebé no debe nunca hacerse arbitrariamente o entenderse como un rito sustitutivo o complementario, anterior o posterior, al bautismo; o concebirlo como un rito para la buena suerte, o de protección, o como remedio a la enfermedad.

El agua de socorro tampoco es un símbolo del bautismo o de la relación con Dios.

Los padres no demoren o posterguen por descuido o por razones sin fundamento (conseguir los recursos para hacer una fiesta suntuosa, esperar mucho tiempo para conseguir los padrinos o para que estos lleguen, por ejemplo) el bautismo por meses, y menos aun por años, el bautizo de los niños.

Para evitar angustias o bautismos de emergencia se recomienda por tanto llevar al bebé al párroco y bautizarlo lo antes posible. El amor por el hijo o la hija empieza por aquí.

Lo que pide la Iglesia es bautizar a los niños cuanto antes, y esto por dos motivos:

Por la costumbre vigente en la Iglesia universal, que desde hace tiempo tiene fuerza de ley, de que no se difiera demasiado el bautismo de los neonatos.
Y porque el peligro de muerte es mayor en los niños que en los adultos.
Si el neonato o el niño no puede ser llevado a la iglesia con seguridad, debe llamarse al párroco para que administre el bautismo en casa o, en su defecto, al capellán estando en el hospital.

Si por algún motivo un bebé o un adulto sin bautismo corre algún peligro de muerte y no hay en absoluto la posibilidad de que lo bautice un ministro ordenado, cualquier persona que tenga la debida intención (Can. 861,2), aunque no esté bautizada, puede y debe bautizar.

Cuando se dice “cualquier persona” es cualquier persona, varón o mujer, que tenga uso de razón; indiferentemente que tenga o no algún vínculo familiar con el niño o neonato. Puede ser incluso el padre o la madre.

Después de este bautismo de emergencia se procede a comunicarlo a la parroquia donde se ha realizado el bautismo para hacer lo conveniente (su debido registro, por ejemplo).

En el caso del bautismo de adultos siempre se requiere el consentimiento de los mismos, pues no debe realizarse contra su voluntad.

En este caso, quien va a ser bautizado, realizará piadosamente un acto de contrición y propósito de enmienda. Si el paciente está en estado de debilidad o en agonía podrá ayudarlo o rezarlo por él (pidiendo que lo siga en su interior) otra persona o quien lo va a bautizar.

Sin importar el lugar de bautismo y las circunstancias, las únicas condiciones para un bautismo de urgencia, son:

Pedir al familiar más próximo, o en su defecto a la persona bautizada más cercana, que haga de padrino o madrina. Si no hay nadie presente y/o con un mínimo de condiciones para que haga de padrino o madrina, no es indispensable la presencia de éste o ésta. Quedan excluidos de esta función, en todo caso, además de los ateos, los excomulgados; quienes en caso extremo harán de testigos. “Quien administra el bautismo procure que, si falta el padrino, haya al menos un testigo por el que pueda probarse su administración” (Can. 875).
Como se decía antes, a la hora de bautizar, hacerlo con la intención de hacer lo que hace la Iglesia católica. La persona al bautizar sea consciente de lo que hace: dándole el valor y el respeto debidos.
Derramar agua, aunque sea sin bendecir (Can. 853), sobre la cabeza del bautizando diciendo al mismo tiempo la siguiente fórmula: “N.N., yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Sin decir amén ni agregar más palabras.
No usar otras fórmulas dudosas o ambiguas, pues esto invalidaría el bautismo. Tanto la fórmula como el rito en sí mismo son inmodificables.

Si el bebé no está aun registrado, se le puede imponer el nombre más conveniente (un nombre relacionado con la fe); y luego inscribir el nacimiento en el registro civil el nacimiento con dicho nombre.

No hay que hacer nada más, ni hacen falta más cosas (flores, velas, imágenes, oraciones, libros, etc.).

Si alguien sin bautismo -bebé, niño- está declarado muerto, clínicamente hablando (no se sabe el instante preciso de la separación del alma del cuerpo), se bautiza bajo condición.

En caso de un adulto se puede hacer cuando se sabe que este lo hubiera pedido o se cree que su bautismo no iría contra su voluntad.

En este caso quien bautiza debe verter el agua sobre la cabeza del bautizando diciendo simultáneamente: “Si vives, N.N., yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

El niño en peligro de muerte se puede bautizar lícitamente aun en contra de la voluntad de sus padres sean estos o no católicos (Can. 868,2). Y esto se hace por precepto de caridad, si esto pudiese realizarse en ocasión oportuna y sin incitar o promover el odio a la Iglesia.

viernes, 3 de junio de 2016

¿Cómo adorar a Dios? Lo que enseñó Jesús de Nazaret

La forma más elevada de la alabanza es la obediencia

Paul Williams-Yann Caradec-Carlos Smith-Peter Dahlgren-cc

Comencemos por decir que la adoración está reservada sólo a Dios. Sólo Él es digno y no cualquiera de sus siervos (Ap 19, 10). No debemos adorar a los santos, ángeles, criaturas, etc.

La palabra adorar proviene del término adoris del latín formado por el prefijo ad (hacia) más el verbo orare (hablar). Adorar es pues, en su etimología, hablar hacia Dios o a Dios.
Adorar, según un diccionario, significa rendir culto a alguien o a algo que se considera como divinidad o que está relacionado con ella; según otro diccionario adorar es reverenciar y honrar a Dios con un culto religioso. Por tanto adorar es un acto de culto espiritual a Dios. Para adentrarnos más en lo que es adorar, contemplemos el episodio bíblico en que Jesús dialoga con una samaritana. Ella en cierto punto le pregunta a Jesús sobre los lugares de adoración a Dios: si en Jerusalén según los judíos o en el Monte Garizim según los samaritanos.
Jesús le dice: “Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en Espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren” (Jn 4, 23-24).
Se ve que la inquietud de la samaritana por saber adorar correctamente a Dios es sincera, aunque ella estaba más preocupada por un lugar que por su relación personal con Él. Aunque la samaritana tenía la inquietud de saber si el lugar donde adoraba era el correcto, ella es consciente de que sus prácticas de adoración no habían tenido ningún efecto en su vida espiritual, pues seguía practicando una vida inmoral.

Y Jesús conociendo su sinceridad le dice cómo y dónde adorar a Dios Padre: en el Espíritu y en la Verdad.

Adorar al Padre es, de consecuencia, adorar a Dios Trinidad. “Y así, al confesaros Dios verdadero y eterno, hemos de adorar al mismo tiempo vuestra esencia, única, las personas, distintas, y su idéntica majestad” (Prefacio de la Santísima Trinidad). Adoramos a Dios Padre en el hijo por el Espíritu Santo; o, lo que es lo mismo, por el Espíritu Santo (en el Espíritu) y en Jesús (en la Verdad); por esto Jesús dice: “Llega la hora (ya estamos en ella)”.
El Espíritu Santo, la promesa de Cristo para con sus discípulos (Jn 14, 26), debe morar en el verdadero adorador para guiarlo por el camino correcto y adorar a Dios Trinidad de manera genuina en Jesucristo (la verdad); pues el Espíritu de la verdad (Jn 16,13) es enviado por Jesús (Jn 16, 7). Jesús por tanto nos ha dicho a quién y cómo adorar. Adorar a Dios equivale a rendirle un culto espiritual.

Nos lo dice san Pablo: “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal SERÁ VUESTRO CULTO ESPIRITUAL. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir lo que es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12, 1-2).

De aquí se desprenden los siguientes elementos:

1. MOTIVACIÓN. ¿Qué motivación tenemos para adorar a Dios? Su misericordia nos mueve a adorarlo. Es saber que Dios nos ha creado; y, si nos ha creado, lo ha hecho por amor; Él es nuestro Dueño. Adorar a Dios es darnos cuenta que dependemos totalmente de Él.
Tener conciencia de la misericordia divina y tratar de comprenderla nos motiva a la alabanza y/o a la acción de gracias, en otras palabras, a la adoración.

2. FORMA. Como Dios nos ama, nosotros le queremos amar, le queremos adorar. ¿Pero en qué forma? Ofreciéndole nuestros cuerpos “como una víctima viva, santa, agradable a Dios”.
El ofrecimiento de nuestros cuerpos o de todo nuestro ser a Dios, significa darle a Dios todo de nosotros mismos; en definitiva, cederle a Dios el control de nuestra vida.
Para Jesús, el dar la vida es signo de amor (Jn 15, 13). Ofrecernos, darnos o entregarnos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, y con toda nuestra mente (Mt 22, 37) es hacer un sacrificio vivo, santo y agradable a Él. Este es nuestro culto espiritual.

3. CONDICIÓN. Para que nuestro culto espiritual a Dios sea auténtico, verdadero, y agradable a Él, debemos hacerlo con una mente renovada; y esto se logra a través de un proceso constante de conversión.
La conversión, que es expresión de fe y que nace de la humildad, nos motiva a inclinarnos, arrodillarnos, postrarnos ante Dios (que no es sólo una postura corporal), y hacerlo tanto ante su presencia eucarística como fuera de ella.
Eso significa sentirnos infinitamente inferiores a Dios, que dependemos de Él, que Él es nuestro Creador y Señor. Significa rendirnos ante Dios, reconocernos dependientes de Él en todo.

Adoramos a Dios en la medida en que vamos renovando nuestra mente a la luz de la verdad, de la verdad de Cristo. El esfuerzo por tener y mantener nuestra mente renovada, purificada, limpia, incluso integrando las emociones, nos permitirá adorar a Dios sin ataduras.

4. CONTEXTO. La mente renovada se traducirá concretando la voluntad de Dios, haciendo “lo bueno, lo agradable, lo perfecto”. “Y todo lo que puedan decir o hacer, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él (Col 3, 17)”.
Es lo que también nos dice Jesús: “Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás” (Mt. 4, 10). ¿Cuándo? Siempre: en todo momento y lugar. Y sabemos que Dios lo que desea para nosotros es nuestro mayor bien; por tanto, su voluntad será siempre lo mejor para nosotros.
La verdadera adoración se siente por dentro, y se expresa a través de nuestras acciones momento tras momento.
La adoración a Dios es reconocerle toda su omnipotencia y gloria en todo lo que hacemos. La adoración es para glorificar y exaltar a Dios y mantenerle nuestra lealtad.

La forma más elevada de la alabanza y de la adoración es la obediencia constante a Él y a su Palabra

miércoles, 1 de junio de 2016

¿Se puede adorar al Santísimo “on line”?

Es como la comunicación con un ser querido: mejor cara a cara, pero si no es posible Internet ayuda


 Nuestro culto espiritual es ofrecernos a Dios en respuesta a su amor. Este ofrecimiento a Dios de nuestra vida será aceptado y será objetivo si lo acompañamos con las obras en respuesta a su santa voluntad.

Pero esto sólo será viable a través de un proceso constante de conversión.

Adoramos a Dios cuando nos damos a Él junto a las obras que concretan su voluntad. ¿Cuándo? Siempre. ¿Dónde? Donde nos encontremos.

Al hablar de adoración, los creyentes inmediatamente piensan, o se centran exclusivamente, en acciones externas o cosas circunstanciales, dentro o fuera de un acto litúrgico, ante Jesús Eucaristía: ¿qué posturas adoptar?, ¿cómo?, etc.

Lo anterior sólo forma parte de un contexto de adoración; pero esta involucra la vida entera y en todo lugar.

Como podemos darnos cuenta, adorar, en el Espíritu y en la Verdad, realmente no es sólo, por ejemplo, el cantar bien, o tocar un instrumento con destreza, o realizar unas oraciones ante Jesús Eucaristía (cosas que son un complemento, que quedan en un segundo plano); es también, y sobre todo, ofrecernos a Dios omnipresente como una ofrenda agradable.

La adoración a Dios, pues, no se limita a un solo acto o a un solo momento y lugar (la adoración ante Jesús Sacramentado por acción del Espíritu Santo (Rm 8, 26)), sino que se realiza constantemente cuando la fe mantiene despierto el corazón para darse amorosamente a Dios.
De manera que no hay que confundir la adoración a Dios propiamente dicha o la actitud adoradora constante del fiel con un momento de adoración concreto, específicamente litúrgico o fuera de él, ante el Santísimo Sacramento.

Son dos momentos de adoración que se complementan y enriquecen recíprocamente.

Con respecto a la adoración al Santísimo ésta es una práctica muy recomendada por la Iglesia. Esta práctica aumenta el fervor, la conversión y la fidelidad.Quien quiera avanzar en su vida espiritual, debe separar un tiempito cada día, o al menos cada semana, para adorar a Dios ante el Santísimo Sacramento.
En la carta encíclica Ecclesia de Eucharistía, Juan Pablo II cita a san Alfonso María de Ligorio quien dijo: “Entre todas las devociones, esta de adorar a Jesús sacramentado es la primera después de los sacramentos, la más apreciada por Dios y la más útil para nosotros” (EE 25).

Y así como una persona puede ser libre entre rejas (entendiendo bien lo que es la libertad), así también no hay obstáculos o barreras cuando de adorar a Dios se trata.

Se adora a Dios con la vida misma, se adora en el Espíritu de Dios, quien nos hace decirle: ¡Abbá, Padre! (Rm 8,15) y en la Verdad, en Jesucristo, quien es la Verdad.

De esta manera un enfermo en cama puede adorar a Dios, un trabajador puede adorar a Dios en el lugar donde se desempeña, o se puede adorar a Dios mientras se camina, etc.
Y así como la misa seguida por televisión o por internet o radio tiene su validez para quienes están impedidos a asistir personalmente a la iglesia, incluyendo la posibilidad de la comunión eucarística espiritual, de igual forma el fiel puede unirse –a través de esos medios de comunicación- a una hora santa de adoración, y/o hacer una visita eucarística on line en cualquier momento y lugar.

A Dios, que es omnipresente, también le llega nuestra oración de adoración por estos medios y la acepta con agrado.
El adorar on line es el momento y la circunstancia intermedios entre ir por la vida y al mismo tiempo estar ante el Santísimo Sacramento.Jesús dio a la mujer samaritana una enseñanza clara: la adoración a Dios no se debe limitar necesariamente a una localización geográfica.

El lugar donde encontramos a Dios para adorarlo es Jesucristo; nadie llega al Padre sino va por Jesús (Jn 14, 6).

En el espíritu se accede a Dios para adorarlo en Cristo, la Verdad, estando el creyente físicamente o no cerca de su presencia eucarística; presencia que hay que privilegiar.
El uso de internet o de la televisión será sólo un medio o instrumento que no pretende sustituir la relación personal con Dios por la vía sacramental, sino que más bien la debe acompañar y reforzar; aquel encuentro estará al servicio de este.
Adorar al Señor on line será una alternativa muy excepcional si existe realmente un impedimento para hacerlo de manera personal en una capilla donde esté o no expuesto.

Es como la comunicación con un ser querido: no es lo mismo hablar con esa persona de manera directa o personalmente que hacerlo usando internet o el teléfono o por carta; pero si no hay otra opción se puede hacer.Orar personalmente ante el Santísimo es estar ante Jesús, realmente presente en la Eucaristía; percibirlo oculto bajo las especies eucarísticas tal como Él lo prometió (Mt 26, 26-27; 28,20).

Si por edad avanzada, enfermedad u otra razón válida no se puede ir a visitar al Santísimo Sacramento, internet es una gran alternativa válida.
Y tiene sus ventajas: está disponible 24 horas, la persona se enfoca en el Santísimo y lo ve cerca y sin distracciones, y puede quedarse todo el tiempo que quiera.

Sólo hay que tener en cuenta las siguientes observaciones:

1. La adoración tendrá que ser trasmitida en vivo y en directo. El fiel tiene que trasladarse espiritualmente a adorarlo allí donde está siendo expuesto y prestarle atención.

2. Se haga un momento de oración sincero con el debido silencio, recogimiento y piedad. Dirigirle al Santísimo la oración sabiendo que Él te ve y escucha, no en la pantalla, sino realmente.

3. Crear en el lugar el ambiente propicio para la adoración, como si el lugar se convirtiera en la extensión de una capilla o iglesia donde se adore al Señor.