¿Un diácono puede celebrar misa?
Dios tiene el poder de crear de la nada, y puede cambiar la sustancia de la materia ya preexistente de las especies eucarísticas para hacerse presente en la divina persona de Jesús.
Este cambio de sustancia (transubstanciación) de la materia del pan y del vino, aunque permanezcan los accidentes o apariencias (sabor, olor, medida, etc.), lo realiza Dios por medio del ministerio sacerdotal -que es la acción del mismo Jesús- por la fuerza del Espíritu Santo (epíclesis) junto a las palabras que Jesús utilizó cuando instituyó la eucaristía.
Jesucristo, que es el sumo y eterno sacerdote, manda a los apóstoles (sus discípulos) en la última cena perpetuar en la historia el ofrecimiento de su Cuerpo y Sangre, diciéndoles: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19; 1 Cor 11, 24.25). En este sentido la misa es el memorial de su pasión.
Es decir, Jesús al dar este mandato a sus apóstoles, les pide reiterar el rito del Sacrificio eucarístico de su Cuerpo que será entregado y de su Sangre que será derramada.
A sus apóstoles, Jesús les entrega la acción que acaba de realizar, de transformar el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre; la acción con la que Él se manifiesta como sacerdote y víctima.
Con sus palabras Jesús constituye a sus apóstoles como sacerdotes del Nuevo Testamento, a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio.
“Haced esto en memoria mía”, son las palabras de Cristo que, aunque dirigidas a toda la Iglesia, son confiadas, como tarea específica, a sus apóstoles y, en consecuencia, a los que continuarán su ministerio.
Cristo quiere que, desde ese momento, su acción sea sacramentalmente también acción de la Iglesia por las manos de los sacerdotes.
Jesús al decir: “haced esto”, no sólo estaba señalando el acto en sí mismo -uno de los elementos constitutivos y el más importante de la Iglesia-, sino que también señala el sujeto llamado a actuar; es decir, instituye el sacerdocio ministerial.
Y recordemos que los apóstoles son los primeros obispos de la Iglesia encabezados por san Pedro, hoy el Papa.
Por tanto ellos, verdaderos, únicos y legítimos pastores, instituidos por Jesucristo el buen pastor, son los primeros sacerdotes de la nueva y eterna alianza.
Y los apóstoles, por la autoridad otorgada por Jesús, instituyeron u ordenaron a otros sacerdotes (los presbíteros) (Hch 14, 23), sus directos colaboradores, con el mismo poder y potestad recibidos de Jesucristo.
El Nuevo Testamento habla claramente de la unidad ministerial entre “los apóstoles y los presbíteros” (Hch 15, 22); por tanto los apóstoles y sus colaboradores (los presbíteros) tienen el mandato de Jesús de ‘hacer esto en memoria suya’.
“Así a los primeros apóstoles están ligados especialmente aquellos que han sido puestos para renovar IN PERSONA CHRISTI el gesto que Jesús realizó en la Última Cena, instituyendo el sacrificio eucarístico, “fuente y cima de toda la vida cristiana” (LG, 11).
El poder divino de Cristo para realizar el milagro de la transubstanciación lo transmite o lo traspasa pues a sus apóstoles y por extensión a sus colaboradores, los presbíteros o sacerdotes.
Es por esto que el sacerdote (sea obispo o presbítero) obra en nombre y con el poder del mismo Cristo, de manera que, por sobre él sólo está el poder de Dios: “El acto del sacerdote no depende de potestad alguna superior, sino de la divina” (Summa Teologiae supl, 40,4.).
En consecuencia ningún obispo, ni siquiera el Papa, tiene mayor poder que un sacerdote, para la consagración de las especies eucarísticas: “No tiene el Papa mayor poder que un simple sacerdote” (Summa Teologiae supl, 38,1, ad 3).
Ahora bien, el sacramento del Orden consta de tres grados diversos: los obispos, los presbíteros y los diáconos. Los dos primeros participan ministerialmente del sacerdocio de Cristo. Por eso, el término SACERDOTE designa a los obispos y a los presbíteros, pero no a los diáconos (catecismo, 1554).
El diaconado, sea éste transeúnte o permanente, está destinado a ayudar y a servir a los obispos y a los presbíteros (Catecismo 1554). El diaconado es un grado de servicio (Hch 6, 1-6).
Es por esto que los diáconos están “para realizar un servicio y no para ejercer el sacerdocio” (LG, 29). De manera pues que si el sacramento del Orden incluye, en tercer grado, el diaconado, éste no forma parte del sacerdocio ministerial.
De aquí se deriva que sólo hay misa, con la consecuente transubstanciación de las especies eucarísticas del pan y del vino, cuando está presente, única y exclusivamente, un obispo o un sacerdote.
En la ausencia de ellos, aunque esté presente un diácono, no hay misa y por tanto no hay consagración de dichas especies, no hay transubstanciación.