Todos tenemos en la vida una vocación. Y esa vocación va muy unida a la profesión que hemos elegido: la medicina, el periodismo, la banca, la enfermería, la educación, el servicio social, el sacerdocio… Pero las profesiones, a diferencia de la vocación, cambian de vez en cuando. La vocación, sin embargo, tiene un tinte personal indiscutible porque se basa en una serie de valores absolutos que relativizan todo lo que nos envuelve. Alrededor de mi vocación está todo lo que soy y todo lo que poseo. Es por eso que de una madre se dice que vive por su familia o por sus hijos, o de un empresario que vive por su empresa o sus negocios, o de un médico de su hospital o de sus pacientes.
La vocación espiritual da siempre un sentido unitario a la vida del hombre porque implica poner a Dios como centro y núcleo central de la existencia. Como hombre estoy llamado a una vida sobrenatural, ser hijo de Dios por Cristo y en Cristo, reproducir la imagen de Jesús en mi vida. Mi vocación como hombre cristiano es mi vocación de unirme a Dios. Es como dijo San Pablo «para mí vivir es Cristo» o como María cuya vocación cristiana fue dar el «sí» más absoluto y pleno a Dios el día de la Encarnación.
Por eso hoy me pregunto cuál es mi Dios, ¿el Padre que está en el cielo o el dios ídolo material de la vida?; ¿cuál es mi vocación cristiana, sobre qué valores se sustenta mi vida, como decido entrar en ese proyecto divino que Dios tiene pensado para mí antes incluso de haber sido engendrado? ¿Mi vida cristiana gira en torno a Dios Padre, a Cristo y a María y mis proyectos están inspirados y puestos en manos del Espíritu Santo? Eso lo puedo responder solo en la intimidad de la oración, sustento junto a la Eucaristía y los otros sacramentos de mi vocación cristiana. Es allí donde Dios llama y yo, como hombre, puedo responder con entera disponibilidad.
¡Te doy gracias, Dios mío, por tu llamada del Bautismo! ¡Te respondo otra vez con mi "Sí"! ¡Dame fidelidad para tu causa y para mi vocación! ¡Renueva con un espíritu de entusiasmo a todos los que se dedican al servicio de tu pueblo! ¡Llena mi corazón con tu Espíritu de Sabiduría para proclamar tu Evangelio y dar testimonio de tu presencia entre nosotros! ¡Eres Tú quien me llama por mi nombre y me pides que te siga! ¡Ayúdame a crecer en el amor y en el servicio a tu Iglesia! ¡Dame el entusiasmo y la energía de tu Espíritu para vivir cristianamente! ¡Danos personas llenas de fe y de entusiasmo que abracen tu misión! ¡Inspírame para conocerte cada vez mejor y que me corazón esté presto a escuchar tu llamada! ¡Jesús, te pido también que envíes a este mundo los servidores que necesitas, escógelos en nuestros hogares, en nuestras parroquias, en nuestras comunidades, en nuestras escuelas, en nuestros trabajos, para que sea una cosecha abundante de apóstoles para tu reino: danos también sacerdotes y religiosos y religiosas santos y que no pierdas nunca la grandeza de su vocación!
Invocamos al Espíritu Santo para que nos ilumine en nuestra vocación:
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