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lunes, 23 de octubre de 2017

Un amor como las olas del mar

Por razones laborales me encuentro en un país africano. Mi hotel se encuentra junto a una playa cuyas aguas están bañadas por el Atlántico. Protegiendo el recinto han colocado una cadena de rocas que lo protege de las embestidas del mar. Ayer por la mañana me senté en aquel lugar para contemplar el amanecer. Las olas, embravecidas por el mar furioso, se rompían contra las rocas estallando en una emergente ducha de gotas que la luz del sol hacía brillar. Al terminar la jornada laboral me senté de nuevo en el mismo lugar. La oscuridad de la noche quedaba rota por la luz grisácea de la luna. Las olas, sin embargo, seguían rompiéndose con las rocas a la misma intensidad.
El golpeteo constante de las olas han ido tallando con el paso de los años el perfil de aquellas rocas que alguien había alineado frente al hotel.
Sentado en aquel lugar apacible y silencioso, deleitándome con el sonido del mar y con el constante ir y venir de las olas, un pensamiento mágico me vino a la memoria. ¡Qué grande es el amor de Dios! ¡Y esa grandeza late a un ritmo constante, como las olas de ese océano creado por Él! ¡Ese amor cubre de manera paciente y uniforme las superficies duras de nuestro corazón para transformarlas en una obra nueva! ¡En ocasiones su amor es como las olas suaves que se rompen en las arenas de la playas cuando el mar está calmo! ¡En otras irrumpe como esas olas poderosas frente a mi hotel! En cualquiera de las dos, su amor permanece de manera constante e interminable. El amor de Dios no tiene fin.
Con el amor de Dios uno puede contar siempre. Es un amor fiel, imperecedero. ¡Qué hermoso es poder confiar en su amor y su fidelidad! ¡Qué hermoso sentir que su amor es infinito, ternura que se inclina hacia nuestra debilidad, seres necesitados de todo, consciente de que somos de barro frágil! Y es esta pequeñez, esta debilidad de nuestra naturaleza, esta fragilidad —¿acaso no somos como esas olas que se rompen al chocar contra las rocas?—es  lo que le empuja a su misericordia, a su ternura y a su perdón.
orar con el corazon abierto
¡Gracias, Padre bueno, Señor de la Misericordia, del Amor y del perdón, por ser fuente inagotable de amor! ¡Gracias porque eres como las olas que bañan mi corazón y me empapan de tu asombroso amor y de tu constante gracia! ¡Concédeme la gracia de confiar cada día en tu amor infinito incluso cuando no entienda lo que quieres de mí! ¡Padre, confío en tu amor y tus cuidados permanentes; transforma mi corazón como solo sabes hacer! ¡Gracias por la fe que me lleva a recorrer tus caminos! ¡Gracias, por reconozco tu existencia en este mundo! ¡Gracias, porque todo cuanto soy y recibo es obsequio de tu amor! ¡Te doy gracias, Señor, por todas las personas que has puesto a mi lado —mi familia, mis amigos, mis compañeros…—, todos ellos son el reflejo de tu amor! ¡Gracias, Señor, también por las cruces cotidianas que me recuerdan tu amor por mí! ¡Gracias por tu infinito amor, Señor!
Me basta tu gracia, cantamos hoy dando gracias al Señor:

jueves, 24 de noviembre de 2016

«Para todo tengo a Jesús»

orar-con-el-corazon-abierto
Hace algún tiempo, subido en un avión en dirección a un país africano por cuestiones laborales se sienta junto a mí una mujer somalí con un hijo de 10 años que ahora vive refugiada en Kenia. El vuelo es largo y el niño, inquieto, me hace muchas preguntas. Entablo conversación con su madre, una mujer joven, con el rostro marcado por el dolor. Me explica como la guerra civil en su país ha sido un drama humano. Ella es viuda como tantos miles de mujeres en este pobre país del cuerno de África, al este del continente negro. Su marido murió en el conflicto a los pocos meses de casarse y el niño que lleva con ella es adoptado. Es el hijo de su mejor amiga, que también murió junto a su esposo en la guerra. Ha viajado a Europa financiada por una organización humanitaria para curar una enfermedad de su hijo. Me habla de su país con una herida profunda. Durante mucho tiempo no tuvo nada, la escasez de alimentos les hizo pasar mucha hambre.
Ella pertenece a la minoría cristiana evangélica. Somalía es el quinto país más peligroso para la fe cristiana; es el país más violento del mundo, el peor en mortalidad infantil, y uno de los países africanos con menos cristianos. Afectado por monzones y tsunamis, es un país semiárido con solo el 1,6% de sus tierras cultivables; el 98% de su población es islámica. Me cuenta que Dios le provee en su nuevo país los gastos de comida y escuela para ella y para su hijo. Vive de traducir literatura cristiana para los refugiados de su país en Kenia e imparte clases de Biblia a otras mujeres refugiadas en su comunidad evangélica. Mientras me narra su historia se le caen las lágrimas pero tiene una coletilla: «Para todo tengo a Jesús».
Y claro, uno mira su interior y comprende que todos aquellos sufrimientos que pone cada día en el altar de su egoísmo no son nada comparados con los sufrimientos de tantos que siguen a Cristo (o no) pero que viven situaciones difíciles y en muchas ocasiones inaguantables. Pero Dios sabe a lo que te enfrentas. Esta mujer me dice que el profeta Isaías le recuerda que el Señor conoce íntimamente al hombre como si nuestro nombre estuviera escrito en las palmas de sus manos y, además, explicita, nos envía su Espíritu para que nos guíe, nos consuele y nos fortalezca. Me quedo prácticamente mudo y contesto con monosílabos. Y cuando madre e hijo se quedan dormidos en los incómodos asientos de la clase turista, unidas sus manos y sus rostros, pienso en esos desafíos que tengo delante y en cada uno de ellos repito con la misma fidelidad que está joven somalí «Te los pongo en tus manos, Señor, porque para esto te tengo».
¡Señor, pongo en tus manos toda mi vida y todos mis planes, mis debilidades y fortalezas para que los hagas tuyos y puedan hacerse realidad! ¡Señor, permite que siempre siga el camino recto que Tú has ideado para mí! ¡Señor, Tú sabes lo que me preocupa; también lo pongo en tus manos! ¡Señor, que mis cargas descansen en ti porque es donde encuentro paz y serenidad ante todo lo que me angustia! ¡Haz, Señor, que sea sensible a la ternura de tu voz y que camine cercano a tu mirada en obediencia, humildad y sinceridad de corazón! ¡Señor, eres un Padre Bueno y maravilloso, haz que cuantos sufren persecución en Tu nombre vean aumentada su paciencia y abreviada su prueba! ¡Señor Dios, que en tu providencia misteriosa asocias la Iglesia a los dolores de tu Hijo, concede a los que sufren por tu nombre para que manifiesten siempre ser testigos verdaderos tuyos! ¡Dios de inmensa bondad, que escuchas siempre la voz de tus hijos, apóyanos en nuestro difícil camino con la fuerza de tu Espíritu, para que resplandezca en nuestras obras la vida nueva que nos dio Cristo, tu Hijo! ¡Señor, gracias por tu fidelidad que no merezco y por estar acompañándome siempre! ¡Y te pido por tantos hombres y mujeres refugiados, perseguidos, humillados, despreciados... por causa de la fe y por ser fieles a Tí, no los dejes de Tu mano y llena su corazón de fortaleza, esperanza y amor!
Del músico flamenco Orlando di Lasso escuchamos su Josturum animae a 5 voces. Este ofertorio compuesto para el día de Todos los Santos es un homenaje a todos aquellos que han dado su vida por defender su fe y gozan de la paz eterna:

martes, 22 de noviembre de 2016

Alabar a Dios en medio de la prueba

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Hoy celebramos la festividad de santa Cecilia, universalmente reconocida como patrona de la música —se la representa tocando el órgano y cantando— y cuyo martirio, siendo una joven virginalmente consagrada a Cristo, alecciona nuestra vida de fe. La tradición cuenta que el día de su enlace se retiró del jolgorio de la fiesta para cantarle a Dios en su corazón y rogarle que la ayudara a ser fiel en el compromiso adquirido con Él. Logró convertir al cristianismo a su marido, un rico pagano, y a la familia de éste. Por ello fue sometida a duras torturas que soportaba cantando hasta el momento de su decapitación.
El signo distintivo de su martirio es su capacidad para alabar y cantar a Dios en medio de tanto tormento y sufrimiento testimoniando en medio de la prueba la alegría a la que Cristo nos invita en el mismo Evangelio: «cuando seáis insultados y perseguidos, y se os calumnie por mi causa alegraos y regocijaos porque tendréis una gran recompensa en el cielo».
Que aprendo hoy de esta santa a la que tanto admiro: convertir mi vida en un canto de amor a Dios desde el corazón, testimoniar mi amor ardiente por Él, hacer que todas mis obras cotidianas sean para cantar la gloria de Dios, pedir al Espíritu Santo que abra mis oídos y mis ojos para enaltecer la Belleza creada por Dios, convertir la partitura de mi vida en una alabanza sincera al Señor y anhelar unirme algún día al coro celestial donde la sublime armonía de Dios todo lo cubre.

¡Señor, en este día quiero cantar tus alabanzas para darte gracias por todas las cosas buenas que me regalas, por todas las gracias y dones que he recibido en tu nombre, quiero hacerlo colosal, las canciones, los himnos, compuestos para darte gloria y bendecirte! ¡Señor, quiero en este día agradecerte los múltiples dones musicales que nos ofrece la Iglesia para tu Gloria! ¡Señor, en este día quiero unirme a los coros celestiales para cantarte un cántico de alabanza y decirte que quiero amarte como te amó Santa Cecilia, seguir su ejemplo de conversión personal y de apostolado con sus más cercanos, de entrega generosa de todo cuanto tuvo, de cantarte incluso en los momentos de mayor tormento y sufrimiento porque confiaba en la mente en tu amor y en tu misericordia! ¡Espíritu Santo, ayúdame a tener la misma fortaleza de alma, valentía, alegría, carácter, generosidad para entregar mi vida por el Señor y por los demás y poner por delante mi fe y mis principios para vivir con valentía un cristianismo sin fisuras! ¡Señor, sabes que te necesito y por eso te abro la puerta de mi vida y y de mi corazón y te recibo como mi Señor y Salvador para que me conviertas en la clase de persona que quieres que sea!

En el día de la patrona de la música nos deleitamos con el hermosísimo Sanctus de laMisa Solemne de Santa Cecilia de scharles Gounod: