Fernando, además de una excelente persona y un cristiano comprometido, es un buen amigo. Lo conocí hace unos meses y, desde entonces, hemos compartido experiencias hermosas y gratificantes en torno a la fe. La noche del pasado lunes regresábamos juntos en coche y al despedirme de él, después de una conversación sobre algo que a él le preocupaba, bajó del coche diciendo algo que me invita a la meditación: «…soy un cristiano de salario mínimo». Se refería a que mientras hay personas que tienen el carisma de transmitir la fe, que sobresalen en la Iglesia, que tienen el don de la intercesión, etc., él es alguien sencillo sin cosas extraordinarias que mostrar y al que las cosas tal vez le cuestan más que a otros pero todo con un gran amor a Dios.
Y yo pienso, ¿que es ser un «cristiano de salario mínimo»? Es el que permite, en su sencillez, que Dios entre en su alma; el que no le cierra la puerta de un portazo a consecuencia de su egoísmo. Un poco como le sucedió a María; Dios pudo entrar en su corazón gracias a su docilidad y su sencillez. Ser «cristiano de salario mínimo» implica ofrecer con alegría el corazón a Dios para que pueda obrar a través de uno.
Ese «cristiano de salario mínimo» supone abrir su corazón a los que te rodean, tratando de perdonar ⎯algo no siempre sencillo, pero eso nos pasa a todos⎯ y de comprender las miserias ajenas.
Ser «cristiano de salario mínimo» implica también tener siempre la mente abierta para dejarse interpelar por Dios; sin complicarse la vida con razonamientos estériles y aceptando la voluntad divina.
El «cristiano de salario mínimo» es aquel que no es soberbio ni egoísta, que no se deja vencer ni por el desaliento ni por el tremendismo, tan de boga en nuestro mundo actual, que aborrece el pesimismo y lucha contra el inconformismo. Es el que busca la claridad de Dios en su vida.
El «cristiano de salario mínimo» tiene la mente siempre abierta al bien, al encuentro con el hermano, a la Palabra de Dios, a los acontecimientos que le suceden en la vida, a aceptar las opiniones y los juicios ajenos sin tratar de imponer los propios.
Ser «cristiano de salario mínimo» es esforzarse siempre en cumplir la voluntad de Dios, aceptar los planes que Él tiene pensado para uno, aparcar la propia voluntad y permitir el «hágase en mí según tu Palabra».
Ser «cristiano de salario mínimo» es aperturar los sentimientos propios y unirlos a los del hermano, del necesitado, del herido, del que busca, del enfermo. Con todo ello tiende su propia mano como si la tendiera el mismo Dios.
El «cristiano de salario mínimo» tiene una fe sencilla que es la fe más grande porque en todo ve el signo de la gracia de Dios por medio del Espíritu Santo.
Y, lo más importante, cuando uno se siente «cristiano de salario mínimo» es que cuenta con la virtud de la sencillez y de la humildad que nace del conocimiento propio. No hay que olvidar nunca que donde Cristo se encontraba más a gusto era con los mansos y humildes de corazón; es decir, con los sencillos, aquellos que mi amigo define muy bien como «cristianos de salario mínimo».
Y yo pienso, ¿que es ser un «cristiano de salario mínimo»? Es el que permite, en su sencillez, que Dios entre en su alma; el que no le cierra la puerta de un portazo a consecuencia de su egoísmo. Un poco como le sucedió a María; Dios pudo entrar en su corazón gracias a su docilidad y su sencillez. Ser «cristiano de salario mínimo» implica ofrecer con alegría el corazón a Dios para que pueda obrar a través de uno.
Ese «cristiano de salario mínimo» supone abrir su corazón a los que te rodean, tratando de perdonar ⎯algo no siempre sencillo, pero eso nos pasa a todos⎯ y de comprender las miserias ajenas.
Ser «cristiano de salario mínimo» implica también tener siempre la mente abierta para dejarse interpelar por Dios; sin complicarse la vida con razonamientos estériles y aceptando la voluntad divina.
El «cristiano de salario mínimo» es aquel que no es soberbio ni egoísta, que no se deja vencer ni por el desaliento ni por el tremendismo, tan de boga en nuestro mundo actual, que aborrece el pesimismo y lucha contra el inconformismo. Es el que busca la claridad de Dios en su vida.
El «cristiano de salario mínimo» tiene la mente siempre abierta al bien, al encuentro con el hermano, a la Palabra de Dios, a los acontecimientos que le suceden en la vida, a aceptar las opiniones y los juicios ajenos sin tratar de imponer los propios.
Ser «cristiano de salario mínimo» es esforzarse siempre en cumplir la voluntad de Dios, aceptar los planes que Él tiene pensado para uno, aparcar la propia voluntad y permitir el «hágase en mí según tu Palabra».
Ser «cristiano de salario mínimo» es aperturar los sentimientos propios y unirlos a los del hermano, del necesitado, del herido, del que busca, del enfermo. Con todo ello tiende su propia mano como si la tendiera el mismo Dios.
El «cristiano de salario mínimo» tiene una fe sencilla que es la fe más grande porque en todo ve el signo de la gracia de Dios por medio del Espíritu Santo.
Y, lo más importante, cuando uno se siente «cristiano de salario mínimo» es que cuenta con la virtud de la sencillez y de la humildad que nace del conocimiento propio. No hay que olvidar nunca que donde Cristo se encontraba más a gusto era con los mansos y humildes de corazón; es decir, con los sencillos, aquellos que mi amigo define muy bien como «cristianos de salario mínimo».
¡Señor, a mi también me gustaría ser un «cristiano de salario mínimo», alguien sencillo y humilde, que actúe sin dobleces, que se entregue siempre a los demás, que no es superficial, ni se deje llevar por el materialismo, que es sensible a las necesidades de los hermanos, que ama la pequeñez de las cosas de la vida, que es agradecido con los tantos obsequios que recibe cada día de Dios! ¡Señor, quisiera ser un «cristiano de salario mínimo» capaz de aceptar siempre tu voluntad con confianza y esperanza plenas! ¡Señor, quisiera ser un «cristiano de salario mínimo» que se maraville por la grandeza de tu amor y de tu misericordia! ¡Señor, quisiera ser un «cristiano de salario mínimo» que desde la sencillez se aferre a la fe! ¡Señor, quisiera ser «cristiano de salario mínimo» que no se apegue a lo material y a lo mundano de la vida! ¡Señor, quisiera ser «cristiano de salario mínimo» para desde la sencillez y la humildad te abra siempre el corazón y se lo abra también al prójimo sin odios, ni rencores, sin juicios ni críticas! ¡Señor, quisiera ser «cristiano de salario mínimo» para tener siempre un corazón limpio abierto al amor, al perdón y a la misericordia! ¡Señor, quisiera ser un «cristiano de salario mínimo» porque lo que anhelo es la felicidad a tu lado y eso lo puedo conseguir desde la sencillez de mi vida!
Beati Quorum Via, hermosa canto a cappella para un encuentro con Dios:
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