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viernes, 16 de febrero de 2018

Todo comienza con la conversión cotidiana

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Para que el mundo arda de esperanza, Jesús llama a hombres y mujeres con sus peculiaridades y pequeñeces. Tomo como ejemplo la vocación de los primeros apóstoles. Jesús no los eligió entre los notables del templo, ni entre los poderosos de su tiempo sino entre los más simples pecadores. Estos hombres, sorprendidos en su trabajo, dejaron que todo cayera por si solo. Para Andrés, Simón Pedro, Santiago y Juan fue el comienzo de un gran amor. Recibieron la buena nueva de Cristo y su vida se transformó por completo.
Al igual que estos apóstoles, o como ocurrirá con tantos otro como Pablo, todos estamos llamados por el Señor. Como cristianos bautizados y confirmados nuestra misión es convertirnos en testigos y mensajeros —con nuestras incertezas, pequeñeces y debilidades— del Evangelio. Todo comienza con la conversión cotidiana. A lo largo de los siglos, los grandes testigos de la fe han sido perdonados de sus pecados y miserias. Pienso en san Pedro que negó a Cristo tres veces, en san Pablo acérrimo perseguidor de los cristianos, en San Agustín que vivió parte de su existencia una vida desordenada… Uno puede decir: ¡Estás hablando de dos mil años atrás! Puedo poner muchos otros ejemplos de este siglo como el padre Donald Callaway, que de traficante de drogas pasó a sacerdote católico, o de Joseph Fadelle, de descendiente directo de Mahoma a católico convencido, o de  Serge Abad-Gallardo, de maestro masón a encontrar la fe en Cristo, o de André Frossard, de ateo convencido a católico por la gracia de Dios, o de María Vallejo-Nágera, a quien la religión le importaba un rábano a una potente en Medjugorge… Pero conozco cientos de personas como yo —o como tu—, padres y madres de familia, que sacan sus familias adelante con esfuerzo y sacrificio, que han dicho sí a Dios en algún momento de su vida dejando atrás su vida mundana y vacía. Pero todos, unos de hace dos mil años y otros de ahora han sido liberados de todo obstáculo y proclaman la alegre noticia del encuentro con Cristo. Lo han anunciado a la humanidad cautiva al pecado y de la muerte. Todos han entendido que nuestro Dios es un Dios liberador y salvador. Y eso es lo que testifican con sus vidas.
Es cierto que esta misión implica riesgos. Vivimos en una sociedad que no le gusta oír hablar de Dios o de Jesús. Pero las buenas nuevas deben anunciarse a todos porque Dios quiere la salvación de todos los hombres. Ante la incredulidad, la mala fe o la indiferencia, no podemos permanecer pasivos. El Papa Francisco recomienda que salgamos a las «periferias» para que anunciemos el mensaje de Cristo. La Iglesia solo puede vivir yendo a «Galilea». Es allí donde viven los que parecen más distantes de Dios. Cristo confía en nosotros para ser testigos y mensajeros de Su Reino.
Uno es enviado en comunión con el prójimo y con Cristo. Esta unidad es absolutamente indispensable para el testimonio que tenemos que dar. Divididos, es imposible.
Olvidamos orar con frecuencia para que el Señor nos haga atentos a su llamada, para una conversión auténtica en el día a día. En un día como hoy le pido que me conceda más generosidad para responder a su llamada haciéndome artesano de unidad, caridad, paz, amor y reconciliación en ese pequeño entorno en el que vivo.
¡Señor, predispongo mi corazón para esta atento a tu llamada! ¡Envíame tu Santo Espíritu, Señor, para que pueda acoger tu Palabra y tu buena nueva y me comprometa vivamente con ella! ¡Envíame tu Santo Espíritu, Señor, para que me otorgue el discernimiento para escuchar lo que quieres y esperas de mi, la sinceridad para avanzar acorde con tu voluntad y la fortaleza para aceptarlo todo! ¡Quiero, Señor, mostrarte mi disponibilidad sincera por eso te digo que me hables al corazón que estoy presto para escucharte! ¡Concédeme, Señor, la sabiduría del discernimiento pero también la capacidad para dedicarte tiempo en la oración y en la vida de sacramentos, la serenidad de corazón, la calma del espíritu y la paz interior para acercarme a ti y a los demás! ¡Concédeme, Señor, la gracia de hablar a los demás de Ti con el corazón abierto, desde mi experiencia personal, desde la oración, desde el amor, de la reflexión y desde la verdad, para que puedas convertirte a través mío en una referencia entre los que quiero y conozco! ¡No permitas, Señor, que mi vida se pierda por derroteros sin interés, con agitaciones del corazón inútiles, en oraciones pronunciadas rápidamente y sin interioridad, en oraciones llenas de palabras vacías de contenido que me impiden escuchar tu voz y tu mensaje! ¡Señor, te doy gracias por tu amor, por enviarme el susurro del Espíritu y te pido que me ayudes cada día a buscar la santidad, el encuentro contigo y hacer viva en la realidad de mi vida tu presencia amorosa, misericordiosa y llena de bondad y esperanza!
Entraré, cantamos con Jésed:


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