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viernes, 21 de julio de 2017

La Esperanza


Quizás en algún momento se nos ha pasado por la cabeza que la amistad auténtica parece no existir, que ya no creemos en el amor, que cierto examen es imposible de aprobar, etc. Si es este tu caso, te recomiendo que leas esta reflexión :

Hubo un momento


src="https://desdedios.blogspot.com
Hubo un momento en el que creías que la tristeza sería eterna... pero volviste a sorprenderte a ti mismo riendo sin parar.
Hubo un momento en el que dejaste de creer en el amor y luego... apareció esa persona y no pudiste dejar de amarla cada día más.
Hubo un momento en el que la amistad parecía no existir... y conociste a ese amigo/a que te hizo reír y llorar, en los mejores y en los peores momentos.
Hubo un momento en el que estabas seguro que la comunicación con alguien se había perdido... y fue luego cuando el cartero visitó el buzón de tu casa.
Hubo un momento en el que una pelea prometía ser eterna... y sin dejarte ni siquiera entristecerte terminó en un abrazo.
Hubo un momento en que un examen parecía imposible de pasar... y hoy es un examen más que aprobaste en tu carrera.
Hubo un momento en el que dudaste de encontrar un buen trabajo... y hoy puedes darte el lujo de ahorrar para el futuro.
Hubo un momento en el que sentiste que no podrías hacer algo... y hoy te sorprendes a ti mismo haciéndolo.
Hubo un momento en el que creíste que nadie podía comprenderte... y te quedaste boquiabierto mientras alguien parecía leer tu corazón.
Así como hubo momentos en que la vida cambió en un instante, nunca olvides que aún habrá momentos en que lo imposible se tornará un sueño hecho realidad. Pídele por ello al Señor.
Nunca dejes de soñar, porque soñar es el principio de un sueño hecho realidad.

¡QUE LA DISTANCIA A TUS METAS SEA LA MISMA QUE EXISTE ENTRE DIOS Y TU CORAZÓN!

martes, 4 de abril de 2017

Parte de una impresionante obra de amor

orar con el corazon abierto
Dios me piensa. Cristo me piensa. El Espíritu Santo me piensa. Mi existencia está impregnada por estos tres pensamientos divinos. Existimos por el pensamiento amoroso del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Es posible sentirse más agraciado, feliz y emocionado!
En estos días de Cuaresma uno siente especialmente que existe por el pensamiento amoroso de Cristo. Como ser humano formo parte de esa impresionante obra de amor que es la redención. Todo hombre es como esa pieza musical que entona un himno sublime de amor que Cristo, el Dios hecho Hombre, canta al Padre Creador.
Me siento parte de esa cantata de amor que Cristo entona bellamente. Y siento como Jesús se sirve de mi pequeñez, de mis imperfecciones, de mi fragilidad y también de mi entrega a Él para amar más al Padre en la tierra.
Y en este tiempo que uno se analiza más profundamente, que va más hacia el interior, tratando de enmendar lo que no ha sido corregido durante el año anterior, que es consciente de que son muchas las manchas de pecado que ensucian el traje de su vida, a los ojos de Dios soy visto con un amor inmenso expresión de su enorme gratuidad.

¡Padre bueno, quiero darte las gracias, en el nombre de Jesús, por todas tus bendiciones que me llenan de paz y de alegría! ¡Gracias por los infinitos dones de tu gran misericordia, por esos momentos llenos de luz en que los que siento la alegría de tu presencia! ¡Gracias por todo lo bueno, lo verdadero, lo agradable, lo bueno que acontece en mi vida: el cariño de mis hijos, la amistad de tantos, el perdón, las apoyos recibidos, los abrazos, la oración cotidiana, el esfuerzo compartido, la esperanza... son muchas cosas que me acercan a Ti! ¡Gracias también por las dificultades que me toca afrontar, los problemas que surgen y los sufrimientos que me toca padecer que me unen a Ti porque son para mi bien! ¡Gracias porque soy consciente de que ordenas todas las cosas para mi bien,  que todo lo que me ocurre es permitido por ti... y eso me hace fijar mis ojos en Ti como signo de la enorme confianza que tengo en tu fidelidad y en tu gracia! ¡Te pido, Padre, que por la gracia del Espíritu me concedas un corazón siempre agradecido y que aprenda a darte gracias incluso en aquellos momentos que mi corazón sufra y la tribulación me invada con el único fin de que mi acción de gracias se convierta para mi en un glorioso camino de bendición! ¡Hazme, Padre, testimonio vivo del poder inmenso de tu amor en mi pobre vida!

lunes, 20 de marzo de 2017

Aquí tienes mi pequeño corazón, hazlo tuyo

Para comunicarme su infinito amor Dios necesita que me haga pequeño. Humilde. Sencillo. Dios nunca espera. Actúa y lo hace otorgando su gracia. Puro don. Es la alegría plena de celebrar la obra de su gran amor en cada uno. Siento esta alegría mientras camino hacia la fiesta de la Pascua; la más grande celebración del amor en la historia de la humanidad.

En el amor se presentan dos estadios. Uno hace referencia a la entrega. El que mas da más entrega, porque el amor es pura entrega. Este principio se une al segundo. El amor está íntimamente unido a las obras más que a las palabras. El lazo que une todo es la humildad.
Para comprender el infinito amor del Padre, fruto de su generosidad, debo hacerme pequeño, buscar la pequeñez en mi vida porque Dios sólo se revela a los pequeños y humildes de corazón. Hacer pequeño mi corazón, hacer pequeña mi alma que no implica hacer grandes gestos de amor.
Cada secuencia de la Pasión de Cristo, cada estación del Vía Crucis, cada misterio de dolor del Rosario es un testimonio del amor que Dios siente por el hombre a través de Cristo. Es un sello de su ternura. Esta contemplación me fortaleza. Me da confianza. Me levanta. Me ayuda a tomar mi cruz, «porque tú, Señor, estás conmigo» y me salva ante mi relatividad mundana.
Hacerme pequeño para conquistar el mundo. ¡Qué incongruencia aparente! Pero esta es la historia de Cristo, el manso y humilde de corazón; el que renunció a la gloria y el poder, al prestigio del mundo; el que se abajó sorprendentemente para aceptar la misión del Padre y recibir también su amor misericordioso.
¡Qué hermoso es el amor de Dios! Cuando uno llega, Dios ha tiempo que estaba esperando. Cuando uno le busca incansablemente, Él hacía tiempo que esperaba. Cuando uno le llama, su oído está atento a la llamada. Y, sus brazos abierto, esperan estrecha los cuerpos heridos con su corazón generoso.
En esta semanas de preparación para la Pascua necesito poner a los pies de la Cruz y exclamar: «Aquí tienes mi pequeño corazón, Señor, hazlo tuyo».


¡Señor, aquí tienes mi pequeñez, mis fragilidades, mis debilidades, mi nada! ¡Te lo entrego todo para que lo santifiques! ¡Te doy gracias, Señor, porque tu también te haces pequeño en la grandeza de la Eucaristía, en el Santísimo, en el ejemplo de tus enseñanzas! ¡Quiero ser como tu, Señor, manso y humilde de corazón pero tu sabes lo mucho que me cuesta! ¡Concédeme la gracia, Señor, de aprender de ti para salir de mi mismo y darme a los demás! ¡Despójame, Señor, de mis egoísmos para ir al encuentro del hermano, desprenderme de mis oyes y servir con el corazón abierto! ¡Gracias, Señor, porque soy débil y tu me perdonas cada vez que caigo, me aconsejas en lugar de reprenderme cada vez que fallo, me das fortaleza cada vez que desfallezco! ¡Gracias, Señor, porque se que siempre me esperas y me llamas aunque muchas veces no sea capaz de escucharte! ¡Quiero ir a tu encuentro, Señor! ¡Aquí tienes mi pequeño corazón, hazlo tuyo!
Tu mano me sostiene, cantamos hoy:

martes, 8 de noviembre de 2016

Oración sencilla ante el Crucifijo de san Damián

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San Francisco de Asís, un santo al que me siento muy unido por diferentes circunstancias de mi vida y, de hecho, una de sus oraciones es el corazón de esta página de meditaciones.
Su ejemplo y el de muchos franciscanos me inspiran en mi vida personal y en mi vida de oración. En la vida de san Francisco la oración y la meditación son dos pilares esenciales. Son el secreto íntimo de su ser. Todo en san Francisco es espíritu de oración, alabanza y devoción, y amor ferviente y abandonado a Dios y a los que le rodeaban. A excepción de la Oración ante el Crucifijo de san Damián y la Carta a toda la orden, todas las demás oraciones de san Francisco rezuman el perfume de la alabanza, de la acción de gracias, de la caridad, de la fe, de la esperanza y la devoción. Orar para darse a Dios. Orar para entregar por completo su alma a Dios. Orar para vaciarse de sí y, en la humildad, llenarse del Señor. Orar para dominar su voluntad y llenarse de Dios.
La breve Oración ante el Crucifijo de san Damián me llena de emoción cada vez que la pronuncio. Escrita en tiempo de lucha interior es profundamente conmovedora porque es una oración de conversión.

Sumo, glorioso Dios,

ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta,
esperanza cierta y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla
tu santo y verdadero mandamiento.

El joven Francisco encuentra la felicidad en el autoconocimiento de si mismo. Y desde este profundizar en si mismo siente que debe cambiar su vida. En el horizonte de su vida brilla la perspectiva de la eternidad. Todo encuentro con Dios y, en el caso de san Francisco, también con los más pobres de los pobres, los leprosos, percibe nuevos valores que transforman su ser. Caridad y amor, misericordia y servicio. Y en esa búsqueda anhelante entra en la iglesia de san Damián, casi destruida. Solo, guiado únicamente por la fuerza del Espíritu Santo, se postra de rodillas ante lo único que se mantiene en pie: un crucifijo de madera. Y allí ora, y ora y ora. Al salir, su corazón se ha transformado para siempre. ¿Por qué no me ocurre a mí cuando rezo ante el Cristo crucificado? ¿Qué debe cambiar en mi corazón para experimentar un sentimiento tan profundo?
Francisco escuchara de aquel Cristo suspendido en el madero, con los brazos extendidos para acoger el corazón del hombre, esta frase: «Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba? Anda, pues, y repárala». Y Francisco obedece. Nuestra casa es también nuestro corazón. Mira la imagen que acompaña esta meditación. Es en si misma una escuela de oración, especialmente en momentos en que nuestra vida está pasando por momentos de debilidad, de dolor, de sufrimiento, de turbación o de perplejidad. En ese momento en que debemos afrontar un problema y no sabemos cómo solventarlo o en el momento de tomar una decisión fundamental en nuestra vida. Con la mirada atenta en el crucifijo hay que dejarse amar por el Cristo que dirige su mirada llena de amor y acoger en lo más íntimo de nuestro corazón el mandamiento que nos transmite desde la Cruz. Y, en el silencio de la oración, contemplando la cruz, comenzar a recitar la oración para hacerse uno con Cristo, uno en Cristo, imagen de su imagen:

Sumo, glorioso Dios...
¡Es que tu lo eres, Dios mío, glorioso, altísimo y sumo, grande y ominipotente, santísimo y eterno! ¡Porque quien está en la Cruz eres tu, Dios mío! ¡Eres el Dios que está en todos los lugares del mundo, donde hay riqueza y pobreza, alegría y tristeza, caridad y amor, guerra y paz! ¡Eres el Dios sencillo que nació en Belén, el Dios humilde que transforma el pan y el vino en su cuerpo y su sangre para nuestra redención, el Dios generoso que entrega su vida y muere en la Cruz! ¡Eres el Dios de las pequeñas y las grandes cosas! ¡Eres el Dios amor! ¡El que todo lo puede y todo lo acoge! ¡Eres el Dios que ama a las criaturas que ha creado y que envuelto en la majestad del cielo nos da la libertad para peregrinar hasta el vida eterna! ¡Eres el Dios Altísimo que obra milagros! ¡Eres el Dios de la Pasión, el Dios de la Resurrección y la Vida, el Dios que resplandece en nuestros corazones y que nos da la paz, el Dios que nos inspira con la fuerza del Espíritu, el Dios que acoge los sufrimientos del hombre y los hace suyos! ¡Gracias, Sumo y Glorioso Dios por la vida que me das!
Ilumina las tinieblas de mi corazón
¡Dios mío, mi vida no es fácil y lo sabes! ¡Tengo caídas, y dudas, y problemas, y oscuridad! ¡Pero tu estás ahí, Dios mío, para darme la luz, para convertir las tinieblas de mi corazón en un lugar de luz y brillo! ¡Transforma mi corazón, Señor! ¡Transfórmalo para que nada me endurezca el corazón, para que la amargura no me invada en los momentos de dificultad, que la dulzura se impregne en mi ser, para transpirar alegría y felicidad, para ser capaz de dar amor como tú lo das! ¡Solo Tú puedes iluminar mi vida, Señor! ¡Sólo Tú puedes transformar mi corazón y darle la luz que me permita caminar! ¡Lléname de Ti, Señor, e ilumina las tinieblas de mi corazón!
Dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta
¡Señor, quiero llenarme completamente de Ti! ¡Quiero ser otro Cristo, un alter christuspara Ti y para los demás! ¡Quiero desprenderme de mi yo, de mi soberbia, de mi egoísmo, de mis seguridades, de mi incapacidad de amar, de mi falta de servicio, de mi poca autenticidad! ¡Quiero entregarme como te entregaste Tú! ¡Quiero fundamentar mi vida cristiana en los tres pilares de la fe, esperanza y caridad! ¡Dame una fe recta, Señor, una fe firme, una fe auténtica, una fe cierta que no admita la duda! ¡Dame, Señor, la fe de Tu Madre, la fe de Abraham, la fe de san Pablo, la fe de Pedro, la fe de san Mateo…! ¡Señor, dame mucha esperanza para creer en Ti, para entregar mi vida, para dar respuesta a tu llamada, para ser auténticamente yo contigo! ¡Dame la esperanza de creer en Ti y de creer esperando contra toda esperanza! ¡Ayúdame a ser caritativo, dar amor y perfeccionarme en el amor! ¡Ayúdame a darme en la entrega a los demás, en la caridad perfecta! ¡Ayúdame a servir contigo a mi lado porque es la única manera de servir de corazón!
Sentido y conocimiento, Señor
¡Señor, dame el conocimiento y la capacidad para comprender! ¡Dame la virtud de la sensibilidad para amar, acoger, escuchar, abrazar…! ¡Dame el conocimiento para comprender tu Palabra, tus Mandamientos, tus enseñanzas y tu ejemplo! ¡Ayúdame a sentir en la oración aquello que quieres para mí y lo que esperas de mí! ¡Hazme receptivo a tu llamada, que no me haga el sordo cuando Tú me dejas claro cuáles son tus planes! ¡Solo contigo, Señor, seré capaz de conocer lo que viene de Ti!
Para que cumpla tu santo y verdadero mandamiento
¡Señor, no soy nada sin Ti! ¡Nada soy, Señor, porque soy pequeño! ¡Pero como soy fruto de tu amor y tu creación que mi vida se ajuste a tus mandatos, Señor! ¡Señor, ayúdame a caminar por esta vida cumpliendo tus mandamientos y no permitas que viaje con las alforjas llenas de mi egoísmo y de mi única voluntad! ¡Que todo lo espere de Ti, Señor! ¡Que se haga en mi vida tu voluntad, Señor! ¡Que mi corazón guarde tus mandamientos, Señor! ¡Quiero contar con tu protección, con tu guía y con tu bendición, Señor! ¡Quiero someterme a tu autoridad, Señor, y sujetarme a tu santa Voluntad porque en la obediencia está el amor!
Oramos cantando la oración de san Francisco:

lunes, 17 de octubre de 2016

Etiquetas marcadas

etiquetas-marcadas
Aunque durante mucho tiempo he tenido la tendencia a etiquetar ahora no me gustan las etiquetas —y no siempre lo logro—. Es un impulso muy común entre los seres humanos. En cuanto conocemos a alguien lo calificamos de alguna forma, por su tono de voz, por sus gestos, por su manera de vestir, por su aspecto físico... e, inmediatamente, lo clasificamos en una determinada categoría. Incluso, muchas veces, decidimos que esa persona no nos atrae o no nos gusta pero no sabemos el porqué.
No me gusta etiquetar por qué no me gusta crear límites a mi alrededor, juzgar sin conocer, poner cruces sin profundizar en una identidad, comentar sin conocimiento de causa. No siempre es fácil. Si eso ocurre en lo cotidiano, en lo religioso ocurre algo semejante. Si ese es muy piadoso, si ese está muy perdido, si ese es un hipócrita, si ese profesa de cara a la galería… En la vida cristiana no hay que etiquetar nunca. Nadie conoce lo que anida en el interior del hombre.
La fe no tienen etiquetas porque ante todo somos seguidores de Cristo y ese es el único elemento calificativo válido. Ser seguidor de Jesús es el título más valioso que tiene el hombre por encima de su prestigio social, de sus títulos universitarios, del éxito profesional, y del respeto que uno tenga a nivel familiar, social o laboral…
Cuando tienes ocasión de hablar de Cristo, de su amor, de su misericordia, de su justicia, de su magnanimidad, de su poder, de su compasión… se hace imposible limitarlo a un ámbito concreto. Por eso, cada vez que tengo ocasión de hablar con alguien de Dios en primer lugar no saco mi «carnet» de cristiano, ni le muestro mis credenciales, ni siquiera trato de mostrar cuál es mi fe católica. Simplemente hago indirectamente referencia a ese Dios que es amor, a ese Dios que es cercanía, a ese Dios con el que es posible mantener una relación de amistad íntima, particular, única, inigualable y muy especial. Es el Dios de los pequeños detalles. A la gente que no conoce a Dios o que está alejada de la Iglesia acoge con más facilidad el testimonio personal y el abrazo cariñoso, la palabra amable, la mano extendida, la escucha silenciosa, el consejo amoroso... luego ya habrá tiempo de hablar de Dios y de religión, pero es primero en esos pequeños detalles de cercanía repletos de sencillez donde Dios se manifiesta y llega al corazón del hombre.
Ese es el motivo por el cual no puedo juzgar nunca —a nadie—, ni tan siquiera plantearme el porque actúa de una manera o de otra, eso anida lo más profundo de su corazón y Dios, que habita en él, lo sabe.
Cuando levanto mi mano para arrojar una piedra contra alguien, a mis pies quedan todavía muchas piedras para ser arrojadas y, tristemente, muchas de ellas me pueden tener a mí como destinatario.

¡Señor mío Jesucristo, te pido grabes en mi corazón las leyes de tu amor, de tu perdón y tu misericordia, para que mi vida se mueva en una única dirección y que los valores de justicia, equidad, generosidad, entrega, solidaridad, perdón, amor y misericordia sean muchos mis verdaderos referentes! ¡Gracias por todos los talentos recibidos de tu mano generosa y que me entregas para ser un fiel imitador tuyo, ser un auténtico portador de tu bondad, no juzgar ni condenar y perdonar y dar siempre a manos llenas! ¡No permitas, Señor, que me deje llevar por la soberbia y el orgullo y no permitas que caiga en la tentación del juzgar y criticar a los demás cuando yo me equivoco tantas veces! ¡Ayúdame a amar como Tú amas y a perdonar como Tú perdonas y no permitas que mire las acciones de los demás con soberbia y prepotencia sino hazme ver la miseria de mi interior! ¡Espíritu divino ayúdame a descubrir en los demás lo mejor de cada uno, todas sus virtudes y sus buenas obras! ¡Ayúdame Señor, a olvidar con prontitud todas las ofensas recibidas! ¡Aleja, Señor, de mi corazón todos los sentimientos negativos, destructivos y rencorosos y cualquier tipo de emoción negativa que se enquiste en mi corazón para evitar resentimientos y malos deseos! ¡Ven Señor a mi corazón y sopla en él a fuerza de tu Espíritu para que me llenes de humildad, mansedumbre y caridad!

Cristo yo te amo en Espíritu y en Verdad, cantamos alabando al Señor: