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miércoles, 3 de enero de 2018

De la superficialidad a la coherencia

esperando respuestaVivimos, tristemente, en la civilización de la ligereza que genera respuesta fáciles, impulsos emocionales inmediatos, impresiones poco sopesadas, sensaciones efímeras. Hay demasiado estruendo en el corazón, en la mente, en el ambiente… que genera inestabilidad emocional. Por eso se hace tan difícil convertir el corazón pues la superficialidad impide ir a la esencia de las cosas. A lo trascendente. Somos superficiales en las relaciones con los demás y con las situaciones que nos toca vivir. Damos más importancia al envase que al contenido. Nuestra cultura está regida por la imposición de lo intrascendente donde solo importa lo inmediato. Ponemos más énfasis a las apariencias que al fondo humano y divino de la vida. Pero sin trascendencia lo esencial se evade y el corazón del hombre va dejando en el olvido aquello que es importante.
Cuando se vive en un estado de superficialidad humana y espiritual el corazón levanta un muro que hace imposible la interioridad.
La superficialidad nos impide penetrar en nuestro propio interior, nos convierte en seres inconstantes, mudables como veletas de la vida, caprichosos y cambiantes. El problema no es vivir superficialmente con la familia, con los amigos, con el entorno laboral o social sino con el mismo Dios. La superficialidad nos aleja de Dios porque el superficial, con el corazón endurecido, no puede abrirse a Su amor.
Cultivar la interioridad implica predisponer el corazón para el encuentro con el Señor. Esto implica que la persona ha de tratar encontrar el silencio para la escucha del prójimo y para escucharse a sí misma, discernir las virtudes y los defectos que atesora, y examinarse bien para saber qué siente y como piensa. Esta tarea es imposible desde la superficialidad porque sin un ápice de trascendencia uno está incapacitado para aprender las lecciones de la vida.
Vivir el vacío que genera la superficialidad no es fácil de gestionar. Pero cuando careces de vida interior, cuando no tienes una meta clara quedas sometido a merced del relativismo, a las modas pasajeras, a las respuestas fáciles, al vivir del oportunismo y huyes del silencio donde es posible escuchar el susurro del Espíritu.
Se trata de ser coherente, auténtico y verdadero para hacer de la vida un carpe diem permanente, con rectitud, con palabras y comportamientos sólidos, sin dobleces, sin contradicciones, sin doble vida o moral, diciendo lo que se siente, se cree y se piensa. Ser coherente es vivir con responsabilidad. Es no tener miedo a ir a contracorriente, haciendo las cosas desde la verdad.
Hermoso propósito para este tiempo de Adviento. Implorarle al Niño Dios que me otorgue siempre el don de la coherencia, que me conceda gozar de profundidad en nuestro vivir para siendo consciente de mi debilidad y mi pequeñez recibir el anhelo de vivir en la verdad, auténtico camino de conversión del corazón y alejar de mi vida aquellas dosis de ligereza y de superficialidad pues en Él todo es integridad y rectitud.
¡Señor, en este tiempo de preparación a tu venida te pido que, bajo la gracia del Espíritu Santo, me otorgues la gracia de la sabiduría para ser auténtico y coherente en mi vivir cotidiano, alejado de toda superficialidad! ¡Que mis creencias y mis ideas no se vean entorpecidas por la ligereza en el vivir! ¡Concédeme, Señor, la gracia de vivir de manera recta, ser coherente con lo que pienso, lo que digo y lo hago! ¡A no tener miedo, Señor, a caminar contracorriente como hiciste tú, que antepusiste la verdad en tu actuar sin miedo al qué dirán! ¡Concédeme, Señor, la gracia de la sencillez, para vivir tal como soy, sin máscaras ni maquillajes que cubran mis contradicciones y mi falta de autenticidad! ¡Dame, Señor, por medio de tu Santo Espíritu, el don del equilibrio para llevar siempre una vida ordenada, sin engaños ni mentiras, sin críticas ni juicios ajenos! ¡Ayúdame, Señor, a ser siempre responsable, a no depender del qué dirán o pensarán de mi, de seguir lo que piensan los demás y tener criterio propio basado en la verdad! ¡No permitas que me deje llevar por las modas siempre pasajeras! ¡Dame, Señor, por medio de tu Santo Espíritu, el don de la rectitud para ser coherente en mis pensamientos y mis ideas! ¡Dame, Señor, el don de la humildad para reconocer mis fallos y mis errores y para no buscar con mis actos el reconocimiento ajeno! ¡Concédeme, Señor, por medio de tu Santo Espíritu el don de amar todo cuanto haga para implicarme en busca de la perfección y la santidad!
Escuchamos este bellísimo motete de adviento de J. G. Rheinberger, Prope est Dominus (Cerca está el Señor):




martes, 5 de septiembre de 2017


Puvis de Chavannes, Pierre, 1824-1898; The Beheading of Saint John the Baptist
Hace unos días los cristianos rememoramos el martirio de San Juan Bautista, el precursor de Jesús. La figura de este santo, ejemplo de entereza y valentía en su defensa de la verdad y de la denuncia de la ignominia y el mal, al que el mismo Jesús elogió por su honradez y santidad como el mayor de los nacidos de mujer, lejos de ser un día triste es un ejemplo de testimonio de vida. San Juan no predicó solo la conversión y la penitencia, en un momento de gran aceptación reconoció a Jesús como el Enviado de Dios, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y él se aparta para que el mensaje de Cristo sea escuchado en toda rincón.

San Juan ofreció su propia sangre en nombre de la verdad que es Cristo. Martirizado como signo de santidad, pudo afrontar su muerte con confianza porque estrecha era su relación con Dios fruto de la oración, que es el hilo que guía la existencia del hombre.
El Bautista me enseña hoy a ser testimonio de coherencia en el mundo. Coherencia en lo moral, en lo espiritual y en lo humano. Coherencia en cada minuto de mi existencia por muchos sufrimientos y sacrificios que deba sufrir y soportar. No es una cuestión de heroicidad. Es una cuestión de que el amor a Jesús, a su mensaje, a su Palabra, a su Verdad no permite doble juego. Si quiero ser un cristiano auténtico debo ser verdaderamente fiel al Evangelio en cada momento de mi vida para permitir que Cristo viva en mi y yo en Él.
Hoy tengo también muy presente en mi oración a los mártires cristianos que, como san Juan Bautista, han sido fieles a la Verdad que es Cristo. La persecución no es cosa del pasado, es una viva realidad que muchos deben afrontar por su adhesión a Jesús y su pertenencia a la Iglesia. Todos ellos son mártires de la fe y a todos los llevo hoy en mi corazón y en mi oración.

¡San Juan Bautista, ejemplo de valentía, mártir de la fe y de la defensa de la Verdad, precursor del Salvador, enséñame a seguir tus caminos, dame un poco de tu virtud y dame siempre fuerza y valor para defender la verdad del Evangelio! ¡Ayúdame, San Juan, a vivir con humildad mi vida y con fidelidad a Jesucristo mi camino como cristiano; ayúdame a ser siempre fiel a la voluntad de Dios! ¡Cuando los problemas me acucien y las situaciones difíciles se me presenten, ábreme a la esperanza! ¡A Ti, Padre, que unes los dolores de Jesús con los de tu Iglesia, concede a todos los que sufren a causa de la fe la fortaleza para superar la situación y que sean siempre auténticos testigos de la Verdad! ¡Abrevia, Padre, el sufrimiento de los que padecen persecución, no permitas que renuncien a la verdad! ¡Perdona, Padre, a los que te persiguen y protege siempre a los justos! ¡Ayúdales a ser libres en la persecución, responsables en la dificultad y amorosos en el dolor y que puedan cumplir tu Voluntad con coraje y mucha fe!
En honor de san Juan Bautista escuchamos hoy la cantata de J. S. Bach Christ unser Herr zum Jordan kam, BWV 7 (Cristo, nuestro Señor, vino al Jordán):

miércoles, 2 de agosto de 2017

Coherencia


desdedios
La coherencia es esa capacidad de convertir mis acciones y mis pensamientos en un «uno» que no se contradiga entre sí. La coherencia es una conquista cotidiana —la vida interior consiste en esto, en recomenzar cada día—; alcanzar este equilibrio exige esfuerzo de la voluntad. Es necesario trabajar decididamente para que las conductas cotidianas estén bien coordinadas. Se trata de que exista una coincidencia auténtica entre el ser y el hacer para que esta armonía interior no se rompa ante cualquiera de los obstáculos que se presentan. 


Las apetencias nos vencen; el corazón se divide entre lo que nos apetece y lo que corresponde. Cuando la voluntad no es firme entonces no importa romper la coherencia. Pero uno es coherente cuando la voluntad está de acuerdo con el entendimiento; cuando los actos coinciden con los principios; cuando las palabras van unidas a la verdad. Si uno atiende solo a lo que conviene manifiesta una fe fragmentada, muy a la medida del hombre y muy alejada de Dios.
El hombre tiene en Cristo está el mayor testimonio de coherencia. En Él queda la impronta de vivir acorde con un modo de sentir, de pensar y de actuar. Y siempre en una perfecta armonía con la voluntad del Padre. Jesús muere en la Cruz por pura coherencia.
Nadie que se diga seguidor de Cristo puede llevar su vida por los derroteros de la incoherencia. Los principios son innegociables. Solo es posible vivir según los caminos del Evangelio; lo que es incompatible con la verdad que esconde la Palabra no puede ser sacrificado. Ser cristiano coherente implica un gran desafío; un desafío que se debe asumir con valentía. Un desafío que implica seguir una doctrina y una moral reveladas, a la luz de la razón y de la autoridad divina que no puede contravenirse. ¡Que limitado sería Dios si después de haberse hecho hombre y habernos redimido del pecado, permitiese que el hombre viviera con lo subjetivo de los acontecimientos!
La pregunta es directa: Si el don de la integridad cristiana es ser coherentes ¿Soy de verdad coherente o he aprendido a vivir con mis contradicciones porque soy como soy y nada ni nadie puede cambiarme?

¡Señor, ayúdame con la fuerza deTu Espíritu a conocerme mejor, a identificar los rasgos de mi manera de ser y de comportarme, de aprender de mis fortalezas y debilidades, de sacar partido de mis posibilidades y límites, de mejorar mis virtudes y limar mis defectos, de no complacerme en mis aciertos y aprender de mis errores! ¡Señor, con la fuerza de tu Espíritu ayúdame a distinguir entre los sufrimientos padecidos, los buscados, los deseados y los no comprendidos; a saber distinguir las alegrías positivas de las merecidas!¡Señor, tú me conoces perfectamente, tú sabes todo lo que hago y lo que anida en mi corazón, tú penetras desde lejos mis ideas; tú me ves, mientras camino o mientras descanso; tú sabes cada cosa que emprendo o abandono; tú sabes cuáles serán mis palabras antes de pronunciarlas; lees mis labios! ¡Señor, tu mano siempre me rodea, no me dejes caer! ¡Oh Dios, ponme a prueba y mira si mis pasos van hacia la perdición y guíame por el camino eterno! ¡Ayúdame a conocerme mejor a mi mismo para conocerte mejor a Ti!
En este primer día de agosto nos unimos a las intenciones del Santo Padre que pide que en este mes recemos por los artistas de nuestro tiempo, para que, a través de las obras de su creatividad, nos ayuden a todos a descubrir la belleza de la creación.
Dios te hizo tan bien, cantamos hoy:

sábado, 3 de diciembre de 2016

Lo que soy, lo que quiero cambiar y lo que quiero mejorar

fullsizerender
El teléfono móvil me «invita» a actualizar algunas de sus funcionalidades. Entre ellas los emoticonos que contienen una gran variedad de imágenes que representan estados de ánimo. Tristeza, ira, felicidad, cansancio, desesperación, decepción, esperanza, enojo, aceptación, amor, desprecio, agobio, miedo, alegría... Nuestros estados de ánimo espirituales y vitales son tan cambiantes como la rapidez con la que podemos introducir con los dedos de nuestra mano un emoticono en un texto del teléfono.
¿Cómo repercute el estado ánimo en nuestra vida? ¿es lo mismo la emoción que el estado de ánimo? ¿se pueden regular los estados de ánimo? Sin el conocimiento sincero de uno mismo, que supone el primer y fundamental paso para convertirse en el artífice de la propia vida, es una tarea difícil. Con la observación de uno mismo nos alejamos de nuestra propia subjetividad, para vernos desde una ligera distancia, como hace el artista que se aleja unos pasos para observar su cuadro e ir contemplando cómo va dando forma a su obra.
El conocimiento de uno mismo exige no sólo un trabajo cotidiano sino también ser capaz de salir de la propia subjetividad para entrar en la objetividad, tratar de verme como realmente soy, no tratar de vivir en la ensoñación y la fantasía, tratar de no pactar constantemente con mis propias debilidades y limitaciones o sobrevalorar otras muchas, no permitir que el pesimismo, la tristeza, la indecisión o las emociones desgarradoras se acomoden en mi corazón o, simplemente, subestimar todo aquello que me impide luchar contra la adversidad.
El conocimiento de uno mismo tiene mucho que ver con la vida de oración, con el encuentro con Jesús desde la intimidad y, desde la apertura del corazón; trasmitirle al Señor aquello que soy, aquello que quiero cambiar y aquello que quiero mejorar.
Somos tan frágiles como una vasija de barro. Tan quebradizos que cualquier movimiento brusco nos rompe. Eso se nota en nuestras opiniones cambiantes; en nuestros estados de ánimo volubles; en nuestra incapacidad para ser constantes; en nuestros amores y desamores que funcionan cual montaña rusa; en nuestras interpretaciones maliciosas o positivas de las cosas en función de los entornos; en la informalidad de nuestra palabra y nuestros compromisos; en nuestra búsqueda de afectos o en el dolor que nos producen los desafectos; en nuestra manera de sentir una cosa y la contraria en cuestión de poco tiempo... Sí vasijas de barro, pero también índices del mercado bursátil que tanto suben como bajan.
Cristiano es aquel que trata de mantenerse en una linea de coherencia, que no se deja manejar por la fuerza de la marea o por los soplidos del viento del ánimo interior. ¿Acaso a Cristo le gustó nacer en un pobre pesebre, pasar por el desprecio de la gente, por los comentarios maliciosos, por la ignominia de la flagelación, por el abandono de tantos, por la muerte en la Cruz? La coherencia de Cristo estuvo en mantener una vida de oración firme, entregada al Padre. Y así tiene que ser mi vida: humilde y auténtica en la oración; vivificante en la vida sacramental, coherente en mi examen personal antes de acostarme, sacrificada en mi entrega a los demás, orante en el caminar diario. Y asi cada día, aunque cueste, aunque las fuerzas mermen, aunque las circunstancias personales inviten a darlo todo por perdido, aunque un vacío interior llene mi alma y mi corazón. La vida del cristiano es cuestión de fidelidad. Y la fidelidad tiene mucho que ver con el amor, la entrega y el desprenderse del yo. Cuanto más fiel a Cristo, menos vaivenes tendrán mis estados de ánimo personales y más vivificante será mi vida personal.

¡Señor, ayúdame con la fuerza de Tu Espíritu a conocerme mejor, a identificar los rasgos de mi manera de ser y de comportarme, de aprender de mis fortalezas y debilidades, de sacar partido de mis posibilidades y límites, de mejorar mis virtudes y limar mis defectos, de no complacerme en mis aciertos y aprender de mis errores! ¡Señor, con la fuerza de tu Espíritu ayúdame a distinguir entre los sufrimientos padecidos, los buscados, los deseados y los no comprendidos; a saber distinguir las alegrías positivas de las merecidas!¡Señor, tú me conoces perfectamente, tú sabes todo lo que hago y lo que anida en mi corazón, tú penetras desde lejos mis ideas; tú me ves, mientras camino o mientras descanso; tú sabes cada cosa que emprendo o abandono; tú sabes cuáles serán mis palabras antes de pronunciarlas; lees mis labios! ¡Señor, tu mano siempre me rodea, no me dejes caer! ¡Oh Dios, ponme a prueba y mira si mis pasos van hacia la perdición y guíame por el camino eterno! ¡Ayúdame a conocerme mejor a mi mismo para conocerte mejor a Ti!
Solo por ti, Jesús, cantamos hoy acompañando esta meditación: