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miércoles, 5 de abril de 2017

No quiero que mi corazón se acostumbre al amor de Dios

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En ocasiones es imprescindible dar pequeños pasos para lograr grandes cambios. Sin embargo, son escasas las veces que asumimos el riesgo de hacer cosas distintas. Vivimos acomodados en la rutina y no permitimos que nada nos sorprenda. Y eso ocurre también con nuestra vida espiritual en la que damos por hecho que todo lo que nos sucede es consecuencia de nuestros méritos y acciones y los beneficios que se obtienen son el fruto de nuestra generosidad, perseverancia, caridad, santidad y, sobre todo, de la grandeza de nuestro buen corazón.
Tengo un anhelo profundo: no quiero que mi corazón se acostumbre al amor de Dios. Convertirlo en algo rutinario. Quiero vislumbrar sus milagros cotidianos como su gran obra en mi. No deseo que pasen sin darles la relevancia debida ante la ingratitud de mi corazón creyendo torpemente que son consecuencia de los lances de la vida, hechos casuales que suceden porque sí.
Cada mañana amanece de nuevo. Cada nuevo despertar es una grata ocasión para agradecerle a Dios su gran fidelidad. Cada nuevo día es la oportunidad para dar gracias y alabar al Dios de la vida y exclamar con gozo que de nada me puedo quejar porque «todo» lo que acontece en mi vida me convierte en un privilegiado en las manos amorosas de Dios.
A Dios lo quiero contemplar en la cercanía. En la proximidad del corazón. Ansío y anhelo que mi corazón palpite de alegría y de amor y mi alma se conmueva por tanta inmerecida gratitud.
Quiero que Dios me sorprenda cada día con la gratuidad de su amor y su misericordia, que no dude en seguirle con la confianza consciente de que solo Él es capaz de transformar mi vida y obrar cada día un milagro en mí.
Ansío de verdad fijar mi mirada en Él, luz de luz, para que ilumine y guíe mis pasos indecisos y los lleve a un lugar seguro.
Anhelo que mire mi interior y pueda descubrir la verdad que anida en mi corazón, mi deseo de hacerme pequeño, porque Él es el Todopoderoso que siente predilección por los débiles y humilla a los poderosos.
No. No me quiero acostumbrar a ver a Dios desde la rutina porque cuando lo hago relativizo su amor, sus favores, sus gracias, su bondad y su misericordia y no permito que renueve en mi su obra santa.
En ocasiones es imprescindible dar pequeños pasos para lograr grandes cambios. Es la primera frase de este texto. Mi pequeño paso es permitir que Dios se manifieste en mi vida para que haga algo nuevo en ella. Dios siempre sorprende. Y sorprende porque es el Dios que hace posible lo imposible.
Tomo esta mañana el vaso de alabastro de mi vida y derramo el perfume de mi corazón para que, quebrada mi alma, sea inundada por el penetrante aroma del amor de Dios.

¡Señor, antes de crearme ya me tenías en tu pensamiento! ¡Cada vez que me pierdo, ahí estás tú para encontrarme! ¡que a la vez que caigo, me levantas! ¡Tú, Señor, eres el único que hace que mi existencia tengas verdadero sentido, tu llenas de luces la oscuridad que en ocasiones sobre escuela mi vida! ¡Todo lo mío te pertenece, señor, aunque tantas veces me cueste recordarlo! ¡Hoy quiero cantarte cánticos de alabanza para manifestar tu grandeza, tu bondad y todas tus maravillas! ¡Quiero elevar mi voz para que mis plegarias lleguen a ti y las acojas con tu corazón misericordioso! ¡Quiero que mis palabras suenen veraces porque tu sabes que muchas veces mis labios escupen palabras vacías que surgen de un corazón seco! ¡Quiero, Señor, que ocupes cada uno de los espacios de mi vida; que no olvide nunca quién eres, todo lo que haces por mí y lo mucho que me amas! ¡Haz que germinen conflictos abundantes aquellos espacios que tristemente aún permanece yermos en mi vida! ¡Hoy te quiero dar gracias por tu amor infinito, por tu misericordia abundante, por tu bondad generosa, por tu cariño desbordante, por tu paciencia así límite, por redimirme constantemente de mis caídas y de mis abandonos! ¡Señor, hoy te pido que tomes el timón de mi vida, que la hagas fecunda Y evites que me desvíes del camino! ¡ayúdame a mirar como mirarías tú, escuchar, acabarías tú, a pensar como lo harías tú, hablar como lo harías tú, a sentir como lo harías tú… amar como amas tú! ¡Revísteme de tu Espíritu, Señor, para que permitas que me despoje de esa piel tan dura que impide que me moldees cada día!
Dios está aquí, tan cierto como el aire que respiro:

sábado, 12 de noviembre de 2016

Un ramo de flores en el corazón

flores
Una amiga, después de una discusión con su madre, ha tenido un bello detalle con ella. Al regresar a casa por la tarde ha llegado con un hermoso ramo de flores. «Perdona». Asisto una palabra mágica, una palabra que ha diluido todo aquello que podía romper la armonía entre ellas. Esto me hace pensar que los hombres vivimos de pequeños milagros cotidianos que se desnudan ante nosotros en cada instante de nuestra vida. Que tantas veces las discusiones entre unos y otros nacen de la absurdidad de nuestra cabezonería —¡de esto tengo mucho que aprender!—. Que es posible ser feliz con lo que se tiene. Que no hemos de culpar a los demás de nuestras frustraciones, nuestras tristezas o desolaciones. Que cada día es único. Que lo que sucedió ayer hay que mirarlo en la distancia para encarar el futuro con optimismo. Que hay que intentar encontrar en las personas lo bueno que tienen silenciando el mal carácter, el egoísmo, la envidia, el rencor, el reproche, la queja insana, los caprichos, el «yoísmo», la falta de caridad… Intentar que de la comisura de nuestros labios sólo se emitan sonidos que hablen de cosas bellas, de agradecimiento, sinceros consejos, elogios auténticos, palabras sabias en un diálogo presidido por el amor y la paciencia, la generosidad y la esperanza.
Los pequeños detalles cotidianos en nuestra vida jalonados de amor nos hacen semejantes a Dios, que es el amor mismo. Por eso es triste ver como transcurren las horas y nos quejamos, discutimos o nos lamentamos por todo y por todos cuando nuestro tiempo sería mucho más fructífero y agradable con una sonrisa de agradecimiento, de cariño o de complicidad. Poniendo en nuestra vida un ramo de flores lograremos que la estancia de nuestro corazón luzca más bella.
Nuestra actitud es el sello de nuestra vida y en función de ella es como nos verán los demás. Si uno predica con sus acciones positivas se convierte en alguien más auténtico y más cercano a Dios. La renuncia del yo —con el perdón, la generosidad, el cariño, la entrega, la escucha, el consuelo…— marca el grado de nuestro amor y nuestra misericordia. ¡Qué fácil es escribirlo y meditarlo y qué difícil resulta a veces ponerlo en práctica!

¡Dios mío, quiero darte gracias siempre por los pequeños regalos que me ofreces siempre a través de las personas que se cruzan en mi camino y en los acontecimientos de la vida! ¡Tú, Señor, eres mi ayuda y mi consuelo, el que bendice mi vida y bendices a los que me rodean! ¡Te doy gracias por todo lo que haces por mí, por las cosas grandes y pequeñas, y porque jamás te alejas de mi vera! ¡Gracias, Señor, por el amor que sientes por mí, por perdonarme constantemente, por restaurarme con la fuerza de tu Espíritu, porque a tu lado venzo tormentas y contratiempos por amarme, me fortalezco en tu fuerza y me mantengo en la firmeza cuando las situaciones invitan a flaquear! ¡Ilumina, Señor, las pequeñas cosas de mi vida que hacen grande mi camino como cristiano! ¡Señor, los signos aparecen de numerosas y variadas formas y se hacen presente en lo que sentimos, en lo que hablamos o leemos, a través de las bocas de otros, de las enfermedades, de la salud, de los éxitos y los fracasos, del antagonismo con el prójimo, de la amistad... son muchas cosas Señor, tú lo sabes! ¡Pero sobre todo hazme humilde para entender todo lo que sucede, para ser detallista con los que me rodean, saber hacerles felices y estar atento a sus preocupaciones y sus anhelos! ¡Quiero, Señor, ser un apóstol de la alegría y transmitir a los que me rodean gestos sencillos llenos de amor y paz para hacer la convivencia siempre agradable y alegre! ¡Ayúdame a conseguirlo con la ayuda del Espíritu Santo!
El verano, con Antonio Vivaldi:

lunes, 3 de octubre de 2016

Yo confieso que…

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Misa dominical ayer. Rezo con atención el «Yo confieso» en el que todos pedimos perdón «porque he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión». Me quedo toda la ceremonia profundamente conmovido. Como en un trailer de una película pasan frente a mis ojos a toda velocidad todos mis pecados, y aunque ya he realizado varias veces una confesión general, me doy cuenta de mi miseria, de mi pequeñez y de mi insignificancia pero al mismo tiempo de la grandeza y profundidad de la gracia de Dios que siempre perdona. Tristemente he pecado mucho de «pensamiento, palabra, obra y omisión» por mi egoísmo, mi soberbia, mi orgullo, mi vanidad... pero allí está la infinita ternura de la misericordia de Dios que acoge a sus hijos pecadores.

He pecado mucho de «pensamiento, palabra, obra y omisión» y aunque me había propuesto no volver a pecar y caer en la misma piedra vuelvo a las andanzas pocos minutos después de ponerme gozoso de rodillas para rezar la oración que en el confesionario el sacerdote me ha impuesto como penitencia: Esa discusión, esa palabra hiriente, ese gesto torcido, esa falta de caridad, esa omisión voluntaria, ese pensamiento inadecuado, esa cosa a medio hacer... El ser humano es muy reincidente en su pecado, siempre convencido de que limpio por la gracia la tentación no te vencerá y que ganarás al mal. Y caes, y vuelves a caer, abonado al convencimiento de que tu sólo —con tus fuerzas— puedes sostenerte. Y te das cuenta de lo pequeño que eres, lo frágiles que son tus propósitos, lo débil que es tu oración, lo delicado que es tu camino a la santidad y lo mucho que te cuesta amar a Dios. La vida cristiana exige esfuerzo continuado. Y mucha oración auténtica.
«He pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión». Y lo hago porque mi corazón se cierra al Amor, se relame en gustarse a si mismo, se gusta en su orgullo y se convierte en una especie de cubo de basura que recoge todo lo negativo de mi. Y me da pena. De mi mismo y del Señor porque cada pecado mío es un latigazo más, una espina en su corona, una llaga en su cuerpo lacerado, un dolor insufrible en el madero santo.
«He pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión». Señor, perdón porque no mereces tanto dolor por mi pecado. Pero miras la Cruz y sientes el abrazo amoroso de Cristo que todo lo perdona. Y te comprometes, renovado, a cambiar interiormente para no volver a pecar. ¡Señor pequé, ten piedad y misericordia de mi!
¡Señor pequé, ten piedad y misericordia de mi! ¡Mi sacrificio, Señor, es mi corazón arrepentido! ¡Crea en mí, Señor, un corazón puro! ¡Ten piedad de mí, Señor, y por tu bondad y por tu gran compasión borra mi culpa y purifícame del pecado, de mis faltas y de mis errores! ¡Yo reconozco mi culpa, Señor, tengo siempre presente mi pecado; contra ti pequé haciendo lo que es malo a tus ojos! ¡Señor, Tú amas el corazón sincero y me enseñas la verdad en mi interior; por eso te pido que me purifiques para quedar limpio! ¡Señor, crea en mí un corazón puro y renueva la fuerza de mi alma; no me alejes, Señor, de tu presencia, ni retires de mí tu Santo Espíritu! ¡Concédeme, Señor, la alegría del perdón! Y por ello hago ante ti este Acto de Contrición: «Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén».

Escuchamos hoy esta canción francesa de Maurice Cocagnac, L'enfant prodigue:

domingo, 25 de septiembre de 2016

La caridad de la comprensión

La caridad de la comprensión
El amor es la raíz fundamental y más profunda de la amabilidad. En definitiva, es lo que nos enseñó Cristo y lo que nos han enseñado los santos a lo largo de la historia. Por eso, como cristiano tengo que ser siempre comprensivo con mi prójimo.
Comprensión es juzgar a mi semejante colocándome en su lugar, en sus circunstancias, en su ambiente, con su mentalidad... Preguntarse qué haría yo en su lugar. Probablemente con su entendimiento sencillo, con su formación escasa, con sus pasiones desordenadas, con sus sufrimientos, con sus necesidades humanas, con su falta de experiencia... yo sería mucho peor, incluso, hubiera actuado mucho peor que él.
Como cristiano debo transigir siempre, disculpar siempre, ser indulgente siempre, caritativo siempre, considerado siempre, generoso siempre, amable siempre...
El ser humano no está creado en serie, cada uno tiene un molde que lo identifica como algo único y cada uno piensa en función de sus necesidades y como hijo de un mismo Padre no puedo juzgarlo para no ser yo juzgado... porque fácilmente me equivocaré.
La raíz sobre la que sustenta la caridad es la comprensión y ésta, al igual que hizo Jesucristo, pasa por ir por el mundo sembrando el bien, perdonando con amor, eliminando los rencores que anidan en el corazón y anhelando siempre beneficiar a las personas que me rodean. Es una manera de poner en práctica ese mandamiento del Señor: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente y amarás al prójimo como a ti mismo».
¡Un ideal perfecto que deseo poner en práctica!

¡Señor Jesús, por la virtud de la humildad y del Amor Santo, ayúdame a no juzgar a los que me rodean! ¡Recuérdame siempre, Señor, que no debo presuponer los motivos de las acciones de los demás! ¡Elimina de mi corazón cualquier tipo de juicio y crítica y, a través del Amor Santo, lléname de una actitud amorosa e indulgente, compasiva y amable! ¡No permitas que sea el complacido, sino que sea yo el siervo de todos, el que busque complacer al prójimo! ¡Ayúdame a ser comprensivo con las necesidades de los demás, asumir su propio dolor, su sufrimiento, sus necesidades, y entregarme siempre con amor y generosidad! ¡Ayúdame a ser un auténtico samaritano! ¡Espíritu Santo, dame el don de ser virtuoso, generoso, sencillo, indulgente, entregado, misericordioso, magnánimo, servicial, amable, caritativo, considerado…ser en definitiva como era Jesús!
De Benjamin Britten escucharmos su cantata Ad majorem Dei Gloriam:

martes, 13 de septiembre de 2016

La dulzura en toda su perfección

La dulzura de María
Ayer celebramos el Dulce nombre de María. Dulce. Así es la Virgen. Dulce en su porte, sus gestos, sus palabras, su mirada, sus sonrisas, sus virtudes, sus formas, sus sentimientos. Dulces y suaves, tiernos y encantadores. La dulzura se fundamenta en la bondad del corazón que derrama sobre nuestras acciones una hermosura delicada.
 ¡Si así es premeditadamente en nosotros cómo no será en María!

Existen en el mundo dulzuras recubiertas de falsedad: la hipocresía, la naturalidad fingida, la amabilidad interesada, el elogio recubierto de envidia, el interés ocasional por momentos que nos motivan o con ciertas personas... ¿Los reconozco?
No era así María. Cuando uno quiere imaginarse la dulzura en toda su perfección tiene a la Virgen como ejemplo. Toda su vida transpira dulzura. Meditando las escenas de su vida comprendes que es modelo de humilde dulzura: la Anunciación, la visitación, el viaje a Belén, el nacimiento del niño Dios, las bodas de Caná, la Pasión, los momentos al pie de la Cruz, la sepultura, la Resurrección... Momentos impregnados de dulzura divina en su corazón.
Dulce es el nombre de María porque dulce es su vida. Dulce porque toda su dulzura se imprime en nuestra vida.
Le digo hoy a María que es para mi «vida, dulzura y esperanza» lo que me invita a tratar de vivir con sencillez y humildad la virtud de la dulzura —impregnada de una caridad auténtica— en cada uno de los gestos y palabras de mi vida por amor a Dios y a los demás a imitación de María.
Y cuando por las circunstancias de la vida mis actitudes, mi carácter, mis palabras, se conviertan en algo agrio, duro, despreciativo, desagradable, falto de calidad... que me acuerde siempre de mirar la experiencia de María porque es en Ella donde está la verdadera dulzura, la santidad auténtica, la bondad más pura.
Es con la dulzura como el hombre puede transformar el corazón de otro hombre. ¿Me aplico?

¡Qué bello y dulce es tu nombre, María! ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! ¡Pronuncio tu dulce nombre, Señora, y mi corazón se llena de gozo y de confianza y experimento una gran dulzura al pronunciarlo y resuena como algo nuevo lleno de amor, esperanza y misericordia! ¡Me dirijo a Ti y solo con pronunciar tu nombre siento tu amabilidad, tu amor de Madre, tu generosidad y tu dulzura! ¡Tu nombre es el reflejo de tu dulzura! ¡Te pido Madre que me llenes de la santa dulzura para que mi vida se envuelva con la virtud de la humildad, la que más te caracterizó a Ti a Jesús! ¡María, Madre, tu conoces todas mis debilidades... sin tu ayuda me será difícil revestir mi alma de las virtudes que a Ti te caracterizaron! ¡Que con sólo pronunciar tu nombre, María, tu amor me recuerde que debo dirigirme a Ti a cada instante de mi vida! ¡Dame María la sencillez de trato, a amabilidad entregada, el sentir dulce, el hablar humilde, la bondad de corazón, la entrega generosa...! ¡En este día que invoco tu dulce nombre te encomiendo a Dios, a través de tu intercesión, las necesidades de la iglesia! ¡Bajo tu amparo me acojo, Santa Madre de Dios; no deseches las oraciones que te dirijo en mis necesidades, antes bien líbrame de todo peligro, oh Virgen dulce, gloriosa y bendita!
La fe de la María, cantamos hoy en honor de la Virgen con esta bella canción:


viernes, 9 de septiembre de 2016

Libre como María

Libre como María
Todos sabemos que la libertad es la libre disposición de uno mismo. Te fijas en la figura de María y comprendes que era la mujer libre por excelencia. Su gran libertad consistió en decidir su maternidad en el momento de la Anunciación. El suyo es un «Sí» absoluto a Dios, sin consejos de sus padres o parientes y sin consultar a José, con quien se había desposado. María recibe el ofrecimiento de Dios y, libremente, decide colaborar voluntariamente en ese plan divino entregando su persona, su maternidad y todo su ser para convertirse en corredentora de la salvación del hombre.
Toma la libertad de viajar a las montañas de Judea para visitar a Isabel. Decide libremente quedarse allí, aún estando preñada, para servir a su prima. En aquel lugar, que debió estar envuelto de una gracia incontestable del Espíritu Santo, proclama libremente el Magnificat, anunciando de una manera preciosa la nueva humanidad.
Libremente también asume con respeto todas las decisiones de San José: el viaje a Belén embarazada como estaba de Jesús, el viaje a Egipto, la vida en Nazaret... La Virgen vivió junto a San José una vida esponsal santa donde la libertad iba al unísono con su esposo, apoyándose humana y materialmente, espiritual y santamente, para que Jesús no apareciera ante los ojos de la sociedad de aquella época como hijo de una mujer sin marido. Esto, de por sí, muestra como María era una mujer libre.
Contemplas la libertad de María y te planteas si eres realmente una persona libre, libre desde el punto de vista humano y social, si la maraña de tus relaciones humanas, familiares, de amistad, profesionales te conceden esa libertad... Si eres capaz de vivir de manera plena el amor, la generosidad, la caridad, la obediencia, una vida cristiana en santa libertad como fue la vida de María predispuesta siempre a hacer y aceptar la voluntad de «Dios» y si eres capaz de entender la libertad desde Cristo, en Cristo y por Cristo a imitación de María, la Virgen.

¡Señor, que a imitación de tu Madre sepa utilizar la libertad para mi bien! ¡Señor, te pido un corazón libre para evitar esas ataduras que me unen al mundo y no a ti! ¡Dame, Señor, un corazón libre que no se vea sometido a las esclavitudes de este mundo, a las comodidades, a los vicios, a la buena vida, a la mundanidad, a las falsas libertades, al «yoismo»! ¡Dame Espíritu Santo la libertad de amar, de creer, de esperar, de servir en caridad, de cuidar a los que sufren y lo pasan mal, de confortar a los enfermos, de alimentar a los hambrientos, de refugiar a los desamparados, de proclamar el Evangelio, de caminar con autenticidad, de rechazar el pecado, la falsedad, las tentaciones del mal y la injusticia¡ ¡Ayúdame, María, a ser auténticamente libre, a seguir tu ejemplo, a dar siempre mi sí! ¡Gracias, Madre, porque tú me enseñas que el obrar de Dios en el mundo va íntimamente unido a mi libertad porque es en la fe, en la palabra divina, donde hay una auténtica transformación y mi vida apostólica y cristiana será eficaz en la medida que aprenda de Ti a dejarme plasmar por la obra de Dios en mi corazón!
Te saludo, María, cantamos hoy a la Virgen:

martes, 6 de septiembre de 2016

La urbanidad, un deber con Dios

urbanidad
Leo hoy en la Sagrada Escritura: «por su aspecto se descubre el hombre y por su semblante el prudente. El vestir, el reír y el andar, revelan lo que hay en él». No había caído en que este código de la urbanidad esta también revelado en la Biblia pero es una manera de que cada día pueda agradar a Dios con mis actitudes.
La urbanidad es ese conjunto de reglas que nos enseña a comportarnos socialmente con decoro, con respecto y con dignidad. La urbanidad va estrechamente unida a la caridad, porque no deja de ser un retrato del amor con las personas que nos rodean. De hecho, la caridad nos muestra cómo debemos comportarnos con cortesía con el prójimo como quisiéramos que lo hicieran con nosotros mismos. Ser cortés es el acto en el que uno manifiesta atención por el otro, respeto y afecto. La urbanidad auténtica es aquella que está revestida de disposición y virtuosismo cristiano y lleva aparejada la sencillez, la amabilidad, la humildad, la abnegación y la afabilidad. Todo ello enfrenta al egoísmo, que es una de las formas de descortesía contra la persona.
Vivir la urbanidad no solamente es una cuestión de reglas de vocación sino un deber que tenemos también para con Dios, para con nuestros semejantes y para la comunidad.
¡Señor Jesús, envía tu Espíritu para que me libere de todos los miedos, temores e inseguridades que me impiden ser amable y generoso con los demás! ¡Sana, Espíritu Santo, las impresiones que tengo sobre el prójimo y que me impiden muchas veces ser generoso llamarle con él! ¡Sana, Espíritu Santo la dureza de mi corazón para que mis palabras, mis gestos, y mis actitudes muestren a los demás dulzura y amabilidad! ¡Libera, Señor, las máscaras de mi vida para expresarte mi ser más profundo, creado para darse y dar amor al prójimo! ¡Suaviza, Espíritu divino, el trato con lis que me rodean con el don de la compasión y la escucha pues son muchas las ocasiones en que me muestro intolerante con los que más quiero! ¡Libérame del rasgo de la amargura y del que me mantiene en la pasividad! ¡En tu nombre, Jesús, por la fuerza poderosa de tu Cruz obra en mi para liberarme de aquellos rencores que me impiden ser amable y cortés con los demás!
El Señor es nuestro consolador, le cantamos hoy a Jesús:

jueves, 11 de agosto de 2016

Cómo el demonio se mete sutilmente en los actos de caridad

Cuando eres capaz de ayudar a los pobres de las misiones, e incapaz de sentir amor por los que tienes cerca


Muchos nos sorprendemos al ver como satanás nos impulsa a cuidar de otras personas. Sin embargo, podemos ver rápidamente que él está tratando de alejarnos de practicar la caridad diariamente con la gente que nos rodea con la práctica de actos imaginarios de caridad que no cultivan una vida virtuosa.

Lo que él hace es muy astuto y en la superficie parece algo bueno.

Screwtape enmarca la situación así:

“Hagas lo que hagas, va a existir bondad así como malicia en tu alma paciente. La cosa más grande es dirigir la maldad a los que te rodean a diario y lanzar la bondad a círculos más distantes, a gente que no conoce. De esta manera la maldad se vuelve palpable y la bondad un concepto imaginario. No hay ningún bien en inflamar su odio por los alemanes (durante la segunda guerra mundial) si, al mismo tiempo, un hábito pernicioso de caridad crece entre él y su madre, su empleador y el hombre que se cruce en el tren”. (28, énfasis añadido)

Lo que describe Screwtape es un escenario muy familiar.

Cada año (típicamente uno o dos domingos al año) escuchamos de un sacerdote misionero acerca de tierras lejanas, (usualmente en Sudamérica, África o India) que describe la terrible situación de su pueblo. La situación es precaria y la necesidad está ahí.  Es una acción muy bella colaborar con ellos, y debemos hacer lo que podamos para usar nuestras riquezas para su beneficio. Al mismo tiempo, muy a menudo damos donaciones generosas de lo que nos sobra a la gente que lo necesita, pero todavía guardamos resentimientos contra el vecino que nunca recoge su basura. Tenemos mucha compasión por la gente de África que viven sin agua potable, pero fallamos al no sostener el mantenimiento de comedores de caridad locales.

Se pone peor cuando damos miles de dólares a un orfanato distante, pero no colaboramos con nuestros parientes que tratan de adoptar un bebe. 

Mientras que las misiones son maravillosas y debemos colaborar con ellas (personalmente yo colaboro con el trabajo “Sin unión” (Unbound) como una persona que puede colaborar con una persona específica y ha respondido a través de los años; siempre sabes quien recibe tu dinero y que impacto ha causado en ellos), casi nunca escuchamos las dificultades de nuestros vecinos que sufren o acerca de todos los hombres y mujeres en nuestra comunidad que no tienen empleo y no tienen dinero suficiente para sostener a su familia.  Nuestra caridad parece “imaginaria” como la llama Screwtape;  no tiene sustancia. Para usar terminología moderna, es “caridad en la Nube.”

La iglesia nos da un antídoto para nuestra caridad que le falta realidad. Es llamada “Las obras corporales de la Misericordia.” Estas acciones virtuosas tienen sustancia y nos ayudan a llevar una vida virtuosa y caritativa. Nos ayuda a ver a Jesús no solo en las imágenes que vemos en la iglesia, sino también en la gente real que vemos cada día.

Estas son las siete obras corporales de la misericordia:

Dar de comer al hambriento.
Dar de beber al sediento.
Vestir al desnudo.
Dar posada al necesitado.
Visitar al enfermo.
Socorrer a los presos (rescatar al cautivo)
Enterrar a los muertos.
Estas son probablemente algunas de las cosas más humillantes que una persona puede hacer. Muy pocos de nosotros nos tomamos el tiempo de alimentar a otros en los comedores de caridad locales o visitamos un hogar de ancianos. Y de por sí, estas son las personas que necesitan nuestra atención.

Alguno de los momentos más profundos de mi vida llegó cuando de hecho ayudé a alimentar a alguien, visitarlos o simplemente ayudarlos. Estos son literalmente nuestro prójimo. Estos actos de misericordia definen quienes serán los que lleguen al Reino de los Cielos:

“Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver”.

Los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?”

Y el Rey les responderá: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. (Mateo 25, 34-40)

Si queremos mayor incentivo, escuchemos las palabras de La Madre Teresa:

“No nos conformemos con solo dar dinero.  El dinero no es suficiente, el dinero se puede obtener, pero ellos necesitan el amor de su corazón.  Entonces, entreguen su amor a donde vayan.

Insistamos más y más en reunir fondos de amor, de caridad, de entendimiento, de paz.  El dinero vendrá si buscamos primero el reino de Dios- el resto vendrá por añadidura.

Toquemos al moribundo, al pobre, al que se encuentra solo, al abandonado, de acuerdo con las gracias recibidas y no nos avergoncemos o retrasemos el trabajo humilde”.

Conclusión

Si damos un paso pequeño practicando la caridad con esos que nos encontramos día a día seremos capaces de cambiar el mundo entero, una familia, un vecindario a la vez.

lunes, 8 de agosto de 2016

A la vera del necesitado… ¡misericordia!

Contemplo una imagen que me conmueve. La canícula a las cuatro de la tarde es intensa en mi ciudad. Un mendigo medio desnudo de avanzada edad se encuentra tumbado en las escaleras que dan acceso a la puerta de una entidad bancaria. Parece que ha perdido la conciencia cuando una joven cruza la calle y se acerca a él. Intercambian unas palabras. Le ofrece una botella de agua que lleva en el bolso. Le da de beber y le refresca la cara. Me acerco para ofrecer mi colaboración. El anciano estaba como deshidratado, sin fuerzas. Rezuma un intenso hedor a alcohol, suciedad y soledad. Su estado le imposibilita levantarse. Este es el ejemplo vivo de la misericordia. Esta joven es una samaritana anónima que siendo o no cristiana ha sentido en su corazón la llamada a arropar, amar, servir y proveer al necesitado. Cuando acaricias, sostienes y abrazas dignificas. En silencio oro por ambos mientras contemplo la escena. Por el que ofrece amor y por el que recibe ese amor. Dios, en su escucha, obra su poder. Con la oración también se logra cubrir la desnudez del hombre.
Cuando alguien como esta joven extiende su mano para cubrir amorosamente la desnudez del desvalido se regala silenciosamente la presencia de Dios en el corazón del necesitado. Aunque no sea consciente de ello. Un gesto de amor, unas palabras de afecto, un testimonio de cariño es un guiño que Dios hace al que sufre.
En esta vida se trata de ser cobijo, paraguas, regazo, columna…
En esta vida se trata de acunar, abrazar, acariciar, sonreír…
Cada vez que alguien abandona su comodidad —aunque sea momentánea— para sentarse a la vera del necesitado logra que el perfume de Dios lo inunde todo. Vivimos en un jardín perfumado por el aroma de Dios. Es nuestro egoísmo el que impide disfrutar de Él.

¡Señor, tú sabes que tal vez no tengo muchas cosas materiales que ofrecer y compartir con los demás pero tengo mi corazón pequeño y mis ganas de servir! ¡Señor, sé que esto es lo que más aprecias! ¡Hacerlo sin recibir halagos o parabienes! ¡Espíritu Santo, enséñame a no ser egoísta y a pensar siempre primero en el prójimo y después en mi! ¡A compartir mi tiempo con la alegría del servicio! ¡Espíritu divino, enséñame a compartir lo poco que soy y lo poco que tengo! ¡Hazme una persona poco apegada a las cosas materiales y que sea capaz de ofrecerme siempre para que todos puedan compartir conmigo la alegría del amor! ¡Señor, pocas cosas materiales son las que tengo pero mucho quedar desde el corazón! ¡Haz que todo eso se pueda multiplicar compartiéndolo! ¡Hazme apóstol del desprendimiento! ¡Hazme discípulo de los pequeños gestos de amor hacia los demás! ¡Quiero fijarme en ti, Jesús de la misericordia, para que mi actitud de misericordia hacia los demás se extienda a todos los factores de la vida porque nada puede hacerme más imitador tuyo que preocupándome por los demás! ¡Señor, que tu vida sea el espejo en el que mirarme para descubrir cuánto debo cambiar y como debo salir al encuentro del necesitado y el excluido! ¡Señor, tu acogiste a los despreciados y marginados, tú atendiste las necesidades de la gente, les enseñaste a compartir y vivir unidos, tú entregaste la vida por amor, que sea yo capaz de seguir tu ejemplo siempre y hacerme cercano a todos los que me rodean para ser un servidor generoso, dispuesto, amable, alegre y fraternal!

Un cuarteto del compositor Arriaga para profundizar en el texto de la meditación de hoy:

sábado, 6 de agosto de 2016

Contemplar la luz que irradia Cristo

Hoy celebramos una fiesta hermosa: la Transfiguración del Señor. Jesús lleva a tres de sus discípulos a una montaña alta donde escucharán la voz del Padre: «Éste es mi hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias: escuchadlo».
El aspecto humano de Jesús se ha transformado por completo. Su rostro resplandece ahora como el sol. Sus vestidos traslucen una blancura fulgurante. Son los dos elementos que señalan la Transfiguración. Y a ese Jesús de rostro y cuerpo humano que conocían tan bien y cuyo comportamiento en el día a día de la vida era similar a los demás hombres se les aparece a los discípulos con una forma gloriosa y extraordinaria. Una experiencia de profunda transformación interior. Eso mismo le puede suceder a mi pobre vida interior. En numerosas ocasiones la imagen que tengo de Jesús resplandece de tal manera que todo a mi alrededor se llena de luz. Esta luz guía mis pensamientos, sentimientos, palabras y acciones. Y también la conciencia de la presencia de Jesús en circunstancias que me suceden o en personas que se cruzan en mi camino me hace ver la vida con una perspectiva de fe. Eso me muestra que debo estar siempre abierto a la escucha. Pero sobre todo, como dice Dios, escuchar a Cristo.
En la mayoría de las ocasiones no escucho a Jesús por miedo, por temor a que me pida más de lo que estoy dispuestos a dar —sacrificios, sufrimiento, desprendimiento, servicio…—. Ese miedo es racional, es demostrativo de una falta de confianza, de no conocerle suficientemente en la oración, de no ser lo humilde que debería ser para acoger su palabra y sus mandatos. De ser poco valiente, generoso y fiel.
La Transfiguración me muestra hoy la importancia de fortalecer mi fe —tantas veces débil e interesada— para asemejarla a la de los apóstoles ante las circunstancias difíciles presentes y futuras de mi vida. Es el Señor el que fortalecerá mi fe con la gracia del Espíritu. Es Jesús el que me hace partícipe de su gloria, pero no es posible disfrutar de ella si previamente no soy capaz de unirme a su pasión y a su entrega amorosa.
Y para complacer a Dios se hará imprescindible que el Espíritu Santo imprima en mi corazón el rostro de Cristo. Y con Cristo grabado en mi interior es más fácil escuchar la voz del Padre que me habla a través de las actividades cotidianas de mi vida, que hace suyas todas mis preocupaciones y me trasmite su amor.
Pero no puedo quedarme simplemente contemplando el rostro luminoso de Jesús transfigurado. Al igual que los apóstoles debo tomar decisiones, no puedo permitir que mi vida se quede en meras palabras, en la mera contemplación del rostro luminoso del Señor porque en la vida hay numerosas cruces que debo cargar, son muchas las personas a las que debo entregar mi vida y a las que debo amar. El camino de la vida prosigue cada día, con sus alegrías y sus tristezas, y es el mismo Cristo el que me invita a caminar junto a Él para alcanzar el Reino prometido. Es allí, donde realmente Jesucristo me espera para ofrecerme la plenitud de la vida.

¡Señor, qué día más hermoso el de tu Transfiguración! ¡Muéstrate, Señor, cada día para que te pueda ver! ¡Hazte presente con toda tu luz para que te pueda seguir! ¡Señor, no quiero caminar en la oscuridad porque muchas veces estoy desorientado, agotado, abatido, lleno de problemas! ¡Tu sola presencia, Señor, me llena de ánimo, me da fortaleza! ¡Te pido, Señor, que extiendas tu mano sobre todos los que sufren a mi alrededor por los problemas matrimoniales, la enfermedad, los problemas económicos, la soledad, la depresión, la incomprensión! ¡Señor, sorprende con tu presencia a los que te niegan, o vacilan en su fe, o te blasfeman o te persiguen! ¡Señor, gracias, porque estás en todas las iglesias del mundo esperándonos! ¡Junto a ti, Señor, se está muy bien, muy cómodo, muy amado, muy querido! ¡En este día de tu Transfiguración, Señor, quiero mirarte sin cegarme y no consumir nunca ni mi fe ni mi esperanza! ¡Sé mi luz siempre, Señor! ¡Y muéstrame, Jesús, tu rostro transfigurado que se hace presente en los enfermos, en los pobres, en el enemigo, en la sed, la humillación, en el hambre, en la desolación… para que cuando te reconozcamos llegue la luz a nuestras almas y seamos capaces de amar todas las realidades que nos rodean olvidándonos de nuestros problemas para pensar en los de los demás a los que Dios también ama!

Donde hay caridad, hay amor ahí está el Señor:

miércoles, 15 de junio de 2016

Papa Francisco: La indiferencia y la hostilidad nos ciegan

Texto completo de la catequesis del Papa Francisco 





  RADIO VATICANO  15 JUNIO, 2016





Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Un día Jesús, acercándose a la ciudad de Jericó, realizó el milagro de restituir la vista a un ciego que mendigaba a lo largo del camino (Cfr. Lc 18,35-43). Hoy queremos aferrar el significado de este signo porque también nos toca directamente. El evangelista Lucas dice que aquel ciego estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna (Cfr. v. 35). Un ciego en aquellos tiempos – incluso hasta hace poco tiempo atrás – podía vivir sólo de la limosna. La figura de este ciego representa a tantas personas que, también hoy, se encuentran marginadas a causa de una discapacidad física o de otro tipo. Está separado de la gente, está ahí sentado mientras la gente pasa ocupada, en sus pensamientos y tantas cosas… Y el camino, que puede ser un lugar de encuentro, para él en cambio es el lugar de la soledad. Tanta gente que pasa. Y él está solo.

Es triste la imagen de un marginado, sobre todo en el escenario de la ciudad de Jericó, la espléndida y prospera oasis en el desierto. Sabemos que justamente a Jericó llegó el pueblo de Israel al final del largo éxodo de Egipto: aquella ciudad representa la puerta de ingreso a la tierra prometida. Recordemos las palabras que Moisés pronunció en aquella circunstancia; decía así: “Si hay algún pobre entre tus hermanos, en alguna de las ciudades del país que el Señor, tu Dios, te da, no endurezcas tu corazón ni le cierres tu mano. Es verdad que nunca faltarán pobres en tu país. Por eso yo te ordeno: abre generosamente tu mano al pobre, al hermano indigente que vive en tu tierra” (Deut. 15,7.11). Es agudo el contraste entre esta recomendación de la Ley de Dios y la situación descrita en el Evangelio: mientras el ciego grita – tenia buena voz, ¿eh? – mientras el ciego grita invocando a Jesús, la gente le reprocha para hacerlo callar, como si no tuviese derecho a hablar. No tienen compasión de él, es más, sienten fastidio por sus gritos. Eh… Cuantas veces nosotros, cuando vemos tanta gente en la calle – gente necesitada, enferma, que no tiene que comer – sentimos fastidio. Cuantas veces nosotros, cuando nos encontramos ante tantos prófugos y refugiados, sentimos fastidio. Es una tentación: todos nosotros tenemos esto, ¿eh? Todos, también yo, todos. Es por esto que la Palabra de Dios nos enseña. La indiferencia y la hostilidad los hacen ciegos y sordos, impiden ver a los hermanos y no permiten reconocer en ellos al Señor. Indiferencia y hostilidad. Y cuando esta indiferencia y hostilidad se hacen agresión y también insulto – “pero échenlos fuera a todos estos”, “llévenlos a otra parte” – esta agresión; es aquello que hacia la gente cuando el ciego gritaba: “pero tú vete, no hables, no grites”.

Notamos una característica interesante. El Evangelista dice que alguien de la multitud explicó al ciego el motivo de toda aquella gente diciendo: “Que pasaba Jesús de Nazaret” (v. 37). El paso de Jesús es indicado con el mismo verbo con el cual en el libro del Éxodo se habla del paso del ángel exterminador que salva a los Israelitas en las tierras de Egipto (Cfr. Ex 12,23). Es el “paso” de la pascua, el inicio de la liberación: cuando pasa Jesús, siempre hay liberación, siempre hay salvación. Al ciego, pues, es como si fuera anunciada su pascua. Sin dejarse atemorizar, el ciego grita varias veces dirigiéndose a Jesús reconociéndolo como Hijo de David, el Mesías esperado que, según el profeta Isaías, habría abierto los ojos a los ciegos (Cfr. Is 35,5). A diferencia de la multitud, este ciego ve con los ojos de la fe. Gracias a ella su suplica tiene una potente eficacia. De hecho, al oírlo, “Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran” (v. 40). Haciendo así Jesús quita al ciego del margen del camino y lo pone al centro de la atención de sus discípulos y de la gente. Pensemos también nosotros, cuando hemos estado en situaciones difíciles, también en situaciones de pecado, como ha estado ahí Jesús a tomarnos de la mano y a sacarnos del margen del camino a la salvación. Se realiza así un doble pasaje. Primero: la gente había anunciado la buena noticia al ciego, pero no quería tener nada que ver con él; ahora Jesús obliga a todos a tomar conciencia que el buen anuncio implica poner al centro del propio camino a aquel que estaba excluido. Segundo: a su vez, el ciego no veía, pero su fe le abre el camino a la salvación, y él se encuentra en medio de cuantos habían bajado al camino para ver a Jesús. Hermanos y hermanas, el paso del Señor es un encuentro de misericordia que une a todos alrededor de Él para permitir reconocer quien tiene necesidad de ayuda y de consolación. También en nuestra vida Jesús pasa; y cuando pasa Jesús, y yo me doy cuenta, es una invitación a acercarme a Él, a ser más bueno, a ser mejor cristiano, a seguir a Jesús.

Jesús se dirige al ciego y le pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?” (v. 41). Estas palabras de Jesús son impresionantes: el Hijo de Dios ahora está frente al ciego como un humilde siervo. Él, Jesús, Dios dice: “Pero, ¿Qué cosa quieres que haga por ti? ¿Cómo quieres que yo te sirva?” Dios se hace siervo del hombre pecador. Y el ciego responde a Jesús no más llamándolo “Hijo de David”, sino “Señor”, el título que la Iglesia desde los inicios aplica a Jesús Resucitado. El ciego pide poder ver de nuevo y su deseo es escuchado: “¡Señor, que yo vea otra vez! Y Jesús le dijo: Recupera la vista, tu fe te ha salvado” (v. 42). Él ha mostrado su fe invocando a Jesús y queriendo absolutamente encontrarlo, y esto le ha traído el don de la salvación. Gracias a la fe ahora puede ver y, sobre todo, se siente amado por Jesús. Por esto la narración termina refiriendo que el ciego «recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios» (v. 43): se hace discípulo. De mendigo a discípulo, también este es nuestro camino: todos nosotros somos mendigos, todos. Tenemos necesidad siempre de salvación. Y todos nosotros, todos los días, debemos hacer este paso: de mendigos a discípulos. Y así, el ciego se encamina detrás del Señor y entrando a formar parte de su comunidad. Aquel que querían hacer callar, ahora testimonia a alta voz su encuentro con Jesús de Nazaret, y  “todo el pueblo alababa a Dios” (v. 43). Sucede un segundo milagro: lo que había sucedido al ciego hace que también la gente finalmente vea. La misma luz ilumina a todos uniéndolos en la oración de alabanza. Así Jesús infunde su misericordia sobre todos aquellos que encuentra: los llama, los hace venir a Él, los reúne, los sana y los ilumina, creando un nuevo pueblo que celebra las maravillas de su amor misericordioso. Pero dejémonos también nosotros llamar por Jesús, y dejémonos curar por Jesús, perdonar por Jesús, y vayamos detrás de Jesús alabando a Dios. ¡Así sea!

lunes, 13 de junio de 2016

Francisco pide al PMA desburocratizar el hambre y darle rostro humano

Las palabras del papa Francisco:








(ZENIT- Roma).- El papa Francisco visitó este lunes por la mañana la sede del Programa Mundial de Alimentos (PMA), con motivo de la apertura de la Sesión anual 2016 de la junta ejecutiva,

El Santo Padre al llegar a la sede del entre de las Naciones Unidas, situado en Roma, a pocos kilómetros de la Ciudad del Vaticano, ha sido recibido por los directores de PMA y por el Observador Permanente de la Santa Sede, Mons. Fernando Chica Arellano.

Después de la ofrenda floral en el Muro de la Memoria, llevada por unos niños para recordar a los miembros de PMA caídos en cumplimiento de su misión, el Papa entró en el auditorio.  Allí recordó que mientras se impiden ayudas, planes de desarrollo y distribución de alimentos, en las zonas de guerra las armas circulan libremente. Señaló también que la miseria tiene rostro, de niño, de familia, de jóvenes y ancianos.  Y pidió que no tomemos con naturalidad el hambre de muchos, pensando que nada podemos hacer, porque así corremos el riesgo de burocratizar el dolor ajeno. Concluyó recordando que la Iglesia fiel a su misión, quiere trabajar con todas las iniciativas que luchan para proteger la dignidad de las personas, en favor del “hambre cero”, porque hay un mandato evangélico: “Tuve hambre y me dieron de comer…”. Algo que va más allá de las confesiones y convicciones y podría ser ofrecida como regla de oro para todos los pueblos.

“Señoras y Señores: Agradezco a la Directora Ejecutiva, Señora Ertharin Cousin, la invitación que me cursó para que inaugurara la Sesión Anual 2016 de la Junta Ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos, así como las palabras de bienvenida que me ha dirigido. Asimismo mi saludo para la Embajadora Stephanie Hochstetter Skinner-Klée, Presidenta de esta importante asamblea, que congrega a los Representantes de diversos gobiernos llamados a emprender iniciativas concretas para la lucha contra el hambre. Y al saludar a todos ustedes aquí reunidos, agradezco tantos esfuerzos y compromisos con una causa que no puede no interpelarnos: la lucha contra el hambre que padecen muchos de nuestros hermanos.

Hace unos momentos he rezado ante el “Muro de la memoria”, testigo del sacrificio que realizaron los miembros de este Organismo, entregando su vida para que, incluso en medio de complejas vicisitudes, los hambrientos no carecieran de pan. Memoria que hemos de conservar para seguir luchando, con el mismo vigor, por el tan ansiado objetivo de “hambre cero”. Esos nombres grabados a la entrada de esta Casa son un signo elocuente de que el PAM, lejos de ser una estructura anónima y formal, constituye un valioso instrumento de la comunidad internacional para emprender actividades cada vez más vigorosas y eficaces. La credibilidad de una Institución no se fundamenta en sus declaraciones, sino en las acciones realizadas por sus miembros.

Por vivir en un mundo interconectado e hípercomunicado, las distancias geográficas parecen achicarse. Tenemos la posibilidad de tomar contacto casi en simultáneo con lo que está aconteciendo en la otra parte del planeta. Por medio de las tecnologías de la comunicación, nos acercamos a tantas situaciones dolorosas que pueden ayudar (y han ayudado) a movilizar gestos de compasión y solidaridad. Aunque, paradójicamente hablando, esta aparente cercanía creada por la información, cada día parece agrietarse más.

La excesiva información con la que contamos va generando paulatinamente la “naturalización” de la miseria. Es decir, poco a poco, nos volvemos inmunes a las tragedias ajenas y las evaluamos como algo “natural”. Son tantas las imágenes que nos invaden que vemos el dolor, pero no lo tocamos; sentimos el llanto, pero no lo consolamos; vemos la sed pero no la saciamos. De esta manera, muchas vidas se vuelven parte de una noticia que en poco tiempo será cambiada por otra. Y mientras cambian las noticias, el dolor, el hambre y la sed no cambian, permanecen.

Tal tendencia – o tentación – nos exige un paso más y, a su vez, revela el papel fundamental que Instituciones como la vuestra tiene para el escenario global. Hoy no podemos darnos por satisfechos con sólo conocer la situación de muchos hermanos nuestros. No basta elaborar largas reflexiones o sumergirnos en interminables discusiones sobre las mismas, repitiendo incesantemente tópicos ya por todos conocidos.

Es necesario “desnaturalizar” la miseria y dejar de asumirla como un dato más de la realidad. ¿Por qué? Porque la miseria tiene rostro. Tiene rostro de niño, tiene rostro de familia, tiene rostro de jóvenes y ancianos. Tiene rostro en la falta de posibilidades y de trabajo de muchas personas, tiene rostro de migraciones forzadas, casas vacías o destruidas. No podemos “naturalizar” el hambre de tantos; no nos está permitido decir que su situación es fruto de un destino ciego frente al que nada podemos hacer. Cuando la miseria deja de tener rostro, podemos caer en la tentación de empezar a hablar y discutir sobre “el hambre”, “la alimentación”, “la violencia” dejando de lado al sujeto concreto, real, que hoy sigue golpeando a nuestras puertas. Cuando faltan los rostros y las historias, las vidas comienzan a convertirse en cifras, y así paulatinamente corremos el riesgo de burocratizar el dolor ajeno.

Las burocracias mueven expedientes; la compasión, en cambio, se juega por las personas. Y creo que en esto tenemos mucho trabajo por realizar. Conjuntamente con todas las acciones que ya se realizan, es necesario trabajar para “desnaturalizar” y desburocratizar la miseria y el hambre de nuestros hermanos. Esto nos exige una intervención a distintas escalas y niveles donde sea colocado como objetivo de nuestros esfuerzos la persona concreta que sufre y tiene hambre, pero que también encierra un inmenso caudal de energías y potencialidades que debemos ayudar a concretar.

1. “Desnaturalizar” la miseria

Cuando estuve en la FAO, con motivo de la II Conferencia Internacional sobre Nutrición, les decía que una de las incoherencias fuertes que estábamos invitados a asumir era el hecho de que existiendo comida para todos, «no todos pueden comer, mientras que el derroche, el descarte, el consumo excesivo y el uso de alimentos para otros fines, están ante nuestros ojos».

Dejémoslo claro, la falta de alimentos no es algo natural, no es un dato ni obvio, ni evidente. Que hoy en pleno siglo XXI muchas personas sufran este flagelo, se debe a una egoísta y mala distribución de recursos, a una “mercantilización” de los alimentos. La tierra, maltratada y explotada, en muchas partes del mundo nos sigue dando sus frutos, nos sigue brindando lo mejor de sí misma; los rostros hambrientos nos recuerdan que hemos desvirtuado sus fines. Un don, que tiene finalidad universal, lo hemos convertido en privilegio de unos pocos.

Hemos hecho de los frutos de la tierra – don para la humanidad – commodities de algunos, generando, de esta manera, exclusión. El consumismo – en el que nuestras sociedades se ven insertas – nos ha inducido a acostumbrarnos a lo superfluo y al desperdicio cotidiano de alimento, al cual a veces ya no somos capaces de dar el justo valor, que va más allá de los meros parámetros económicos. Pero nos hará bien recordar que el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre, de quien tiene hambre. Esta realidad nos pide reflexionar sobre el problema de la pérdida y del desperdicio del alimento a fin de identificar vías y modos que, afrontando seriamente tal problemática, sean vehículo de solidaridad y de compartición con los más necesitados.

2. Desburocratizar el hambre

Debemos decirlo con sinceridad: hay temas que están burocratizados. Hay acciones que están “encajonadas”. La inestabilidad mundial que vivimos es sabida por todos. Últimamente las guerras y las amenazas de conflictos es lo que predomina en nuestros intereses y debates. Y así, ante la diversa gama de conflictos existentes, parece que las armas han alcanzado una preponderancia inusitada, de tal forma que han arrinconado totalmente otras maneras de solucionar las cuestiones en pugna. Esta preferencia está ya de tal modo radicada y asumida que impide la distribución de alimentos en las zonas de guerra, llegando incluso a la violación de los principios y directrices más básicos del derecho internacional, cuya vigencia se retrotrae a muchos siglos atrás.

Nos encontramos así ante un extraño y paradójico fenómeno: mientras las ayudas y los planes de desarrollo se ven obstaculizados por intrincadas e incomprensibles decisiones políticas, por sesgadas visiones ideológicas o por infranqueables barreras aduaneras, las armas no; no importa la proveniencia, circulan con una libertad jactanciosa y casi absoluta en tantas partes del mundo. Y de este modo, son las guerras las que se nutren y no las personas. En algunos casos la misma hambre se utiliza como arma de guerra. Y las víctimas se multiplican, porque el número de la gente que muere de hambre y agotamiento se añade al de los combatientes que mueren en el campo de batalla y al de tantos civiles caídos en la contienda y en los atentados. Somos plenamente conscientes de ello, pero dejamos que nuestra conciencia se anestesie y así la volvemos insensible.

De tal modo, la fuerza se convierte en nuestro único modo de actuar y el poder en el objetivo perentorio a alcanzar. Las poblaciones más débiles no sólo sufren los conflictos bélicos sino que, a su vez, ven frenados todo tipo de ayuda. Por esto urge desburocratizar todo aquello que impide que los planes de ayuda humanitaria cumplan sus objetivos. En eso ustedes tienen un papel fundamental, ya que necesitamos verdaderos héroes capaces de abrir caminos, tender puentes, agilizar trámites que pongan el acento en el rostro del que sufre. A esta meta han de ir orientadas igualmente las iniciativas de la comunidad internacional.

No es cuestión de armonizar intereses que siguen encadenados a visiones nacionales centrípetas o a egoísmos inconfesables. Más bien se trata de que los Estados miembros incrementen decisivamente su real voluntad de cooperar con estos fines. Por esta razón, qué importante sería que la voluntad política de todos los países miembros consienta e incremente decisivamente su real voluntad de cooperar con el Programa Mundial de Alimentos para que este, no solamente pueda responder a las urgencias, sino que pueda realizar proyectos sólidamente consistentes y promover programas de desarrollo a largo plazo, según las peticiones de cada uno de los gobiernos y de acuerdo a las necesidades de los pueblos.

El Programa Mundial de Alimentos con su trayectoria y actividad demuestra que es posible coordinar conocimientos científicos, decisiones técnicas y acciones prácticas con esfuerzos destinados a recabar recursos y distribuirlos ecuanimemente, es decir, respetando las exigencias de quien los recibe y la voluntad del donante. Este método, en las áreas más deprimidas y pobres, puede y debe garantizar el adecuado desarrollo de las capacidades locales y eliminar paulatinamente la dependencia exterior, a la vez que consiente reducir la pérdida de alimentos, de modo que nada se desperdicie. En una palabra, el PAM es un valioso ejemplo de cómo se puede trabajar en todo el mundo para erradicar el hambre a través de una mejor asignación de los recursos humanos y materiales, fortaleciendo la comunidad local. A este respecto, les animo a seguir adelante. No se dejen vencer por el cansancio, ni permitan que las dificultades los retraigan. Crean en lo que hacen y continúen poniendo entusiasmo en ello, que es la forma en que la semilla de la generosidad germine con fuerza.

La Iglesia Católica, fiel a su misión, quiere trabajar mancomunadamente con todas las iniciativas que luchen por salvaguardar la dignidad de las personas, especialmente de aquellas en las que están vulnerados sus derechos. Para hacer realidad esta urgente prioridad de “hambre cero”, les aseguro todo nuestro apoyo y respaldo a fin de favorecer todos los esfuerzos encaminados.

“Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber”. En estas palabras se halla una de las máximas del cristianismo. Una expresión que, más allá de los credos y de las convicciones, podría ser ofrecida como regla de oro para nuestros pueblos. Un pueblo se juega su futuro en la capacidad que tenga para asumir el hambre y la sed de sus hermanos. En esta capacidad de socorrer al hambriento y al sediento podemos medir el pulso de nuestra humanidad. Por eso, deseo que la lucha para erradicar el hambre y la sed de nuestros hermanos y con nuestros hermanos siga interpelándonos, a fin de buscar creativamente soluciones de cambio y de transformación. Que Dios Omnipotente sostenga con su bendición el trabajo de vuestras manos. Muchas gracias”.