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miércoles, 5 de abril de 2017

No quiero que mi corazón se acostumbre al amor de Dios

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En ocasiones es imprescindible dar pequeños pasos para lograr grandes cambios. Sin embargo, son escasas las veces que asumimos el riesgo de hacer cosas distintas. Vivimos acomodados en la rutina y no permitimos que nada nos sorprenda. Y eso ocurre también con nuestra vida espiritual en la que damos por hecho que todo lo que nos sucede es consecuencia de nuestros méritos y acciones y los beneficios que se obtienen son el fruto de nuestra generosidad, perseverancia, caridad, santidad y, sobre todo, de la grandeza de nuestro buen corazón.
Tengo un anhelo profundo: no quiero que mi corazón se acostumbre al amor de Dios. Convertirlo en algo rutinario. Quiero vislumbrar sus milagros cotidianos como su gran obra en mi. No deseo que pasen sin darles la relevancia debida ante la ingratitud de mi corazón creyendo torpemente que son consecuencia de los lances de la vida, hechos casuales que suceden porque sí.
Cada mañana amanece de nuevo. Cada nuevo despertar es una grata ocasión para agradecerle a Dios su gran fidelidad. Cada nuevo día es la oportunidad para dar gracias y alabar al Dios de la vida y exclamar con gozo que de nada me puedo quejar porque «todo» lo que acontece en mi vida me convierte en un privilegiado en las manos amorosas de Dios.
A Dios lo quiero contemplar en la cercanía. En la proximidad del corazón. Ansío y anhelo que mi corazón palpite de alegría y de amor y mi alma se conmueva por tanta inmerecida gratitud.
Quiero que Dios me sorprenda cada día con la gratuidad de su amor y su misericordia, que no dude en seguirle con la confianza consciente de que solo Él es capaz de transformar mi vida y obrar cada día un milagro en mí.
Ansío de verdad fijar mi mirada en Él, luz de luz, para que ilumine y guíe mis pasos indecisos y los lleve a un lugar seguro.
Anhelo que mire mi interior y pueda descubrir la verdad que anida en mi corazón, mi deseo de hacerme pequeño, porque Él es el Todopoderoso que siente predilección por los débiles y humilla a los poderosos.
No. No me quiero acostumbrar a ver a Dios desde la rutina porque cuando lo hago relativizo su amor, sus favores, sus gracias, su bondad y su misericordia y no permito que renueve en mi su obra santa.
En ocasiones es imprescindible dar pequeños pasos para lograr grandes cambios. Es la primera frase de este texto. Mi pequeño paso es permitir que Dios se manifieste en mi vida para que haga algo nuevo en ella. Dios siempre sorprende. Y sorprende porque es el Dios que hace posible lo imposible.
Tomo esta mañana el vaso de alabastro de mi vida y derramo el perfume de mi corazón para que, quebrada mi alma, sea inundada por el penetrante aroma del amor de Dios.

¡Señor, antes de crearme ya me tenías en tu pensamiento! ¡Cada vez que me pierdo, ahí estás tú para encontrarme! ¡que a la vez que caigo, me levantas! ¡Tú, Señor, eres el único que hace que mi existencia tengas verdadero sentido, tu llenas de luces la oscuridad que en ocasiones sobre escuela mi vida! ¡Todo lo mío te pertenece, señor, aunque tantas veces me cueste recordarlo! ¡Hoy quiero cantarte cánticos de alabanza para manifestar tu grandeza, tu bondad y todas tus maravillas! ¡Quiero elevar mi voz para que mis plegarias lleguen a ti y las acojas con tu corazón misericordioso! ¡Quiero que mis palabras suenen veraces porque tu sabes que muchas veces mis labios escupen palabras vacías que surgen de un corazón seco! ¡Quiero, Señor, que ocupes cada uno de los espacios de mi vida; que no olvide nunca quién eres, todo lo que haces por mí y lo mucho que me amas! ¡Haz que germinen conflictos abundantes aquellos espacios que tristemente aún permanece yermos en mi vida! ¡Hoy te quiero dar gracias por tu amor infinito, por tu misericordia abundante, por tu bondad generosa, por tu cariño desbordante, por tu paciencia así límite, por redimirme constantemente de mis caídas y de mis abandonos! ¡Señor, hoy te pido que tomes el timón de mi vida, que la hagas fecunda Y evites que me desvíes del camino! ¡ayúdame a mirar como mirarías tú, escuchar, acabarías tú, a pensar como lo harías tú, hablar como lo harías tú, a sentir como lo harías tú… amar como amas tú! ¡Revísteme de tu Espíritu, Señor, para que permitas que me despoje de esa piel tan dura que impide que me moldees cada día!
Dios está aquí, tan cierto como el aire que respiro:

miércoles, 23 de noviembre de 2016

¿Tu camino se te hace demasiado cuesta arriba? Persevera

El cansancio a veces me puede hacer desear cambiar...


Quiero aprender a perseverar en mi vida. Quiero ser capaz de perseverar hasta el final y confiar. Quiero lograrlo pero me cuesta. Perseverar en mi fe, en mi entrega. Fiel a mí mismo, a mi vocación, a lo que ha sembrado Jesús en mi alma. Fiel a mis amistades, a las personas que me confía.
Es frágil mi voluntad. Quiero aprender a seguir caminando en medio de las dificultades. Y confiar que Dios vela por mí y tiene contados todos los pelos de mi cabeza. Eso me alivia. En medio de tantas palabras de muerte y persecución es una corriente de aire fresco.
Quiero ser fiel a mi camino. Perseverar haciendo lo mismo, pero haciéndolo siempre de forma nueva. Perseverar en el camino que recorro, pero encontrando que siempre es diferente. Perseverar en mi estilo de vida, sin temer hacer siempre lo mismo. Mantenerme en fidelidad.
El cansancio a veces me puede hacer desear cambiar. Y a lo mejor no lo quiere Dios. Quiere que sea fiel, que me mantenga. Sin hacer cosas nuevas. Aunque me pueda resultar más atractivo lo nuevo, lo que nunca he hecho. Quiero aprender a ser constante en lo de siempre. A veces el deseo de cambiar es una tentación. Cambiar las cosas, cambiar de vida, cambiar de camino, de lugares, de personas.
La Madre Teresa es un reflejo de esa fidelidad que Dios me pide. Ella buscó al Dios de la consolación, más que la consolación de Dios.
Muchas veces me resisto a estar con Dios en la tribulación. Prefiero buscarlo en la paz, en el descanso a su lado, en las experiencias fuertes de Dios que me consuelan. Y me cuesta ver que está en mi hastío, en mi vida como es. En la rutina. Busco estar tranquilo sin cruz. Porque la cruz me pesa demasiado.
La Madre Teresa perseveró en la oscuridad de la fe. En el vacío de la oración. Cuando el corazón estaba seco. Ahí perseveró y se mantuvo fiel. Se dejó tocar. No había recompensa emocional. No había luz. Salió a servir a Jesús vivo en el pobre y fue fiel en la certeza de esa llamada.
Esa perseverancia es la que le dio fuerza. Dijo que era igual la adoración ante Jesús presente y la oración sirviendo en el pobre. El pobre me da poco aparentemente. Pero ahí está Cristo necesitado. Decía: “Jesús se disfraza en la eucaristía y en el pobre”.
Quiero ser fiel aunque cambien mi vida y sus circunstancias. Esa fidelidad es un don que le pido a Dios cada mañana. Perseverar sin bajarme de la cruz, sin eludir las dificultades. Perseverar en la noche. Perseverar en la cruz y en el dolor.
Pero perseverar tomándome en serio mi vida. No pasando por la vida sin comprometerme del todo. No pretendo vivir sin apegos para no ser necesitado. No, soy fiel a mí mismo, a mi corazón, a mi anhelo de raíces.