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miércoles, 17 de enero de 2018

La amabilidad del amor

CorazónEs imposible amar si uno tiene el corazón de piedra. Es imposible amar si hay aspereza en los gestos o en las palabras, en las miradas y en los sentimientos. El amor es la universidad de la amabilidad, del desinterés y de la entrega. El amor vincula a las personas, estrecha las relaciones, genera lazos de esperanza, construye ilusiones, regenera rupturas. El amor te permite ser amable y cuando uno lo llena todo de amabilidad los demás no dudan en acercarse.
Sí, el amor está revestido de amabilidad. Y esa amabilidad puede comenzar con una palabra cordial —sencilla pero cordial—al estilo de Cristo. Con un disponibilidad absoluta para con los que nos rodean, al estilo de Cristo. Siendo accesibles a las necesidades del prójimo, al estilo de Cristo. Sin quejas ni malas caras, al estilo de Cristo.
Dar testimonio no siempre es sencillo. Cuesta por los agobios personales, el cansancio, la necesidad de encontrar momentos de soledad y silencio… pero la evangelización exige cristianos amables —comprometidos pero amables—, entregados en su amabilidad para hacer más sencilla la convivencia al prójimo. Es difícil imaginar a Jesús con un sonrisa que no estuviera impregnada de dulzura, con una mirada que no fuese comprensiva, con una palabra que no fuese delicada, con un gesto que no fuese acogedor. Todo en Jesús traslucía amabilidad, bondad, consuelo, ánimo, dulzura, benevolencia y afabilidad. Incluso en aquellos momentos en que corregía a alguien lo hacía desde la óptica del respeto y la amabilidad.
Y yo, ¿me esfuerzo en ser amable con los demás? ¿Pienso más en mis circunstancias que en las del prójimo cuando respondo o actúo? ¿Qué pueden llegar a pensar de mi quienes conmigo conviven respecto a mi amabilidad y mi cortesía?
Si Cristo lo cubría todo de amabilidad y llegaba a la gente —ahí están como ejemplo las conversiones de Zaqueo y Mateo— por medio de actos concretos de generosa amabilidad, ¿por qué resulta tan difícil impregnar todas las obras de amabilidad, delicadeza y sensibilidad?
¡Señor, aleja de mi corazón todas aquellas inseguridades, miedos o temores que me impiden ser amable con los demás! ¡No permitas, Señor, crear juicios ajenos porque eso me impide ser amable con el prójimo! ¡Transforma mi corazón, Señor, con la fuerza de tu Santo Espíritu, para que la rudeza y torpeza con la que a veces actúo me haga ser más dulce, delicado, sereno y amable con los que me rodean! ¡Señor, tu me has creado para el amor, ayúdame a ser como tu! ¡Suaviza, Señor, cada uno de mis gestos, mis palabras y mis miradas con el don de la alegría, la amabilidad, la compasión y la escucha y no permitas que ni la intolerancia, ni el egoísmo, ni el desinterés, ni la severidad, ni el rigor, ni la ira, ni la dureza sean la seña de mi corazón! ¡Soy pequeño, Señor, pero por medio de tu Santo Espíritu tu puedes hacer grandes mis pensamientos, mis palabras y mis gestos! ¡Ayúdame a impregnarlo todo de amabilidad y permíteme crecer en serenidad y mansedumbre! ¡Enséñame, Señor, con la ayuda del Espíritu Santo a poner en valor todas mis acciones y hazme alguien honrado en las virtudes! ¡Concédeme la gracia, Señor, de entender que son las pequeñas cosas de la vida las que hacen grande al ser humano! ¡Que no olvide nunca tu ejemplo, Señor, y que todos mis actos estén revestidos de tu amor y tu amabilidad! ¡Que mi rostro sea siempre una imagen tuya, un rostro alegre, una sonrisa amable, unas palabras amorosas, un corazón gozoso que alegre el corazón de los demás! ¡Espíritu Santo, alma de mi alma, ilumíname, guíame, fortifícame, consuélame y dime siempre como debo actuar!
Nada me separará del amor de Dios:



martes, 6 de septiembre de 2016

La urbanidad, un deber con Dios

urbanidad
Leo hoy en la Sagrada Escritura: «por su aspecto se descubre el hombre y por su semblante el prudente. El vestir, el reír y el andar, revelan lo que hay en él». No había caído en que este código de la urbanidad esta también revelado en la Biblia pero es una manera de que cada día pueda agradar a Dios con mis actitudes.
La urbanidad es ese conjunto de reglas que nos enseña a comportarnos socialmente con decoro, con respecto y con dignidad. La urbanidad va estrechamente unida a la caridad, porque no deja de ser un retrato del amor con las personas que nos rodean. De hecho, la caridad nos muestra cómo debemos comportarnos con cortesía con el prójimo como quisiéramos que lo hicieran con nosotros mismos. Ser cortés es el acto en el que uno manifiesta atención por el otro, respeto y afecto. La urbanidad auténtica es aquella que está revestida de disposición y virtuosismo cristiano y lleva aparejada la sencillez, la amabilidad, la humildad, la abnegación y la afabilidad. Todo ello enfrenta al egoísmo, que es una de las formas de descortesía contra la persona.
Vivir la urbanidad no solamente es una cuestión de reglas de vocación sino un deber que tenemos también para con Dios, para con nuestros semejantes y para la comunidad.
¡Señor Jesús, envía tu Espíritu para que me libere de todos los miedos, temores e inseguridades que me impiden ser amable y generoso con los demás! ¡Sana, Espíritu Santo, las impresiones que tengo sobre el prójimo y que me impiden muchas veces ser generoso llamarle con él! ¡Sana, Espíritu Santo la dureza de mi corazón para que mis palabras, mis gestos, y mis actitudes muestren a los demás dulzura y amabilidad! ¡Libera, Señor, las máscaras de mi vida para expresarte mi ser más profundo, creado para darse y dar amor al prójimo! ¡Suaviza, Espíritu divino, el trato con lis que me rodean con el don de la compasión y la escucha pues son muchas las ocasiones en que me muestro intolerante con los que más quiero! ¡Libérame del rasgo de la amargura y del que me mantiene en la pasividad! ¡En tu nombre, Jesús, por la fuerza poderosa de tu Cruz obra en mi para liberarme de aquellos rencores que me impiden ser amable y cortés con los demás!
El Señor es nuestro consolador, le cantamos hoy a Jesús: