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lunes, 12 de diciembre de 2016

Imitar los gestos de Cristo

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Cada palabra, cada mirada, cada gesto, cada paso que Cristo realiza transforma las situaciones más nimias y prosaicas dotándolas de una luminosidad que nunca nadie ha conseguido dar a la trivialidad. Jesús tiene la enorme cualidad de convertir lo más sencillo en un evento revestido de una belleza mágica, llena de luz y de esperanza.
Aunque estamos en tiempo de Adviento releo la que para mí es una de las escenas más hermosas, didácticas, desbordantes, a contracorriente y extraordinariamente hermosas de sus enseñanzas. Es ese pasaje crucial de su último día en el que Cristo, arrodillado frente a cada uno de sus discípulos, ceñido con el manto de la humildad, les lava esos pies llenos de polvo; pies endurecidos y cansados por tanto trasiego de un lugar a otro siguiendo al Maestro, maltrechos por el mal estado de los caminos de Tierra Santa, doloridos por la ínfima calidad del calzado que usaban. Pies que agradecen la frescura del agua limpia y el roce suave de una toalla limpia.
Y me doy cuenta que vivo enredado en mil quehaceres cotidianos apagando fuegos por doquier y que, con frecuencia, olvido la necesidad de ceñirme una toalla limpia de entrega, servicio y fraternidad para inclinarme con humilde actitud a lavar los pies de los que me rodean. Incluso algo más profundo: colocarme en el lugar adecuado para discernir claramente quien soy y qué deber tengo para con los demás. No siempre es sencillo y fácil afrontar los avatares diarios saliendo de uno mismo para meterse en la piel del prójimo. Sí, tengo que poner más atención a lo que ocurre a mi alrededor para tratar de encontrar más pies llenos de polvo, endurecidos y cansados,  maltrechos y doloridos como pueden estar los míos.
No siempre es sencillo comprender los porqués de la voluntad de Dios, las razones de sus propósitos y «despropósitos», el sentido y el «sinsentido» de lo que Él tiene ideado para mí. Es necesario estar atento para unirme a Dios íntimamente y comprender que Él es el que nunca falla, que todo lo tiene siempre milimétricamente medido, que ofrece la respuesta adecuada, la palabra precisa para moldear en lo más profundo de mi ser el verbo «confía», que me lleva a tener paz interior, sosiego, serenidad de corazón... a encontrarme conmigo mismo en la mirada del otro.
Los gestos de Jesús debo imitarlos cada día si realmente me considero un discípulo suyo de este tiempo. Él me ha dejado infinitud de enseñanzas para que las ponga en práctica. Se trata de conseguirlo realmente para parecerme solo un poco más a Él, y ser un siervo fiel que aprenda a lavar los pies ajenos con grandes dosis de fraternidad. Pero tengo un problema: con frecuencia la toalla ceñida se me cae del cinto consecuencia de mi yo, de mi egoísmo, de mi falta de caridad, de mi falta de amor y de tantos «peros» que jalonan mi vida.

¡Señor Jesús, postrado de rodillas ante Ti te pido encarecidamente que enseñes a quererte tal y como tú me amas; hazme ver tu rostro en el rostro de las personas con las que vivo y se cruzan en mi camino; muéstrame el camino para ser buena persona y que Tú te conviertas en el centro de mi vida, vida que te entrego y pongo confiadamente en tus manos! ¡Ayúdame, Señor, a aceptar a todos los que me rodean como son y haz que mi corazón abierto tenga con ellos esos gestos de amor, de fraternidad y humildad que tú me pides como testimonio de mi ser cristiano! ¡Señor, Tú lavaste los pies de tus discípulos con un amor y una humildad que sobrecogen y además dijiste que lo hacías para que también lo hagamos unos con otros! ¡Me cuesta hacerlo, Señor, porque es un auténtico ejercicio de humildad, de servicio y de bondad! ¡Señor, Tu me muestras por este gesto a ponerme al servicio del prójimo con con mucho amor y grandes dosis de dulzura y sin distinciones de ninguna clase! ¡Tu me enseñas a ponerme espiritualmente de rodillas ante los demás, principalmente entre quienes más sufren y más necesitan del consuelo y la paz interior! ¡Ven, Espíritu Santo, Espíritu de amor, y dame tu luz para ser consciente de que el amor, para que sea verdadero amor, se tiene que concretar en obras! ¡Quedan pocos días para que nazcas en Belén, en el pesebre de mi corazón, y tengo tanto que aprender de ti! ¡Ayúdame, con la fuerza de tu Espíritu y con la fuerza de tu gracia a ser otro Cristo para los demás!
En este tercer domingo de Adviento, denominado Gaudete, nuestro corazón va palpitando de alegría. Nos acompaña la Virgen, Madre de Cristo, en esta espera gozosa y lo hacen también en nuestro corazón aquellos que amamos o nos han hecho daño. En este domingo, encendemos la vela con esta oración: "Vas a llegar pronto, Señor. Prepáranos nuestro camino porque estás cerca. Que esta luz que encendemos ilumine las tinieblas de nuestro corazón. Que no cese de brillar cada día y caliente nuestra alma. ¡Ven, Señor Jesús, y no tardes! ¡Ven pronto, Señor, a salvarnos y envuélvenos con tu luz, aliéntanos en el amor y irradia en cada uno de nosotros tu paz! Ayúdanos a ser antorcha para que brilles en nosotros y lámpara para comunicar la verdadera alegría. Amén!
Del compositor Félix Mendelsson escuchamos su motete Im Advent. Pertenece a su colección Sechs Sprüche, op. 79:

domingo, 11 de diciembre de 2016

Golpear las puertas de la Misericordia de Dios

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Como cristiano voy caminando en el camino del Adviento con el corazón abierto, tratando de prepararme para purificarme y renovarme con la ilusión de convertirlo en un pequeño pesebre donde pueda nacer Dios hecho Niño.
El Adviento es, entre otras cosas, un camino de conversión del corazón, un camino para abrir la pobreza de nuestra vida al amor redentor de ese Dios que se hace hombre y que posteriormente se entregará en la Cruz por nuestra salvación.
¿Que sería de nuestras vidas si Dios no hubiese nacido en Belén y no hubiésemos sido salvados en el madero santo? ¿Que hubiese sido de nosotros si nuestro Dios, a través de Cristo, no hubiese entregado su vida para rescatar la nuestra?
Recién terminado el Año Jubilar de la Misericordia tengo la oportunidad de ir golpeando las puertas de la misericordia del corazón amoroso de Dios que pronto llegará a mi -nuestra- vida en forma de un Niño pobre y humilde.
Golpear sin miedo las puertas de su Bondad con mis pequeñas mortificaciones, de mi oración, de mi voluntad de cambiar y, sobre todo, con la puerta abierta de mi caridad y mi servicio a los demás.
Cada vez que golpeo las puertas de la Misericordia de Dios me encuentro con ese Dios que ha golpeado primero la pequeña puerta de mi pobre corazón. Con cada llamada escucho como exclama amorosamente: «Estoy a la puerta y llamo; si escuchas mi voz abre la puerta, entraré en tu corazón y cenaré contigo».
Abro así la puerta para dejar salir el pecado, el orgullo, la soberbia, todo aquello negativo que me domina; abro la puerta para que salga del corazón lo mundano y la comodidad de la carne, y permito que entre el Señor.
¡Señor, quiero estar preparado para abrirte cuando me llames! ¡No permitas que mi alma se muestre complaciente! ¡No permitas, Señor, que me crea bueno porque trato de hacer bien las cosas, de rezar, de servir, de entregarme a los demás...! ¡Te pido, Señor, que salgas a mi encuentro, que te hagas el encontradizo, que llames a la puerta de mi corazón con insistencia! ¡No permitas, Señor, que me olvide de que Tú eres mi referente, mi todo, mi luz, mi guía! ¡Envía Tu Espíritu, Señor, para que no me muestre sordo cuando me llamas y dame la sensibilidad para escuchar los susurros del Espíritu! ¡No permitas, Señor, que mi voluntad se imponga a la tuya y que lo mundano me confunda! ¡Envía Tu  Espíritu, Señor, para que me de la inteligencia y la sabiduría para saber discernir en cada acontecimiento el brillante resplandor de tu presencia amorosa! ¡No permitas, Señor, que nada ni nadie me aparte de Ti, que la sonoridad de lo externo y las muchas excusas que pongo ahoguen tu mensaje y tu palabra! ¡Que Tu Palabra sea para mi alimento, que mis ojos no vean más que tu luz, que mi respiración no sea más que para sentirte, que mi alimento sea tu cuerpo y tu sangre! ¡Llama, Señor, a la puerta de mi corazón y, si no respondiera, siéntate en el zaguán hasta que te abra!
Además de golpear la puerta de la Misericordia de Dios es conveniente tener la lámpara encendida para estar a la espera de la llegada del Redentor. Y eso es lo que cantamos hoy:

miércoles, 7 de diciembre de 2016

¿Qué busco? ¿Quién me abre el camino?

Muchas cosas están en mis manos pero necesito algo más


Me pregunto qué es lo que busco yo cuando busco a Dios. Siempre he sido un buscador. He buscado mi camino. El tesoro por el que merece la pena venderlo todo. He mirado en mi alma. He alzado la vista al cielo. Todos buscamos algo. Todos deseamos algo más allá de lo que ya vivimos. Nuestra vida a veces es rutinaria y anhelamos más.

En este Adviento camino buscando a Dios, buscando mi verdad, anhelo más. Pienso en Jesús. Yo quiero ser bueno, manso, pacífico, como lo fue Él. Miro a Juan bautista que abre los corazones de los hombres con sus palabras. Quiero cambiar.

Sé que hay muchas cosas que puedo cambiar: “Puedo decidir cómo paso el tiempo, con quién me relaciono, con quién comparto mi vida, mi dinero, mi cuerpo y mi energía. Puedo seleccionar lo que como, leo y estudio. Puedo establecer cómo voy a reaccionar ante las circunstancias desfavorables de la vida; si voy a considerarlas maldiciones u oportunidades. Puedo elegir las palabras que uso y el tono de voz que empleo para hablar con los demás. Y, por encima de todo, puedo elegir mis pensamientos”

Muchas cosas están en mis manos. Y de ellas dependen muchas cosas más. Pero sé que necesito algo más. Tengo que volverme hacia Dios para cambiar en el fondo. Para vivir más en Dios.

Sé que Jesús amó sin condiciones a los pecadores. No pidió como premisa el cambio del corazón. Jesús amó sin medida. Se mezcló con todos.

El anuncio siempre es menos que Dios mismo. La esperanza de Juan fue superada del todo por Jesús. Pero era necesaria esa voz en el desierto. Para despertar en el alma el deseo. Para animarme a buscar más. Para salir al desierto y mirar al cielo. Para ver la propia vida en su verdad. Para aprender a pedir perdón. Para mirar el corazón y darme cuenta de cuánto necesito a Dios.

Juan me abre el camino. Me ayuda a buscar a Dios. A mirar cuánto necesito cambiar el corazón para estar con Jesús. Me anima a desear que llegue pronto y toque mi vida, cambiándola para siempre.

Te estoy esperando

Una oración para rezar en Adviento

Señor, te estoy esperando…
Con una mezcla de esperanza,
impaciencia, inquietud e ilusión,
pero a la vez teñido de un cierto miedo,
a que todo siga igual,
a que nada cambie en mi vida.
Sigo necesitando encontrarte,
descubrir dónde vives,
en qué lugares te escondes, dónde buscarte
cuando creo perderte.
Pero a la vez sé que Tú me
buscas en todo momento,
que buscas las mil y un maneras
para salir a mi encuentro.
Dame tus ojos para poder verte,
dame oídos de discípulo
para poder escucharte y seguirte.
Dame corazón de niño para seguir
admirándome de tus caminos,
de tus maneras, de tus tiempos,
de tus revelaciones…
Dame un corazón sencillo
para poder albergarte…
Tú elegiste un lugar pobre, retirado,
humilde y oscuro para nacer.
Sé que en este tiempo quieres
nacer en mi corazón.
Yo quiero ser dócil para que vayas
formándome como quieras.

lunes, 5 de diciembre de 2016

La caridad de María

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Amar al que te ha herido no es sencillo. En el amor al prójimo hay mucho de caridad. El hábito de la caridad que ha infundido Dios en nuestro corazón y en nuestra alma con el único fin de que le amemos es el que nos lleva a amar al otro. El amor auténtico al prójimo es cuando se le ama por amor a Dios porque ese prójimo es alguien creado a su imagen y semejanza y que ha sido redimido por su Hijo con su sangre en la Cruz. ¡Estremece solo de pensarlo!

En este Adviento observo a María y trato de meditar con qué caridad ama María a los hombres. La Virgen puso en práctica la caridad con todos los que se cruzó por el camino. Obviando que el amor caritativo de María nace de su comunión con el corazón de Cristo; obviando la caridad que tuvo con los más necesitados de su aldea, incluso adelantándose a sus reclamos; obviando la caridad servicial que le llevó a viajar embarazada al encuentro de su prima Isabel, episodio en la que llevando a Dios en sus entrañas lleva a Cristo a los demás; obviando el profundo amor que le llevó a implorar a Jesús que realizara su primer milagro en Caná como ejemplo de atención por los pequeños detalles que afectan al prójimo…; obviando que su caridad le llevó a excusar la huída de los apóstoles y rezar con ellos durante la espera de Pentecostés; su mayor prueba de caridad y amor hacia el ser humano fue aceptar ser la Madre del Redentor. Y con ese «Sí» se convirtió en corredentora del género humano.
La caridad de María es silenciosa, generosa, delicada, dulce, amorosa, buscando el bien ajeno, procurando que Jesús entre en la vida del otro. La caridad de María conduce directamente a Jesús. Es la máxima del «Haced lo que Él os diga».
Son numerosas las ocasiones en las que nos orgullecemos de ser caritativos con los demás por el mero hecho de no desearles ningún mal. ¡Esta es, en realidad, una caridad imperfecta! Para una caridad auténtica es imprescindible hacer al prójimo todo el bien que esté en nuestra mano; prestarle todos las ayudas que podamos; ser partícipes de sus sufrimientos y tribulaciones; ser capaces de aliviar sus penas y aflicciones; consolarlos en sus congojas; y sacrificarse por ellos cuando la circunstancia así lo exija. Pero la gran prueba de amor y caridad con el prójimo es hacer el bien al que nos daña y nos detesta. En otras palabras, amar al otro por amor a Dios. Ahora contemplo el interior de mi corazón y… ¿Y?
Y, entonces, vuelvo a María. Allí, a los pies de la Cruz. Ante el cuerpo llagado de su Hijo. En el Gólgota, María es el ejemplo de caridad sincera. Junto a los atroces torturadores de Jesús, con sus espadas y sus manos ensangrentadas con sangre inocente, con los ojos llenos de rabia y su corazón lleno de odio, María calla. Calla y ora por ellos. Implora a Dios por su conversión interior. Calla y ruega el perdón del Padre. Calla y suplica que sobre cada uno se vierta la misericordia divina.
Y vuelvo a mirar el interior de mi corazón…. y ¡Cómo salto a la primera por ese desaire, esa crítica, esa ofensa, ese desdén, ese comentario enrarecido que en realidad no tiene importancia! ¡Cuánto me cuesta perdonar el más liviano de los agravios recibidos! ¿Y soy capaz con estos mimbres de llamarme cristiano?

¡María, Madre de la Caridad, me encomiendo a Ti para que tu caridad maternal me acoja y me ayude a transformar el corazón! ¡Quiero imitar tu corazón repleto de amor y caridad, ese corazón que santificó todas tus palabras, tus pensamientos, tus gestos, tus miradas, tus acciones y tus sentimientos! ¡María, tu me enseñas que el amor auténtico y la verdadera unión con Dios nace de la conformidad con su querer! ¡Te pido, María, que tengas caridad conmigo, enséñame a rezar para que no me quede en lo superficial, en mis oraciones egoístas, sino poner todo mi corazón, todo mi ser, toda mi mente, toda mi voluntad en Dios para luego abrirme a los demás! ¡Ayúdame a ser caritativo siempre, a vivir una caridad bien ordenada, a amar a los demás por amor a Dios, a amar con caridad en la diferencia!¡Que a imitación tuya, María, mi caridad sea disponibilidad auténtica!

Del compositor francés Joseph Bodin de Boismortier escuchamos este bellísimo Motet a la Sainte Vierge de su colección Motets a voix seule, mêlés de Simphonies.¡Te lo dedicamos María!

lunes, 28 de noviembre de 2016

Hoy se enciende una llama

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Comenzamos un año litúrgico nuevo con el inicio del tiempo de Adviento, la preparación para la Navidad. Es el misterio de cómo Dios entra en nuestra historia y pasar a ser parte del compromiso con el ser humano. Un compromiso de esperanza, de vida y de salvación. Hoy nos preparamos para ese imposible que es que Dios se convierta en hombre como nosotros porque estamos todos llamados a ser un día como Dios, a participar de Él plenamente y por siempre. Este misterio comienza con este Dios que desea encarnarse en la naturaleza humana.

El tiempo de Adviento nos llama a estar preparados. A ser capaces de abrir nuestro corazón, nuestro entendimiento y nuestro amor a este Dios que se hace humanidad en nosotros.
Hasta el día de Navidad cada domingo, con el corazón abierto, realizaremos el gesto sencillo de encender las cuatro velas de la corona de Adviento, esa corona circular que nos indica que Dios siente por nosotros un amor eterno sin principio ni fin. Entre ramas verdes que simbolizan la esperanza y la vida y la unión estrecha con Dios para alcanzar la vida eterna cada una de las cuatro velas con sus respectivos colores tienen un significado profundo. Estas velas iluminan nuestra vida, nos recuerdan la oscuridad del pecado que nos aleja de Dios. Pero cada vela encendida es a su vez una luz que ilumina el mundo y anuncia la llegada próxima de ese Dios que se hace pequeño por nuestra salvación. Luz y vida para toda la humanidad porque la Navidad es la fiesta grande de la luz ya que nace Jesús, Luz del mundo.
Al encender hoy la primera vela podemos recordar a María, la primera en acoger en su interior la llamada de Dios. Es la vela del amor sincero, desprendido, generoso. Es la vela del acogimiento, del don de darse como Dios nos dio a su propio Hijo por la inmensidad de su amor infinito. Es la vela que nos invita a abrir de par en par las puertas de nuestro corazón para entregárselo todo a Dios como hizo la Virgen y para que Dios, a través del Espíritu Santo, derrame sobre nosotros la fuerza de sus dones y de su gracia. Una vela para recordar que estamos en este mundo para amar.
El segundo domingo podemos encender la vela recordando a los coros celestiales y proclamar la paz. La paz en el corazón. La paz en los gestos cotidianos. La paz en la mirada. La paz que rompe rencores y resentimientos. La paz que Dios nos deja y nos da. La paz que aplaca la desazón. La paz que nos abre a la esperanza. Esta vela de la paz es para llenar nuestro corazón de serenidad y para llevar paz allí donde los otros corazones estén llenos de dolor y turbación.
En el tercer domingo tal vez podemos encender la vela de la alegría cristiana. Esa misma alegría que sintieron los humildes pastores de Belén tras el anuncio del ángel. La vela que nos recuerda las palabras del Señor de estar alegres en la tribulación porque nuestra tristeza acabará convirtiéndose en alegría y en gozo. La Navidad es la fiesta de la alegría, la alegría de la venida de Cristo al mundo y a nuestro propio corazón.
En el cuarto domingo, antes del día de la Navidad, la vela que encendemos puede ser  la de la esperanza. Nuestro corazón anhela que Cristo nazca, que nuestro Salvador se encuentre ya en el portal de Belén. Este humilde establo es nuestro propio corazón. Y allí, pacientemente, reposará el Niño Dios. Y para ello hay que prepararse bien porque todos ponemos en Dios nuestra esperanza.
El día de Navidad me gusta encender una quinta vela colocada en el centro de la corona para recordar que Cristo es la Luz del mundo, la que ilumina mi hogar y da luz a cada uno de los miembros de la familia. Cristo ya ha llegado en este día a nuestro corazón. Ahora sólo le tengo que dejarle entrar.
¡Te doy gracias mi Dios y Señor porque esta espera ha valido la pena!

¡Señor, quiero ser luz en este tiempo de Adviento! ¡Señor, ayúdame a ser luz de confianza para acercarme más a ti que eres el amigo que nunca falla y acercarme más a los demás para no fallarles nunca!¡Ayúdame a ser luz para buscarte con el corazón y llegar también a los demás!¡Ayúdame a ser luz de alegría para contagiar al prójimo la alegría de la Navidad para que todos puedan seguir soportando sus problemas y sufrimientos con alegría! ¡Ayúdame a ser luz de amistad para que siempre alguien se pueda arrimar a mi y caminar conmigo! ¡Ayúdame a ser luz de Buena Nueva para darle  a Tu Palabra el auténtico sentido y convertir mis pequeñas acciones en un testimonio de tu Evangelio! ¡Ayúdame a ser luz de perdón para abrir mi corazón a la reconciliación y la entrega! ¡Ayúdame a ser luz de la fe para testimoniarte siempre! ¡Ayúdame a ser luz de fidelidad para recoger con mis pequeñas manos los frutos abundantes de tu amor y misericordia! ¡Ayúdame a ser luz de amor para no olvidar nunca el mandamiento primero que nos dejaste! ¡Ayúdame a ser luz de compromiso para no fallarte nunca a Ti ni a los demás! ¡Ayúdame a ser luz de oración para no perder el tiempo en cosas inútiles y hacer de mi vida un pequeño sagrario de oración porque el que no ora no sabe de amor! ¡Ayúdame a ser luz del Espíritu Santo para que Tu Espíritu, Señor, ilumine siempre mi vida y pueda irradiar también a los demás y sus dones me fortalezcan, me purifique, me renueven y me transformen!
Oración para el encendido de la primera vela de la corona de adviento: «Encendemos, Señor, esta luz, como aquél que enciende su lámpara para salir, en la noche, al encuentro del amigo que ya viene. En esta primera semana del Adviento queremos levantarnos para esperarte preparados, para recibirte con alegría. Muchas sombras nos envuelven. Muchos halagos nos adormecen. Queremos estar despiertos y vigilantes, porque tú nos traes la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor Jesús. Ven, Señor Jesús!»
Hoy se enciende una llama, cantamos en este día de Adviento:

domingo, 27 de noviembre de 2016

Por qué necesitas paciencia y esperanza para preparar la Navidad

Quiero preparar el corazón para la vida que comienza entre mis manos rotas


Tiene el Adviento mucho de espera y anhelo. Mucho de paz y sosiego. Mucho de alegría y sueños. Mucho de nostalgia y deseo. Porque todavía no tengo lo que sueño, porque todavía no alcanzo lo que persigo. Así es mi vida, incompleta, en búsqueda. Como los caminos de María y José a Ein-karem o a Belén o a Egipto.

Trae el Adviento una corriente de aire fresco al alma para que no me estanque. Para que me ponga con prontitud en camino.

Es como un despertar a una vida nueva que se me regala para que no me duerma. Una vida que comienza hoy, ahora, en el momento presente en el que digo que sí, que estoy dispuesto a recorrer mil caminos.

Es un tiempo de espera y de esperanza. De expectativas concretas. De sueños inmensos. Cuando el mundo no es como yo quisiera y la vida es más pobre de lo que yo deseo.

Necesito esa paciencia que normalmente me falta. Quiero preparar el corazón para la vida que comienza entre mis manos rotas.

Quiero prepararlo en oración, con calma, sin pausa, de rodillas. Prepararlo para que no llegue Jesús sin que yo lo sepa, cuando menos lo espere y mi alma tal vez no esté bien dispuesta.

Me gusta el Adviento lleno de luces y noches oscuras. Del calor de un hogar. Del frío de esas calles vacías. Ese frío de la espera. En medio de esa calma infinita del Niño que nace.

Una persona rezaba: “Las estrellas calmas me muestran el amplio horizonte. Y yo sigo soñando. La oración me sostiene. Ese canto callado que brota de mi alma. Y sonrío muy quedo. Apenas lo comprendo. Sólo sé que las lágrimas lavan toda mi alma. Calman mi voz cansada. Levantan mi nostalgia. Me llenan de esperanza. No sé qué tiene mi alma, que anhela el infinito”.

Anhelo el infinito. Anhelo una vida plena. La oración me sostiene. Cada día. Cada hora. Me gusta el Adviento. Quiero renovarme por dentro. Volver a comenzar. Alzar de nuevo mi mirada al infinito. Para no quedarme en lo que ahora me inquieta, en lo finito que pesa y me turba.

Tiene algo el Adviento que rompe los límites marcados por mis manos. Cuando me pongo triste, o pierdo la esperanza. Quiero mirar más lejos, más hondo. Quiero creer en esa vida eterna que le da sentido a todo lo que vivo.

Se cierran las puertas de la misericordia al comenzar este Adviento. Aún recuerdo cómo se abrían el Adviento pasado. Un año de misericordia. Se abren las puertas de mi alma cargada de misericordia. Y brota ese río de gracias que he podido tocar con mis manos.

Se me ha pegado la misericordia al alma, a la mirada. Se me ha quedado en las manos, en la piel.

Son vivencias sagradas las que han jalonado este año. Momentos de un Dios que me ama como soy, en mi indigencia. Un Dios misericordia en medio de mi nada.

Ahora comienzo el Adviento con el deseo de seguir yo siendo una puerta abierta de misericordia para tantos que buscan posada, un poco de consuelo y algo de esperanza.

Para todos los que tienen en su alma un deseo de infinito que nada lo calma. Para todos los heridos por una herida de abandono. Para los que cargan muy dentro una soledad muy honda.

Quiero que cada momento de mi vida me deje en el alma profundas vivencias de Dios. Para no olvidarme de lo importante.

Decía el padre José Kentenich: “Lo que podemos constatar, es que puede ser que la cabeza sepa muchas cosas, pero el corazón no se encuentra enraizado, no está arraigado en lo Eterno. Por eso, es un hecho que la tendencia a tener vivencias religiosas aparezca como lo más necesario, como el contrapeso que Dios espera y requiere hoy de nosotros”[1].

Necesito arraigarme más en Dios, tocar a Dios, tenerlo sostenido en mi vasija rota, para poder darlo. Tener vivencias de niño abrazado al Dios de misericordia que me abraza y sostiene.

Es cierto que no quiero acumular vivencias, pero quiero que mi vida esté marcada de encuentros profundos con Dios. No tengo que buscar grandes vivencias para sobrevivir. No hace falta.

Pero sí tengo que cuidar en mi alma las experiencias que he tenido. Para no olvidarlas. Porque son momentos sagrados en los que Dios me abraza.

No quiero olvidar este año de la misericordia. No quiero olvidar el amor que Dios me ha dado. El amor que he tocado en otros brazos que han sido conmigo misericordiosos. No quiero olvidarme de tantas veces que mis propias manos han sido fuente de misericordia para otros.

Porque es algo sagrado. Es lo que queda en el alma cuando todo ha pasado. Es el agua pegada a mi piel al acabar de pasar el torrente. Es la gracia de Dios pegada a mis huesos después de haber amado y haber sido amado. Es esa presencia permanente de Dios la que me cambia por dentro.

[1] J. Kentenich, Hacia la cima

¡Ave María, Señora del Adviento!

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Último sábado de noviembre con María en nuestro corazón. Mañana se inicia el tiempo de Adviento, en que empezamos a preparar la llegada de Cristo. Me imagino hoy cómo la Virgen debió preparar en la intimidad y en la oración, con alegría, esperanza y agitación interior el nacimiento de su Hijo. Ella es, también, una de las grandes protagonistas de este tiempo de reflexión interior porque a través de su maternidad llegamos los cristianos al nacimiento de Cristo en Belén. María, con su generoso «¡Hágase!», se une estrechamente a la unión con Cristo al que llevó en su seno virginal.
Hoy María me enseña algo hermoso, sencillo. Con su fe, con su amor, con su entrega, la Virgen me indica cuál es el camino para esperar a Jesús. A Jesús por María. Poner a Cristo siempre en el centro de mi corazón. Dar siempre mi «¡Amén!» a la voluntad del Padre. Estar siempre plenamente disponible a aceptar los planes de Dios en mi vida. Alabarle siempre. Vaciarme de mi yo y, en mi pobreza y humildad, estar cerca de los que más me necesiten. Ser siempre fiel y obediente a la Palabra de Dios y, desde ella, crecer espiritualmente y confiar. Servir desde el amor, amar desde el servicio. Ser capaz de ver a Dios en un pequeño niño. Saber contemplar a Dios en lo pequeño de las cosas. Saber vislumbrar en la necesidad del afecto y del cariño.
Deseo en este tiempo de preparación caminar junto a María. Con Ella será más fácil llegar a Jesús.

¡Señora del Adviento, hazme pronunciar su «¡Sí!» a Dios como hiciste Tu; visítame como visitaste a tu prima Isabel; hazme hacer como invitaste a los criados de las bodas de Caná; seréname como hiciste con los apóstoles en el cenáculo; acompáñame en la tribulación como hiciste con Jesús a los pies de la Cruz! ¡María, Señora del Adviento, camina junto a mi hasta el feliz día de Navidad! ¡María, Señora del Adviento, lléname de esperanza, de alegría, de fe, de caridad, de amor, de paz, de fortaleza, de humildad! ¡María, Señora del Adviento, permíteme en su momento postrarme ante el Niño Dios y arrullarlo entre mis brazos! ¡María, Señora del Adviento, mi corazón es como un pobre pesebre sucio y frío, límpialo con tu presencia; haz que en su interior brote el calor del amor y la serenidad para que se encuentre a gusto Jesús! ¡María, Señora del Adviento, haz a todos los matrimonios santos, que la fuerza de nuestro amor se irradie en la familia; danos santos matrimonios para que haya hijos santos y también santas vocaciones! ¡María, Señora del Adviento, haz que aprendamos a pedirle al Espíritu que cada palabra, cada gesto, cada pensamiento, cada mirada esté impregnada del amor de Dios! ¡María, Señora del Adviento, ayúdanos a imitación tuya a estar siempre atentos a la llamada del Padre! ¡María, Señora del Adviento, gracias por ser mi Madre!
En este último sábado mariano de noviembre escuchamos hoy el motete Ave gloriosa - Salve virgo regia, que se encuentra recogido en el folio 100v del Códice de las Huelgas.