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viernes, 14 de abril de 2017

Vivir para el prógimo

orar con el corazon abierto
Jueves Santo. Esta noche, en la celebración de la Cena del Señor, se escenificará el lavatorio de pies, el acto de servicio de Jesús que ejemplifica el mandamiento del amor: “Os doy un mandamiento nuevo; que os améis unos a otros como yo os he amado”.

Como cada año, mientras el sacerdote vierta el agua en un lebrillo y lave los pies de doce laicos, un coro parroquial clamará: «Clavados en carne y en espíritu en la Cruz de Jesucristo, afianzados en la caridad por la sangre de Cristo; amémonos los unos a los otros como Él nos ha amado».
El lavatorio es un gesto que emociona. El oficiante lavará con dulzura los pies cansados de un anciano, de una ama de casa, de un inmigrante, de una maestra, quien sabe si también de un empresario, o de un joven universitario, o de una doctora, o de un seminarista… no importa quien sean los doce que estarán sentados en el altar. En esos pies sufrientes están también las huellas de Dios invisible que nos marca el camino a seguir, con el amor y la caridad como principios básicos.
Y, terminada la ceremonia, después de besar los últimos pies, el coro entonará el Himno a la caridad que impresiona por su hondura, con una idea básica: “si no tengo caridad, no soy nada; si no tengo caridad, nada me aprovecha”.
Y las voces del coro penetrarán en nuestro corazón con las palabras del apóstol: la caridad es paciente, la caridad es amable, la caridad no es envidiosa, la caridad no es jactanciosa, no se engríe, la caridad es decorosa.
Cristo nos ha dejado un testamento y su invitación clara es que nos convirtamos en sus herederos. Pero no es una herencia material sino una invitación a poner todo lo que uno tiene y es para vivir de acuerdo con las enseñanzas del divino Maestro.
Antes de la institución de la Eucaristía Jesús lava, uno a uno, los pies desgastados y cansados de sus discípulos. Mis pies y tus pies. Este gesto resume todo lo que Cristo enseña en tres años de vida pública. Y me ayuda a considerar mi propia fe y cómo debo vivirla para serle siempre fiel. Mi fe está pensada para vivirla y practicarla firmemente, con gestos y con actitudes auténticas, desde el corazón. Aquí se fundamenta el sentido de mi existencia como cristiano. Vivir para el prójimo como servidor, con Cristo en el centro de esta escena de amor cotidiana.
¡Señor, qué día tan hermoso el de este Jueves Santo con la Última Cena, el Lavatorio de los pies, la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio y de tu oración en el Huerto de Getsemaní! ¡Me uno a Ti, Señor! ¡Nos invitas a todos a participar en la Cena en esta noche santa, en la que nos dejas tu Cuerpo y tu Sangre! ¡Concédeme la gracia de amarte, de revivir con alegría este gran don y comprometerme a servir a mi prójimo con amor! ¡Me enseñas también a servir con humildad y de corazón a los demás! ¡Me enseñas que este es el mejor camino para seguirte a Jesús y demostrarte mi fe en Ti! ¡Ayúdame a vivir esta virtud todos los días y ser un buen servidor de los demás! ¡Señor, tú me has hecho para amar y para servir porque es el mandamiento nuevo que nos has dado! ¡Concédeme, Señor, la gracia de amar sin esperar nada, de ponerme al servicio desinteresado de los demás, de no hacer distinciones! ¡Quiero, Señor, dar cabida en mi corazón a todos los que se crucen en mi camino! ¡No permitas, Señor, que nunca aparte a nadie de mi mesa! ¡Ayúdame, Señor con la gracia del Espíritu Santo, a ser generoso siempre, a dar sin calcular, a servir sin esperar recompensas y aplausos y con alegría y servicio sencillo, a devolver siempre bien por mal, a amar gratuitamente, a acercarme al que menos me gusta, a donarme con generosidad al que más me necesita! ¡Y hacerlo para recibir la recompensa que más anhelo: tenerte en lo más íntimo de mi corazón! ¡Y a Ti, Padre, quiero darte las gracias! ¡Gracias porque me siento lavado por tu amor a través de Cristo, Tu Hijo! ¡Que este sentimiento me permita salir de mi mismo, de mis sufrimientos y mis miedos, para crecer en mi vida cristiana y ser don para los que me rodean!
Hoy, Jueves Santo, día del amor fraterno para la Iglesia Católica, conmemoración de la institución de la Eucaristía, escuchamos el Tantum ergo que se canta en el momento en que se da la bendición con el Santísimo:

miércoles, 5 de abril de 2017

Los labios y los pies de Judas

orar con el corazon abierto
Me viene esta mañana una escena que recoge un momento álgido en la vida de Cristo horas antes de la Pasión. Profundamente conmovido, Jesús exclama: «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar». Uno se imagina la perplejidad de los apóstoles allí reunidos ante estas palabras en cierto modo enigmáticas. A continuación, mojó el pan y se lo dio a Judas. Y, este, con los pies limpios pues Cristo se había humillado ante él como signo de servicio, salió para rematar esa traición que bullía desde hace tiempo en su corazón.

Nos acordamos de los labios de Judas porque es a través de la palabra como vende al Señor. Son sus labios los que le besan y desatan su detención. Son sus palabras postreras las que tratan de deshacer el daño causado ante el Sanedrín. Los labios de Judas me provocan desconcierto, desazón e incomodidad porque ponen en evidencia que mis labios también besan de manera infame y pronuncian palabras que hieren y traicionan a los demás.
Pero olvido con frecuencia los pies de Judas. Esos pies cansados de tanto caminar acompañando al Señor en jornadas extenuantes por Palestina pero que Cristo lavó con la misma ternura y amor que hizo con Pedro y el resto de los discípulos. Los mismos pies que, de manera delicada y amorosa, Cristo secó con el paño de la amistad, de la humildad y de la servidumbre. Esos pies de Judas, tocados con delicadeza por Jesús, los contemplo como un símbolo extraordinario de redención, ese lavar las manchas del pecado que uno experimenta cuando camina por el mundo y que necesita con tanta frecuencia una limpieza general. Es una limpieza de salvación, purificación y redención.
Mientras le lavaba los pies a Judas el Señor sabía cuál iba a ser el destino de su discípulo. Y como siempre en Él respetó su libertad. Es el misterio impresionante de la libertad del hombre. Mientras le secaba los pies, Cristo aceptaba lo sucio y lo desagradable de Judas pero, en su infinita misericordia, perdonaba la elección equivocada de aquel discípulo al que tanto amaba.
Se que Cristo también me lava los pies en la figura de los apóstoles. Y me deja actuar con plena libertad. Pero también borra mis pecados desde el trono de la Cruz y me ofrece su Espíritu, para que viva en mí a través del lavamiento del agua por la palabra, para caminar hacia la santidad. Y este lavatorio es continuo porque continua es también mi necesidad de vivir limpio de toda mancha de pecado. Salvación o perdición. Mientras sientes como Cristo te lava los pies tu interior ha de ir tomando su propia decisión.

¡Señor, lávame los pies para caminar siempre puro y limpio y ser digno de Ti! ¡Señor, Judas te traicionó y es el símbolo viviente de quien errando le mantienes tu amor incondicional! ¡Señor, que aprenda a que cuando me lavas los pies y me los secas con profundo amor y misericordia sepa revisar mi vida, mis comportamientos, mis actitudes respecto a los demás para no llevar mi vida hacia el mal y hacia la senda equivocada! ¡Ayúdame, Señor, con los pies limpios a caminar hacia la santidad, sin pisotear los sentimientos ajenos, sin llenarme de egoísmo y de soberbia, actuando con gratitud, apelando a la ternura, sin utilizar la palabra para dañar, sin desviarme del sendero correcto, sin romper las amistades, sin resquebrajar las confianzas con el prójimo! ¡Señor, cuando derrames sobre mis pies el agua tibia de tu misericordia, ayúdame a orar siempre con el corazón abierto hacia Ti para acoger tu amor y saberlo darlo a los demás y mientras secas mis pies cansados que mi corazón experimente un profundo arrepentimiento por tantas traiciones que cometo contra tí y contra los demás! ¡Salvación o perdición: Señor opto por la primera opción pero envía tu Espíritu para hacerme más fácil mi camino de cruz!
Lava mis pies, es la canción que propongo hoy para acompañar esta meditación:

lunes, 12 de diciembre de 2016

Imitar los gestos de Cristo

orar-con-el-corazon-abierto
Cada palabra, cada mirada, cada gesto, cada paso que Cristo realiza transforma las situaciones más nimias y prosaicas dotándolas de una luminosidad que nunca nadie ha conseguido dar a la trivialidad. Jesús tiene la enorme cualidad de convertir lo más sencillo en un evento revestido de una belleza mágica, llena de luz y de esperanza.
Aunque estamos en tiempo de Adviento releo la que para mí es una de las escenas más hermosas, didácticas, desbordantes, a contracorriente y extraordinariamente hermosas de sus enseñanzas. Es ese pasaje crucial de su último día en el que Cristo, arrodillado frente a cada uno de sus discípulos, ceñido con el manto de la humildad, les lava esos pies llenos de polvo; pies endurecidos y cansados por tanto trasiego de un lugar a otro siguiendo al Maestro, maltrechos por el mal estado de los caminos de Tierra Santa, doloridos por la ínfima calidad del calzado que usaban. Pies que agradecen la frescura del agua limpia y el roce suave de una toalla limpia.
Y me doy cuenta que vivo enredado en mil quehaceres cotidianos apagando fuegos por doquier y que, con frecuencia, olvido la necesidad de ceñirme una toalla limpia de entrega, servicio y fraternidad para inclinarme con humilde actitud a lavar los pies de los que me rodean. Incluso algo más profundo: colocarme en el lugar adecuado para discernir claramente quien soy y qué deber tengo para con los demás. No siempre es sencillo y fácil afrontar los avatares diarios saliendo de uno mismo para meterse en la piel del prójimo. Sí, tengo que poner más atención a lo que ocurre a mi alrededor para tratar de encontrar más pies llenos de polvo, endurecidos y cansados,  maltrechos y doloridos como pueden estar los míos.
No siempre es sencillo comprender los porqués de la voluntad de Dios, las razones de sus propósitos y «despropósitos», el sentido y el «sinsentido» de lo que Él tiene ideado para mí. Es necesario estar atento para unirme a Dios íntimamente y comprender que Él es el que nunca falla, que todo lo tiene siempre milimétricamente medido, que ofrece la respuesta adecuada, la palabra precisa para moldear en lo más profundo de mi ser el verbo «confía», que me lleva a tener paz interior, sosiego, serenidad de corazón... a encontrarme conmigo mismo en la mirada del otro.
Los gestos de Jesús debo imitarlos cada día si realmente me considero un discípulo suyo de este tiempo. Él me ha dejado infinitud de enseñanzas para que las ponga en práctica. Se trata de conseguirlo realmente para parecerme solo un poco más a Él, y ser un siervo fiel que aprenda a lavar los pies ajenos con grandes dosis de fraternidad. Pero tengo un problema: con frecuencia la toalla ceñida se me cae del cinto consecuencia de mi yo, de mi egoísmo, de mi falta de caridad, de mi falta de amor y de tantos «peros» que jalonan mi vida.

¡Señor Jesús, postrado de rodillas ante Ti te pido encarecidamente que enseñes a quererte tal y como tú me amas; hazme ver tu rostro en el rostro de las personas con las que vivo y se cruzan en mi camino; muéstrame el camino para ser buena persona y que Tú te conviertas en el centro de mi vida, vida que te entrego y pongo confiadamente en tus manos! ¡Ayúdame, Señor, a aceptar a todos los que me rodean como son y haz que mi corazón abierto tenga con ellos esos gestos de amor, de fraternidad y humildad que tú me pides como testimonio de mi ser cristiano! ¡Señor, Tú lavaste los pies de tus discípulos con un amor y una humildad que sobrecogen y además dijiste que lo hacías para que también lo hagamos unos con otros! ¡Me cuesta hacerlo, Señor, porque es un auténtico ejercicio de humildad, de servicio y de bondad! ¡Señor, Tu me muestras por este gesto a ponerme al servicio del prójimo con con mucho amor y grandes dosis de dulzura y sin distinciones de ninguna clase! ¡Tu me enseñas a ponerme espiritualmente de rodillas ante los demás, principalmente entre quienes más sufren y más necesitan del consuelo y la paz interior! ¡Ven, Espíritu Santo, Espíritu de amor, y dame tu luz para ser consciente de que el amor, para que sea verdadero amor, se tiene que concretar en obras! ¡Quedan pocos días para que nazcas en Belén, en el pesebre de mi corazón, y tengo tanto que aprender de ti! ¡Ayúdame, con la fuerza de tu Espíritu y con la fuerza de tu gracia a ser otro Cristo para los demás!
En este tercer domingo de Adviento, denominado Gaudete, nuestro corazón va palpitando de alegría. Nos acompaña la Virgen, Madre de Cristo, en esta espera gozosa y lo hacen también en nuestro corazón aquellos que amamos o nos han hecho daño. En este domingo, encendemos la vela con esta oración: "Vas a llegar pronto, Señor. Prepáranos nuestro camino porque estás cerca. Que esta luz que encendemos ilumine las tinieblas de nuestro corazón. Que no cese de brillar cada día y caliente nuestra alma. ¡Ven, Señor Jesús, y no tardes! ¡Ven pronto, Señor, a salvarnos y envuélvenos con tu luz, aliéntanos en el amor y irradia en cada uno de nosotros tu paz! Ayúdanos a ser antorcha para que brilles en nosotros y lámpara para comunicar la verdadera alegría. Amén!
Del compositor Félix Mendelsson escuchamos su motete Im Advent. Pertenece a su colección Sechs Sprüche, op. 79: