Entrada destacada

ADORACIÓN EUCARÍSTICA ONLINE 24 HORAS

Aquí tienes al Señor expuesto las 24 horas del día en vivo. Si estás enfermo y no puedes desplazarte a una parroquia en la que se exponga el...

Mostrando entradas con la etiqueta traición a Jesús. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta traición a Jesús. Mostrar todas las entradas

jueves, 13 de abril de 2017

En mi Getsemani

El domingo Jesús entró en Jerusalén montado en un humilde pollino. Hoy ya sabe lo que le aguarda entre enemigos llenos de odio que llevan días, desde la resurrección de Lázaro, con ansias por prenderle. Uno del grupo íntimo, teórico amigo, está presto a venderlo por treinta monedas de oro mancillado por esa tibieza que tiene su culmen en el beso de la traición. Los tres discípulos escogidos para acompañarle duermen incapaces de orar en esa noche larga, triste y oscura, la más dolorosa de la vida de Jesús. Los vítores del domingo han quedado atrás. Solo se «escucha» el silencio desgarrador de Getsemaní, en medio de la tiniebla. Caído de rodillas y sudando sangre, tal es el dolor, ruega en su oración al Padre que pase de Él este cáliz. Queda pocas horas para la entrega, para la llegada de esos soldados al que el impetuoso Pedro hará frente y cortará a Malco su oreja. Poco tiempo para poner su mano sobre la herida abierta y sanarla. Tiempo para cruzar su mirada con Pedro, elegido roca que sustente la Iglesia, y que aun así le negará tres veces antes de que cante el gallo y saldrá corriendo a llorar amargamente consciente de su abandono. Quedan por delante acusaciones falsas, conspiración del Sanedrín, un juicio injusto, manos que se lavan exculpándose de un crimen y un malhechor beneficiado por tanta mentira orquestada en su contra. Y eso no es todo. Insultos, golpes, escupitajos, azotes, una corona tejida de espinas sobre la cabeza, largos y terribles clavos, reparto infame de sus vestiduras, una esponja empapada en vinagre, burlas de los presentes al verlo prendido en la Cruz, un ladrón cuestionándole su divinidad, una lanza penetrada en el costado y la muerte en Cruz. ¡Impresionante testimonio de amor!

¡Qué soledad la del Señor desde Getsemaní! ¡Qué triste comprender como sentiría la soledad humana, el abandono, el sufrimiento, el miedo, la amargura! ¡Qué tristeza entender como tuvo que vivir la angustia a solas con el Padre, sin la presencia de los seres humanos por Él creados! ¡Que desazón ver que no hubo nadie capaz de dar consuelo y sanar aquel corazón herido que a tantos dio la vida, la esperanza, la vista, que había saciado tantos estómagos, que tantas lecciones de amor había ofrecido! ¡Y allí está, enfrentado a su muerte en Cruz rodeado de soledad!
En ese huerto repleto de olivos su oración es de súplica. El Espíritu de Dios le cubre. Tiene que ser profundamente desgarrador sentir el peso del pecado caer sobre tu corazón. ¡Pero cuanto amor hay en este Cristo, amor de los amores! ¡Cuanto amor por el ser humano para hacer la voluntad del padre y derramar su sangre para dar nueva vida al mundo. Cristo, el Rey de Reyes, el INRI de lo alto de la cruz, el médico de cuerpos y almas, el maestro divino, dijo «hágase» como su Madre. Y ese «Sí» salvó a la humanidad entera.
Ayer miércoles santo entiendo que debo hacer siempre como Jesús. Aceptar la voluntad del Padre. Permanecer en mi Getsemaní particular despierto, atento; soy conocedor de que se trata de un lugar donde impera el dolor, la turbación, la angustia... pero también es ese espacio en el que, ante la incertidumbre que conlleva el sufrimiento, puedes tomar las decisiones más acertadas. Allí, en el silencio, oras y velas esperando la respuesta del Padre responda. Allí Dios escucha atento, lee el corazón suplicante, asume tu soledad y tu fragilidad humana, tus angustias y temores, y exhala con la fuerza del Espíritu una brisa fresca y una fragancia de vida que llena de rocío esa aridez bendecida por Él.

Hoy no surge de mis labios oración alguna. Me siento incapaz de hacerlo. Prefiero mantenerme en silencio consciente de que estoy entre los que le abandonaron y me dormí en Getsemaní. Solo puedo musitar compungido: ¡Perdón, Señor, perdón; no tengas en cuenta mis abandonos ni mis faltas! ¡Comparto tanto tu tristeza como tu soledad y mi total adhesión a la voluntad de Dios!
En mi Getsemaní, cantamos en oración en este miércoles santo tan cercano a la Pasión del Señor:

miércoles, 5 de abril de 2017

Los labios y los pies de Judas

orar con el corazon abierto
Me viene esta mañana una escena que recoge un momento álgido en la vida de Cristo horas antes de la Pasión. Profundamente conmovido, Jesús exclama: «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar». Uno se imagina la perplejidad de los apóstoles allí reunidos ante estas palabras en cierto modo enigmáticas. A continuación, mojó el pan y se lo dio a Judas. Y, este, con los pies limpios pues Cristo se había humillado ante él como signo de servicio, salió para rematar esa traición que bullía desde hace tiempo en su corazón.

Nos acordamos de los labios de Judas porque es a través de la palabra como vende al Señor. Son sus labios los que le besan y desatan su detención. Son sus palabras postreras las que tratan de deshacer el daño causado ante el Sanedrín. Los labios de Judas me provocan desconcierto, desazón e incomodidad porque ponen en evidencia que mis labios también besan de manera infame y pronuncian palabras que hieren y traicionan a los demás.
Pero olvido con frecuencia los pies de Judas. Esos pies cansados de tanto caminar acompañando al Señor en jornadas extenuantes por Palestina pero que Cristo lavó con la misma ternura y amor que hizo con Pedro y el resto de los discípulos. Los mismos pies que, de manera delicada y amorosa, Cristo secó con el paño de la amistad, de la humildad y de la servidumbre. Esos pies de Judas, tocados con delicadeza por Jesús, los contemplo como un símbolo extraordinario de redención, ese lavar las manchas del pecado que uno experimenta cuando camina por el mundo y que necesita con tanta frecuencia una limpieza general. Es una limpieza de salvación, purificación y redención.
Mientras le lavaba los pies a Judas el Señor sabía cuál iba a ser el destino de su discípulo. Y como siempre en Él respetó su libertad. Es el misterio impresionante de la libertad del hombre. Mientras le secaba los pies, Cristo aceptaba lo sucio y lo desagradable de Judas pero, en su infinita misericordia, perdonaba la elección equivocada de aquel discípulo al que tanto amaba.
Se que Cristo también me lava los pies en la figura de los apóstoles. Y me deja actuar con plena libertad. Pero también borra mis pecados desde el trono de la Cruz y me ofrece su Espíritu, para que viva en mí a través del lavamiento del agua por la palabra, para caminar hacia la santidad. Y este lavatorio es continuo porque continua es también mi necesidad de vivir limpio de toda mancha de pecado. Salvación o perdición. Mientras sientes como Cristo te lava los pies tu interior ha de ir tomando su propia decisión.

¡Señor, lávame los pies para caminar siempre puro y limpio y ser digno de Ti! ¡Señor, Judas te traicionó y es el símbolo viviente de quien errando le mantienes tu amor incondicional! ¡Señor, que aprenda a que cuando me lavas los pies y me los secas con profundo amor y misericordia sepa revisar mi vida, mis comportamientos, mis actitudes respecto a los demás para no llevar mi vida hacia el mal y hacia la senda equivocada! ¡Ayúdame, Señor, con los pies limpios a caminar hacia la santidad, sin pisotear los sentimientos ajenos, sin llenarme de egoísmo y de soberbia, actuando con gratitud, apelando a la ternura, sin utilizar la palabra para dañar, sin desviarme del sendero correcto, sin romper las amistades, sin resquebrajar las confianzas con el prójimo! ¡Señor, cuando derrames sobre mis pies el agua tibia de tu misericordia, ayúdame a orar siempre con el corazón abierto hacia Ti para acoger tu amor y saberlo darlo a los demás y mientras secas mis pies cansados que mi corazón experimente un profundo arrepentimiento por tantas traiciones que cometo contra tí y contra los demás! ¡Salvación o perdición: Señor opto por la primera opción pero envía tu Espíritu para hacerme más fácil mi camino de cruz!
Lava mis pies, es la canción que propongo hoy para acompañar esta meditación:

jueves, 23 de marzo de 2017

No hay lugar más elevado que estar a los pies de la Cruz

orar-con-el-corazon-abierto
El lunes, al finalizar la misa, una pareja joven se pone de rodillas ante un crucifijo  situado en una capilla lateral. Ella se acerca a los pies llagados de Jesús y los besa amorosamente. Luego lo hace él y juntos musitan una oración que deseo hacer mía porque, aunque no los escucho, observo su ferviente devoción al Cristo crucificado. Hay abrazos y besos que tienen un gran poder de sanación, de curar heridas, de ahuyentar desasosiegos, de calmar pesares, de aminorar desesperanzas… hoy lo he sentido en estos dos jóvenes.
El amor auténtico puede vestirse de innumerables maneras; en ocasiones es una mano apoyada en el hombro, un abrazo cálido, una sonrisa cómplice, una palabra que llega al alma, un beso sencillo... Pero no siempre todas estás formas están teñidas de autenticidad.
El ejemplo clave es ese beso crucial en la historia de la humanidad que se dio en una mejilla. Un beso que marcó la historia de la Salvación. Es el beso de una traición, un beso repleto de falsedad, de rencor, producto de la avidez, de la hipocresía... es el beso trágico que entregó a Cristo para ser condenado a la muerte en la Cruz. Juzgamos con pesar tan traicionero beso. Lo juzgamos como juzgamos tantas cosas en nuestra vida, sólo sabemos ver como aquel beso mancilló una amistad que se sustentaba en el amor fraterno. La deslealtad de Judas, en la oscuridad de la noche, ha quedado grabada en la impronta de la historia y en la de los propios corazones de los cristianos. Convirtió la belleza de un gesto repleto de hermosura en uno de los actos más despreciables que ha conocido el género humano.
El beso es como un diálogo que transmite amor, ternura, compromiso, afecto, búsqueda, cariño, complicidad... Judas, en su sinsentido, le puso el sello de la traición y la deslealtad. Y eso nos ocurre muchas veces a todos. De manera consciente o inconsciente también nosotros dejamos la impronta del amor «aparente» cuando, en realidad, en lo más profundo de nuestro corazón los sentimientos que anidan son otros generando dolor, tristeza, insatisfacción o amargura en el receptor.
Tras aquel beso trágico hay una enseñanza. Nadie puede dar lo que no tiene. Y en el caso del amor uno solo puede dar amor si está lleno de él. Quien no tiene amor verdadero, tampoco puede donar un amor auténtico.
En este día mi sentimiento es muy intenso. Te ves reflejado en algunos actos de tu vida en el beso de Judas, pero también en la devoción ardiente de estos dos jóvenes que colman de besos amorosos los pies de Cristo, como hizo aquella mujer pecadora del Evangelio. Hoy me pongo a los pies del Señor y trato de besarle sus pies llegados con devoción manifestándole lo mucho que necesito de su gracia, de su amor, de su perdón y de su misericordia. No hay lugar más elevado que postrarse a los pies de la Cruz.

¡Señor, hazme dócil siempre a la bondad y las buenas intenciones de corazón! ¡No permitas, Señor, que utilice tu amor en mi contra! ¡No permites que te bese como hizo Judas, Señor, porque soy tu amigo, te quiero y te necesito! ¡Señor, el beso de Judas fue intencionado y meditado, apoyado en su propia seguridad! ¡Señor, ¿cuántas veces me apoyo en mis propios medios y no pierdo la confianza en que Tú me sostienes?! ¡Señor, al igual que Judas yo nunca estoy dejado de tu mano, más al contrario hasta el último suspiro luchaste para acercarlo a tu corazón con los lazos de tu amor infinito! ¡Perdón, Señor, porque cada vez que peco te estoy besando como Judas; cada vez que trato de hacer mi propia voluntad, te beso como Judas; cada vez que no doy amor a mis semejantes te estoy te beso como Judas! ¡Señor, te beso los pies derramando mis lágrimas, me rindo ante Ti que eres el único que puede perdonar mis pecados! ¡Me postro ante Ti, Señor, con toda mi humildad y mi pequeñez para reconocerte mi pobre condición y mi gran necesidad de Ti! ¡Envíame la gracia de tu honra, Señor, que no merezco¡ ¡Hay algo, Señor, que te quiero agradecer: cuando más comprendo tu perdón, tu amor y tu misericordia más grande es el amor que siento por Ti! ¡Gracias, Señor, porque hoy me invitas a mirar hacia adelante, a vivir de la esperanza en Ti, a hacer grande mi pequeña vida, a renovar mi amor por Ti, a mirarme menos a mi mismo y a aprender a confiar más en Ti que me amas con amor eterno! ¡Que mi amor por Ti, Señor, tenga siempre la frescura del primer amor!
Hoy le cantamos al Señor esto tan bello de «A tus pies arde mi corazón/ A tus Pies entrego lo que soy / Es el lugar de mi seguridad»