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viernes, 9 de febrero de 2018

La actitud del más, y más y más

Desde DiosCon relativa frecuencia uno piensa que su vida de creyente se reduce a un sucesión de buenas obras, gestos hermosos hacia los demás, actitudes de buen samaritano; uno siente que debe ser más caritativo, más entregado, más generoso, más cordial y amable, más atento con el prójimo. Es la actitud del más, y más y más. Y con esto te quedas henchido de satisfacción. Tu orgullo interior se infla… corriendo el riesgo de satisfacer el ego de la falsa autosatisfacción.
¡Qué hermoso entonces es recordar la parábola del viñador: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que yo os anuncié. Permaneced en mí, como yo permanezco en vosotros. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco vosotros, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada podéis hacer». La he releído hoy. Va bien recordarlo de vez en cuando para profundizarla en el corazón. Al compararse con un viñedo, Dios es como ese enólogo minucioso y sensible que cuida de sus viñedos y nosotros somos las ramas que tienen que ser cuidadas. Jesús nos ofrece otro punto de vista. No todo depende de mis esfuerzos: es el enólogo que poda y corta las ramas del sarmiento. De mi parte corresponde permanecer firmemente unido a la vid y permitir que la savia fluya en mi interior. El objetivo es "conectar" con el Dios de amor que Cristo anuncia, para abrir todos los poros de mi vida a su Espíritu, a su acción vivificadora que transforma desde lo más íntimo de mi propio ser.
Esto es lo que nos hace dar fruto: la oración, la meditación, la palabra que surge de este Evangelio que siempre nos lleva de nuevo a lo que es importante en la vida, de nuestra vida en la que el Evangelio te permite distinguir y restar lo que, en cada uno, está muerto, estéril o es superfluo. Así podado, devuelto a lo básico y esencial, uno puede crecer un poco más porque el deseo es verse liberado; sentir la sed de volverse profunda y humanamente vivificado, con la energía interior movilizada para buscar ardientemente la plenitud de la comunión con los demás y sentir en el corazón la intensidad del amor verdadera. Y, entonces sí, las buenas obras tienen un significado de autenticidad porque están impregnadas del amor de Dios, de la esencia de Cristo, de la fuerza del Espíritu. No son obras humanas, son obras bendecidas desde la plenitud del amor.
¡Padre, tu eres el viñador que cuida de mi sarmiento interior! ¡Tú eres el que se ocupa de cuidar de mí; por medio de tu Santo Espíritu ayúdame a comprender todo lo que tengo que ir podando interiormente para unirme espiritual y humanamente a la vid que tanto amas que es Cristo, tu Hijo! ¡Ayúdame a que la poda sea limpia y auténtica para poder vivir en gracia, en amor y en plenitud con Jesús y ser testigo suyo en el mundo, misionero de su Palabra y testimonio de su amor! ¡Señor, quiero dar fruto pero para ello debo ser un sarmiento sano que viva siempre en unión plena contigo! ¡Dame, Señor, por medio de tu Santo Espíritu un corazón vivo, alegre, lleno de esperanza, proclive al amor y a la gratitud, un corazón lleno de fuerza y abierto al bien! ¡Que los frutos que sea capaz de dar, Señor, sean verdaderas obras cristianas! ¡Ayúdame, Señor, por medio de tu Santo Espíritu a dar frutos abundantes! ¡Ayúdame a permanecer siempre en Ti, ser fiel a la elección que hago por Ti! ¡Para ello necesito de la gracia de tu misericordia, de tu amor y de tu perdón! ¡Que cada paso de mi vida esté impregnado del amor, de un amor que no decaiga nunca, que sea capaz de resistir a las tentaciones del abandono y a las dificultades que se presentan en la vida, que se fortalezca con la unión contigo! ¡Señor quiero ser savia nueva aferrada a la vid que eres Tú, Señor, que siempre me acompañas por el camino de la vida!
El viñador, cantamos hoy para acompañar la meditación:


domingo, 26 de marzo de 2017

Me he propuesto ser muy egoísta

orar-con-el-corazon-abierto
Una gran variedad de pecados los cometemos por puro egoísmo y por una ausencia de visión sobrenatural. El egoísmo es un pecado capital, grave por tanto, porque nos lleva a amarnos más de lo que debemos amar a Dios. Y, aún así, hoy me he propuesto ser profundamente egoísta. Muy egoísta. Y aunque el egoísmo se enfrenta al verdadero amor, y me invita a salir de mi mismo para darme a los demás haciéndome uno con ellos, aún así no desisto de mi idea de ser egoísta.
¿Y para qué y por qué quiero ser una persona egoísta? Simple y llanamente para convertirme en alguien mucho mejor. Quiero convertirme en un «egoísta del bien», invertir en mí lo máximo que pueda, porque quiero mejorar como ser humano; porque anhelo vivir y crecer en virtud; porque quiero amar más; servir con más generosidad; santificar mejor mi trabajo; ser más auténtico con mi manera de pensar, hablar y actuar; convertirme en mejor esposo, mejor padre, mejor amigo, mejor compañero de trabajo; ser más fiel a mis principios y valores cristianos; ser más firme en mis creencias para que no se conviertan en veletas que se mueve en función del ambiente en el que me encuentro; ser siempre leal a las personas y a los compromisos adquiridos; estar más preocupado por las necesidades de los demás que de las mías; ser fiel cumplidor de las normas sociales...
Quiero ser egoísta para buscar mi bien desde el corazón, para acoger en él el amor de Dios y darlo a los demás pero sin buscar ventajas sino por mero amor. Quiero invertir en mí todos los recursos de la vida cristiana porque así mi ser estará acorde con la imagen y semejanza de Dios que me corresponde por ser hijo suyo. Quiero ser egoísta para dejarme acariciar por su ternura y sabiduría y cantar así un cántico nuevo; cantar con alegría que el Señor me ha transformado en alguien diferente con la fuerza de su Espíritu.
¿Egoísta? Sí, porque invirtiendo en mí en el camino de la virtud seguro que lograré una gran transformación interior, creceré humana y espiritualmente y mejoraré como cristiano que lleva la impronta de Cristo en su corazón.

¡Señor, concédeme la gracia de ser un cristiano comprometido, consciente, que siempre busque la verdad y el amor, que sea capaz de conocer cuáles son mis limitaciones y mis defectos, que sea valiente defendiendo los valores cristianos y la verdad, que no me hunda ante las dificultades y los problemas, que sea siempre humilde y sencillo, que sea capaz de descubrir siempre tu voluntad en mi vida, que sepa llevar la cruz con entereza y con amor, que convierta mi vida en un dar y no en un recibir! ¡Con tu ayuda, Señor, y con la fuerza del Espíritu Santo sé que será más sencillo conseguirlo! ¡Cuando se me presente la prueba y el dolor en mi vida, Señor, que lo vea siempre como un acto de amor hacia mi y no como un castigo! ¡Concédeme la gracia de verlo como una oportunidad de crecer y caminar más estrechamente unido a Ti y poder demostrarte lo mucho que te amo, la profundidad de mi amor hacia Ti, como una manera de testimoniar de verdad la fe que profeso! ¡Te pido la gracia de la fortaleza, de la sabiduría, de la serenidad, de la fe para madurar como persona y como cristiano, para ser consciente de mi yo, de las cosas que debo cambiar, para ser siempre más comprensivo con las personas que me rodean, para no juzgar, para ser siempre más humano y amable, más misericordioso y condescendiente! ¡Ayúdame a crecer para hacer siempre el bien, para transformar todas aquellas cosas que en mi vida deben ser cambiadas y para que en lo más profundo de mi corazón estés siempre Tu!
Todos valemos lo mismo a los ojos de Dios, cantamos hoy acompañando esta meditación:

martes, 15 de noviembre de 2016

Un alma privilegiada

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El encuentro con personas de otras culturas y otras razas es un aprendizaje para el hombre; a mi, personalmente, me ayuda mucho a comprender lo que anida en el corazón de las personas, en las gentes de otras culturas y de otras religiones que ven las cosas con miradas diferentes a las mías.
Un sentimiento profundo llena hoy mi corazón por la experiencia vivida en la jornada de ayer, en el encuentro con hombres y mujeres de una empresa africana con la que estoy colaborando. La mayoría de ellos jóvenes profesionales, bien preparados, con rostros alegres, decididos a colaborar y aprender, predispuestos a echar siempre una mano, fieles musulmanes… pero con una mentalidad muy diferente a la mía.
Por la noche, en el examen de conciencia, doy gracias a Dios por las innumerables gracias que me ha concedido, por la fe cristiana, por la educación que he recibido, por los dones que me ha dado… Pero sobre todo porque me ha permitido nacer en la familia en la que nací, porque he podido crear mi propia familia, con mis ideales y mis principios, porque tengo una parroquia que me acoge, un ambiente que tiene una fe inquebrantable pero... pero podría haber nacido en un ambiente sin ideales, en un lugar donde la fe brillara por su ausencia, con una infancia sin padres o con muchas dificultades, o vivir hundido en la desesperación, o haber caído en el vicio de las drogas, el sexo o el alcohol, o haberme convertido en un hombre sin esperanza, corrompido por la desgracia de la rebeldía...
Pero no. No ha sido así porque Dios así lo ha querido, y esto es motivo de dar gracias... no tengo derecho a quejarme por muchas dificultades que jalonen mi vida. Nunca. Y como quiero ser un apóstol de la dicha cristiana Dios me exigirá. Me exigirá mucho. Y me rendirá cuentas. Y el día que tenga que postrarme ante su presencia, me dirá con el corazón misericordioso: «Tú, hijo mío, amado, has sido un alma privilegiada: ¿qué has hecho en este mundo por mí y por los demás? ¿Cuánto has amado?»
¿Qué le podré responder al Padre que tan generosamente me ha dado los instrumentos para hacer el bien?

¡Señor, soy consciente de que pese a los problemas y los sufrimientos que embargan mi vida —y que tú perfectamente conoces— soy un alma privilegiada porque tú me amas con un corazón misericordioso y soy consciente de ello! ¡Te pido, Señor, que me ayudes a ser sembrador que ponga semillas de fe, de amor y esperanza en las almas de las personas que me rodean! ¡Señor, te pido que me ayudes a ser un trabajador fecundo que pueda labrar en aquellos campos que tú has fecundado con tu presencia! ¡Señor, ayúdame a ser un apóstol de la misericordia y ser ejemplo vivo con mi testimonio cristiano! ¡Para eso, Señor, envía tu Espíritu con el fin de que transforme por completo mi corazón y mi vida! ¡Señor, tú conoces mis padecimientos, mis debilidades y mis temores pero también sabes de mi dicha cristiana por eso te pido que me ayudes a enjuagar todas aquellas lágrimas de los que sufren a mi lado! ¡Señor, envía tu Espíritu para que me de fuerza y valor cada día; basta un soplo imperceptible, una palabra, un gesto para enderezar esta planta torcida! ¡Señor, ayúdame a no tener miedo al sufrimiento, a que la cobardía no invada mi vida y en los momentos de dificultad sepa vivir siempre en la confianza en ti! ¡Pero sobre todo, Señor, te doy gracias por las muestras de tu amor, por todo lo que me has dado, por lo que me das, y por lo que me darás que es fruto de tu infinito amor y tu misericordia! ¡Gracias, Señor, por la vida, por la salud, por la educación, por la fe, por la esperanza, por mi familia, por mis amigos, por mi trabajo, por mis virtudes, por mis capacidades, por los problemas que me hacen crecer en ti y contigo, por esas lágrimas derramadas, por las veces que he caído, por mis experiencias de vida, por las veces que tenía sed y la has saciado!
Tu me has seducido, Señor, cantamos hoy con la hermana Glenda: