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sábado, 20 de agosto de 2016

Y mañana, ¿me seguirás queriendo?

Antes de acostarme, de rezar mis oraciones y hacer un breve examen de conciencia, la última pregunta que me hace Dios es: «Y mañana, ¿me seguirás queriendo?». «Claro, Señor, hoy y siempre». Hoy y siempre. Así, que al día siguiente la pregunta sigue estando vigente pero en tiempo presente. Me la hace porque sabe que muchas veces decaigo en la confianza. Que en los momentos duros mi mano se desprende de la cruz, que dejo aparcada a un lado del camino. Soy un cirineo débil e inconstante. Que en los momentos de tentación muchas veces miro al otro lado. Pero la pregunta sigue estando vigente: «Y ahora, ¿me sigues queriendo?». «Claro, Señor, hoy y siempre pese a tantas caídas y tantos fallos».
Esta pregunta llega hoy especialmente a mi corazón. Le amo porque tengo una fe que crece como una semilla, creo en Él, el Cristo, mi Maestro y amigo. Mi fe es una fe sencilla y abierta, que va creciendo cada día, dejándose guiar por el Señor, que es el único que conoce mi camino. Pero ese amor que le manifiesto no impide que no me deje vencer por los peligros de mi debilidad como persona. La escuela de la fe no es un paseo militar que todo lo arrasa. Es un camino tortuoso, lleno de curvas y obstáculos, repleto de mucho sufrimiento y también de un amor infinito, que se tiene que recorrer cada día. Por eso, el Señor indaga cada día: «¿Me sigues queriendo?» «Claro, Señor, hoy y siempre te quiero pero ayúdame a no fallarte nunca».

¡Señor, te amo pero mi debilidad muchas veces impide demostrártelo! ¡Quisiera no fallarte nunca, Señor, pero ya me conoces! ¡Me gustaría siempre dar la talla, sonreír al que lo necesita, dar la mano al que la extiende, cumplir siempre tus mandamientos con humildad y sencillez, ser verdaderamente desprendido en todo lo que hago, orar con el corazón abierto, poner amor en todo lo que hago, en lo grande y en lo pequeño, no actuar de manera interesada, que mi corazón no se llene de orgullo y de soberbia… En definitiva, Señor, quisiera ser un auténtico discípulo y estar siempre a tu servicio! ¡Quisiera, Señor, serte siempre fiel y amarte como te mereces! ¡Señor, con la boca pequeña exclamo que «¡Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo»! ¡Y lo digo con la boca pequeña, Señor, porque son muchas las veces que te fallo por mi debilidad y mi inconstancia! ¡Señor, creo en Ti pero ayuda mi incredulidad! ¡Señor, hago todo lo que está en mis manos para caminar, pero confío en Ti y espero Tu victoria! ¡Haz de mí, Señor, un testimonio para el mundo, un testigo de tu amor y tu fidelidad! ¡Te entrego mi vida, Señor, y la de los míos especialmente la de aquellos que están más alejados de Ti! ¡Bendícenos a todos, Señor!

Hoy nos deleitamos con una bella pieza de trompeta de Paganini. Es la fanfarria que anuncia el amor a Dios:

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