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domingo, 21 de agosto de 2016

Conocer la Palabra para ser más sabio

En una cena veraniega los anfitriones invitan a personas muy diferentes a disfrutar de una velada a la luz de las estrellas. Una de ellas, es alguien muy inteligente. Dos doctorados por sendas reputadas universidades. Domina varios idiomas. Prestigio reconocido a nivel mundial. Inteligencia demostrada. Autor de reconocidos tratados de Economía. Me explica una anécdota: es incapaz de hacerse una simple tortilla. Le digo, con respeto pero con ironía: «Te das cuenta, eres alguien muy docto pero sólo cuentas con una parte de la sabiduría». Sonríe. La sabiduría está también en las pequeñas cosas de la vida.
Se declara agnóstico. Sin embargo, una de las cosas que más le llenan es ir de procesión con su cofradía en Semana Santa. «¿Por qué lo haces?», le pregunto. «Es una tradición familiar, que me llena», responde. El hombre carga ídolos a sus espaldas sin ir a la fuente de la sabiduría. «Toda la vida formándote, investigando, buscando la excelencia académica, esforzándote por ser el mejor en tu campo. En esa figura que durante un día al año llevas sobre tus hombros, está la sabiduría auténtica. En esa sabiduría radica toda la verdad del hombre».
Algún día este economista de prestigio tendrá que rendir cuentas a Dios. Como lo tendré que hacer yo. Y cualquiera que en este momento esté leyendo este texto. No valdrán ni los títulos académicos, ni las lenguas muertas que conozcamos, ni los premios recibidos, ni los puestos que ocupemos en los consejos de administración, ni las cifras de seis ceros de nuestra cuenta bancaria. Ni siquiera los logros conseguidos para el beneficio personal. La única justificación estará en la fe en Cristo.
Le recomiendo, a un hombre tan sabio como él, la lectura de la Biblia. En la palabra de Dios se encuentra la fuente inagotable de la sabiduría. Es el complemento ideal a la sabiduría del hombre, don de Dios. La Biblia es inspiración del Espíritu Santo y Dios nos la regaló para que toda criatura humana adquiriera sabiduría a través de su Palabra. Y para adquirirla basta algo tan sencillo como leerla atentamente, acogerla con el corazón, asumir humildemente sus enseñanzas y pedirle al Espíritu Santo la gracia de acoger su contenido. Conocer la palabra de Dios nos hace más sabios. Y es en la cercanía a Dios donde nuestra grandeza como hombres, creados a su imagen y semejanza.

¡Dios mío y señor mío, tú eres el creador de todas las cosas, es gracias a tu sabiduría que nos has creado para que dominemos todas las cosas creadas por ti, para que gobernemos el mundo con rectitud, honradez y santidad y las administremos no sólo con justicia sino con un corazón lleno de rectitud! ¡Te pido hoy, Señor, que me des la sabiduría para gestionar bien las cosas de este mundo que tú me has dado, para gestionar bien mi propia vida, para gestionar bien mis relaciones con los demás! ¡Envía, Padre bueno, al Espíritu Santo a mi corazón para que me llene con el don de la sabiduría, el más excelso de todos los dones, para saborearte y experimentarte siempre, mi Dios, y para que sea capaz de ver con tus propios ojos, sentir con tus oídos, amar con tu corazón, juzgar las cosas según tu juicio! ¡Que la sabiduría que viene de ti me acompañe siempre en mi trabajo, en mis obras, en mi forma de amar, de entregarme a los demás, y me enseñe siempre lo que a ti te agrada! ¡Que tu sabiduría mi guíe siempre con prudencia en todas mis acciones y mis comportamientos! ¡Concédeme, Señor, la sabiduría para buscar siempre tu voluntad, desear aquello que tú apruebas, buscar todas las cosas con prudencia, cumplir con perfección cada uno de mis pasos! ¡Te suplico, también, la sabiduría para poner orden a cada una de las cosas de mi vida, a cumplir siempre tu voluntad y no la mía, caminar siempre por el camino más recto, el que me lleve hacia la santidad y no el que me lleve hacia mi voluntad siempre oportunista y tendenciosa! ¡Dame, la sabiduría para conocer la verdad de mi vida, para no dejarme obnubilar por lo bonito de la prosperidad ni caer en el desaliento ante las adversidades sino que todo lo acepte como un regalo tuyo, como un don tuyo, y que cuando las cosas no lleguen tenga la paciencia de aceptarlas con amor y generosidad! ¡Dame la sabiduría para entender que es en la sencillez de la vida donde el hombre es realmente feliz! ¡Otórgame la sabiduría para mantener siempre el equilibrio y que nada me alegre o me entristezca si es mundano y que todo lo ponga en un plano de eternidad! ¡Dame la sabiduría para agradarte siempre! ¡Dame la sabiduría, Señor, para buscarte siempre, confiar siempre, esperar siempre! ¡Dame Señor una inteligencia que te conozca y te complazca!

Nos confiamos al Consolador para que nos ofrezca sabiduría: 

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