Al pensar en el perdón, hay personas que dicen: “Ya no me queda nada que perdonar”. Puede ser, pero no es lo más común.
Lo normal es que en el alma haya heridas profundas y desconocidas. Las tapamos para seguir sobreviviendo. Las olvidamos, o al menos eso parece.
Hasta que un día, por mis reacciones desproporcionadas en la vida, descubro que hay algo oculto.
Mi ira repentina, mis enfados bruscos, mi tristeza honda e injustificada, mis emociones exageradas, pueden deberse a ofensas ocultas, a heridas tapadas, que nunca he perdonado del todo.Algo toca el subconsciente y sale a la luz lo que me duele, lo que no he perdonado todavía. Salen a la luz mis inmadureces, mis dolores profundos. Darme cuenta de lo que hay bajo el agua me ayuda, me hace ahondar y ver dónde está la herida. Para pedirle a Dios que me ayude a perdonar.
Mi perdón no tiene que ver con la culpa del otro sino con el daño que me han hecho. El que perdone a alguien por lo que ha hecho no significa que él no sea responsable del daño causado. Y al revés, el que yo perdone por una herida no significa siempre que el otro sea culpable. Puede no ser culpable, pero lo que hizo me dolió. No es su culpa quizás, pero mi percepción es lo que importa. Mi daño subjetivo, mi mirada subjetiva sobre el hecho. El perdón no quita ni pone culpabilidad en el otro. Al otro le dejo ir, sin juicio y sin condena. Sea o no sea culpable. Es muy importante el perdón que doy porque va sanando mi vida.
Hoy miro en mi corazón buscando tantas cosas que tengo que perdonarme y perdonar a los demás.
Es necesario no vivir atados por ese perdón que no damos. Es necesario romper esas cadenas que nos esclavizan. Dios nos ayuda a perdonar.
Perdonarme a mí mismo
En la vida hace falta dar muchos perdones concretos. El primer perdón que hace falta dar es el perdón a mí mismo. Si no me perdono a mí mismo difícilmente podré perdonar a otros. Tengo que aprender a perdonarme mis errores, mis omisiones, mis debilidades. Perdonar mis decisiones. Perdonar mi forma de ser, mis carencias, mis límites. No es tan sencillo perdonar mis deficiencias y mis caídas. Me gustaría ser de otra forma. No me acepto.
No es sencillo mirar mi vida con sus defectos y perdonarme con todo el corazón. Y sin ese perdón no se puede seguir avanzando. ¿Me perdono de verdad?
Perdonar mis errores, mis caídas, mis debilidades. No es tan sencillo. Preferimos culpar a otros. Encontrar alguien que cargue con la culpa. Buscamos excusas. Justificamos. ¡Qué difícil es reconocer la propia debilidad, aceptarla y perdonarla! Es un proceso muy sanador. Pero difícil. Es una gracia que tengo que pedir cada día para no quedarme a mitad de camino. El perdón a mí mismo. Cuando me defraudan mis debilidades. Cuando me dejo llevar y no encuentro en mí todo lo que he soñado. Ese perdón es un don de Dios. Es necesario pedirlo para no vivir atado. Ojalá pudiera mirarme a mí mismo con los ojos con los que Dios me mira. Si no me perdono es difícil que perdone a los demás.
Perdonar con nombres, fechas y lugares por los sueños incumplidos
En ese momento, cuando veo la desproporción entre mis sueños y la realidad, necesito detenerme y perdonar a aquellos que han impedido que los sueños sean verdad. Hacerlo con la fecha y el lugar en el que el sueño concreto se vino abajo. Perdonar por lo que podía haber sido y nunca fue. Sería bonito hoy entregarle esos sueños a Dios. Sueños que quedaron a mitad de camino. Sueños frustrados y que nos duelen en las entrañas. ¿Cuáles son esos sueños?
¿Perdonar a Dios?
Necesito perdonar también a Dios porque no ha hecho posible todos esos deseos que tenía. Parece raro tener que perdonar a Dios, que todo lo puede, que me ama con locura y conduce mi vida a la felicidad. Es paradójico. Pero es necesario.
A veces no he sentido que fuera a mi lado. Ahora necesito perdonarle por no haber sido capaz de hacer realidad el ideal que estaba inscrito en el corazón. Puede que siempre haya estado conmigo. Pero no lo he percibido en cada paso. Necesito perdonarle por esas ausencias que he sentido. Y también porque las cosas no han sido tal como yo esperaba. Necesito perdonar a Dios por los hijos que no tuve.
Le perdono por mis pérdidas, por las personas que se ha llevado tal vez antes de tiempo, injustificadamente. Por los caminos a los que renuncié al no casarme con esa persona. Le perdono por mis vacíos. Por la soledad que me ha acompañado durante toda mi vida.
Necesito perdonarle por todo lo que no ha hecho realidad en mi vida. Me debe la felicidad plena que me prometió un día. Me debe ese amor eterno que me había asegurado. Quiero poder amar con libertad. Necesito perdonar a Dios.
No es que Él sea culpable de nada. Al revés, es bueno, misericordioso, sólo quiere mi felicidad y llenar mi vida. Me ama con locura y todo lo hace bien. Eso lo sé. Pero no acabo de entender sus planes. Y me duelen, y mi hieren. No acabo de comprender su camino. No logro descifrar el sentido de su voluntad.
El sufrimiento me ha dejado heridas. Quiero perdonarle desde mi dolor. Me siento herido y le quiero perdonar por lo que no me ha dado. Por lo que ha permitido. Por lo que tengo y por lo que no tengo. Lo escribo hoy. Se lo entrego. Le perdono.