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martes, 2 de mayo de 2017

Pisadas en la arena


Aprovechando el buen tiempo y el día de fiesta, caminé ayer a primera hora de la mañana por una playa solitaria del pueblo. No había ni una sola alma. La brisa  me daba la fuerza para sonreír, para hablar, para caminar. Cuando llevaba un tiempo andando sobre las arena me dimos cuenta de que mis pisadas iban acompañadas de una pisada anónima (véase foto). Instintivamente segui la estela de estas pisadas desde que nos habíamos adentrado en la arena.  Me sentí acompañado. Y rece una oración a Jesús para darle gracias por esta mañana tan agradable que estába disfrutando. Hoy en la oración me viene a la mente las veces que he seguido al Maestro siguiendo sus huellas. La infinidad de ocasiones que he dicho al Señor que «Sí» aunque en realidad era a medias, o casi nada, o nada. A través de los pasajes del Evangelio me he sentado junto a aquel ciego que recuperó la vista, del cojo que comenzó a andar, del manco que recuperó la mano; he estado en la ladera del monte de las bienaventuranzas escuchando como nos legaba ese nuevo conjunto de ideales que se centran en la humildad y el amor al prójimo; me he sentado a comer un trozo de pan y de pescado junto a aquella multitud ingente de personas ávidas de escuchar a Cristo; pero, también, en el terrible momento de su prendimiento en el huerto de los Getsemaní me ha desprendido de todo lo que me cubría para alejarme de Jesús. Al salir huyendo he dado entrada en mi corazón al rencor, a la desesperanza, a la sensación de miedo, a ese sentimiento culpable de mi corazón, al llamarme cristiano y en realidad ser un tibio seguidor de Jesús, al dolor... He dejado abandonado a Cristo y cuando lo necesito —que es casi siempre— me encuentro que estoy solo, que me falta lo esencial, que todo se tambalea. Y ahí es donde surge esta imagen tan clarividente de las huellas en la arena de ayer.
Son muchas las ocasiones en la vida que ante los problemas que nos sobrevienen empezamos a correr sin criterio y nos alejamos de Cristo, sabedores de manera consciente o inconscientemente del error que hemos cometido. Lo hacemos sin nada que nos cubra sometidos a las inclemencias de la hostilidad del mundo en el que vivimos y nuestra fragilidad nos expone de manera cruenta ante la realidad del mundo. Y entonces Jesús me enseña que Él camina a mi lado. Que sí, soy una frágil criatura que Él nunca abandona y que a su lado debo luchar en lugar de huir despavorido, que debo plantar cara con valentía y confianza a los problemas a los que me enfrento y que debo buscar siempre soluciones que Él me ofrecerá en la escucha de la oración. Él me da la fortaleza para no hundirme y caer rendido ante las adversidades. También me enseña que todas mis preguntas van a tener su debida respuesta pero su contestación llegará en el momento oportuno. Que debo caminar cogido de su mano. No soltarla nunca. Que la lucha cotidiana supone un trabajo siempre arduo, y que si huyo de mis obligaciones escondiendo mi rostro bajo la arena tal vez logre en la práctica no afrontar la realidad pero esto implica un descomunal desacierto.
Caminar por la vida viendo como cada paso de Cristo a mi lado la huella se une a la mía, me enseña a superar mis limitaciones y asimilar que cada día debo seguir luchando cogido de su mano.
¡Señor, tu caminas cada día a mi lado y eso es un gran privilegio! ¡Tu Señor conoces mis anhelos, mis frustraciones, mis sueños, mis fracasos, mis dudas, mis alegrías! ¡Tú, Señor, me acompañas y me ayudas a avanzar y por eso te doy gracias! ¡Tu, Señor, lees en lo más profundo de mi corazón, en mis pensamientos y en mis necesidades cotidianas! ¡Señor, gracias porque me ayudas a caminar contigo! ¡Señor, yo no puedo ocultarte nada por eso te pido que me permitas vivir bajo tu amparo y protección! ¡Te ruego, Señor, cubras todas mis necesidades y las de los míos! ¡Concédeme, Señor, que proveas en mi vida lo que tú consideres es mejor para mí! ¡Te pido, Señor, la fortaleza, la guía y la sabiduría del Espíritu para ir recorriendo los caminos de la vida según tu voluntad y no la mía!
Jaculatoria a la Virgen en el mes de mayo: María, Madre mía, se tu mi guía.
Junto a ti María, cantamos hoy a la Virgen: