Bellísimo día el que ayer celebramos. Siete días después de celebrar la fiesta de su Asunción a los cielos hoy honramos a María como Reina. Es lógico, la Santísima Virgen es Reina porque es Madre de Jesucristo, Rey del Universo. La Virgen porta hoy con más hermosura esa diadema de estrellas que reluce en el universo entero. Seguro que María sonríe con humilde alegría sentada junto a su Hijo ante el trono de Dios. Y hoy todos los cristianos cantamos a María su realeza.
Si rezamos en esta jornada el Santo Rosario, resonará en nuestros corazones con más emoción aquello que proclamamos de:
Reina de los Ángeles,
Reina de los Patriarcas,
Reina de los Profetas,
Reina de los Apóstoles,
Reina de los Mártires,
Reina de los Confesores,
Reina de las Vírgenes,
Reina de todos los Santos,
Reina concebida sin pecado original,
Reina asunta a los Cielos,
Reina del Santísimo Rosario,
Reina de la familia,
Reina de la paz.
Y desde el cielo, María escuchará nuestros cánticos y los homenajes que todos sus hijos vamos a hacerle en este día. Que hermoso es creer que María es Reina, Soberana, Señora y Madre verdadera de Dios, que fue elevada a los cielos en cuerpo y alma para que reciba los homenajes de todos los seres creados.
Eligió Dios a María para ser su Madre. Y la Virgen no dudó ni un solo instante en aceptar este honorable regalo con la humildad de su esclava. Es por este motivo, que la gloria de María es tan inmensa. No hay nadie en el universo que se pueda comparar a la Virgen ni en méritos, ni en virtudes, ni en belleza, ni en bondad... Ella es, sin duda, la única y digna merecedora de llevar la corona del Cielo y de la Tierra.
Es allí en las alturas donde María, coronada por toda la eternidad, se sienta junto a su Hijo en el trono de la gloria. A sus pies los santos, los ángeles, los patriarcas, los profetas, los apóstoles, los mártires, los confesores y todas las personas que en el cielo moran observan a la virgen como intercede por cada uno de nosotros cuando le invocamos y pedimos por nuestras necesidades y la de nuestros familiares y amigos, cuando acudimos a Ella en la adversidad, cuando buscamos su consuelo en el dolor y el sufrimiento, cuando pedimos que nos libere de la esclavitud del pecado, cuando buscamos su misericordia, cuando esperamos recibir su gracia, cuando tratamos de imitar sus virtudes de entrega, generosidad, humildad, sencillez, amabilidad... Sólo pensar en esta imagen mi corazón se llena de alegría.
Pero hay algo todavía más hermoso por el cual podemos llamar Reina a la Virgen María. Ella es íntima operadora de nuestra salvación. A la Virgen la proclamamos corredentora del género humano, y es así porque Dios expresamente lo quiso. Al igual que Cristo es Rey y el valor precioso de su dignidad real es la Cruz y el precio de su reinado es su sangre derramada, el valor de su reinado de María es haber permanecido junto al trono de la Cruz en dolorosa oración. Un Reino eterno y universal de verdad y de vida, de santidad, de justicia, de gracia, de amor y de paz.
Me pongo hoy en manos de esta Reina hermosa con confianza, alegría y amor sabedor que Ella tiene en sus manos, en parte, la suerte de este mundo, que nos ama y nos ayuda en todas y cada una de nuestras dificultades y extiende sus manos para acogerlas y elevarlas al Padre. Que Ella es una Reina al servicio a Dios y de la humanidad, que es reina del amor que vive el don de sí a Dios para cooperar en la salvación del hombre. ¡Totus tuus, María!
¡María, que alegría saber que estás sentada en el Cielo, coronada por toda la eternidad, en un trono junto a tu Hijo! ¡Eres, María, Reina del Cielo y de la Tierra, gloriosa y digna Reina del Universo, y por voluntad de Dios te podemos invocar día y noche con el nombre de Madre y también con el de Reina, como seguro te saludan con alegría y amor todos los ángeles, los santos y los que allí moran! ¡Madre, Reina, Señora, quiero hacer como tú que te consagraste a Dios por entero, y no preguntaste con desconfianza ni pediste pruebas antes de aceptar la petición divina de ser Madre de Cristo! ¡Quiero hacer como Tú, María, Reina, que sólo preguntaste para conocer cómo quería Dios que llevases a término ese plan que el Padre te propuso! «He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra» ¡Estas fueron tus palabras, Reina y Señora! ¡Madre, una vez está clarificado el camino, la respuesta es definitiva, el compromiso es ineludible, la entrega es absoluta: aquí estoy, para lo que haga falta como hiciste Tú, Reina del Universo! ¡Qué ejemplo el tuyo María, para mi pobre vida, para entregarme de manera íntima y personal a los planes que Dios tiene pensados para mí! ¡Madre, enséñame a ser siempre generoso con Dios como Él lo es conmigo! ¡Que cuando tenga claro el camino y definidas las metas no trate de encontrar arreglos intermedios, sendas fáciles, soluciones sencillas, voluntades egoístas! ¡Muéstrame, Reina del Cielo y la Tierra, cuál es el auténtico señorío, la verdadera libertad, que se logra con la obediencia fiel a la voluntad de Dios y con el servicio desinteresado a los que nos rodean! ¡Ayúdame a imitarte siempre, Reina y Madre de Misericordia, y así seré siempre una persona feliz que irradie la luz de la alegría cristiana!
Cantamos hoy a la Reina del Cielo: