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martes, 5 de septiembre de 2017

La palabra más adecuada para los momentos cruciales de la vida es el silencio. La mejor escuela de silencio es el mismo Cristo. Así vivió Jesús el proceso de su Pasión, en un intenso y profundo silencio interior. Calló ante el discípulo que le traicionó por treinta míseras monedas de plata. Se mantuvo callado ante el discípulo al que convirtió en roca sobre la que edificar su Iglesia y le negó tres veces antes de que cantara el gallo. Calló ante los tres discípulos que le abandonaron en el Huerto de Getsemaní. Nada dijo ante el Sanedrín mientras le acusaban de blasfemo, le abofeteaban y le calumniaban. Guardó silencio ante Herodes primero y ante Pilatos después, deseosos de deshacerse de tan incómodo personaje. Calló durante su cruel flagelación, orando interiormente con cada azote, con cada insulto, con cada rasgadura de su cuerpo herido. Permaneció callado cuando le insultaron, le vejaron, le blasfemaron, le escupieron y su burlaron de Él hasta que fue coronado de espinas. En digno silencio se mantuvo cuando la multitud reclamaba su crucifixión y exigían la liberación de un asesino confeso, Barrabás. Mantuvo silencio cuando el tribuno romano se lavó las manos para no ser acusado de matar sangre inocente y hacer cumplir una sentencia injusta. Nada dijo ante el pecado de la humanidad entera que cargaba sobre sus espaldas mientras ascendía hacia el Gólgota para morir en la Cruz. Calló las tres veces que su cuerpo se desplomó en el camino del Calvario. En silencio se mantuvo cuando, despojado de sus vestiduras, desnudo y humillado, fue clavado en el madero santo. Se mantuvo sin decir palabra cuando lo alzaron con los brazos extendidos acogiendo a la humanidad que tanto amaba. Calló durante seis interminables horas, extenuado y asfixiado, hasta que a la hora tercia exhaló el último suspiro. Calló ante el aparente silencio del Padre; ante el abandono de las multitudes que habían escuchado su Buena Nueva y habían sido testigos de sus milagros. Y cuando me ofenden, me injurian, me critican, me juzgan, me enjuician, me reprenden, me reprueban, me censuran, murmuran u opinan sobre mí… ¿Callo? ¿Guardo silencio? De nuevo pongo toda mi atención en los silencios de Jesús. Las veces que pudo hablar y calló. Cristo me enseña que el silencio en el hablar es también un maravilloso camino que me ayuda a crecer en virtud. orar con el corazon abierto ¡Señor, cuanto tengo que aprender de Ti que en los momentos de mayor tensión, en el límite de tu paciencia, supiste callar y no responder! ¡Gracias, Padre, por el ejemplo vivo de tu Hijo Jesucristo! ¡Gracias, Jesús, por hacerme comprender que este es el camino y esta es la mejor actitud! ¡No permitas Espíritu Santo que salgan de mi boca palabras hirientes, frases despectivas, respuestas punzantes pues quiero parecerme a Jesús! ¡Espíritu Santo concédeme la gracia de la humildad y la sencillez para callar cuando conviene! ¡Ayúdame a encontrar en Jesús y en la luz del Evangelio las palabras adecuadas para que ser testimonio de verdad y de amor! ¡Ayúdame, Espíritu de Dios, a aprender a callar y vivir en la Palabra de Jesús; ayúdame a hablar y proclamar su Palabra! ¡Concédeme la gracia, si conviene, de hacerlo desde la cruz porque allí es desde donde se perdona de corazón, se construye la paz y se es fiel a la voluntad del Padre! ¡Pero ayúdame a no permanecer callado çacan a la Verdad! Ama totalmente


orar con el corazon abierto
La palabra más adecuada para los momentos cruciales de la vida es el silencio. La mejor escuela de silencio es el mismo Cristo. Así vivió Jesús el proceso de su Pasión, en un intenso y profundo silencio interior.

Calló ante el discípulo que le traicionó por treinta míseras monedas de plata. Se mantuvo callado ante el discípulo al que convirtió en roca sobre la que edificar su Iglesia y le negó tres veces antes de que cantara el gallo. Calló ante los tres discípulos que le abandonaron en el Huerto de Getsemaní.
Nada dijo ante el Sanedrín mientras le acusaban de blasfemo, le abofeteaban y le calumniaban. Guardó silencio ante Herodes primero y ante Pilatos después, deseosos de deshacerse de tan incómodo personaje.
Calló durante su cruel flagelación, orando interiormente con cada azote, con cada insulto, con cada rasgadura de su cuerpo herido. Permaneció callado cuando le insultaron, le vejaron, le blasfemaron, le escupieron y su burlaron de Él hasta que fue coronado de espinas.
En digno silencio se mantuvo cuando la multitud reclamaba su crucifixión y exigían la liberación de un asesino confeso, Barrabás. Mantuvo silencio cuando el tribuno romano se lavó las manos para no ser acusado de matar sangre inocente y hacer cumplir una sentencia injusta.
Nada dijo ante el pecado de la humanidad entera que cargaba sobre sus espaldas mientras ascendía hacia el Gólgota para morir en la Cruz. Calló las tres veces que su cuerpo se desplomó en el camino del Calvario. En silencio se mantuvo cuando, despojado de sus vestiduras, desnudo y humillado, fue clavado en el madero santo. Se mantuvo sin decir palabra cuando lo alzaron con los brazos extendidos acogiendo a la humanidad que tanto amaba. Calló durante seis interminables horas, extenuado y asfixiado, hasta que a la hora tercia exhaló el último suspiro. Calló ante el aparente silencio del Padre; ante el abandono de las multitudes que habían escuchado su Buena Nueva y habían sido testigos de sus milagros.
Y cuando me ofenden, me injurian, me critican, me juzgan, me enjuician, me reprenden, me reprueban, me censuran, murmuran u opinan sobre mí… ¿Callo? ¿Guardo silencio?
De nuevo pongo toda mi atención en los silencios de Jesús. Las veces que pudo hablar y calló. Cristo me enseña que el silencio en el hablar es también un maravilloso camino que me ayuda a crecer en virtud.

¡Señor, cuanto tengo que aprender de Ti que en los momentos de mayor tensión, en el límite de tu paciencia, supiste callar y no responder! ¡Gracias, Padre, por el ejemplo vivo de tu Hijo Jesucristo! ¡Gracias, Jesús, por hacerme comprender que este es el camino y esta es la mejor actitud! ¡No permitas Espíritu Santo que salgan de mi boca palabras hirientes, frases despectivas, respuestas punzantes pues quiero parecerme a Jesús! ¡Espíritu Santo concédeme la gracia de la humildad y la sencillez para callar cuando conviene! ¡Ayúdame a encontrar en Jesús y en la luz del Evangelio las palabras adecuadas para que ser testimonio de verdad y de amor! ¡Ayúdame, Espíritu de Dios, a aprender a callar y vivir en la Palabra de Jesús; ayúdame a hablar y proclamar su Palabra! ¡Concédeme la gracia, si conviene, de hacerlo desde la cruz porque allí es desde donde se perdona de corazón, se construye la paz y se es fiel a la voluntad del Padre! ¡Pero ayúdame a no permanecer callado ante las mentiras que atacan a la Verdad!
Ama totalmente

martes, 11 de julio de 2017

Sentir el susurro De Dios

Desde Dios
Por la noche, cuando todos están acostados, me siento en las piedras para contemplar la oscuridad de la noche y contemplar las estrellas. Se vislumbraba una luna tenue y serena, suficiente para iluminar el ambiente.
Durante una hora aproximada de soledad, disfrutas de un silencio embriagador. Un tiempo en que te quedas únicamente con lo esencial: tu y el Señor acompañado del canto de los grillos, el vuelo alterado de un murciélago o el relampagueo de una estrella fugaz...
Levanté la mirada a la inmensidad del firmamento y traté de ir contando las estrellas. A mí, sobre todo, me gusta contemplar la luna. La luna tiene una hermosura especial, ilumina la tierra con su blanco anacarado. Su luz reina sobre las tinieblas de la noche. Es como la linterna de Dios para que éste vea al hombre en su descanso.
Contemplando la luna sentí de manera especial el susurro de Dios, acompañando a mi soledad buscada, a la luz de la luna. De hecho, la luna siempre presenta su cara cercana familiar a los habitantes de la tierra.
Pensaba lo lejana que está la luna, a la distancia de una mirada, y tan cerca está Dios en una simple oración, en un gesto de amor, en alguna palabra de consuelo, en un abrazo de perdón... Dios se pasea soberano en nuestros sentimientos.
En esa quietud puedes preguntarte por qué tantas veces llegas a vivir agitado, atribulado, perdido, nervioso, tenso... si siempre tienes a Dios a tu lado. Y en esa noche que todo es oscuro y que la luna ilumina puedes ver la luz suave de Dios haciéndose presente en tu vida.
Puede parecer poesía, pero para ser iluminado por la luz del sol, es necesario pasar también por los tiempos de oscuridad que son los que fortalecen la fe, te amarran a la verdad y te alejan de la esclavitud de lo intrascendente.
En esa hora de contemplación de la noche, de la presencia infinita de Dios en las alturas, bajo el sigilo sereno de la luna lejana tuve tiempo de mirar a mi propio corazón y asombrarme porque siendo pequeño y miserable Él ilumina mi interior y me engrandece como persona.

¡Qué bondadoso y misericordioso eres conmigo, mi Dios! ¡Me acerco a ti con un agradecimiento profundo que sale desde el corazón abierto por tu gran bondad, amor y misericordia! ¡Ante tu presencia no puedo más que mostrar mi gratitud y te doy gracias por esa fidelidad que tienes conmigo y que no merezco porque yo te soy infiel muchas veces! ¡Señor, no permitas que me angustie por mis necesidades y sufrimientos, que los presente en la oración para que sea tu acción prominente la que los resuelva según tu voluntad! ¡Señor, tengo el firme propósito de comprometerme contigo, que todas mis acciones se conviertan en una acción de gracias hacia ti que sé que tantas veces el enemigo actúe para que me aleje de tu cercanía; a no hablar más que para honrarte, darte gracias o hablar bien de los demás buscando siempre lo positivo de las cosas! ¡Señor, gracias te doy por ese amor infinito que has tenido con nosotros al enviar a tu Hijo a morir por nuestros pecados! ¡Señor, te doy infinitas gracias porque me haces contigo un triunfador, me multiplicas los recursos que has puesto en mis manos, porque me otorgas sabiduría y revelación, porque me perdonas y me consuelas, porque me proteges de mis enemigos y de la tentación, porque tu favor me da esperanza y vida, porque escuchas mis oraciones aunque a veces yo pienso que no me escuchas! ¡Por mi familia, por mis amigos, por mis compañeros de comunidad, por todo esto, Señor, gracias!
Escuchamos para acompañar el texto la Sonata Claro de Luna de Beethoven:

jueves, 23 de marzo de 2017

No necesito más que sentir tu compañía

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Me vienen a la memoria los últimos días de mi padre. Parecía del corazón y tras una complicada operación pareció quedar bien, o eso creyó, y se pensó que volvía a vivir una segunda juventud. El desenlace fatal era irreversible. Antes de la operación, unos meses antes de partir a la casa del Padre, le visitaba cada día. Me sentaba en un rincón de su habitación. Cuando estaba despierto y lúcido, que eran pocas veces, siempre le preguntaba: «¿Papá, necesitas algo? ¿Quieres un vaso de agua? ¿Estás bien?». Siempre ladeaba la cabeza y, en esos momentos que sus ojos abiertos buscaban mi voz, le contaba algo que acogía con una sonrisa, le rezaba en voz alta el Rosario o le leía alguno de los libros que que llevaba en mi libro electrónico.
Un día, tras mis preguntas de rigor, me contestó con su voz cansina: «porque estas aquí» «no necesito nada más que sentir tu compañía». Lo que mi padre realmente apreciaba era algo tan sencillo como sentir la presencia de los seres que tanto quería y que no estaban.
Me ha venido hoy esta imagen cuando pienso que el Padre me llama a estar siempre en su presencia. Organizamos en nuestras parroquias, grupos y comunidades actividades pastorales y religiosas en las que ponemos todo nuestro empeño y nuestra dedicación; pero faltan adoradores. Faltan hijos de Dios que recogidos en el silencio de una capilla se postren a los pies del Sagrario y a la sombra de la Cruz para abrir su corazón a Dios. Hombres y mujeres cristianos que manduquen la palabra y la hagan vida en su vida. Hombres y mujeres que se dejen seducir por el amor de Dios en el silencio del Sagrario.
En un día podemos visitar enfermos; ordenar nuestras estancias; atender al pesado del compañero de trabajo que siempre explica las mismas cuitas; tomar decisiones trascendentales que conciernen a nuestra familia o nuestro trabajo; mantener una sucesión de reuniones interminables y «fundamentales» para nuestro negocio; planear esto y aquello... y así hasta el agotamiento y la extenuación de la jornada. Pero ¿qué valor tiene todo esto si me olvido de lo esencial: el encuentro vivencial con Cristo?
Cuesta sentarse aunque sean cinco minutos ante el Sagrario y entregarle al  Señor nuestra presencia viva, y decirle por ejemplo: «Aquí estoy, Señor, entre tanto ajetreo. Me he olvidado de ti, Tú que me lo has dado todo; me has acompañado durante la jornada y no he sido capaz de verte entre las personas con las que me he cruzado. Aquí estoy, Señor, que no me acostumbre a verte crucificado».

¡Señor, ayúdame a ser más contemplativo y adorador! ¡Ayúdame a fijar mi mirada en la fe que es como fijarla en Ti! ¡Ayúdame a ser más contemplativo para poder escuchar con más atención tu Palabra! ¡Ayúdame a ser más contemplativo para que el silencio pueda inundar mi corazón y sea capaz de escucharte! ¡Ayúdame a no tener miedo a postrarme ante Ti en el Sagrario para que el Padre, a través del Espíritu, me permita conocerte más! ¡Te pido, Señor, que decidiste quedarte entre nosotros en el Sacramento de la Eucaristía, que aumentes mi fe en tu presencia y renueves en mi corazón el deseo de adorarte y amarte! ¡Ayúdame a crecer contigo en la adoración, que contemplando tu rostro crucificado sea capaz de amarte y de amar más a los demás! ¡Ayúdame, Señor, a unirte más a ti por medio de la oración y la contemplación! ¡Haz, Señor, que surjan más adoradores en el mundo para que haya más corazones unidos a Ti! ¡Y en este día, Señor, te pido también por todos los enfermos del mundo y por sus familias para que unidos sientan tu presencia amoroso en medio de la enfermedad, tu consuelo en medio del dolor y la esperanza en medio de la incerteza!
En recuerdo de mi padre, el Agnus Dei de Barber que tantas veces escuchamos juntos y que es de una belleza que sobrecoge:

domingo, 28 de agosto de 2016

Para y descubre que yo soy Dios … ¡es decir, cállate un minuto!

Rob Galea comparte 8 formas de encontrar la tranquilidad en tu vida



En el ajetreo de nuestras vidas Dios nos pide que estemos tranquilos, que hagamos silencio, que empleemos tiempo para descubrir quién es Él en nuestra vida y quiénes somos en el amor de Dios – Rob Galea

Podría parecer contraproducente, un músico promoviendo el silencio. Pero hay tiempo para todo, y el cantante-compositor-sacerdote Rob Galea hace algo más que vender discos: El quiere que tu te encuentres con Dios.

De todos los lugares posibles, padre Rob eligió las calles de Cracovia, durante la locura de la JMJ, para enseñarnos una lección sobre el silencio. ¿Por qué? Porque muchos peregrinos de la Jornada Mundial de la Juventud, a pesar de estar rodeados de 3 millones de personas, encontraron mucha más quietud en esa semana que en muchas otras semanas de sus vidas.

A todos nos suena el salmo 46: “Haz silencio y descubre que Yo soy Dios”. Padre Rob añade que la palabra aroma para “quietud” en el salmo literalmente significa, ¡Cállate! “En el ajetreo de nuestras vidas Dios nos pide que estemos tranquilos, que hagamos silencio, que empleemos tiempo para descubrir quién es Él en nuestra vida y quiénes somos en el amor de Dios”, explica.  

¿Y cómo podemos hacer eso en un mundo en el que se ha vuelto prácticamente imposible callarse y estar tranquilo? Mira el vídeo en el que el padre Rob enseña las 8 formas para hacer silencio en tu vida.

sábado, 30 de julio de 2016

¡Selah!

Último fin de semana de julio con María, la Madre que supo esperar siempre en silencio la palabra de Dios, en nuestro corazón.


Hace unos años conocí a un niña uzbeka. Sus padres son cristianos en un país —Uzbekistán— de mayoría musulmana. Son creyentes fieles al Señor y bautizaron a su hija con el nombre de Selah, «¡Siempre!» o «¡Silencio!». ¡Qué bello nombre obtenido de la Biblia!
El padre me comenta que esta palabra aparece infinidad de ocasiones en los Salmos y en la oración de Habacuc, en su traducción hebrea. Cuando se tradujo al latín esta palabra fue omitida en la Biblia aunque en alguna versiones se encuentra en los mismos lugares que utiliza el texto hebreo.
Selah, «¡Siempre!». Para escuchar «¡siempre!» en «silencio» la melodía amorosa de Dios. Pronunciada en uzbeko «Selah» suena armoniosa y alegre. Para saber detenerse en la escucha de la palabra de Dios que hablará a nuestro corazón en el momento más inesperado. Ese «silencio» aparente que no tiene que provocar en nosotros ni desazón ni desesperan porque los silencios de Dios son la manifestación de una gran lírica de amor. Así lo entendió María que «¡guardaba todas las cosas meditándolas en su corazón». El talante de la Virgen era un Selah silencioso. En ese silencio de la oración y la contemplación alcanzaba la claridad necesaria para contemplar los acontecimientos de su vida con una trascendencia de profunda espiritualidad. Ser Madre de Cristo no debió ser sencillo ni en los primeros años y durante la vida pública del Señor. Pero María aquello que no podía entender con palabras lo entendía con el corazón.
Selah, «¡Siempre!». Para hacer «¡Siempre!» en «silencio» una pausa en nuestra vida para dedicársela a Dios, escuchar el susurro de su voz y en la callada melodía de la oración alabarlo, darle gracias, pedir, implorar, pedir perdón, agradecer y glorificar. En ese aparente silencio se producirá en el momento más inesperado una respuesta divina porque Dios habla en el estruendo de nuestra vida pero también el delicado roce de nuestras pequeñas cosas. Él permanece «siempre» a nuestro lado dirigiendo sus palabras y hablándonos al corazón aunque a veces nos sea difícil comprenderlo. El «silencio» «siempre» ofrece al hombre esa claridad necesaria para comprender las cosas de forma diferente. Selah, «¡siempre!». Así lo entendió María y así debería entenderlo yo. ¿No me irían mejor todo si fuera capaz de guardar todas las cosas —don gratuito de Dios— en mi corazón?

¡Bendita seas, María, quiero hacerme alumno de tu Escuela de oración y de vida, aprender de Ti, replegarme de mi mismo y ponerme en camino para mi verdadera conversión! ¡Quiero aprender de Ti, María, de tu obediencia para cumplir la voluntad del Padre, de tu sencillez para no hacer complicadas las cosas, de tu silencio para escuchar la Palabra de Dios en tu vida, de tu bondad para que Dios se fijará en Ti que te entregas siempre por los demás! ¡Quiero aprender de tu escuela, María, en la que antes está el dar que el recibir, el silencio antes que la palabra, la humildad antes que la apariencia, la docilidad antes que la dureza de corazón, la entrega antes que la amistad interesada! ¡Quiero aprender de Ti, María, que eres siempre alegría y aportar esperanza al mundo, que iluminas el camino de nuestra fe, que sales siempre a nuestro encuentro para mostrarnos el rostro de tu Hijo Jesús, que nos haces partícipes de tu fe, que nos recuerdas la exigencia de nuestra fe, que nos invitas a estar siempre vigilantes y predispuestos al acoger con un corazón sencillo y misericordioso! ¡Te pido, María, que iluminado por el Espíritu Santo, me concedas buscar siempre lo que es importante, hacer siempre la voluntad de Dios, capacidad para amar de corazón a los demás, iluminar mi conciencia para hacer siempre el bien, que todas mis acciones estén inspiradas en el Evangelio y que mi estilo de vida sea una imitación de tu Hijo Jesús! ¡Gracias, María, por tu amor de Madre! ¡Bendita seas, María, quiero convertirme en un alumno aventajado de tu escuela de amor, de gracia, de misericordia y de perdón!

Un bello Ave María para honrar a la Virgen en este último sábado del mes de julio: